lunes, 7 de febrero de 2011

El desarrollo de la personalidad en su relación con los procesos educativos. Juan Alejandro Bohorquez Saavedra

Acerca del autor:

Psicólogo egresado de la Universidad de Manizales (Colombia). Actualmente adelanta el segundo año del Magister en Psicología Clínica, Mención Psicología Analítica Junguiana, en la Universidad Adolfo Ibañez de Santiago, Chile (El artículo que presentamos es el producto final de uno de los cursos).
En el texto el autor nos presenta una imagen global de los procesos de desarrollo humano, en lo que respecta a las relaciones entre el Yo y el Inconsciente y su discurrir bajo las influencias del entorno, en particular de las imágenes paternas encarnadas en padres y educadores en general.

Todos los derechos y la responsabilidad por las ideas expresadas en este artículo pertenecen al autor. Puede reproducirse citando la fuente y autoría.

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El desarrollo de la personalidad en su relación con los procesos educativos.


Entendemos aquí personalidad en el sentido de “totalidad del carácter humano” (Jung, 1991ª p. 147), dónde se tiene en cuenta, en términos del desarrollo, la totalidad psíquica del individuo con sus aspectos conscientes e inconscientes. La personalidad en este sentido es un logro en el cumplimiento de la diferenciación consciente respecto al inconsciente, siendo el Yo territorio privilegiado de dicho proceso de formación. El desarrollo de la personalidad desde esta perspectiva abarca el movimiento psíquico de llegar a ser un individuo confiriéndosele sentido de singularidad al ser. Este proceso de individuación, al que Jung hace referencia, implica en sí mismo dicha diferenciación de la consciencia respecto a lo inconsciente, por lo que el sentido de formación de la personalidad conlleva el carácter de desarrollo y transformación.

Es necesario hacer una distinción del concepto de personalidad respecto al de persona:

“Ese recorte de la psique colectiva (…) persona significa originariamente la máscara que lleva el actor y que indicaba el papel desempeñado por él (…) podemos caer en el error de tomarla in toto por algo “individual”; pero, como el nombre lo dice, no es sino una máscara de la psique colectiva, una máscara que finge individualidad, haciendo creer a los demás y a uno mismo que es individual, cuando no constituye sino un papel representado”. (Jung, 1997. p. 50)

La personalidad entendida desde este punto de vista del desarrollo, abarca la totalidad psíquica del individuo; la persona viene a ser un aspecto a través del cual la personalidad se manifiesta, asumiendo un compromiso y función de parecer del sujeto respecto a lo que socialmente se encuentra estandarizado como modelo de comportamiento o estereotipo. Lo que deviene como individuo, pasa por la persona del sujeto en el hecho necesario de un rol social, para la adaptación al grupo o comunidad; sin embargo, la verdadera individualidad contempla aspectos de los cuales el Yo, identificado con la persona, no es necesariamente consciente y que: o bien han sido olvidados, reprimidos o suprimidos en la formación de la consciencia, o no han accedido, por su naturaleza profunda, a la consciencia del sujeto.

Aquí el concepto de individuo hace referencia al Sí mismo; es decir, al “conjunto integro de todos los fenómenos psíquicos que se dan en el ser humano [y que] expresa la unidad y totalidad de la personalidad global” (Jung, 2000. p. 562). Esta totalidad psíquica comprende tres niveles comúnmente conocidos como parte estructural del dinamismo psíquico: la consciencia, lo inconsciente personal y lo inconsciente colectivo. Estos estratos de la psique, devienen como aspectos de la totalidad individual, sin que tengan un carácter delimitado o separado entre sí; más bien, convergen en una misma dinámica influyéndose recíprocamente. Es por esto que el despliegue de la personalidad se manifiesta a partir del Sí mismo y en el Sí mismo, determinando la constitución del sujeto.

“en la peculiar elección y definición de la persona hay ya algo de individual, y que, pese a la exclusiva identificación de la conciencia del yo con la persona, el sí mismo inconsciente, la autentica individualidad, está presente ahí, y, si no directamente, sí se hace indirectamente perceptible. Aunque la conciencia del yo es en primera instancia idéntica a la persona (…) el sí mismo inconsciente no puede ser reprimido hasta el punto de hacérselo imperceptible. Su influjo se manifiesta ante todo en el modo particular de los contenidos inconscientes inversos y compensatorios” (Jung, 2000. p. p 50, 51).

