viernes, 8 de febrero de 2019

La Función Trascendente. C. G. Jung

En nuestros cursos y demás espacios de reflexión, citamos e invitamos a leer este texto de Jung. En nuestra opinión es la base de toda acción terapéutica y analítica que se pretenda emprender desde la perspectiva de la Psicología Compleja; en él Jung sienta las bases de su perspectiva fundamental, en la cual más que curar enfermedades o síntomas, se trata de apuntar al proceso vital en sí mismo, a encontrar ese factor que trasciende las oposiciones conectándolas en un nuevo nivel. Este podría ser el aporte más novedoso de Jung, una visión en la que la patología misma hace parte de un proceso mayor, en la que los traumas, accidentes y demás manifestaciones de nuestra naturaleza trágica, nos humanizan al ser objeto de una función que trasciende tal división y genera una relación efectiva entre el Yo y Lo Inconsciente. 

El texto fue traducido por Isabel De Veer de C. G. Jung.- The Transcendent Function.- Collected Works. Volume 8.- Bollingen Series XX. Fue comparado y corregido por Lisímaco Henao H., frente a la traducción en castellano de las O. C. Tomo 8, de Editorial Trotta, 2004

Lo dejamos acá para estudio:



La función trascendente

Carl Gustav Jung 

(Escrito en 1.916, y publicado por primera vez en 1.957).

 

No hay nada misterioso o metafísico en el término función trascendente. Significa una función psicológica en cierta forma comparable a una función matemática del mismo nombre, que es una función de números reales e imaginarios. La función trascendente psicológica surge de la unión de los contenidos conscientes e inconscientes.

La experiencia de la psicología analítica ha mostrado ampliamente que el consciente y el inconsciente raramente concuerdan en sus contenidos y tendencias. Esta carencia de paralelismo no es sólo accidental o desprovista de propósito, sino debida al hecho de que el inconsciente se comporta de una forma compensatoria o complementaria respecto del consciente. También podemos decirlo de la forma opuesta, como que el consciente se comporta en forma complementaria al inconsciente. Las razones de esta relación son: 1.- La consciencia posee una intensidad de umbral cuyos contenidos deben ser alcanzados, de tal modo que todos los elementos que son demasiado débiles permanecen en el inconsciente. 2.- La consciencia, debido a sus funciones dirigidas, ejerce una inhibición (que Freud llama censura) sobre todo material incompatible, con el resultado de que estos se hunden en el inconsciente. 3.- La consciencia constituye el proceso de adaptación momentánea, mientras que el inconsciente contiene no sólo todo el material olvidado del propio pasado individual, sino todos los rastros del comportamiento heredado que constituyen la estructura de la mente. 4.- El inconsciente contiene todas las combinaciones imaginarias que aún no alcanzan el umbral de intensidad, pero que en el curso del tiempo y bajo las condiciones apropiadas entrarán en la luz de la consciencia.

Esto explica fácilmente la actitud complementaria del inconsciente hacia el consciente.

Las características de definición y dirección de la mente consciente son cualidades de adquisición relativamente recientes en la historia de la humanidad, de las cuales los primitivos actuales, por ejemplo, aún carecen en una amplia proporción. Estas cualidades están a menudo deterioradas en el paciente neurótico, que difiere de la persona normal en que su umbral de consciencia se desplaza más fácilmente; en otras palabras, la frontera entre consciente e inconsciente es mucho más permeable. El psicótico, por otra parte, está bajo la influencia directa del inconsciente.

La definición y dirección de la mente consciente son adquisiciones extremadamente importantes por las cuales la humanidad ha pagado un alto precio, y que a su tiempo habrán de brindar a la humanidad el mayor servicio. Sin ellas la ciencia, la tecnología y la civilización serían imposibles, ya que presuponen una continuidad y dirección confiable de los procesos conscientes. Para el político, el médico y el ingeniero, tanto como para el simple obrero, estas cualidades son absolutamente indispensables. Podemos decir en general que la desvalorización social aumenta en el mismo grado que estas cualidades son deterioradas por el inconsciente. Los grandes artistas y otros seres distinguidos por sus dotes creativas son, por supuesto, excepciones a la regla. La gran ventaja de la que estos individuos disfrutan consiste precisamente en la permeabilidad de la frontera que separa el consciente y el inconsciente. Pero, para aquellas profesiones y actividades sociales que requieren justamente de esta continuidad y confiabilidad, esos seres humanos excepcionales son de poco valor.

Es por tanto comprensible, y aún necesario, que los procesos psíquicos en cada individuo deban ser tan estables y definidos como sea posible, dado que las exigencias de la vida lo demandan. Pero esto implica una cierta desventaja: la cualidad de dirección ejerce una inhibición o exclusión de todos aquellos elementos psíquicos que parecen ser, o que realmente son, incompatibles con ella, es decir, que puedan desviar de su sentido la dirección previamente trazada y encausar el proceso hacia un objetivo no deseado. ¿Y cómo sabemos que el material psíquico que sobreviene es incompatible? Lo sabemos a través de un acto de juicio que determina la dirección del sendero escogido y deseado. Este juicio es parcial y prejuiciado, ya que escoge una posibilidad particular a expensas de las demás. El juicio está a su vez siempre basado en la experiencia, esto es, en lo que ya es conocido. Como norma, nunca está basado en lo que es nuevo, en lo que aún es desconocido, y en lo que bajo ciertas condiciones podría enriquecer considerablemente el proceso de dirección. Es evidente que esto no es posible, por la real razón de que los contenidos inconscientes están excluidos del consciente.

Mediante estos actos de juicio, el proceso de dirección necesariamente se vuelve unilateral, aun cuando el juicio racional pueda parecer multifacético y desprejuiciado. La verdadera racionalidad del juicio puede incluso ser el peor prejuicio, ya que llamamos razonable a lo que a nosotros nos lo parece. Lo que nos parece poco razonable está por tanto condenado a ser excluido debido a su carácter irracional. Puede realmente ser irracional, pero igualmente puede sólo parecer irracional sin realmente serlo cuando se lo contempla desde otra perspectiva.

La unilateralidad es una característica inevitable y necesaria del proceso de dirección, porque la dirección implica unilateralidad. Es una ventaja y al mismo tiempo un inconveniente. Incluso cuando ningún inconveniente evidente parezca estar presente, siempre hay igualmente una acentuada contraposición en el inconsciente, excepto en el caso ideal en el cual todos los componentes psíquicos tienden en una y la misma dirección. Esta posibilidad no puede ser discutida en teoría, pero en la práctica rara vez sucede. La contraposición en el inconsciente no es peligrosa hasta que no alcanza una carga elevada de energía. Pero si la tensión aumenta como resultado de una unilateralidad exagerada, la contratendencia irrumpe en el consciente, por lo general justo en el momento en el que es más importante mantener la dirección consciente. Así una persona tiene un lapsus lingue cuando desea especialmente no decir nada estúpido. Este momento es crítico debido a su alta tensión energética, la cual, cuando el inconsciente está cargado, puede relampaguear y liberar fácilmente el contenido inconsciente.

