martes, 1 de febrero de 2011

Aportes de la psicología analítica al terreno de la locura. Sara Angel Vélez

Acerca de la autora:

Psicóloga y terapeuta egresada de la Universidad de Antioquia.

Este artículo es un fragmento del último capítulo del trabajo de grado titulado "Arte, locura y Psicología Analitica" (Universidad de Antioquia, Medellín 2009), en el cual se abordan los conceptos de arte y locura desde la filosofía, el psicoanálisis y la psicología analítica, partiendo de otros conceptos fundamentales para su comprensión como son los de razón, creatividad y caos, siendo transversal al desarrollo del tema una mirada hacia la lógica del inconsciente y su lenguaje.

La dirección de su blog es http://www.psiqueanalitica.blogspot.com/

Todos los derechos y la responsabilidad por las ideas expresadas en este artículo pertenecen a la autora.

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Aportes de la psicología analítica al terreno de la locura.



Todo en el inconsciente tiene por fin anunciar aquello que ocupa al alma en los eventos significativos del desarrollo de la individuación, es decir, en el proceso que conlleva la maduración psíquica, que consiste en conciliar los contenidos del inconsciente con la vida consciente. El arte sigue un camino paralelo al de los sueños, permitiendo al ego consciente captar algo que concierne a la instancia del inconsciente. Además, el sueño elabora y organiza símbolos de tal manera que puede incluso conectar historias, realizando una combinación coherente dentro del orden enigmático que rige lo profundo del inconsciente.

En el artículo titulado "Metas de la psicoterapia", Jung dice:

“Para el profano que ha hecho todo lo posible en la esfera de lo personal y racional, pero no ha llegado a ningún sentido, a ninguna satisfacción, es importantísimo poder entrar en una esfera irracional de la vida. Esto cambia también el aspecto de lo habitual y cotidiano, que mediante este cambio pueden obtener incluso un nuevo resplandor. Al fin y al cabo, casi todo depende de cómo veamos las cosas, no de cómo son las cosas en si mismas. Algo pequeño con sentido siempre es más valioso para la vida que algo grande sin sentido.” [1]


Colores, espacios, sentimientos, reacciones, objetos, esencias, todos ellos se despliegan y manifiestan de manera natural y total en los sueños y en las obras de arte. Pero tratar de comprenderlos no resulta tan fácil, es necesario conocer un poco de ese lenguaje metafórico, entretejido delicadamente.

Al tratar este asunto, Jung da cuenta de dos formas de pensamiento que se instauran en el diálogo intrapsíquico o social, según la procedencia del conflicto, esto es, según si la afección se da en el ámbito consciente o en el inconsciente. Refiriéndose a la primera forma de pensamiento, Jung dice:

“[...] un raciocinio muy intenso se desarrolla en forma más o menos hablada, es decir, como si se lo quisiera exponer, enseñar o convencer de él a alguien. Es evidente que se dirige hacia afuera. En este sentido, el pensamiento dirigido o lógico es un pensamiento acerca de la realidad, es decir, que se adapta a la realidad, [...] de suerte que las imágenes desfilan en nuestra mente en la misma serie estrictamente causal que los acontecimientos exteriores. También se lo suele llamar pensamiento con atención dirigida. Tiene además la particularidad de que fatiga y, en consecuencia, sólo puede funcionar durante lapsos más o menos cortos.”[2]

Esta primera forma de pensamiento, está ligada a lo racional, en tanto depende de las ideas que se desarrollan en torno a un problema y se dirigen a su solución, dando lugar a los argumentos y, en general, al lenguaje. Pero en este sentido Jung es claro cuando especifica que no se refiere únicamente a un lenguaje inscrito en el sistema del habla, sino más bien a aquel que recurre a sistemas más amplios de signos y representaciones, como sucede con los sordomudos por ejemplo. Tal tipo de pensamiento es el pilar de las actuales instituciones culturales y significa la forma única de relacionarse con la realidad y el contexto:

