miércoles, 7 de febrero de 2024

CUANDO ESTOY EN GUERRA, SACRIFICO LO MEJOR DE MI

Por Lisímaco Henao H. Analista Junguiano. 

Las metáforas de la guerra y la paz en la psique.


Los aspectos económicos de la guerra deberían obligarnos a retirar nuestro apoyo a esa solución a toda costa, sin embargo, aquí se encuentra el mundo, con dos frentes de guerra abiertos (Ucrania y Medio Oriente), y el coqueteo para un tercero (Coreas). 

Pocas reflexiones sobre la guerra han sido tan profundas en nuestros tiempos como la de Hillman ("Un terrible amor por la guerra"), en la que nos trae la famosa cita "La guerra es un fallo de la imaginación". Recientemente surgió una imagen en conversación un paciente, "una imaginación", diríamos, a partir de la guerra y sus efectos en nuestro interior. ¿Qué es lo que llegan a sacrificar los países involucrados en una guerra? La respuesta es triste: sacrifican a sus jóvenes, los recursos que serían básicos para la subsistencia de sus habitantes y sus recursos naturales (se queman bosques, se destruyen fuentes de agua para que el enemigo no pueda disfrutar de ellas, etc.). 


La reflexión terapéutica nos llevaba al hecho de que, al encontrarnos en guerra dentro de nosotros mismos, un sistema parecido se activa. En el cometido de controlar a la fuerza los propios impulsos, complejos o lo que sea que parezca imponerse desde dentro, ese desconocido que nos ataca, sacrificamos la energía emocional necesaria para relacionarnos coherentemente con nuestro entorno y con nosotros mismos. Perdemos nuestra fuerza juvenil (sacrificio de lo joven en nosotros) y comenzamos a parecer viejos amargados que tienen qué mantenerse alertas, enojados con todo lo que no se parezca a nuestros ideales egóicos, iracundos contra todo lo nuevo que emerge desde dentro. Entonces ejercemos más represión y, en ese esfuerzo de guerra, devastamos áreas enteras de nuestra naturaleza, nos obligamos a ser lo que no somos con tal de "parecer sanos" o de sostener la idea de que controlamos lo que, lo sabemos, está resultando incontrolable. Y como toda represión hace que una fuerza igualmente proporcional se levante en un intento de revolución psíquica de lo que quiere ser visto por la consciencia, la guerra se intensifica y tenemos qué buscar recursos de cualquier lado: la energía dedicada a la familia, a la pareja, al sexo, al trabajo. 

Este terrible marco, que he llevado hasta un extremo que, por fortuna, no todos llegamos a conocer, exige entonces un armisticio, algún tipo de tratado de paz que conduzca a una disminución del daño, pero para ello debemos acogernos a un principio que Jung se impone para su ejercicio analítico: si el método es realmente dialéctico, su principio ético podría resumirse en una pregunta ¿En qué medida ambas partes involucradas tienen la razón?. Esta pregunta se refiere a "ambas partes" del conflicto, es decir, al Yo consciente y a lo inconsciente. Lo que tenemos en frente es, entonces, una negociación. El esfuerzo involucrado en el control, la culpa y la represión, deben poder ponerse en suspenso paulatinamente, para poder escuchar al otro lado percibiendo en qué medida algo de lo que expresa de manera idealista (Ego) o de manera sintomática (Ics), podría tener un lugar en el sistema total. 

Por fortuna hay mensajes "no sintomáticos" de lo inconsciente que vienen en nuestra ayuda: sueños y sincronicidades parecen converger cuando la psique realmente presta atención. 


No sobra agregar que el método dialéctico no sólo aplica para las dos partes internas del conflicto (tal como las he simplificado aquí), sino también para las dos partes que intervienen en el trabajo: consultante y terapeuta. La pregunta ¿En qué medida ambas partes pueden tener razón? lleva a una mesura en la intervención y a una puesta en duda constante sobre "la autoridad" o "el saber" del analista y sobre lo "ignorante" que puede ser el paciente sobre lo que le ocurre. En todo caso, lo que Jung nos enseña (y corroboramos día a día con la práctica), es que, cuando se mantiene la tensión entre los opuestos involucrados sin recurrir a la fácil salida de la respuesta inmediata o idealizada, una tercera cosa surge (ya mencionada aquí con sueños y sincronicidades, pero que se puede dar de muchas más maneras, por ejemplo, como ocurrencia o recuerdo "salvador").

Los tratados de paz no son fáciles, los que realmente han funcionado en el mundo han seguido el principio dialéctico, pero desafortunadamente puede suceder a los países y a los espacios terapéuticos que el principio sea otro, uno terrible como por ejemplo: "¿Cómo puedo yo imponerme y lograr un estado de represión del otro lado que sea definitivo?". 

Sobre la paz he escrito en otra ocasión, simplemente valga esta afirmación que ya está sugerida en este texto: no se trata de la paz sin conflicto porque los opuestos seguirán presentes, no se trata de la paz sin complejidades porque sin ellas el ser humano deja de serlo, se trata de una paz humana, en un nivel en el que uno pueda vivir sus problemas sin ser tomado por ellos, como esos períodos en que los países saben que hay grupos, movimientos y sectores críticos pero que no hay qué eliminar, porque han encontrado maneras creativas de hacerse escuchar y son escuchados. Y quizás debamos agregar que son eso "períodos", una nueva crisis sobrevendrá, tal vez estar vivos se trata de eso, de ir surfeando el oleaje de estar vivos.

El síntoma, la enfermedad, es una manera tremendamente creativa en que la psique total o un aspecto de ella, no acorde con con el Yo, se expresa ¿Será escuchada o tendrá qué hablar más alto la próxima vez?

Lisímaco Henao Henao.

Psicólogo y Analista junguiano IAAP-SCAN

070224