martes, 8 de noviembre de 2011

Mi encuentro con Hillman. Lisímaco Henao

Mi encuentro con Hillman

Por Lisímaco Henao Henao
Noviembre 1 de 2011 (Días de animas)
 

No recuerdo qué fue lo que dije un día en su curso de “Mitos y Símbolos”, pero mi apreciada profesora Martha Cecilia Vélez me condujo inmediatamente hacia un libro titulado “Arquetipos y símbolos colectivos”, la primera colección de escritos del círculo Eranos. Allí me señaló un artículo de un tal James Hillman titulado “El sueño y el inframundo”. En aquel entonces era yo apenas un pre-iniciado en Jung, había leído lo poco que se conseguía del maestro de Zurich y alguna que otra cosa de Von Franz. Al parecer mi incipiente junguismo era típicamente “clásico”. Tanto fue así que le di una leída al artículo de Hillman e inmediatamente me volví al primer artículo del libro, de E.Neumman, acerca del mundo de la Gran Madre. En la siguiente clase y en el trabajo escrito que tenía por entregar cité a Neumman pero no a Hillman. No sé qué pensó mi profesora pero aquel estudiante no estaba preparado para la pluma del norteamericano que apenas si lo rozó.

En el año 1997, tres años antes de mi graduación y por alguna extraña razón, un gran almacén de mi ciudad vendía entre un montón de libros de autoayuda uno cuyo título me llamó particularmente la atención: “El código del alma”. Animé a mi novia a comprarlo (esta vez el ánima hacía su aparición de otra manera y auxiliaba mi bolsillo hippie) y nos zambullimos en su lectura. ¡Aquello era una revelación!, un libro lleno de poesía, mito y vidas contadas como relatos míticos. Mis dudas sobre la psicología se agudizaron, me hundí en la desconfianza acerca de si lo que nos estaban enseñando en la academia era realmente psicología, si allí estaba la psique. La infancia cobraba sentido tal y como había sido, no como uno quisiera que fuese. Los accidentes y sentimientos de inferioridad, la tristeza, la rabia y la cobardía se acomodaban justo en la vida, justo en el lugar de algo que tenía más que ver con lo que uno tenía que ser que con lo que uno tenía que solucionar ¡Que alivio!.

Luego dos amigos que andaban leyendo muchísimo a Hillman me sugirieron un libro que acababa de llegar: Re-Imaginar la psicología. Para ellos el autor era un rebelde que resignificaba el legado junguiano. Con una fascinación bastante introvertida empecé a leer el libro y mi conclusión fue que en vez de resignificación lo que había en sus palabras era amplificación. Nunca hasta hoy he perdido esa primera impresión. He encontrado cada idea de Hillman en alguna parte de la obra junguiana apenas mencionada o en forma de una pregunta. La maravillosa teoría de la bellota de El código del alma, se encuentra nombrada, entre otros lugares, en Respuesta a Job, la idea de que tratamos realmente con lo imaginal, con las expresiones arquetipales de la psique, se encuentra en la advertencia reiterada de Jung acerca de no confundir arquetipos con imágenes arquetípicas (aunque en mi opinión Jung los confundía a menudo, por ejemplo en las entrevistas de Houston cuando habla de Edipo como un arquetipo).  Por todo ello, mientras que muchos quieren ver una especie de conflicto insoluble entre Hilman-lo arquetipal y Jung-lo clásico, yo veo complementariedad, integración, un universo cada vez más amplio de posibilidades para el alma y sus imagos. Es así como junto a los grandes descubrimientos de Jung, podemos encontrar  la plasticidad de Hillman, su completa capacidad de mostrarnos la personificación como la voz del alma que se expresa en la patologización, la psicologización,, la proyección y la construcción de ideas, ese es el regalo de su prolífica y arriesgada vida.