“El pensamiento dirigido, o como también podríamos denominarlo, el pensamiento verbal, es el instrumento notorio de la cultura, y seguramente no nos equivocaremos si decimos que la formidable labor educativa que los siglos proporcionan al pensamiento dirigido, provocó, precisamente mediante el peculiar desenvolvimiento del pensamiento desde lo subjetivo-individual hasta lo objetivo-social, la capacidad de adaptación del espíritu humano a la cual debemos la ciencia y la técnica modernas, ese fenómeno absolutamente sin par en la historia universal”. [3]

Más no es esta la única forma de pensamiento posible, ya se había hablado de algo similar en el tercer capítulo cuando se expusieron las teorías acerca de los procesos de creatividad inconsciente. La otra es aquella en la cual intervienen otros modos de pensar, en la que prevalece ya no lo verbal, sino los atributos propios de la imaginación; en palabras de Jung:

“Ya no imponemos a nuestros pensamientos un itinerario determinado, sino que los dejamos flotar, hundirse o subir por su propia densidad. [...] ese pensamiento se desenvuelve sin fatiga, abandonando pronto la realidad para perderse en fantasías del pasado o del futuro. En este caso cesa el pensamiento verbal; la imagen sigue a la imagen, el sentimiento al sentimiento; una tendencia que todo lo crea y ordena, no como es realmente, sino tal vez como se desearía que fuese, se impone cada vez más claramente. El material de ese pensamiento, que se aparta de la realidad, sólo puede ser, claro está, el pasado con sus miles de recuerdos. El lenguaje corriente denomina “soñar” a este pensamiento.” [4]

Esta forma de pensamiento se encuentra en íntima relación con la producción de obras de arte tanto como de fantasías, su fuente de inspiración no es otra que la que viene directamente de la vida anímica de los sujetos y por ello su función es, podría decirse, catártica. En ella, la imaginación juega un papel esencial, pero también los símbolos, que son la base de su lenguaje y su forma de expresión; su destino en la capacidad de adaptación a los fenómenos circunstanciales, sociales y culturales ya no cumple un cometido y, por el contrario, es fructífera sólo en una medida espiritual:

“[...] funciona sin esfuerzo, como si dijéramos espontáneamente, con contenidos inventados, y es dirigido por motivos inconscientes. [...] se aparta de la realidad, libera tendencias subjetivas y es improductivo, refractario a toda adaptación”. [5]

Para aclarar mejor el sentido que posee esta forma de pensamiento para la Psicología analítica, y en especial para el presente escrito, se relacionarán algunos apuntes anteriores. En primer lugar, es importante tener en cuenta que aunque el pensamiento verbal corresponde al ámbito de la razón, ya entendida como norma, convención y consenso que abarca las leyes desde lo moral hasta lo científico, incluye dentro de su lógica empirista y objetiva ciertas rupturas. Siendo así, y otorgando a la conciencia el lugar de la Ilustración al interior del aparato psíquico, entonces también ella, al igual que la razón, posee puntos de quiebre en los que es posible percibir algo del inconsciente como su opuesto.

Conforme a la anterior comparación, las rupturas que se dan en el pensamiento racional-científico sólo podrían estar representadas por las disciplinas que se ocupan de lo irracional humano y de los fenómenos subjetivos, como la filosofía y la psicología, y por los fenómenos en sí como el arte, la locura y el mito. No obstante, la filosofía y la psicología permanecerían aún más cercanas a la razón, puesto que continúan regidas por (y ligadas a) los conceptos y teorías académicas, de los cuales se aferran para tratar de aprehender eso subjetivo aunque sea sólo superficialmente y siempre partiendo de lo individual para ir a lo colectivo. El arte, la locura y el mito, por el contrario, se fundan justamente en el misterio de la esencia humana y representan eso que ya no pertenece al terreno de lo individual o específico, sino al de lo universal y global, como intentando mostrar, a través de lo singular, algo que es propio de la naturaleza en toda su expresión.