La vida civilizada actual demanda un funcionamiento consciente concentrado y dirigido, acarreando el riego de una disociación considerable con respecto al inconsciente. Cuanto más capaces seamos de trasladarnos desde el inconsciente al consciente a través del funcionamiento dirigido, más rápido sucederá que una poderosa contraposición pueda erigirse dentro del inconsciente, y cuando estalle puede tener desagradables consecuencias.

El análisis nos ha dado una profunda comprensión de la importancia de las influencias del inconsciente, y hemos aprendido tanto de esto en nuestra vida práctica como para estimar imprudente esperar una eliminación o suspensión del inconsciente luego del así llamado término del tratamiento. Muchos pacientes, reconociendo vagamente este estado de cosas, presentan grandes dificultades para decidir poner término al análisis, aunque ambos ellos y el analista – tengan el sentimiento de una tediosa dependencia. A menudo ellos temen que esté en riesgo la permanencia sobre sus propios pies, porque saben por experiencia que el inconsciente puede intervenir una y otra vez en sus vidas alterándolas de una forma aparentemente impredecible.

En los inicios del psicoanálisis se asumía que los pacientes estaban listos para retornar a su vida normal tan pronto como hubieran adquirido suficiente auto conocimiento práctico para comprender sus propios sueños. Sin embargo, la experiencia ha mostrado que incluso los analistas profesionales, de los que podría esperarse una maestría en el arte de la interpretación de sueños, a menudo capitulan ante sus propios sueños y deben llamar en auxilio a algún colega. Si aún el que presume ser un experto en el método prueba ser incapaz para interpretar sus propios sueños en forma satisfactoria, cuánto menos se puede esperar del paciente. La esperanza de Freud de que el inconsciente pudiera quedar exhausto no ha sido satisfecha. Las ensoñaciones y las intrusiones desde el inconsciente continúan -mutatis mutandis- sin impedimento.

Existe un prejuicio vastamente extendido de que el análisis es algo así como una “cura”, a la cual uno se somete por un tiempo al término del cual es dado de alta, sanado. Este es un error del lego desde los primeros tiempos del psicoanálisis. El tratamiento analítico podría ser descrito como una readaptación de las actitudes psicológicas, alcanzada con la ayuda del médico. Naturalmente estas recientes actitudes ganadas por el paciente, mejor adaptadas a las condiciones internas y externas, pueden durar un tiempo considerable, pero hay muy pocos casos en los que una simple “cura” tiene un éxito permanente. Es verdad que el optimismo médico nunca se ha privado de la publicidad y siempre ha procurado informar curas definitivas. Sin embargo, no tenemos que dejarnos embaucar por aquellas actitudes demasiado humanas de los clínicos, sino más bien aceptar que se siguen produciendo situaciones problemáticas. No es necesario ser pesimistas; hemos visto demasiados resultados excelentes logrados con un poco de suerte y trabajo honesto. Pero esto no quita que reconozcamos que el análisis no es una “cura-paratodo-para-siempre”; no es más que, en principio, una más o menos completa readaptación. No hay cambio que sea incondicionalmente válido por un largo período de tiempo. La vida siempre tiene que ser emprendida de nuevo. Por supuesto, existen actitudes colectivas extremadamente durables que permiten la solución de los conflictos más típicos. Una actitud colectiva capacita al individuo para calzar dentro de la sociedad sin fricción, porque ella actúa sobre él como cualquier otra condición vital. Pero las dificultades de los pacientes consisten precisamente en el hecho de que su problema individual no puede ajustarse sin fricción dentro de una norma colectiva; requiere la solución de un conflicto individual si el conjunto de su personalidad tiene que permanecer viable. Ninguna solución racional puede ajustarse a esta tarea, y definitivamente no existe una norma colectiva que pueda reemplazar una solución individual sin alguna pérdida.

La nueva actitud obtenida en el curso del análisis tiende, más pronto o más tarde, a ser inadecuada en algún sentido o en otro, y por eso necesariamente, y debido al flujo constante de la vida, una y otra vez requiere de nuevas adaptaciones. La adaptación nunca es lograda de una vez y para siempre. Ciertamente uno podría exigir del análisis que debiera capacitar al paciente para obtener nuevas orientaciones en su vida ulterior, y además, sin demasiadas dificultades. Y la experiencia muestra que esto es verdad hasta cierto punto. A menudo encontramos que pacientes que han realizado un completo análisis tienen dificultades considerablemente menores ante nuevos ajustes posteriores. No obstante, esas dificultades resultan ser frecuentes y pueden a veces ser realmente molestas. Esta es la razón por la que aún los pacientes que han tenido un análisis exitoso a menudo vuelven con su antiguo analista por ayuda en algún período posterior. A la luz de la práctica médica en general no hay nada muy inusual en ello, pero ciertamente contradice cierto entusiasmo fuera de lugar tanto desde el lado del terapeuta como desde el punto de vista de que el análisis constituye una única cura. En última instancia es altamente improbable que pueda haber alguna vez una terapia que se deshaga de todas las dificultades. El hombre necesita dificultades; son necesarias para la salud. Lo que a nosotros concierne aquí es sólo una excesiva cantidad de ellas.

La pregunta básica para el terapeuta no es cómo deshacerse de las dificultades momentáneas, sino cómo las dificultades futuras pueden ser enfrentadas exitosamente. La pregunta es: ¿Qué tipo de actitud moral y mental es necesario tener hacia las influencias perturbadoras del inconsciente, y cómo puede ser ella transferida al paciente?

La respuesta obviamente consiste en hacer desaparecer la separación entre consciente e inconsciente. Esto no puede ser hecho por la condena unilateral de los contenidos del inconsciente, sino más bien por el reconocimiento de lo que significa en la compensación de la unilateralidad de la consciencia y tomando en cuenta esta significación. Las tendencias del consciente y del inconsciente son los dos factores que juntas integran la función trascendente. Es llamada trascendente debido a que permite que la transición desde una hacia la otra actitud sea orgánicamente posible, sin pérdida para el inconsciente. El método constructivo o sintético de tratamiento presupone percepciones internas que estén al menos potencialmente presentes en el paciente y que por tanto puedan volverse conscientes. Si el analista no sabe nada de esas potencialidades no puede tampoco ayudar al paciente a desarrollarlas, excepto que tanto el analista como el paciente se consagren juntos al estudio científico idóneo para este problema, lo que como norma resulta impensable.

