sábado, 19 de diciembre de 2009

El Simbolismo del árbol.

Junto con el del "Niño Divino", el Símbolo del "Árbol" se constela por estos días en todo el mundo influenciado por el cristianismo (aunque el árbol tenga mucho más que ver con costumbres "paganas", ha sido asimilado por su asociación inconsciente con el árbol del paraíso y con el de la crucifixión: "árbol del pecado y de la reconciliación" respectivamente). Leamos lo que Mircea Eliade escribió acerca de esta imagen, tan conocida en todo el mundo; basta con mencionar el árbol de Buda y también el hecho de que en varios pueblos autóctonos de las Américas, el "Árbol del mundo" o el "Árbol central", es una tradición bien asentada. En algunos pueblos este árbol está representado por el poste central de la construcción circular, cosa que muchos estudiosos han pasado de largo o, simplemente, han observado desde una óptica puramente arquitectónica.

(Mircea Eliade. En "Lo Sagrado y Lo Profano")


Como acabamos de ver, los mitos y los ritos de la Tierra-Madre expresan ante todo las ideas de fecundidad y de riqueza. Se trata de ideas religio­sas, pues los múltiples aspectos de la fertilidad uni­versal revelan, en suma, el misterio del parto, de la creación de la Vida. Pues la aparición de la Vida es, para el hombre religioso, el misterio central del Mundo. Esta Vida «viene» de alguna parte que no es este mundo y, finalmente, se retira de aquí abajo y «se va» hacia el más allá, se prolonga misteriosa­mente en un lugar desconocido, inaccesible a la mayoría de los vivos. La vida humana no se siente como una breve aparición en el Tiempo, entre dos nadas; está precedida de una preexistencia y se prolonga a una posexistencia. Muy poco es lo que se sabe de estas dos etapas extra-terrestres de la vida humana, pero se sabe al menos que existen. Para el hombre religioso, la muerte no pone, por tanto, un término definitivo a la vida: la muerte no es sino otra modalidad de la existencia humana.



Todo esto está por lo demás «escrito en clave» en los ritmos cósmicos: no hay sino descifrar lo que el Cosmos «dice» en sus múltiples modos de ser para comprender el misterio de la Vida. Ahora bien, una cosa parece evidente: que el Cosmos es un organismo vivo, que se renueva periódicamen­te. El misterio de la inagotable aparición de la Vida es solidario de la renovación rítmica del Cos­mos. Por esta razón se concibe al Cosmos bajo la forma de un árbol gigante: el modo de ser del Cos­mos, y en primer lugar su capacidad de regenerarse sin fin, se expresa simbólicamente en la vida del árbol.

Hay motivos, sin embargo, para hacer notar que no se trata de una simple transposición de imáge­nes de la escala microcósmica a la escala macrocósmica. En tanto que «objeto natural», el árbol no podía sugerir la totalidad de la vida cósmica: al nivel de la experiencia profana, su modo de ser no abarca totalmente el modo de ser del Cosmos en toda su complejidad. Al nivel de la experiencia profana, la vida vegetal no revela más que una serie de «nacimientos» y de «muertes». Es la visión re­ligiosa de la Vida lo que permite «descifrar» en el ritmo de la vegetación otras significaciones y, en primer lugar, ideas de regeneración, de eterna ju­ventud, de salud, de inmortalidad; la idea religiosa de la realidad absoluta se expresa simbólicamente, entre otras tantas imágenes, con la figura de un «fruto milagroso» que confiere a la vez la inmor­talidad, la omnisciencia y la omnipotencia, fruto que es susceptible de transformar a los hombres en dioses.

La imagen del árbol no se ha escogido únicamen­te para simbolizar el Cosmos, sino también para expresar la vida, la juventud, la inmortalidad, la sabiduría. Junto a los Arboles cósmicos como Yggdrasil de mitología germánica, la historia de las religiones conoce Arboles de Vida (por ejemplo, Mesopotamia), de Inmortalidad (Asia, Antiguo Testamento), de Sabiduría (Antiguo Testamento), de Juventud (Mesopotamia, India, Irán), etc.[1]. Dicho de otro modo: el árbol ha llegado a expresar todo lo que el hombre religioso considera real y sagrado por excelencia, todo cuanto sabe que los dioses poseen por su propia naturaleza y que no es sino rara vez accesible a individuos privilegia­dos, héroes y semidioses. También los mitos de la búsqueda de la inmortalidad o de la juventud ponen en primer plano un árbol de frutos de oro o de follaje milagroso, árbol que se encuentra «en un país lejano» (en realidad, en el otro mundo) y que está defendido por monstruos (grifos, dragones, serpientes). Para coger los frutos hay que enfrentar­se con el monstruo guardián y matarlo; hay que so­portar, por tanto, una prueba iniciática de tipo he­roico: el vencedor adquiere por la «violencia» la condición sobrehumana, casi divina, de la eterna juventud, de la invencibilidad y la omnipotencia.

Son los símbolos de esa índole, el del Árbol cós­mico o de la Inmortalidad o de la Ciencia, los que expresan con su máximo de fuerza y claridad las valencias religiosas de la vegetación. Dicho de otro modo: el árbol sagrado o las plantas sagradas re­velan, una estructura que no es evidente en las diversas especies vegetales concretas. Como ya ha­bíamos observado, es la sacralidad la que desvela las estructuras más profundas del Mundo. El Cos­mos se presenta como un «mensaje cifrado» única­mente desde una perspectiva religiosa. Pues es el hombre religioso a quien los ritos de la vegetación revelan a la vez el misterio de la Vida y de la Creación, y el de la renovación de la juventud y la inmortalidad. Podría decirse que todos los árboles y plantas que se consideran sagrados (por ejemplo, el arbusto ashvatha en la India) deben su situación privilegiada al hecho de encarnar el arquetipo, la imagen ejemplar de la vegetación. Por otra parte, es su valor religioso lo que hace que una planta se cuide y se cultive. Según ciertos autores, todas las plantas cultivadas actualmente se consideran en un principio como plantas sagradas[2].

Los llamados cultos de la vegetación no depen­den de una experiencia profana, «naturalista», en relación, por ejemplo, con la primavera y el des­pertar de la vegetación. Antes bien, es la experienda religiosa de la renovación (recomienzo, re­creación) del Mundo lo que precede y justifica la valoración de la primavera como resurrección de la Naturaleza. Es el misterio de la regeneración pe­riódica del Cosmos lo que ha fundamentado la im­portancia religiosa de la primavera. Por otra parte, en los cultos de la vegetación no es siempre el fenómeno natural de la primavera y de la aparición en la vegetación lo que importa, sino el digno prenunciador del misterio cósmico. Grupos de jóvenes visitan ceremonialmente las casas del pueblo y en­señan una rama verde, un ramo de flores, un pája­ro [3], Se trata del signo de la inminente resurrección de la vida vegetal, el testimonio de que el misterio se ha cumplido, de que la primavera no tardará en venir. La mayoría de estos ritos tienen lugar con an­terioridad al «fenómeno natural» de la primavera.
[1] 75 Cf. Traite d'histoire des religions, pp. 239 ss.

[2] 76 A. G. Haudricourt y L. Hédin, L'Homme et les plantes cultivées, París, 1946, p. 90.

[3] 77 Cf. Traite d'histoire des religions, pp. 272 ss.