Pues bien, lo descrito antes permite establecer una conexión con los objetivos que persigue la psicoterapia; en tanto el pensamiento verbal, proveniente de la conciencia, es el producto del proceso de culturización del ser humano y por consiguiente debe llevar el peso de todo el desarrollo técnico, científico y tecnológico de la cultura, y en tanto sea su productividad la que se promueva, más desterradas quedan las capas del inconsciente. Sin embargo, se sabe que el símbolo permite la comunicación entre un extremo y otro, lo que sucede es que se hace más compleja esta comunicación de acuerdo con la profundidad a la que se pretenda llegar; porque no sólo la conciencia está constituida por tantas capas como períodos evolutivos del hombre, también el inconsciente posee suficientes como para dificultar su exploración.

Entiéndase con esto entonces que, entre más profundo el inconsciente, menos concerniente al plano de lo personal y, por ende, más universal, y es aquí donde entra en juego el pensamiento de las imágenes como asistente en el encuentro con lo anímico colectivo, develando y ocultando bajo los símbolos aquello que verdaderamente constituye el alma humana. Si el lenguaje del inconsciente muestra el sentido en el que cada hombre puede relacionarse con lo universal, puede considerarse visionario, puesto que dejará ver eso que desde el principio ha operado como constante en su devenir y dibujará el camino más conveniente, en tanto que es natural y estructural. La psicología aplicada puede intervenir en este proceso de reconocimiento sólo como guía, concientizando al ser humano en torno a esa incidencia del inconsciente en todos los asuntos que lo cuestionan y de la importancia que el símbolo adquiere para la comprensión de ello; el proceso de individuación comienza precisamente donde acaba esta función educadora y cuando se emprende el viaje hacia ese profundo territorio, mediante la actitud abierta frente a la simbólica del pensamiento dominado por las imágenes.



Bien sabido es que lo que más recordamos es lo que nos ocurre en nuestra vida consciente, pero entonces, por lo menos la mitad del total del tiempo que vivimos transcurre mientras dormimos y gracias a ello nuestro inconsciente permanentemente está hablándonos a través de los sueños. Es decir que aunque procuramos y nos esforzamos en dar a conocer los pensamientos e ideas que nos surgen utilizando el pensamiento verbal, la otra forma de pensamiento no cesa de llevar a cabo sus procesos durante toda nuestra existencia. Así pues, aun si no nos percatamos de esto, tal forma de pensamiento irracional opera en nuestra vida de la misma manera que aquella otra forma dirigida; la diferencia que radicaría entonces entre los artistas o los locos y el resto de la humanidad, es que en ellos hay una comunicación más estrecha con esta forma de pensamiento que se prolonga hasta momentos de su vida en vigilia.

Lo que realmente le funciona al artista creativo para elaborar su obra, es partir de las imágenes que circundan en su inconsciente y tratar de darles forma mediante una técnica específica, pero lo que hay de fondo es una necesidad de revelar algo que excede al lenguaje característico del pensamiento dirigido. Igualmente en el delirante, las imágenes que le invaden, según la crítica racional, carecen de sentido lógico y, sin embargo, le son útiles para relacionarse con otros aspectos de la realidad, una realidad ya no objetiva sino netamente subjetiva, con la cual da significación a todo aquello que le rodea. Esto mismo sucedía con el hombre primitivo en su relación con los dioses y los espíritus que habitaban cada rincón de la naturaleza. Pero también sucede en los seres humanos, a lo largo de la historia, en una etapa trascendental para todo desarrollo posterior; en la infancia abundan tales relaciones tan particulares con la realidad, atravesadas por el animismo, el pensamiento mágico, etc.