En la práctica real, por lo tanto, el analista adecuadamente entrenado mediatiza la función trascendente para el paciente, es decir, le ayuda a religar consciente e inconsciente para alcanzar una nueva actitud. En esta función del analista yace uno de los muchos significados de la transferencia. El paciente se aferra por medio de la transferencia a la persona que parece prometer una renovación de su actitud; a través suyo busca el cambio, que le resulta vital, aun cuando él no sea consciente de estar haciéndolo. Para el paciente, por tanto, el analista posee el carácter de una figura indispensable y absolutamente necesaria para su vida. Por más infantil que esta dependencia pueda parecer, expresa una demanda extremadamente importante que, si se siente defraudada, a menudo se torna en una amarga aversión al analista. Por lo tanto, es importante saber a qué es lo que apunta esta demanda oculta en la transferencia; existe la tendencia a entender esto sólo en su sentido reductivo, como una fantasía erótica infantil. Pero esto significaría considerar esta fantasía, la cual usualmente se refiere a los padres, literalmente, como si el paciente, o más bien su inconsciente, aún tuviera las expectativas infantiles que alguna vez tuviera hacia sus padres. Aparentemente todavía es la misma expectativa del niño hacia ayuda y protección de los padres, pero entre tanto el niño ha devenido adulto, y lo que era normal para un niño es impropio para un adulto. Esto entonces se ha convertido en la expresión metafórica de la necesidad no percibida conscientemente de ayuda en una crisis. Históricamente es correcto explicar el carácter erótico de la transferencia en términos del eros infantil. Pero en esta forma el significado y propósito de la transferencia no está siendo entendido, y su interpretación como una fantasía sexual infantil conduce lejos del problema real. La comprensión de la transferencia debe ser buscada no en sus antecedentes históricos sino en su propósito. La explicación unilateral, reductiva, resulta finalmente insensata, en especial cuando absolutamente nada nuevo surge de ella excepto la resistencia incrementada del paciente. El sentido de tedio que entonces aparece en el análisis es simplemente una expresión de la monotonía y pobreza de ideas, no del inconsciente – como a veces se supone – sino del analista, que no entiende que dichas fantasías no deberían ser sólo consideradas en un sentido concreto-reductivo, sino más bien en uno constructivo. Desde esta perspectiva constructiva, muchas veces cambia de repente la situación de bloqueo.

El tratamiento constructivo del inconsciente, esto es, el asunto del significado y propósito, pavimenta el camino para la introducción del paciente dentro del proceso que denomino la función trascendente.

Puede ser conveniente, en este punto, decir unas pocas palabras acerca de la objeción frecuentemente escuchada de que el método constructivo es simplemente sugestión. El método está basado, más bien, en la evaluación del símbolo (ya sea imagen onírica o fantasía) no en forma semiótica, como un signo de procesos rudimentarios instintivos, sino simbólicamente en su verdadero sentido, empleando la palabra símbolo como significando la mejor expresión posible para un hecho complejo aún no claramente aprehendido por la consciencia. A través del análisis reductivo de esta expresión no se obtiene sino una visión más clara de los elementos que originalmente la componen, y aunque no negaría que la comprensión incrementada de estos elementos pueda tener sus ventajas, pasa por alto, no obstante, el interrogante del propósito involucrado. La disolución del símbolo en esta etapa del análisis es por tanto un error. Al comienzo, sin embargo, el método de develar los significados de los complejos significados sugeridos por el símbolo es el mismo que en el análisis reductivo. El paciente aporta asociaciones que, normalmente, son suficientemente abundantes como para ser utilizadas en el método sintético. Nuevamente aquí ellas deben ser evaluadas no en forma semiótica sino simbólica. Lo que debemos preguntar es: ¿A qué significado señalan las asociaciones individuales A, B, C, cuando se consideran junto con la manifestación de los contenidos oníricos?

Una paciente femenina soltera soñaba que alguien le regalaba una maravillosa espada antigua, ricamente ornamentada, desenterrada de un túmulo.

Ocurrencias de la paciente

La daga de su padre, quien una vez la había hecho centellear al sol frente a ella, lo que le hizo una fuerte impresión. Su padre era en todos sentidos un hombre enérgico, bastante inflexible, de temperamento impetuoso, y aventurero en lances amorosos. Una espada de bronce Celta: la paciente está orgullosa de sus ancestros celtas. Los celtas abundan en temperamento, impetuosidad, pasión. La ornamentación tiene un aspecto misterioso de tradiciones antiguas, runas, signos de sabiduría antigua, de civilizaciones arcaicas, herencia de la humanidad, traídas nuevamente a la luz desde el sepulcro.

 Interpretación Analítica:

La paciente tiene un marcado complejo paterno y una rica trama de fantasías sexuales respecto al padre, a quien perdió tempranamente. Ella siempre se ha puesto en el lugar de su madre, aunque con fuertes resistencias hacia el padre. Nunca ha sido capaz de aceptar a un hombre como su padre y por lo tanto ha escogido sin convicción a hombres neuróticos contra su deseo. También aparece en el análisis una violenta resistencia hacia el médico-padre. El sueño desentierra su deseo por el arma de su padre. El resto es claro. En teoría, esto indicaría inmediatamente una fantasía fálica.

Interpretación Constructiva:

Es como si la paciente necesitara la tal arma. Su padre tenía el arma. Él estaba pleno de energía y vivía de conformidad a ello, y también se hacía cargo de las dificultades inherentes a su temperamento. Por tanto, aunque viviendo una existencia apasionada y excitante, él no era un neurótico. Esta arma es una herencia muy antigua de la humanidad que yace enterrada en la paciente y que fue llevada a la luz a través de una excavación (análisis). El arma se relaciona con la visión interna, con la sabiduría. Es un medio de ataque y de defensa. El arma de su padre era una voluntad apasionada e indeclinable, con la cual él se abrió camino a través de la vida. Hasta el momento la paciente ha sido lo opuesto en cada uno de estos asuntos. Ella está en el momento preciso de darse cuenta de que una persona puede anhelar algo y necesitar no solamente ser llevada, como había siempre creído. La voluntad basada en un conocimiento de la vida y en la percepción interior es una herencia arcaica de la raza humana, que también está en ella, pero hasta ahora yace enterrada, por lo que, en relación a esto, también ella es la hija de su padre. Pero no lo había apreciado hasta ahora, debido a su carácter perpetuamente quejumbroso, mimado, de niña malcriada. Ella era extremadamente pasiva y completamente entregada a fantasías sexuales.

En este caso no hay ninguna necesidad de alguna analogía suplementaria por parte del analista. Las asociaciones de la paciente proveyeron todo lo que era necesario. Podría ser objetado que este tratamiento del sueño implica sugestión. Pero esto ignora el hecho de que una sugestión nunca es aceptada sin una disposición interna a ella. O si luego de una gran insistencia es aceptada, es inmediatamente perdida otra vez. Una sugestión que es aceptada durante un tiempo siempre presupone una marcada inclinación psicológica que es solamente puesta en juego por la así llamada sugestión. Esta objeción es por tanto insensata y de ningún modo corresponde atribuir a la sugestión un poder mágico, o de otra manera la terapia de sugestión tendría un enorme efecto y podría hacer que los procedimientos analíticos fueran superfluos. Pero está lejos de ser el caso. Además, el cargo de sugestión no toma en cuenta el hecho de que las propias asociaciones de la paciente indican el significado cultural de la espada.

Luego de esta digresión, retornemos al asunto de la función trascendente. Hemos visto que a lo largo del tratamiento la función trascendente es, en un sentido, un producto artificial debido a que es ampliamente sostenida por el analista. Pero si el paciente va a pararse sobre sus propios pies no debe depender permanentemente de ayuda exterior. La interpretación de los sueños sería un método ideal para sintetizar los datos del consciente y el inconsciente, pero en la práctica las dificultades para analizar los propios sueños son demasiado grandes.