Si asumimos el carácter individual en el hombre, nos encontramos con que desde el nacimiento el ser humano conlleva en si este elemento o aspecto de totalidad concerniente al Sí mismo, el cual se despliega en la medida de su relación con el mundo, determinándose así la formación y destino individual del sujeto. Pero la personalidad no es algo con que se llega a este mundo en el sentido de totalidad conformada o que pueda conformarse mediante la influencia directa de la educación; es más bien:

“un germen en el niño, que sólo se desarrolla paulatinamente por y en la vida. Sin determinación, totalidad y madurez no se manifiesta ninguna personalidad. Estas tres condiciones no pueden ni deben ser propias del niño ya que defraudarían su niñez. Se convertiría en un adulto antinatural y prematuro” (Jung, 1991ª p. 151).

La singularidad que deviene como “huella” del carácter y destino individual, no es un elemento o factor a intervenir y desarrollarse mediante estrategias pedagógicas en sentido determinante; no es una decisión puesta en la crianza del niño como diseño de vida, de deber ser de tal o cual manera a partir de la intrusión del deseo adulto en la expresión propia del alma infantil, que es naturaleza en sí misma. Tal vez lo que desde esta perspectiva observamos es la confrontación del adulto en el nivel de su propia determinación, totalidad y madurez, en relación a la proyección que, de sí mismo como niño, aparece en sus propios hijos o niños y niñas del grupo o comunidad.

Antes de abordar de modo más específico este tema de la educación, valdría considerar de modo más preciso lo que estamos expresando aquí con el término singularidad, en tanto rasgo característico del destino individual. Se estima la singularidad en lo referente a potencial y desenvolvimiento de una virtud especial del sujeto. Desde los primeros años de vida ya poseemos cierto carácter o rasgo de distinción respecto a otros individuos, que con el crecimiento, maduración y desarrollo de estructuras y funciones, va mostrando un significado en forma de talento, disposición o condición característica de la personalidad. Por lo general, dicho aspecto singular no es tanto un rasgo común entre sujetos, sino más bien un valor distintivo, que hace ser a alguien único respecto a los demás. Esto no implica hablar de diferencias en el sentido humano, ya que paradójicamente soy distinto a todos los demás y similar a todos.

La manifestación de la individualidad, deviene en la formación de la personalidad, en la relación con los padres, familiares, pares y otros adultos como parte del desarrollo a lo largo de las etapas evolutivas o ciclo vital. Sin embargo, no es el desarrollo en su esencia una consecuencia de factores temporales, en donde lo pasado determina en último término lo futuro.

Lo que confiere significado a cierto rasgo particular de la personalidad, parte del modo y tipo de necesidades que se comienzan a diferenciar de lo instintivo básico en la infancia. Podemos observar ciertas habilidades, tendencias, rechazo o dificultades con que se asume un rol por ejemplo, según la edad y grado de maduración del sujeto. Ciertas disposiciones se comienzan a notar en la edad infantil, como el carisma para generar relaciones o destrezas en la realización de un atributo o habilidad académica, artística o deportiva. El grado de percepción de dichos talentos o personalidades, por parte de padres o adultos, varía según lo que convencionalmente esta dado en el momento en criterios de formación, desempeño o estilo de vida. Quien determina la expresión de la singularidad en un individuo a tan temprana edad, es el medio cultural, las instituciones y la familia fundamentalmente. La determinación se da en sentido de aparición del carácter individual del niño y lo que esto genera en el adulto o educador; más que moldear o decidir el destino “ajeno” de modo directivo, es determinante la relación que el adulto establece respecto a la individualidad infantil.

James Hillman (1996) habla de “la vocación, del sino, del carácter, de la imagen innata.” Por medio de esto sostiene que “cada persona posee un carácter único que pide ser vivido y que ya se encuentra presente antes de que pueda serlo.” (p. 18). Se plantea el valor de la imagen original, del patrón que constituye un destino que trasciende lo que cronológicamente se entendería en términos de crecimiento. El desarrollo desde esta perspectiva, más que avance o consolidación de habilidades que luego tienden al deterioro en un continuo temporal, implica fidelidad al patrón original en uno mismo, al destino individual que se conoce a sí mismo.