En su texto sobre lo ominoso, Freud trata este asunto, intentando demostrar cómo, sólo a partir de la maduración psíquica que se da posterior al atravezamiento del Complejo de Edipo, ciertas imágenes o experiencias se convierten en temas verdaderamente aterradores y se ligan a sentimientos de angustia e impotencia para el adulto, cuando con seguridad fueron, en épocas anteriores, el trasfondo de todo vínculo con la realidad:

“El análisis de los casos de lo ominoso nos ha reconducido a la antigua concepción del mundo del animismo, que se caracterizaba por llenar el universo con espíritus humanos, por la sobreestimación narcisista de los propios procesos anímicos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada en ella, la atribución de virtudes ensalmadoras –dentro de una gradación cuidadosamente establecida- a personas ajenas y cosas (mana), así como por todas las creaciones con que el narcisismo irrestricto de aquel periodo evolutivo se ponía en guardia frente al inequívoco veto de la realidad. Parece que en nuestro desarrollo individual todos atravesáramos una fase correspondiente a ese animismo de los primitivos y que en ninguno de nosotros hubiera pasado sin dejar como secuela unos restos y huellas capaces de exteriorizarse [...]” [6]

Jung se sirve también de esta similitud del pensamiento y las creencias de los primitivos con los del infante para ahondar en su exposición sobre el pensamiento onírico:

“No es preciso extenderse mucho para demostrar que el pensamiento del niño es muy similar al mitológico. Anima sus muñecos y sus juguetes en general, y en niños dotados de fantasía no es difícil observar que viven en un mundo maravilloso.

Como sabemos, en el sueño se manifiesta un pensamiento análogo. Haciendo caso omiso de las conexiones reales de las cosas, se ensambla en él lo más heterogéneo, y un mundo de imposibilidades suplanta al de la realidad”. [7]

Pero además, Jung introduce algo esencial para la comprensión de lo que se considera como irracional desde el enfoque de la modernidad y que permite anudar lo expuesto sobre arte y locura desde la psicología analítica. Para él pues, el artista puede valerse de dos corrientes de inspiración para la creación de sus obras, una de ellas corresponde al campo de los procesos anímicos, constantemente experimentado, mientras que la otra, muy próxima a lo que origina muchas de las alucinaciones esquizofrénicas, está emparentada directamente con el pensamiento onírico; a estas dos corrientes se adjudican contenidos distintos:

“La primera procede del ámbito de la experiencia humana, tiene que ver con lo conocido, con las experiencias comunes de dolor, amor, odio, miedo, a través de las cuales el ser humano puede entender a los demás. El material de esta vivencia “carece de elementos extraños; al contrario, es lo archiconocido: la pasión y sus hados, los hados y su padecimiento, la naturaleza eterna, sus bellezas y sus horrores”. La segunda tiene que ver con el mundo de lo desconocido, con lo que va más allá del límite de lo que normalmente frecuentamos. “Aquí los términos se trastocan: la materia o la vivencia que se torna contenido de la configuración no es conocido; su esencia es ajena, su naturaleza arcana, como si surgiera de sismas de tiempos anteriores al hombre, o de mundos de claroscuros de índole sobrehumana”.


EL CONCEPTO DE REALIDAD

Para conseguir una explicación más adecuada de la idea que se pretende presentar, ha de ser necesario introducir el concepto de realidad conforme a la definición que se tiene desde la Ilustración, lo que se hará a continuación y, posteriormente, se anudará con lo señalado en el párrafo anterior con el fin de aclarar la relación existente entre ambos pensamientos.

Lo que se considera como criterio de realidad es ciertamente algo bastante discutido desde los inicios de la modernidad y uno de los precursores de esta discusión es Galileo Galilei, el hombre que puso en cuestión el lugar que el ser humano ocupaba dentro del universo, al postular que no era más el principal residente de éste y que muy por el contrario a lo pensado el planeta que habitaba, lejos de ser el centro del mundo, era un simple astro más dentro de los muchos otros existentes en el espacio estelar, con un movimiento propio pero al mismo tiempo influenciado por una fuerza mayor que mantenía su posición en derredor de otro astro.