Ahora debemos aclarar lo que se requiere para producir la función trascendente. Veremos que durante el tratamiento la función trascendente parece, por así decir, artificialmente provocada, puesto que está muy respaldada por la ayuda del médico. Sin embargo, si el paciente llegara a valerse por sí mismo, con el tiempo podría prescindir de la ayuda externa. Lo ideal sería que fuera capaz de interpretar sus sueños, pues son el instrumento ideal para hacer una síntesis de los datos inconscientes y conscientes; pero la dificultad práctica de analizar uno mismo sus propios sueños es demasiado grande.

Para utilizar la función trascendente necesitamos los datos del inconsciente. La expresión más fácilmente accesible de los procesos del inconsciente está indudablemente en los sueños. El sueño es, por así decir, un producto puro del inconsciente. Las alteraciones que el sueño experimenta en el proceso de alcanzar la consciencia, aunque irrefutables, pueden ser consideradas irrelevantes, ya que ellas también derivan desde el inconsciente y no son distorsiones intencionales. Las posibles modificaciones de la imagen onírica original derivan de un estrato más superficial del inconsciente y por tanto también contienen material valioso. Ellas son por demás productos de la fantasía que siguen el rumbo general del sueño. Lo mismo es aplicable a las imágenes e ideas subsecuentes que con frecuencia aparecen durante el adormecimiento o que “surgen espontáneamente” al despertar. Ya que el sueño se origina en el dormir, lleva consigo todas las características de un abaissement du niveau mental (Janet), es decir, de una baja tensión de energía: discontinuidad lógica, carácter fragmentario, formaciones por analogía, asociaciones superficiales con lo verbal, sonidos o tintineos, condensaciones, expresiones irracionales, confusión, etc. Con un aumento en la tensión de energía, los sueños adquieren un carácter más ordenado; llegan a ser de contenido dramático y revelan claras conexiones de sentido, con lo que se incrementa el valor de las asociaciones.

Ya que la tensión de la energía durante el sueño es por lo general muy baja, los sueños, comparados con el material consciente, son expresiones inferiores de contenidos inconscientes muy difíciles de entender desde un punto de vista constructivo, aunque por lo general son más fáciles de entender en forma reductiva. En general, los sueños son inapropiados o difíciles de ser utilizados para el desarrollo de la función trascendente, debido a que resultan demasiado exigentes para la persona.

Debemos por tanto buscar otras fuentes para el material inconsciente. Existen, por ejemplo, interferencias inconscientes en el estado de vigilia: ideas ajenas al tema, deslices, embrollos y lapsus de memoria, acciones sintomáticas, etc. Este material es por lo general más útil para el método reductivo que para el constructivo; es demasiado fragmentario y carece de continuidad, lo que es indispensable para una síntesis significativa.

Otra fuente son las fantasías espontáneas. Por lo general ellas tienen un carácter más estructurado y coherente y a menudo contienen material obviamente significativo. Algunos pacientes son capaces de producir fantasías en cualquier momento, permitiéndoles que surjan libremente tan sólo por la eliminación de la atención crítica. Tales fantasías pueden ser utilizadas, aunque este talento particular no es demasiado común. La capacidad de producir fantasías libres puede, sin embargo, ser desarrollada a través de la práctica. El entrenamiento consiste antes que nada en ejercicios sistemáticos para la eliminación de la atención crítica, produciendo así un vacuum en la consciencia. Esto incita la emergencia de cualquier fantasía que esté disponible. Por supuesto, un prerrequisito es que haya fantasías con una elevada carga de libido realmente disponibles. Lo que naturalmente no es siempre el caso. Cuando no es así, se requiere de medidas especiales.

Antes de entrar en esa discusión, tengo que admitir un incómodo sentimiento que me dice que el lector puede estar preguntándose, dubitativamente, ¿Cuál es realmente la importancia de todo esto?, ¿Y por qué es tan absolutamente necesario extraer contenidos inconscientes?, ¿No es suficiente si de tanto en tanto ellos surgen por su propia decisión haciéndose sentir desagradablemente?, ¿Tiene uno por fuerza que rastrear el inconsciente hacia la superficie a la fuerza? Por el contrario, ¿No debería ser el trabajo de los analistas el vaciar el inconsciente de fantasías y de esta forma volverlo ineficaz?

Podría ser positivo considerar estos recelos con cierto mayor detalle, ya que los métodos para traer el inconsciente a la consciencia pueden chocar al lector por ser nuevos, inusuales, y quizás incluso como algo extraño. Por tanto, primero debemos discutir estas objeciones naturales, de modo que no nos detengan cuando empecemos a demostrar los métodos en cuestión.

Como hemos visto, necesitamos los contenidos inconscientes para complementar la actitud consciente. Si la actitud consciente fuera sólo en un grado mínimo dirigida, el inconsciente podría fluir completamente por sí mismo. Esto es lo que de hecho ocurre con todas aquellas personas que tienen un nivel bajo de tensión consciente, como por ejemplo en los primitivos. Entre ellos, ninguna medida especial se requiere para alcanzar el inconsciente. Realmente, en ninguna parte se requiere de medidas especiales para esto, porque aquellas personas que menos se dan cuenta de su lado inconsciente son las más influenciadas por él. Pero son inconscientes de lo que está sucediendo. La participación secreta del inconsciente está presente en todas partes sin necesidad de nuestra indagación, pero como permanece inconsciente realmente nunca sabemos qué está sucediendo o qué esperar. Lo que estamos buscando es una forma de hacer conscientes esos contenidos que van a influenciar nuestras acciones, de tal modo que la secreta interferencia del inconsciente y sus desagradables consecuencias puedan ser evitadas.

El lector sin duda preguntará: ¿Por qué el inconsciente no puede ser dejado a sus propios recursos? Aquellos que aún no hayan tenido algunas pocas malas experiencias a este respecto naturalmente no verán razón alguna para controlar el inconsciente. Pero cualquiera con suficientes malas experiencias le dará una ávida bienvenida a la mera posibilidad de hacerlo. La dirección es absolutamente necesaria para el proceso consciente, pero como hemos visto, impone una inevitable unilateralidad. Dado que la psique es un sistema que se autorregula, tal como lo es el cuerpo, el contraefecto regulador siempre se desarrollará en el inconsciente. Si no fuera por la dirección de la función consciente, las influencias contrarias del inconsciente funcionarían sin obstáculo alguno. Es justamente esta dirección la que las excluye. Esto, por supuesto, no inhibe los contraefectos, que siguen adelante a pesar de todo. Su influencia reguladora, sin embargo, es eliminada por la atención crítica y la voluntad dirigida, porque los contraefectos como tales parecen ser incompatibles con la dirección consciente. En este sentido la psique del hombre civilizado no es un sistema autorregulado, sino que debiera más bien ser comparado con una máquina cuya regulación de velocidad fuera tan insensible que pudiera continuar funcionando hasta el grado de la autodestrucción, mientras que por otra parte es objeto de las manipulaciones arbitrarias de una voluntad unilateral.

