miércoles, 24 de septiembre de 2025

ENCUENTROS EN EL MULTIVERSO: Los viajes con psicodélicos y El Libro Rojo de Jung

 Trabajo presentado en las primeras "Jornadas de Estudios Psiquedélicos", evento organizado por el Grupo de Investigación Etnopsique, Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). 

Autor: Lisímaco Henao H.

Psicólogo U. de A.

Analista Junguiano IAAP


Siempre es un gusto regresar a la Universidad de Antioquia, los exalumnos de esta universidad tenemos, generalizando, la tendencia a la añoranza, somos bastante románticos al recordar la vida universitaria y hay un apego especial, al que preferimos llamar “sentido de pertenencia” para evitar identificarnos con alguna tendencia regresiva a la madre, a la mater, al Alma Mater (sabemos que incluso hay algunos que no logran salir nunca de la universidad, o dicho de otra manera, hay algunos que logran quedarse en este delicioso vientre por muchos, muchísimos años). 

Estas primeras imágenes del pertenecer y el regresar, me sirven  como asociaciones libres o, mejor, como amplificaciones imaginativas para uno de los estados más comunes entre los reportados durante o después de un viaje con psicodélicos. A esa experiencia suele dársele el nombre de “unidad”, la experiencia de unidad. Esta experiencia resulta tremendamente conmovedora, algunas personas no pueden más que llorar, o pierden el equilibrio frente al impresionante impacto que les genera el descubrir que en realidad “todo está conectado”, que no son una cosa individual sino una cosa-parte-de-todas-las-cosas, es decir, un todo. Esta experiencia primera puede irse desarrollando hacia la experiencia de la entrega, un deseo de darse, de proteger, de abrazar, de ser generosos con ese todo. Pero digamos que, en principio, se trata de experiencias puramente sensoriales, durante las cuales puede sentirse, también, que se pierden los límites corporales como una forma de percibir la mencionada unidad. 

Es importante anotar que estas sensaciones de unidad suelen ser acompañadas también de experiencias que evocan la propia muerte, lo cual resulta sumamente simbólico dado que la muerte aunque sea experimentada por nosotros como imagen opuesta a la vida, en realidad la completa. Se dice que si estás en unidad comprendes la vida y la muerte, aceptas la vida y la muerte, experimentas la vida y la muerte. Esto ocurre con toda vivencia de los opuestos, sabemos que es sólo en la consciencia en donde se experimenta la división y separación de los opuestos, y que es un sistema en ella al que denominamos “el Yo”, un sistema rector de la orientación en el mundo y garante de la percepción del tiempo y del espacio, quien puede llegar a excluir o negar uno de los opuestos. Y creo que podemos reconocer que nosotros hemos logrado expulsar la muerte de nuestra vida a pesar de que ella insiste, o quizás por eso es que insiste tanto. En tanto más la negamos mediante las modernas promesas de vida eterna, juventud eterna y felicidad sin fin, es decir, triunfalismo y vida interminable, ella más nos trae lo contrario, pues la psique parece tener una tendencia natural a percibir la vida como completitud. Durante las experiencias con estas sustancias nos aproximamos, entonces, a todo eso que ha sido negado, dado que las defensas construidas y la unilateralidad del Ego es derribada, por lo que podemos llegar a experimentar fascinación o terror frente a una visión completamente alejada de nuestra memoria individual de división y separación en opuestos.

Sabemos que estas experiencias están íntimamente relacionadas con las experiencias del bebé y su madre, algo que la psicología del desarrollo ha explorado suficientemente y que la psicoanalista Margaret Mahler denominó estados simbióticos. Freud, en su "Interpretación de los sueños", afirma que durante el dormir, cuando se suspende la posibilidad de que una idea pueda cursar hacia la acción (dado que está inhibido el movimiento corporal), las ideas encuentran una forma de satisfacción en la formación de imágenes. A este movimiento lo denominó “regresión”, es decir, la libido debe retornar, desde el polo de la acción y el desarrollo logrado por la consciencia, hacia el polo más primitivo, el de la pura y simple percepción interna, hacia la imaginería propia de un estado primitivo en el que se encuentran los bebés, al no tener más que su incipiente mente en un cuerpo limitado.


Para Freud esta regresión puede operar no sólo en los sueños, sino en estados patológicos graves como la psicosis, cuando en los estados delirantes el polo perceptivo domina sobre el principio de realidad, el principio que promueve el desarrollo de la consciencia. Pero también podríamos ver la regresión en cualquier adulto que, de repente, expresa una sensación profunda de impotencia (con cuadros patológicos o sin ellos), frente a las exigencias de la vida, añorando el mundo ensoñador y cálido de la infancia, abrigando el deseo de ser salvado del esfuerzo y el cansancio que implica vivir en este valle de lágrimas. Diríamos entonces que el efecto con los psicodélicos y enteógenos se asemeja a la vivencia del sueño, por lo que algunos han comparado estos viajes, por ejemplo, con el sueño lúcido.