Tal fue el principio de una controversia sin fin en torno a lo correspondiente al juicio de realidad. Su planteamiento trajo consigo enormes cuestionamientos respecto a lo que podría considerarse como objetivo o subjetivo y dio lugar incluso a teorías tan contrapuestas como el solipsismo y el conductismo: la primera de ellas adopta una postura radicalmente individualista en la que se establece que sólo se puede confiar en aquello que proviene de la experiencia directa y de los propios pensamientos, ya que todo lo demás puede ser incluso producto de la imaginación y por ende no existe en realidad; la segunda teoría concibe todo lo existente sólo en tanto proveniente de una fuente externa, considerando legítima una experiencia mientras existan respuestas observables de ella que se produzcan mediante la percepción de estímulos externos.

Como puede verse tanto una como otra postura excluye por completo a su opuesta, para el solipsismo lo objetivo no puede influir en la toma de decisiones de un individuo o en cambios significativos de sus pensamientos, sentimientos o conducta mientras éste no lo considere relevante, pertinente o válido, para el conductismo lo subjetivo menos puede influir en el comportamiento de alguien si no hay un elemento externo que lo motive o condicione.

Tener en cuenta un punto intermedio sería más conveniente si se diese por sentado que ambos factores, el de la imaginación y el de la objetividad en la valoración de la realidad, son igualmente influyentes en los pensamientos, sentimientos y las conductas de las personas; de no ser así no podría explicarse como un evento traumático puede ocasionar problemas tanto psicológicos como neurológicos en algún sujeto o cómo una experiencia subjetiva puede determinar los comportamientos futuros de alguien y sus reacciones ante ciertos espacios, momentos o individuos.

Tras una búsqueda de esa conjunción no es difícil encontrarse con que existe en la filosofía una versión más indulgente frente a la formulación de los supuestos de verdad de la ciencia, que instaura de acuerdo con el posmodernismo, una perspectiva que se aleja en lo posible de las leyes de la razón para la Ilustración. Es preciso abordar este giro, que se encuentra primero en Michel Foucault y más tarde en Daniel Dennet.

En Foucault aparece el acercamiento a la verdad desde las formas jurídicas y específicamente en una de las conferencias, de las que surgen en Grecia, donde el juramento representa una comprobación de la verdad, tanto desde la prueba como de la responsabilización. Con la historia de Edipo como soporte, Foucault encuentra estas dos relaciones con la verdad, desde el observador y desde el predicador, en las que ya no hace falta un tercero como testigo, puesto que siempre ella se hará saber, ya sea a través de lo moral con el arrepentimiento de la mentira o de lo sobrehumano por medio del castigo de los dioses. Sin embargo, lo que sostiene el concepto de verdad, está sustentado en la condición de una prueba de la misma, que sólo puede corroborarse con la superación de un desafío. Evidentemente estará mediada por una autoridad suprema que considere legítima una verdad como tal, la cual puede estar representada por los dioses o por el Estado.

Pero en el fundamento mismo de la verdad se encuentra la reconciliación de sus partes constitutivas, cuales se quiera que sean, y en Edipo se encuentra, según Foucault, resuelta la verdad desde el principio:

“El descubrimiento de la verdad se lleva a cabo en Edipo por mitades que se ajustan y se acoplan. Edipo manda consultar al dios de Delfos, Apolo. [...] La maldición corresponde a una mitad del asesinato, siendo ésta sólo la primera: “quién fue asesinado”; falta pues la segunda: el nombre del asesino.