Es una particularidad del funcionamiento psíquico que cuando los contraefectos del inconsciente son suprimidos, éste pierde su influencia reguladora. Entonces comienza a haber un efecto de aceleración e intensificación del proceso consciente. Es como si, aunque el contraefecto haya perdido su influencia reguladora y. por lo tanto, su energía, surge una situación en la que no sólo no hay contraefectos inhibitorios, sino en la cual esas energías parecen sumarse a las de la dirección consciente. Para empezar, esto facilita naturalmente la ejecución de las intenciones conscientes, pero debido a que ellas no son detectadas, pueden mantenerse fácilmente en perjuicio de la persona. Por ejemplo, cuando alguien hace una aseveración más bien disparatada y suprime el contraefecto, esto es, una duda oportuna, insistirá en ella de todas maneras, para su propio detrimento.

La facilidad con la que el contraefecto puede ser eliminado es proporcional al grado de disociación de la psique y conduce a una pérdida del instinto. Esto es característico de – tanto como necesario para – el hombre civilizado, ya que los instintos en su potencia original pueden hacer la adaptación social casi imposible. No se trata de una atrofia real del instinto sino sólo, en la mayoría de los casos, un resultado relativamente estable producto de la educación, que nunca habría cortado sus profundas raíces si no sirviera a los intereses del individuo.

Además de los casos registrados a diario en la práctica, un buen ejemplo de la supresión de la regulación del inconsciente puede ser encontrada en el Zarathustra de Nietzsche. El descubrimiento de un hombre superior, y también del hombre más feo, expresa la influencia reguladora, para el hombre superior que quiere derrumbar a Zarathustra a la esfera colectiva de la humanidad promedio como siempre ha sido, mientras que el hombre más feo es en realidad la personificación del contraefecto. Pero el león rugiente de la convicción moral de Zarathustra fuerza a todas estas influencias, sobre todo el sentimiento de lástima, otra vez dentro de la caverna del inconsciente. Así la influencia reguladora es suprimida, mas no la secreta contra reacción del inconsciente, la que desde ahora empieza a ser claramente observable en los escritos de Nietzsche. Primero él busca a su adversario en Wagner, de quien no puede perdonar su Parsifal, pero pronto todo su furor se vuelve contra la Cristiandad y en particular contra San Pablo, quien en cierto modo sufrió un destino similar al de Nietzsche. Como es bien sabido, la psicosis de Nietzsche produjo primero una identificación con el “Crucificado”, y luego con el Dionisio desmembrado. Con esta catástrofe el contraefecto finalmente se abrió camino hasta la superficie.

Otro ejemplo es el caso clásico de megalomanía preservada para nosotros en el capítulo cuarto del Libro de Daniel. Nabucodonosor, en la cumbre de su poder tuvo un sueño que predijo un desastre si él no se humillaba. Daniel interpretó el sueño muy expertamente, pero sin ser escuchado. Los siguientes eventos mostraron que su interpretación fue correcta; porque Nabucodonosor, después de haber suprimido la influencia reguladora del inconsciente, cayó víctima de una psicosis que contenía la verdadera contra- reacción de la que había buscado escapar: él, señor de la tierra, era degradado al nivel de un animal.

Un conocido mío me contó una vez un sueño en el cual él caminaba hacia el espacio desde la cima de una montaña. Le expliqué algo de la influencia del inconsciente y lo previne contra las expediciones montañosas arriesgadas, por las cuales él tenía una pasión especial. Pero él se rió de tales ideas. Pocos meses más tarde, mientras escalaba una montaña, realmente cayó al espacio y murió.

 Cualquiera que haya visto suceder este tipo de cosas una y otra vez en todo su imaginable matiz de dramática intensidad está llamado a reflexionar. Se puede dar cuenta de cuán fácil es pasar por alto las influencias reguladoras, y que se debería intentar el poner atención a estas influencias del inconsciente, que son tan necesarias para nuestra salud mental y física. De acuerdo con esto, tratará de ayudarse a sí mismo practicando la autoobservación y la autocrítica. Pero la sola autoobservación y auto análisis intelectual son completamente inadecuados como medios para establecer contacto con el inconsciente. Aunque ningún ser humano puede ser privado de las malas experiencias, todos evitan arriesgarse a ellas, especialmente si perciben formas en las cuales ellas podrían ser evitadas. El conocimiento de las influencias reguladoras del inconsciente ofrece tal posibilidad y realmente puede hacer innecesarias muchas de las malas experiencias. Podemos evitar una gran cantidad de rodeos que no se distinguen por su particular atracción sino sólo por sus agotadores conflictos. Ya es suficientemente malo hacer rodeos y cometer dolorosos errores en un territorio desconocido e inexplorado, pero estar perdido en extensas carreteras de un país habitado es meramente exasperante. ¿Cuáles son entonces los medios a nuestra disposición para obtener conocimiento acerca de los factores reguladores?

Si no existe la capacidad para producir fantasías libremente, tenemos que recurrir a ayuda artificial. La razón para invocar tal ayuda es por lo general un estado deprimido o perturbado de la mente para el cual no se puede encontrar ninguna causa adecuada. Naturalmente el paciente puede dar cualquier número de justificaciones racionales: el mal tiempo sería suficiente como razón. Pero ninguna de ellas es realmente satisfactoria como explicación, porque una explicación causal de estos estados es por lo general satisfactoria sólo mirada desde afuera, y hasta cierto punto. El espectador queda conforme si sus suposiciones causales son más o menos acertadas; le es suficiente saber de dónde provienen las cosas; no percibe el desafío que para el paciente encierra la depresión. Al paciente le gustaría saber que eso es todo y lograr aliviarse. En la intensidad del disturbio emocional radica su valor, la energía disponible para remediar el estado de adaptación deficiente. Nada se consigue reprimiendo este estado o desvalorizándolo racionalmente.

Por tanto, para obtener posesión de la energía que se encuentra en el lugar equivocado, tiene que hacer de este estado emocional la base o punto de partida del procedimiento. Tiene que hacerse tan consciente como pueda del ánimo en el que está, profundizando en él sin reservas y percibiendo en el proceso el papel de todas las fantasías y otras asociaciones que sobrevengan. Se debe permitir un rol lo más libre posible a las fantasías, pero no tanto como para permitir que abandonen la órbita de su objeto, o sea, la emoción, instalando una especie de reacción en cadena. de un proceso de asociación. Esta asociación libre, como la llamó Freud, conduce lejos del objeto hacia todo tipo de complejos, y nunca se puede estar seguro de que se refieran a la emoción y no sean desplazamientos que han aparecido en su lugar. Aparte de esta preocupación con el objeto surge una más o menos completa expresión del ánimo, que reproduce en cierta forma el contenido de la depresión, ya sea en forma concreta o simbólica. Ya que la depresión no fue construida por la mente consciente sino como una intrusión no bienvenida desde el inconsciente, la elaboración del ánimo es como si fuera un cuadro de los contenidos y tendencias del inconsciente que estuvieran mezcladas juntas con la depresión. Todo el procedimiento es una forma de enriquecimiento y clarificación afectiva , toda vez que el afecto y sus contenidos son traídos más próximos a la consciencia, siendo al mismo tiempo más impresionantes y más comprensibles. Este trabajo, por sí mismo, puede tener una influencia favorable y vitalizadora. Sobre todo, crea una nueva situación, ya que se ha llegado a una idea más o menos clara y articulada del confuso afecto previo, gracias a la cooperación y asistencia de la mente consciente. Este es el comienzo de la función trascendente, es decir, de la colaboración de los datos entre consciente e inconsciente.