Jung toma un camino diferente frente a la regresión. Ilustra su punto con los mitos que, para él, expresan la lucha de la consciencia por separarse del abrazo poderosamente atrayente del inconsciente; se refiere entonces a los mitos heroicos, en los que personajes femeninos o masculinos, hacen un viaje desde su lugar originario hasta otro lleno de peligros, siendo en la mayoría de las ocasiones engullidos por monstruos o teniendo que descender a la oscuridad, al sitio de la muerte o a su propia muerte, para después renacer de alguna manera. Ese momento de muerte expresado a veces como devoramiento por el monstruo, es interpretado por el psiquiatra suizo como el proceso mediante el cual la consciencia, en cierto punto de desarrollo, debe detenerse y regresar a eso materno que tanto aterroriza, pues amenaza con destruir lo tan difícilmente logrado. En muchos mitos ese terror cede ante la curiosidad que genera el encontrar en esos lugares oscuros a ciertos personajes conocidos (ancestros, amigos ya fallecidos, etc.) que proveen de imágenes o herramientas que servirán para encontrar la salida. ¿Porqué ve Jung esto como un paso necesario y no como un asunto patológico? Su clínica está llena de casos en los cuales el Yo ha querido tomar las riendas de la vida, lo ha logrado y luego ha fracasado en su lucha por sostener permanentemente ese estado de bienestar. Es común encontrar en sus informes sobre pacientes, a hombres que acumularon una gran fortuna, a herederas y condesas victorianas, hombres de negocios norteamericanos, que en la mitad de la vida y tras lograr un éxito rotundo, entraron en depresión, ansiedad o en impotencia sexual. Jung se da cuenta de que la patología en todos esos casos induce a una regresión necesaria, a un movimiento que, aunque se representa  inicialmente como una revisión del pasado personal y las vivencias infantiles, parece continuar hacia una fuente creadora de imágenes que nos se corresponde exactamente con lo reprimido individual, que es lo inconsciente mismo. El trabajo con los sueños y otras metodologías que inducen al contacto con la imaginación, son implementados por Jung como vías de acceso a ese espacio de la psique del que, dicho sea de paso, depende toda nuestra realidad.  El viaje hacia ese núcleo productor de imágenes y el contacto con ellas tiene la función de corregir, compensar o enriquecer el estado consciente. Para Jung entonces la regresión no sólo no es patológica, es profundamente necesaria, es casi una indicación terapéutica y podría resultarnos inevitable, algo que el Ego puede llegar a sentir como tragedia o fatalidad. 

Pero es que Jung había experimentado él mismo este fenómeno. En el año 1912 publica la segunda parte de su obra “Símbolos de transformación”, en la que propone una lectura del mitologema del héroe como representación de la energía psíquica que puede y debe ir hacia adelante y que expresa el impulso de la consciencia hacia la individuación, pero que en muchos casos debe ir también hacia atrás o hacia las profundidades, para hacer a la experiencia consciente adulta algo más completa y para prepararse para la vejez y la muerte. En este libro comienza a elaborar su planteamiento de que lo materno va más allá de la madre personal, de lo que ella hizo o no hizo, de lo que dijo o no dijo y del grado de simbiosis que hayamos compartido con ella. Hoy en día, cuando viene creciendo el número de teorías y de terapias que literalizan lo materno en las madres, Jung resulta particularmente interesante (o molesto), pues nos invita a contemplar la regresión como un movimiento hacia una fuente creativa tremendamente ajena a la madre personal y que puede ser concebida con mayor precisión como algo colectivo, es decir, como un arquetipo. 

Tras la publicación de aquella obra Jung se vería obligado a llevar a cabo su propio viaje, o como lo denominaba usando el vocablo griego usado para el viaje del héroe, su propia NEKIA. Jung también era el tipo exitoso, con dinero y famoso al acercarse a la mitad de su vida. Años antes de conocer a Freud, su labor como psiquiatra en el estudio y tratamiento de la esquizofrenia o, como se le llamaba en aquellos días, la “demencia precoz”, le habían dado un gran reconocimiento, lo mismo que sus publicaciones sobre el contenido de los delirios psicóticos y sus primeras conferencias sobre los complejos psicológicos. Ahora, con 36 años, era ya el prestigioso presidente reelegido de la recién fundad API y Freud, el estudioso de la psique más importante de la época, le había nombrado su príncipe heredero, el encargado de llevar el psicoanálisis hacia el mundo no judío. Junto con Freud había sido invitado a varias universidades de E. U. e Inglaterra a impartir conferencias y seminarios (el libro del que hablamos marcó, de hecho, la separación de los dos hombres). En cuanto a la vida material le había ido bien, pues se había casado con la heredera de la segunda fortuna más grande de Suiza con quien ya tenía hijos y se encontraba en embarazo del tercero. 