“Nacemos con un carácter, se trata de algo dado, un regalo, como dicen los antiguos relatos, de quienes velan nuestro nacimiento (…) Al alma de cada uno de nosotros, antes del nacimiento, se le da un daimon singular, el cual ha seleccionado una imagen o pauta para vivir en la tierra. El acompañante del alma, el daimon, nos guía en este mundo, recuerda lo que contiene nuestra imagen y lo que pertenece a nuestra pauta. En consecuencia, el daimon es el portador de nuestro destino” (Hillman, 1996. p. 19)

Aquí nos encontramos con un elemento conflictivo, en cuanto al vivir concreto el desarrollo se refiere, que implica al sujeto como individuo y al medio como colectivo; tiene que ver con hasta qué punto se considera en la educación el carácter singular y potencialmente individual del hombre en contraste a su rol social en la comunidad. Es imposible en todo caso exigir que la educación contemple siempre las necesidades individuales, y más cuando aspectos éticos respecto a la naturaleza humana están en juego. El destino de un sujeto también puede llevar en sí algún rasgo de maldad, o ser su camino tedioso y conflictivo en relación a los demás; son aquellos individuos los cuales ni la institución logra “encaminarlos” de un modo estable en pro de la adaptación y estabilidad social. Encontramos múltiples denominaciones en la psicopatología infantil por ejemplo, que van, entre otras, desde condiciones de afectación específica a nivel del sistema nervioso –autismo, retraso mental-, hasta rasgos conflictivos en el comportamiento social – déficit de atención, hiperactividad y trastorno disocial-. En lo que respecta a la juventud y edad adulta, la educación pareciera convenir aun mejor en lo que se espera del sujeto según los criterios morales tradicionales, ya que, se supone, ha adquirido cierto sentido de ajuste social y personal, por lo que los conflictos anímicos –y por ende de relación- parecieran ser parte de un ámbito diferente a la esfera social y personal en la que se procura de estabilidad. Es difícil, en la actualidad, suponer una personalidad completa y por lo tanto madura, ya que esto implicaría un muy alto grado de independencia y autonomía respecto al desenvolvimiento tanto de los aspectos luminosos como oscuros en sí mismo.

“El desarrollo de la personalidad, desde sus gérmenes hasta la total consciencia, origina, en primer término, el conciente e inevitable aislamiento del individuo de la indiferenciación e inconsciencia del rebaño. Para esta soledad no existe palabra reconfortante. De ella no se puede librar ninguna familia, ninguna sociedad y ninguna categoría, aun a pesar de la más completa adaptación y acomodación al medio ambiente. El desarrollo de la personalidad es una dicha que solo puede pagarse a alto precio. El desarrollo de la personalidad significa algo más que el mero temor a la creación anormal o al aislamiento, pero significa también fidelidad para con la ley propia” (Jung 1991ª p.p 154, 155).

Consideramos que es complejo, para el espíritu humano medio, llegar a asumir una total consciencia; esto nos llevaría a cierta fascinación y autoengaño sin tener en cuenta lo que moralmente implica tal hecho en un medio cultural tan consolidado por modelos totalitarios en sentido parcial. El conciente e inevitable aislamiento del individuo de la indiferenciación, se reconoce como aspecto crucial en la formación del sujeto y en la determinación del como asumir lo patológico en relación a su adaptación al colectivo. No es el individuo aislado de los demás, lo que en esta visión del desarrollo se plantea, ya que es el sujeto, permeable a los demás y que evoca en los otros aspectos comunes, quién se desarrolla en la alteridad.

La diferenciación, respecto al inconsciente, es un aspecto determinante en la formación de la consciencia pero no sin antes tener en cuenta el entramado complejo del que se tejen las relaciones humanas y que desde la perspectiva del desarrollo hacen referencia, primariamente, a la relación con las primeras figuras representativas en la disposición del niño para su formación. Este es un punto determinante en el trabajo terapéutico, especialmente cuando se tiene en cuenta la función que la madre y el padre desempeñan en la vida del niño en formación y las posteriores características o huellas de este estado inicial y su resolución en la edad posterior. Vemos como el avance o fijación en uno de los estados iniciales de identificación o constelación, respecto a las figuras parentales, influye en parte, de modo peculiar, nuestras motivaciones, tendencias y sentimientos. El desarrollo, desde este punto de vista, implica ciclos de identificación y desidentificación en la medida que la capacidad de decisión consciente individual se afianza con confianza, más que únicamente en sí mismo como persona, en la vida en su totalidad psíquica consciente e inconsciente con relación a sí mismo.