Los disturbios emocionales también pueden ser tratados de otra forma, no a través de la clarificación intelectual sino que dándoles una forma visible. Los pacientes que tengan alguna habilidad para el dibujo o pintura pueden dar expresión a su ánimo a través de un cuadro. No es importante que el cuadro sea técnica o estéticamente satisfactorio, sino sólo que permita un despliegue libre de la fantasía, y que sea completado de la mejor forma posible. En principio este procedimiento concuerda con el primero descrito. Aquí buena parte del resultado creado es producto de la influencia tanto del consciente como del inconsciente, encarnándose la competencia del inconsciente en la luz y la del consciente en la substancia.

A menudo, sin embargo, encontramos casos en los que no hay un ánimo tangible o una depresión, sino sólo un descontento sordo o general, una sensación de resistencia a todo, una especie de aburrimiento o vago disgusto, un indefinible pero atormentador vacío. En estos casos no existe ningún punto de partida definido, primero tendría que ser creado. Aquí es necesaria una especial introversión de la libido, acaso sostenida por condiciones externas favorables como completo reposo, especialmente en la noche, cuando la libido se encuentra en cualquier caso con tendencia a la introversión. “Es de noche… ahora cantan más alto todas las fuentes. Y también mi alma es una fuente cantarina”, como dice Nietzsche *.

La atención crítica debe ser eliminada. Los tipos visuales deberían concentrarse en la expectativa de que aparezca una imagen interna. Por lo general, tal cuadro de fantasía realmente aparecerá quizás en forma hipnagógica – y debería ser cuidadosamente observado y consignado por escrito. Los tipos audio-verbales habitualmente escuchan palabras internas, quizás meros fragmentos o frases aparentemente sin sentido con las cuales comenzar, las que sin embargo deberían ser cuidadosamente anotadas también. Otros a veces oyen simplemente la voz de otro. Verdaderamente, existen no pocas personas que se dan perfecta cuenta de que poseen una suerte de crítico o juez interno que inmediatamente comenta todo lo que ellos dicen o hacen. La gente insana oye directamente esta voz como alucinaciones auditivas. Pero la gente normal también, si su vida interior está suficientemente bien desarrollada, es capaz de reproducir esta voz inaudible sin dificultad, aunque como resulta notoriamente irritante y refractaria, casi siempre es reprimida. Tales personas tienen pocas dificultades en procurarse el material inconsciente y así se establece la base de la función trascendente. 

Existen otros, en cambio, que ni ven ni oyen nada en su interior, pero cuyas manos tienen el don de dar expresión a los contenidos del inconsciente. Esta gente puede trabajar provechosamente con materiales plásticos. Aquellos que son capaces de expresar el inconsciente por medio de movimientos corporales son más bien escasos. La desventaja de que los movimientos no puedan ser fácilmente fijados en la mente puede contrarrestarse dibujándolos cuidadosamente con posterioridad de modo de que su recuerdo no

se pierda. Más rara aún, pero igualmente valiosa, es la escritura automática. También produce resultados útiles.

Ahora llegamos a la siguiente interrogante: lo que debe hacerse con el material obtenido en alguna de las formas descritas. Para esta pregunta no existe una respuesta a priori; es sólo cuando la mente consciente confronta al producto del inconsciente que sobrevendrá una reacción provisional que determine el procedimiento subsiguiente. Sólo la experiencia práctica puede darnos una clave. Hasta donde me lo permite mi experiencia, parece haber dos tendencias principales. Una es el camino de la formulación creativa, y la otra el camino de la comprensión.

Donde predomina el principio creativo, el material está continuamente variando e incrementándose hasta una cierta condensación de motivos que tiene lugar en unos símbolos más o menos estereotipados. Ellos estimulan la fantasía creativa y sirven principalmente como motivos estéticos. Esta tendencia conduce a un problema estético de la creación artística.

Donde, por otra parte, el principio de la comprensión predomina, el aspecto estético tiene relativamente escaso interés y puede incluso ser ocasionalmente sentido como un obstáculo. En cambio, hay una lucha intensa por comprender el significado del producto inconsciente.

Mientras que la formulación estética tiende a centrarse en el aspecto formal del motivo, una comprensión intuitiva a menudo intenta captar el significado desde las escasas insinuaciones que haya en el material, sin considerar aquellos elementos que podrían surgir a la luz en una formulación más cuidadosa.

Ninguna de estas tendencias puede ser aprehendida por algún esfuerzo arbitrario de la voluntad; ellas son más bien el resultado de la peculiar constitución de la personalidad individual. Ambas tienen sus peligros característicos y pueden conducir al extravío. El riesgo de la tendencia estética es la sobre valoración del valor formal o artístico de las producciones de la fantasía; la libido es desviada de la verdadera meta de la función trascendente y apartada hacia problemas puramente estéticos de expresión artística. El riesgo del deseo de comprender el significado es la sobre valoración del contenido, el que es sometido a análisis e interpretación intelectuales, de modo que el carácter esencialmente simbólico del producto se pierde. Estos caminos deben ser seguidos de modo de satisfacer aquellos requerimientos estéticos o intelectuales que predominen en el caso individual. Pero el peligro de ambas sendas es digno de considerar, ya que, luego de alcanzar un cierto punto de desarrollo psíquico, los productos del inconsciente son grandemente valorados ahora precisamente debido a que ellos fueron ilimitadamente subvalorados antes. Esta subvaloración es uno de los más grandes obstáculos en la formulación del material inconsciente. Revela los standards colectivos por los cuales cualquier individuo es juzgado: nada es considerado bueno o bello si no calza en el esquema colectivo, aunque es cierto que el arte contemporáneo está comenzando a hacer esfuerzos compensatorios a este respecto. Lo que falta no es el reconocimiento colectivo del producto individual sino su apreciación subjetiva, la comprensión de su significado y su valor para el sujeto. Esta sensación de inferioridad con respecto al propio producto por supuesto que no es la norma en todas partes. A veces encontramos el opuesto exacto: una sobre valoración ingenua y no crítica aparejada a la demanda de reconocimiento colectivo una vez que el sentimiento inicial de inferioridad ha sido superado. Recíprocamente, una sobre valoración inicial puede fácilmente tornarse en escéptica depreciación. Estos juicios erróneos se deben a la inconsciencia inicial y a la carencia de auto confianza: ya se es capaz de juzgar sólo por valores colectivos, o bien, debido a la inflación de ego, se pierde la capacidad para juzgar el conjunto.

Una tendencia parece ser el principio regulador de la otra; ambas van ligadas juntas en una relación compensatoria. La experiencia corrobora esta fórmula. Hasta donde es posible en esta etapa delinear conclusiones generales, podríamos decir que la formulación estética necesita de la comprensión del significado, y la comprensión necesita de la formulación estética. Los dos se suplementan el uno al otro para formar la función trascendente.