Para saber [...] será preciso apelar a alguien, ya que no se puede forzar la voluntad de los dioses. Esta figura a la que se apela es el doble humano, la sombra mortal de Apolo, el adivino Tiresias quien, como Apolo, es divino [...] y, como él, recibe el nombre de rey [...] por otra parte Tiresias es ciego, está sumergido en la noche, mientras que Apolo es el dios del Sol: es la mitad de sombra de la verdad divina, el doble que el dios-luz proyecta sobre la superficie de la tierra.” [8]

Se puede inferir desde este análisis que la verdad posee, al igual que el pensamiento, dos puntos de vista diferentes, aunque no necesariamente excluyentes entre sí. De igual manera, Dennet admite desde su óptica algo similar, refiriéndose a postulados o supuestos de la filosofía en relación a la verdad que no encuentran su fundamento en una idea precisamente racional, e introduce un elemento importante en la enunciación de algo como verdadero, cuya procedencia en términos psicológicos, podría atribuírsele a una intervención del inconsciente:

“Si miramos la historia de la filosofía, veremos que todo lo grande e influyente ha sido algo técnicamente lleno de agujeros, pero absolutamente memorable y vívido. Existen lo que yo llamo “Bombas de intuición”, deliciosos experimentos mentales. Como la cueva de Platón, el demonio de Descartes, la visión de Hobbes del estado de la naturaleza y el contrato social, hasta la idea de Kant del imperativo categórico. No conozco ningún filósofo que piense que hay una argumentación lógica sólida detrás de estas ideas. Pero resultan maravillosamente arrebatadoras, piruetas en los árboles de la imaginación. Estructuran la manera de pensar los problemas. Estas ideas son el autentico legado de la historia de la filosofía. Un gran número de filósofos lo ha olvidado, pero a mí me gusta crear bombas de intuición.

Me gusta pensar que estoy volviendo a la filosofía de antes, a lo que ha sido olvidado en muchos sectores de la filosofía en los últimos treinta o cuarenta años, en los que para mucha gente la filosofía se ha convertido en un tema a veces ridículamente técnico y seco -lógica aplicada, matemática aplicada-. Siempre hay sitio para eso, pero de ningún modo tanto como mucha gente piensa.” [9]

No solo la ciencia ha dado lugar a estos paradigmas explicativos tan categóricos para constatar algo como verdadero, también el campo de la religión tiene los suyos igualmente consolidados; lo esencial de la posición de un sujeto frente a la realidad radica en el lente con el que la mire y en la perspectiva que considere explica mejor su experiencia o la permea. David Deutsch, al hablar de tal diferencia interpretativa entre las diferentes posturas teóricas lo expresa como sigue:

“Dentro de las fronteras que establece cada una de ellas, los seguidores de todas estas teorías confían en la metodología de la resolución de problemas, pues no ignoran que buscar la mejor explicación posible es también el modo de encontrar la mejor teoría posible. Pero en cuanto a la veracidad de lo que queda fuera de dichas fronteras, todos ellos miran hacia otra parte en busca de una fuente última de justificación. Para las personas religiosas la revelación divina puede tener este papel.” [10]

Para la ciencia, en cambio, el criterio de realidad se basa en hechos totalmente empíricos y pragmáticos:

“[…] si algo puede devolver el golpe, existe. …no significa aquí, necesariamente, que el objeto en cuestión responda al hecho de ser golpeado…Basta con que cuando «golpeamos» algo, el objeto nos afecte de un modo que requiera una explicación independiente.” [11]

Pero además Deutsch encuentra algo que es una constante cuando de explicar la realidad se trata desde los postulados científicos, esto es: la complejidad. Lo que afirma es que un fenómeno se hace más comprensible en tanto se parte de un argumento más complejo para explicarlo, porque tal argumento tendría en cuenta los detalles que pudiesen dar lugar a un gran número de inquietudes, mientras una explicación sencilla requeriría de molestos y complicados rodeos que no harían más que distorsionar la realidad del fenómeno o concepto y con ello se tendría que recurrir a construcciones teóricas menos precisas, es decir, confusas o incluso contradictorias. Probablemente esto es lo que sucede con el solipsismo cuando niega rotundamente la existencia concreta de todo cuanto se experimenta como externo, poniendo el énfasis en los procesos de pensamiento:

“El solipsismo se ve obligado a postular también la existencia de una clase adicional de procesos, unos procesos invisibles e inexplicables, que proporcionan a la mente la ilusión de vivir en una realidad exterior.” [12]