Teniendo en cuenta lo que implica esta polaridad, de individuo y colectividad, entraremos a especificar lo concerniente a cierta dinámica entre el sujeto y su medio, y lo que resulta de esto en algún modo patológico como parte del desarrollo y la intromisión de una educación fundada en la búsqueda y diseño de especialidades.

“Debemos ocuparnos de la infancia con una gran dedicación, a fin de descubrir los primeros atisbos del daimon en acción para comprender sus intenciones y no bloquearle el camino” (Hillman, 1996, p. 20)

Jung, basado en el descubrimiento de Freud respecto al papel de la sexualidad infantil en la naturaleza de las neurosis, refirió cierto conflicto entre la “constelación familiar y la autonomía individual”

“Si el carácter del niño tiende a modelarse sobre el de los padres, esta tendencia, naturalmente, se origina en los lazos afectivos que unen a padres e hijos, es decir, en la “psicosexualidad”, tanto de los primeros como de los segundos. Es una especie de contagio psíquico que sabemos no obedece a consideración alguna de lógica racional, sino únicamente a impulsos afectivos y a sus manifestaciones físicas. Son estos impulsos, los que con toda la fuerza del instinto gregario se apoderan del alma del niño, la petrifican y la modelan.” (Jung, 1991b, p.p 92,93)

Tenemos de esta manera dos aspectos que confluyen pasivamente en los primeros meses de vida del infante y que posteriormente devienen como oposición; estos son la autonomía individual en su vivencia instintiva y libidinal frente a la actitud de los progenitores. Es importante destacar que la actitud de los padres frente al niño se enmarca en deseos, sentimientos, anhelos y debilidades, cuyo carácter en la educación de sus hijos ha dependido de la propia experiencia como hijos.

Al referirnos en términos de predominancia de la actitud del adulto por sobre la individualidad del niño, estaríamos tocando lo concerniente a la generación de neurosis; que aquí tiene que verse, esencialmente, en la condición de formación del Ego a partir del mundo inconsciente, estableciéndose cierta lucha o disociación entre instinto individual y persona. Lo que para el individuo, desde niño, puede ser absolutamente su camino u orientación particular en la vida, no lo es necesariamente para quién interviene, inconscientemente de su actitud, en su formación, afectando el alma individual. De esta condición, crecen “personalidades” que se ven avocadas a fijaciones, fracasos y repeticiones infructuosas sin sentido aparente, promoviéndose un eterno sufrimiento en cualquier campo del desenvolvimiento personal. Hay que recordar que la personalidad, más que conjunto de rasgos, toca lo concerniente al grado de madurez y consciencia individual en un mundo sobrevalorado en lo conscientemente colectivo. Mientras exista esta polarización de supremacía colectiva, la autonomía del sujeto entrará en seria contradicción con lo que se ha establecido históricamente para todos, siendo la neurosis la común forma de expresión del carácter singular.

Tendemos a mirar el desarrollo de modo progresivo, y más aún cuando se corresponde teóricamente; se implica aquí además, lo que corresponde con la intención de la psicología convencional y la consideración de la salud mental. Es difícil admitir en nosotros mismos que debemos de sufrir o padecer aspectos o recuerdos pavorosos –si así es el caso- y que lo queramos o no, aparecen de la forma más sutilmente verídica en forma de síntoma psicológico.

Cabe tenerse en cuenta la necesidad de reconciliación con el padecimiento, participar emotivamente de la enfermedad o trastorno, con el fin de descubrir “la vos” que se encuentra en lo profundo del desconocimiento intelectual y que en lo concreto se vive más en las afectaciones de carácter corporal y relacional. Es destacada la persistencia de la enfermedad, más que como aspecto degenerativo normal de la naturaleza, como bloqueo individual de la creatividad para vivir fiel a sí mismo.