Los primeros pasos a lo largo de ambos senderos siguen el mismo principio: la consciencia instala su medio de expresión a disposición del contenido inconsciente. No debe hacer más que esto al comienzo, para no ejercer una influencia indebida. Al dar forma al contenido, la dirección debe ser dejada lo más posible a las ideas fortuitas y asociaciones arrojadas por el inconsciente. Resulta obvio que esto es percibido como un retroceso desde la perspectiva de la consciencia, y a menudo es sentido como doloroso. No es difícil entenderlo cuando recordamos cómo los contenidos del inconsciente por lo general se presentan a sí mismos: como elementos naturalmente demasiado débiles como para cruzar el umbral, o como elementos incompatibles que fueron reprimidos por una variedad de razones. La mayoría de ellos no son bienvenidos, son inesperados, irracionales, prescindibles, o represiones, los que en conjunto parecen incomprensibles. Sólo una pequeña parte de ellos tiene algún valor inusual, ya sea desde el punto de vista colectivo o desde el subjetivo. Pero contenidos que son colectivamente carentes de valor pueden ser extremadamente valiosos cuando son apreciados desde el punto de vista del individuo. Este hecho se expresa por sí mismo en su tono afectivo, sin importar si el sujeto lo experimenta como negativo o positivo. La sociedad también está dividida en su aceptación de ideas nuevas o desconocidas que se impongan a su emotividad. El propósito del procedimiento inicial es el descubrimiento de los contenidos sentimentalmente acentuados, pues en estos casos estamos siempre tratando con situaciones donde la unilateralidad de la consciencia se encuentra con la resistencia de la esfera instintiva.

Los dos caminos no se separan hasta que el problema estético llega a ser decisivo para el primer tipo de persona y el problema moral e intelectual para la otra. El caso ideal sería si estos dos aspectos pudieran coexistir hombro a hombro o sucederse rítmicamente el uno al otro; es decir, si fueran una alternancia de creación y comprensión. Apenas parece posible para el uno la existencia sin el otro, aunque algunas veces sucede en la práctica: lo creativo exige tomar posesión del objeto al costo de su significado, o la premura por comprender supedita la necesidad de darle una forma. Los contenidos del inconsciente quieren antes que nada ser vistos claramente, lo que sólo puede ser realizado dándoles forma, y siendo juzgados sólo cuando todo lo que tengan que decir esté tangiblemente presente. Fue por esta razón que Freud obtuvo los contenidos oníricos como fuera, para expresarlos en la forma de asociaciones libres antes de comenzar a interpretarlos. 

No basta en todos los casos elucidar sólo el contexto conceptual del contenido onírico. A menudo es necesario clarificar un contenido difuso dándole una forma visible. Esto puede ser hecho a través del dibujo, la pintura o el modelado. A menudo las manos saben cómo resolver un acertijo con el cual el intelecto ha luchado en vano. Al darle forma, se introduce uno en el sueño con mayor detalle estando despierto, y lo que era inicialmente incomprensible, como evento aislado, es integrado en la esfera de la personalidad total, aunque permanezca inicialmente inconsciente para el sujeto. La formulación estética lo deja así y aparta cualquier idea de descubrir un significado. A veces esto conduce a los pacientes a suponerse artistas incomprendidos, naturalmente. El deseo de comprensión, si se emprende con una formulación cuidadosa, comienza con la idea fortuita o asociación y por tanto carece de una base apropiada. Hay mayor probabilidad de éxito si se comienza sólo con el producto formulado. Cuanto menos el material inicial sea formado y desarrollado, mayor es el peligro de que la comprensión sea gobernada, no por los hechos empíricos, sino por consideraciones teóricas y morales. El tipo de comprensión que nos importa en esta etapa consiste en la reconstrucción del significado que parece ser inmanente en la idea fortuita original.

Es evidente que tal procedimiento puede legítimamente tener lugar sólo cuando hay suficiente motivo para ello. Igualmente, la conducción puede ser dejada al inconsciente sólo si ya contiene la voluntad de dirigir. Esto ocurre en forma natural sólo cuando la mente consciente se encuentra en una situación crítica. Una vez que se le ha dado forma al contenido inconsciente y el significado de la formulación es comprendido, surge la interrogante de cómo el ego se relacionará con esta situación. Así da comienzo la relación entre el yo y lo inconsciente. Esta es la segunda y más importante etapa del procedimiento, la conciliación de los opuestos para la producción de un tercero: la función trascendente. En esta etapa ya no es el inconsciente quien toma la conducción, sino el ego.

No definiremos al ego individual aquí, pero lo dejaremos en su realidad banal como aquel centro continuo de consciencia cuya presencia se ha hecho sentir desde la más tierna infancia. Es confrontado con un producto psíquico que debe su existencia principalmente a un proceso inconsciente y que por tanto es en algún grado opuesto al ego y sus tendencias.

Este enfoque es esencial para llegar a acuerdos con el inconsciente. La posición del ego debe ser mantenida como siendo de igual valor al de la contraposición del inconsciente, y viceversa. Esto conduce a una advertencia muy necesaria: así como la mente consciente del hombre civilizado tiene un efecto restrictivo sobre el inconsciente, así el redescubierto inconsciente a menudo tiene un verdadero efecto peligroso sobre el ego. En la misma forma en la que el ego reprimió antes al inconsciente, un inconsciente liberado puede empujar al ego a un lado y abrumarlo. Existe el riesgo del ego perdiendo su cabeza, por así decir, el que no será capaz de defenderse contra la presión de los factores afectivos: una situación a menudo encontrada en el inicio de la esquizofrenia. Este peligro no existiría, o no sería tan agudo, si el proceso de concluir el asunto con el inconsciente pudiera despojar de alguna forma a las pulsiones de su dinamismo. Y esto es lo que de hecho sucede cuando la posición contraria es estetizada o intelectualizada. Pero la confrontación con el inconsciente tiene que ser multilateral, pues la función trascendente no es un proceso parcial que evoluciona siguiendo un curso condicionado; es un acontecimiento total e integral en el cual todos los aspectos están, o debieran estar, incluidos. Ellos deben, por tanto, ser desplegados en la amplitud de su vigor. La aproximación estética o intelectual son excelentes medios de defensa contra las pulsiones peligrosas, pero ellas debieran ser usadas sólo cuando hay una amenaza vital, y no con el propósito de evitar una tarea necesaria.

Gracias a la visión fundamental de Freud, sabemos que los factores emocionales deben ser plenamente considerados en el tratamiento de la neurosis. La personalidad como un todo debe ser seriamente tomada en cuenta, y esto se aplica a ambas partes, tanto al paciente como al analista. Cuánto pueda este último esconderse tras el escudo de la teoría sigue siendo un asunto delicado, como para dejarlo a su discreción. En todo caso, el tratamiento de la neurosis no es un tipo de cura de aguas termales psicológica, sino una renovación de la personalidad, actuando en cada dirección y penetrando en cada esfera de la vida. Llegar a acuerdos con la otra parte es un asunto serio que puede ser determinante en el tratamiento. El considerar al otro lado seriamente es un prerrequisito esencial del proceso, ya que sólo en esta forma es posible que los factores reguladores ejerzan influencia en nuestras acciones. Tomarlo en serio no significa tomarlo literalmente, sino que otorgarle crédito al inconsciente, de modo de darle una oportunidad de cooperar con la consciencia en vez de disturbarla automáticamente.