En este sentido, el solipsismo debe acudir a la integración, dentro de su explicación de la realidad, de una operación necesaria para la percepción de los estímulos externos que incluya la consciencia de la sensibilidad ante las experiencias; en cierta forma, lo que debe introducir esta teoría en sus planteamientos para que todos los elementos sean congruentes unos con otros, es la admisión de los procesos inconscientes, Deutsch lo expone a continuación:

“Si defino mi «yo» como el ente consciente que alberga los pensamientos y sentimientos de los que soy cabal, los individuos ilusorios con los que parezco interactuar son, por definición, algo distinto que ese «yo» tan estrechamente definido, así que debo admitir la existencia de algo mas que «yo». La única opinión alternativa que tendría, si fuese un solipsista convencido, seria considerar a los individuos ilusorios como creaciones de mi mente inconsciente y, por lo tanto, parte de mi «yo» en un sentido más amplio. Pero entonces debería admitir que mi «yo» estaba dotado de una estructura muy rica y, en su mayor parte, independiente de mi ser consciente.” [13]

La idea de abordar la perspectiva solipsista de la realidad es, más allá de exponerla, precisar que aunque el racionalismo empírico y positivista de las ciencias exactas se ubica del lado opuesto, cuenta con argumentos más sólidos para comprobar la veracidad de los hechos en tanto se rige por principios demostrables de los mismos; como lo concluye Deutsch:

“[…] el razonamiento científico es fiable, no en el sentido de certificar que una determinada teoría permanecerá invariable, lo que no puede asegurar ni siquiera hasta mañana, sino en el de darnos la razón al confiar en él, porque hacemos lo correcto al buscar soluciones a los problemas en vez de fuentes de justificación última. La evidencia fruto de la observación es, sin duda, evidencia, no en el sentido de que cualquier teoría puede ser deducida, inducida o inferida de cualquier otro modo de ella, sino en el de que puede constituir una razón genuina para preferir una teoría a otra.” [14]

Por otra parte, vale la pena resaltar nuevamente el hecho de que, por más que se tengan evidencias científicas de muchos de los fenómenos que ocurren en la realidad, siempre habrá algunos a los que no se pueda acceder completamente puesto que escapan al alcance de los diferentes métodos e instrumentos que pretenden medir o cuantificar la cualidad y calidad de las experiencias internas. Tal dificultad ya ha sido abordada por la psicología analítica como una constante y por ello tiene en cuenta posibilidades de afrontamiento del problema que intentan aportar soluciones al mismo en pro de un mayor conocimiento del inconsciente y su influencia en las experiencias individuales.


Ahora bien, para el psicoanálisis y la psicología analítica, el concepto de realidad no está basado en la relatividad de las disciplinas científicas que ponen el acento en lo empírico; el sentido es completamente diferente cuando se concibe como un hecho legítimo todo aquello por lo cual un sujeto se sienta afectado, sin importar que verdaderamente provenga del exterior y de una experiencia real, o de un acontecimiento de la imaginación ligado a un trauma o evento afectivo.


CITAS:

1. JUNG, Carl Gustav. La práctica de la psicoterapia. O.C. 16. Editorial Trotta, Madrid. 2006, pág. 49
2. JUNG, Carl Gustav. Símbolos de transformación, pág. 36
3. Ibíd., pág. 41.
4. Id, pág. 42
5. Id., pág. 43.
6. FREUD, Sigmund. Lo ominoso, pág. 240.
7. JUNG, Carl Gustav. Símbolos de transformación, pág. 46.
8. FOUCAULT, Michel. La verdad y las formas jurídicas; segunda conferencia. Gedisa Editorial, pág. 42
9. DENNET, Daniel. La tercera cultura. Barcelona, Tusquets. 1996, pág. 170
10. DEUTSCH, David. La estructura de la realidad, pág. 89. Anagrama, Barcelona, 1999, pág. 89
11. Id., pág. 95
12. Id., pág. 92
13. Id., pág. 91
14. Id., pág. 102