La constelación [2] infantil supone en todo caso un determinante ineludible del desarrollo individual, pero lo que trasciende esta experiencia es el potente contenido arquetípico que dicha constelación encarna, lo que existe más allá del límite subjetivo personal, conformado en lo inconsciente colectivo. Los Arquetipos fueron considerados por Jung (2002) como “tipos arcaicos -o mejor aún- primigenios, imágenes generales existentes desde tiempos inmemoriales” (p. 5). Estos contenidos del inconsciente llevan en si gran energía y su actuar puede darse de modo autónomo a las condiciones de funcionamiento de la conciencia. De esta manera, la relación entre padres e hijo, se basa en un aspecto general de connotación suprapersonal, y que en las figuras de madre y padre, cobra valor el sentido y función de humanización arquetípica que se le debe dar a dichas imágenes en la psique del niño. Ledermann (1989) expone al respecto y con relación a la imagen arquetípica de La Madre:
“Como es sabido, el bebé tiene un potencial genético para la imagen arquetípica de la gran madre. En materia de salud, ambas imágenes, la de la madre buena y su amor arcaico por ella y la de la madre [mala] devoradora y sus sentimientos asesinos hacia ella, le convierten en humanizado, modificado y mediado por la madre actual que es amada y buscada por el bebé y que, en general, satisface sus necesidades. Cuando la madre no es capaz de hacer esto por su bebé, el se encontrará en una situación desesperada de sentirse emocionalmente inundado y amenazado por las imágenes arquetípicas, sobre todo, por la [mala] madre devoradora.” p. 107.
¿Qué relación tendría todo esto con la singularidad del individuo en proceso de transformación? Se considera acá que dicha función de humanización arquetípica confluye, a partir de la relación del niño con los padres y posteriormente con otras figuras representativas, en la formación de su actitud y visión del mundo. Una buena satisfacción de necesidades no se limita únicamente a la atención de aspectos básicos relacionados con el cuerpo, sino además, comprende aspectos individuales que devienen en tendencias, capacidades y guía en la expresión de la vocación.



Consideraciones Finales

Tenemos hasta aquí, algunas reflexiones en torno al desarrollo de la personalidad, vista en el sentido de ampliación de la consciencia partiendo de cierto germen de totalidad o carácter singular. Se han considerado algunos referentes teóricos que, relacionados con la formación de la personalidad, confieren valor comprensivo a lo que sucede en las primeras experiencias de interacción del niño en el mundo objetivo y los inevitables conflictos según el campo vital y determinantes en la vida del individuo.
Valdría considerar estas reflexiones teniendo en cuenta al alma como aquel aspecto que tiñe la vida del individuo en su sentido singular, considerando hasta que punto o de qué manera dicho carácter individual permanece inalterado, sofocado o impulsado en el movimiento del desarrollo y despliegue psíquico. Hay que considerar que la realidad psíquica, que comprende estos movimientos del alma, toca lo esencialmente inconsciente y su propio orden simbólico. Consideramos que esta confrontación con lo inconsciente tiene que ver con un llamado, que en lo común de los casos y según la experiencia, se traduce en herida anímica o malestar (Jacobi, 1983). Atender a este llamado, sin suprimir la vos, nos confronta con el propio destino.

Ahora tocaremos lo relacionado más cercanamente a la educación y los modelos y apreciaciones culturales que enmarcan las tendencias, aspiraciones y motivos institucionales en la formación de los individuos en el ámbito del colectivo social.

Si bien la educación interviene como aspecto necesario en la formación del Yo, inevitablemente deja de lado un enfoque más cuidadoso de los aspectos singulares de la vida del niño y el adolescente. Es complejo, desde este punto de vista, transferir toda la responsabilidad, de dicha falta de atención, a la familia, los profesores u otras instituciones que intervienen en este proceso, y más cuando existen “puntos ciegos” que se heredan de una generación a otra y así mismo en el ámbito de las instituciones, y que no permiten dar cuenta de necesidades especiales por su carácter molesto, vergonzoso o supuestamente “inútil”. Dichos “puntos ciegos” tienen que ver con lagunas o aspectos inconscientes en la consolidación psíquica del Yo, pero que son componentes potencialmente afectivos e imprescindibles en la renovación y trasformación de la actitud individual y colectiva.

En la educación la difícil tarea recae en los adultos, educadores o dirigentes en la medida en que aún no hayan asumido sus propias debilidades, fijaciones o anhelos insatisfechos, donde al versen confundidos dichos aspectos en la fantasía e indiferenciación como individuos respecto a los demás, terminan proyectados en el alma infantil. En tal sentido se opaca o coarta la integridad individual del niño, y de esta manera el surgimiento de un Ego que asuma lo real sin ficciones, acorde al sentido o vocación en el mundo.