Así, al concordar con el inconsciente, no sólo está justificada la perspectiva del ego, sino que al inconsciente debe concedérsele la misma autoridad. El ego toma la conducción, pero también se le debe permitir al inconsciente que diga lo suyo audiatur et altera pars.

La manera en la que esto pueda hacerse es mejor mostrada en aquellos casos en los cuales la voz del otro es oída más o menos distintamente. Para estas personas es técnicamente muy simple registrar la otra voz al escribir y al responder sus declaraciones desde el punto de vista del ego. Es exactamente como si un diálogo tuviera lugar entre dos seres humanos con iguales derechos, en el cual cada uno de ellos diera crédito a la validez de los argumentos del otro y considerara su valor, y que para modificar los puntos de vista conflictivos utilizara una cabal comparación y discusión para distinguir claramente los del uno y los del otro. Como la manera de llegar a acuerdos raramente permanece abierta, en la mayoría de los casos se deberá soportar un prolongado conflicto, que demandará sacrificios de ambas partes. Tal reconciliación también podría tener lugar entre el paciente y el analista, y allí el rol de abogado del diablo fácilmente caería en este último. 

La actualidad muestra con aterradora claridad cuán poco capaz es la gente de tomar en cuenta el argumento de otra persona, aunque esta capacidad sea una condición fundamental e indispensable para cualquier comunidad humana. Todos quienes se proponen llegar a acuerdos con ellos mismos tienen que contar con este problema básico. Pero al no admitir la validez de la otra persona, se niega al otro dentro de sí mismo su derecho a existir, y viceversa. La capacidad para el diálogo interno es una piedra de tope para la objetividad exterior.

Tan simple como puede ser el proceso de llevarlo a palabras en el caso del diálogo interno, resulta indudablemente más complicado en otros casos donde sólo los productos visuales están disponibles, hablando un lenguaje que es suficientemente elocuente para que se lo entienda, pero el cual se asemeja a un lenguaje de sordomudos para quien no lo habla. Enfrentado a estos productos, el ego tiene que tomar la iniciativa y preguntar: ¿Cómo soy yo afectado por estos signos? Esta cuestión Fáustica puede hacer surgir una respuesta iluminadora. Mientras más directa y natural sea la respuesta, más valiosa será, ya que la dirección y naturalidad garantizan una reacción más o menos total. No es absolutamente necesario para el proceso de confrontación en sí mismo el llegar a ser consciente de cada detalle. Muy a menudo una reacción total no tiene a su disposición supuestos teóricos, visiones y conceptos que pudieran hacer posible una más clara aprehensión. En tales casos se debe uno conformar con las sensaciones mudas pero sugerentes que aparecen en su lugar y son más valiosas que una inteligente charla.

El ir y venir de argumentos y afectos representa la función trascendente de los opuestos. La confrontación de las dos posiciones genera una tensión cargada de energía y crea una tercera cosa viva, no el parto de una lógica muerta concordante con el principio tertium non datur,sino un movimiento más allá de la suspensión entre opuestos, un nacimiento vital que conduce a un nuevo nivel de ser, a una nueva situación. La función trascendente se manifiesta como una cualidad de la conjunción de opuestos. Hasta donde éstos sean mantenidos aparte naturalmente con el propósito de evitar el conflicto – ellos no funcionan y permanecen inertes.

En toda forma que los opuestos aparezcan en el individuo, en el fondo siempre se trata de pérdida de consciencia y de apego obstinado a la unilateralidad, confrontado con la imagen de una totalidad instintiva y libre. Esto presenta un cuadro del hombre antropoide y arcaico con, por un lado, su supuestamente ilimitado mundo instintivo, y por el otro, su a menudo incomprendido mundo de ideas espirituales, el cual, compensando y corrigiendo nuestra unilateralidad, emerge desde la oscuridad y nos muestra cómo y dónde nos hemos desviado del patrón básico y llegado a ser unos tullidos psicológicos.

Me tengo que conformar aquí con una descripción de las formas aparentes y las posibilidades de la función trascendente. Otra tarea de gran importancia sería la descripción de sus contenidos. Ya existe una cantidad de material sobre este tema, pero aún no han sido superadas todas las dificultades respecto de la forma de exponerlo. Todavía es necesaria una cantidad de estudios preparatorios antes de establecer la fundación conceptual que podría capacitarnos para presentar una clara e inteligible cantidad de contenidos de la función trascendente. Desgraciadamente he tenido la experiencia de que no todo el público científico está en disposición de seguir un argumento puramente psicológico, ya que se lo toman en forma demasiado personal o son negativamente influenciados por prejuicios filosóficos o intelectuales. Esto hace bastante difícil cualquier apreciación del significado de los factores psicológicos. Si la gente se lo toma en forma personal, sus juicios son siempre subjetivos y declaran como imposible todo aquello que parece no aplicarse a ellos, o lo que prefieren no reconocer. Son incapaces de darse cuenta de que lo que es válido para ellos puede no serlo en absoluto para otra persona con una psicología diferente. Aún estamos muy lejos de poseer un esquema general válido de explicación para todos los casos.

Uno de los mayores obstáculos para la comprensión psicológica es el deseo inquisitivo de saber si el factor psicológico aludido es verdadero o correcto. Si su descripción no es errónea o falsa, entonces el factor es válido en sí mismo y prueba su validez por su mera existencia. Uno podría del mismo modo preguntar si el ornitorrinco pico de pato es un invento verdadero o correcto de la voluntad del Creador. Igualmente pueril es el prejuicio contra el rol que juegan los supuestos mitológicos en la vida de la psique. Ya que ellos no son verdaderos, se arguye, no tienen lugar en una explicación científica. Pero lo mitológico existe, aun cuando sus planteamientos no coincidan con nuestra inconmensurable idea de verdad.

Como el proceso de la relación con el opuesto tiene un carácter global, nada es excluido. Todo toma parte en la discusión, aun cuando sólo fragmentos de ello alcancen la consciencia. La consciencia es continuamente ampliada a través de la confrontación con contenidos previamente inconscientes, o para ser más precisos – podría ser ampliada si nos diéramos el trabajo de integrarlos. Naturalmente, este no es siempre el caso. Aun cuando hubiera suficiente inteligencia o comprensión del procedimiento, puede haber todavía una falta de valor y auto confianza, o uno es demasiado flojo, mental o moralmente, o demasiado cobarde para hacer el esfuerzo. Pero donde la premisa necesaria existe, la función trascendente no sólo es un valioso aporte al tratamiento psicoterapéutico, sino que otorga al paciente la inestimable ventaja de suplir al analista con sus propios recursos, y de romper una dependencia que a menudo es experimentada como humillante. Es la forma de alcanzar la liberación a través de los propios esfuerzos y de encontrar el coraje para ser uno mismo.”

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*Nietzsche, Thus Spake Zarathustra, XXXI. 

La primera imagen corresponde a la famosa piedra cúbica que Jung talló junto a su Torre en Bollingen. Mira un video en que la explica dando click aquí

Las demás corresponden a su Libro Rojo.