La originalidad de Hillman está en que él era Hillman y vivía desde y para su bellota, para el daimón que le habitaba y le llevaba de la mano por las imágenes construyendo una psicología para la psique y no tanto para el mundo, para la belleza del alma y no para la normalidad que exige el mundo. Cuando hace relativamente poco tiempo llegó a mis manos el libro “Los sueños y el inframundo” comprendí varias cosas. Entre ellas, comprendí porqué mi profesora había querido mostrarme ese camino hacia abajo, hacia la muerte, hacia lo invisible que transparenta este mundo de arriba, este uderworld de nuestra irrealidad cotidiana… y comprendí al mismo tiempo porqué yo me había resistido: en aquel entonces necesitaba cierta conformidad para sobrevivir, asumo que de no hacerlo habría desaparecido en el Hades que palpitaba bajo el momento que vivía mi barrio y mi país.

Uno podría llegar a pensar que lo más junguiano de James Hillman era su capacidad de hacer vida de su obra y obra de su vida. La fuerza del Carácter  quizás haya sido un homenaje a sus propios años de conciencia del paso del tiempo (quizás una oda a sus propias particularidades que otros pudieron llamar achaques); sus ideas sobre las ciudades enfermas y la necesidad de hacerles terapia, de llevar la terapia al mundo, tal vez se relacionan con su experiencia de distanciamiento de los consultorios y su necesidad de llegar al alma por las vías no contempladas en los manuales y discursos sobre psicoterapia: llegar al alma por la vía del amor al alma del mundo y al mundo del alma (El mito del análisis) . Y también podríamos decir que lo más junguiano en él era su carácter renovador allí donde sentía que empezábamos a repetir ideas incansablemente sin encontrar nuevos motivos para el discurrir de la imaginación.

Pero estas pueden ser tan sólo fantasías sobre alguien que no conocí personalmente. Ahora, leyendo “Un terrible amor por la guerra”, su último libro (¡y cómo duele ahora la carga significativa de la palabra último en esa frase!), trato de comprender lo que nos quería enseñar sobre lo que él consideraba valioso de la vida. No era precisamente el mundo de las experiencias que suelen aparecer tan desprovistas de profundidad, era lo otro que gusta emerger en el misterio, en los elementos invisibles. Me permitiré su palabra entre las mías:

“Es, en efecto, extraño que, el que asumo será mi último libro, aterrice en la orilla de este tema; de nuevo, como sucede a menudo con mis temas, éste no se deriva de mi experiencia personal  (a menos que «experiencia personal» incluya las conmociones del alma y no sólo los hechos biográficos). Por lo general se nos enseña a escribir sobre lo que en realidad conocemos, pero ¿no es precisamente lo que no conocemos lo que nos atrae hacia las profundidades? Un viejo adagio reza: «Acércate a lo desconocido por el camino del desconocimiento». No soy un empirista y por tanto mi pasión no está obstruida por la pericia Me agrada el dictum filosófico de Sartre: «Aquel que parte de los hechos jamás llegará a las esencias». Que yo haya sido testigo sólo de los vestigios de la guerra y que no haya tenido que participar en su acción quizá ha resguardado este tema para la parte tardía de mi vida. Aquello que antes me dio tregua hoy opera como causa.”

Estas son palabras que me ayudan a comprender la extraña tristeza que siento con la partida del maestro. No, no necesitábamos conocerlo personalmente como no necesitamos haber conocido a ninguno de los grandes seres que pueblan nuestras bibliotecas,  porque  cada idea que nos llega en sus libros ayuda a configurar la imagen arquetipal del sabio, ese que se personificaba en algún adulto cuando éramos niños, ese que viene en nuestros sueños a decirnos “cómo son las cosas”, cómo sembrar o cómo volar. Escribo no sobre James Hillman, escribo sobre mi James Hillman, sobre todo porque, tal como él lo enseñó, no tengo otra manera de conocer que la imaginación.

Hoy vibra con los otros dos maestros que este año se me han ido: mi padre y Rafael López-Pedraza.

Aún queda un montón de sus libros por vivir.

Que donde esté no falte algún Dios.