Surge cómo inquietud o a partir de la experiencia humana en este ámbito de la educación, lo que tiene que ver con el modo en que la singularidad humana o la personalidad desarrollada puede aportar directamente a la transformación cultural, en la medida en que se es consciente y cuidadoso del manejo de una educación u orientación a partir de las propias ficciones o conflictos. Este hecho nos convoca, más que a un ser perfectos en el modo de educar, a una discriminación de los propios límites y anhelos con relación a la realidad del otro en su totalidad. Con relación a esto Jung (1993) expresó:

“El único remedio susceptible de guarnecer al niño de un daño innecesario, lo constituye el esfuerzo de los padres tendiente no a eludir las dificultades espirituales de la vida mediante maniobras de ocultamiento ni mediante un artificioso relegamiento al inconsciente, sino, antes bien, a enfrentarlas como obstáculo a superar, adoptando la mayor honradez frente a sí mismos e iluminando con plenitud, los –precisamente- más oscuros recovecos del alma” (p. 36).

La unilateralidad de la consciencia en pro del desarrollo exterior en la base del progreso, ha sofocado sobremanera lo esencial del destino individual, confundiéndose el individuo, y gran parte de la población actual, con los roles comunes a una sociedad especifica de manera indiferenciada y por lo tanto irreflexiva. Se destaca en nuestros días, como necesidad primordial, lo que permite evitar la confrontación con el aspecto más descuidado en uno mismo, mediante la adquisición de entretenimientos u otras formas de “bienestar”; dicho aspecto, ya sea negado, ya sea vivido de forma apasionadamente arcaica, conlleva la semilla individual, la naturaleza en lo humano, que contiene un gran propósito para cada quién, aún cuando las consideraciones hechas por el hombre en su sustento de la razón sean distantes y trágicas respecto a lo esencial del alma.

Al menos, de lo poco que conocemos en detalle del sistema educativo y estilo de vida familiar en países de Latinoamérica, se desprenden algunas inquietudes: ¿Cuál es la actitud e intención con que se educa? ¿Qué modelos operativos se implican en el moldeamiento de la mente infantil? ¿Qué propósitos se encuadran en el ejercicio de orientar y dirigir, teniendo en cuenta las máximas y diarias preocupaciones de las sociedades actuales? Desde este punto de vista el desarrollo de la personalidad, en el sentido de “totalidad del carácter humano”, vendría a ser más un ideal, que no por tal, se niega como hecho real; en todo caso sería ingenuo o prematuro pretender que el planeta deba estar poblado en su totalidad de personalidades extraordinarias.



NOTAS

[1] Platón, dio una definición de dáimôn al explicar de dónde procede la “sabiduría” de su maestro Sócrates, La “sabiduría” de Sócrates parecía ser algo inducido por su Dáimôn (Platón, Banquete 202e-203b), una fuerza que se le imponía, sin que su intelecto o su voluntad pudieran hacer nada por provocarlo o evitarlo; tan sólo podía aceptarlo y dejarse guiar por él. Se trataba, en este caso, de un dáimôn que inducía a realizar “acciones elevadas”. Afirma, en el Timeo, que el dáimôn, que habita dentro de cada uno, es la facultad suprema y directiva del ánimo.

[2] La Contelación es aquí entendida como “el valor del lugar de la imagen dentro del contexto que la circunda” (Jacobi, 1976. p. 98). En este caso nos hemos referido a constelación familiar y constelación infantil, donde cobran gran valor energético las imágenes de Madre, Padre e Hijo dentro del contexto de Familia.

REFERENCIAS

Hillman, J. (1996). El Código del Alma. Barcelona: Editorial Martínez Roca.

Jacobi, J. (1976). La Psicología de Carl Gustav Jung. Madrid: Editorial Espasa-Calpe, S.A.

Jacobi, J. (1983). The Stages. En The Way of Individuation, New York: Meridian.



Jung, C.G. (1991a). Sobre La Formación de La Personalidad. En Realidad del Alma. Buenos Aires: Editorial Losada.

Jung, C.G. (1991b). Conflictos del Alma Infantil. Barcelona: Editorial Paidós.

Jung, C.G. (1993). Psicología y Educación. Buenos Aires: Editorial Paidós.

Jung, C.G. (1997). Las Relaciones Entre el Yo y el Inconsciente. Barcelona: Editorial Paidos.

Jung, C. G (2000) Tipos Psicológicos. Buenos Aires: Editorial. Sudamericana.

Jung, C.G (2002) Sobre Los Arquetipos de Lo Inconsciente Colectivo [1954] en OC Vol 9. Madrid: Trotta

Ledermann, R (1989). Narcissistic disorder and its treatment. En A. Samuels (Ed.), Psychopathology comtemporary junguian perspectivas. Londres: Karnac Books.