Y sin embargo Jung no estaba contento, o como diríamos en el lenguaje triunfalista y rimbombante de nuestros días, no era completamente feliz (sarcasmo). En ese punto se encontraba estancado, petrificado, debido a dos motivos fundamentales: por un lado sus objeciones a la teoría de Freud habían crecido hasta el punto de tener qué hacerlas públicas, pero sentía que no tenía algo sólido para ofrecer en su lugar, y por otro, estando casado de una manera “tan correcta”, se había enamorado de una joven brillante, su alumna Toni Wolff. Es aquí donde lo encontramos repudiado por Freud y su círculo más cercano y sentimentalmente afectado tanto por el rompimiento con el fundador del psicoanálisis como por una confusión erótica que no lograba resolver, o que no quería resolver mediante la simple huida hacia la negación (cosa que Freud ya le había recomendado 8 años antes, al involucrarse con otra paciente).  

Jung siente que no es capaz de continuar. Renuncia a su trabajo como docente universitario y dice conservar unos pocos pacientes, aquellos que mejor le pudieran comprender, es decir, quienes pudieran acompañarle a él. Entonces comienza el viaje, la Nekia, que está escrita y dibujada en El Libro Rojo. 

Ahora quisiera justificar el por qué narrar toda esta historia, este chisme, conectándolo con el asunto que nos ocupa. El fracaso del Yo puede ser vivenciado de diferentes maneras, cuando Jung murió un periódico londinense tituló la noticia de la siguiente manera: “Murió el psicótico que se curó a sí mismo”, con lo cual inició la leyenda negra según lo cual los personajes que aparecieron frente a Jung durante sus años de encierro, mujeres y hombres, animales como serpientes y palomas, lugares como castillos, bibliotecas, pantanos, cuerpos en putrefacción, etc. etc., se corresponderían con las alucinaciones de un loco que logró engañar a gran parte de estudiosos de la psique, haciendo pasar su delirio por una teoría psicológica. A mi no me parece del todo disparatada esta explicación, ya que la totalidad de teorías humanas me parecen delirios útiles con los cuales construimos lo que llamamos la realidad y que a muchos nos sirven para ganarnos la vida.

Pero lo que ustedes encuentran en el Libro Rojo tiene por sí mismo una importancia. Usted comienza a leer y se encuentra con un drama tremendo, el encuentro del mismo Jung con una serie de figuras que le fascinan, le atemorizan o le atacan, y con las cuales él decide dialogar. Aunque el colorido en varias imágenes es tremendo, hay qué hacer notar que al principio habla de que siente que se desliza por una cueva bajo el suelo, un socavón oscuro de miles de kilómetros, hasta llegar a montañas en las que aparecen las primeras figuras. Jung pregunta sus nombres y ellos le dicen que son Elías y Salomé. 

Más adelante aparece el alma de Jung, quien le dice que él no sabe nada de ella, que lo que tiene son teorías elegantes, ideas que ella misma le ha enviado (le dice que sus ideas no son de él aunque su Yo se precie de ello), pero que, en definitiva, él deberá aprender quién es ella en realidad, qué es ella, por la vía de la experiencia. 

Jung se dedica a hacer estos viajes conscientemente, dice que, al principio, la experiencia se le impuso debido a su debilidad, pero que luego decidió hacerlo voluntariamente figurándose en su imaginación el túnel y la caída, para después permitir que las imágenes emergieran. 


Toma nota de toda esta aventura en unas pequeñas libretas negras que han sido publicadas recientemente (Los Libros Negros), en las que transcribía los diálogos con las figuras y hacía bocetos que luego perfeccionó en El Libro Rojo que todos conocemos. En el libro también vertió los diálogos, las preguntas y respuestas y sus reacciones emocionales. Aquí quiero resaltar dos elementos fundamentales: el hecho de que no fue un mero juego fantasioso de Jung, algo que cualquiera de nosotros podría hacer al decirse: “cerraré los ojos y me imaginaré que vuelo sobre la universidad”; Jung siempre defendió que, más que un simple fantaseo, se trató de una entrega del Yo al reino de las imágenes, y que este reino se vivió de la manera más corporal y emocional posible. Por ello encontramos asco, tristeza, desaliento, alegría y una corporización que le llevó, en ocasiones, a caminar por el jardín dialogando con un viejo que para él se transformó en el guía interior de todo aquello. Un viejo que dijo llamarse Filemón. 

En otras palabras, Jung estaría viviendo un estado regresivo, hacia el polo primitivo de la psique en el que reina la imagen sensorial, una especie de ensueño durante el cual decide tomar un papel activo, lo cual es el segundo elemento a resaltar. En varias ocasiones se presentaron peligros reales, por ejemplo, cuando una figura le dijo que él tenía qué matarse debido al crimen que había cometido, el asesinato del héroe (en otra escena Jung había sido inducido por un personaje de turbante, de piel oscura, a matar a Sigfrido, el gran héroe de la mitología nórdica); otro peligro se presentó cuando una mujer le dijo que lo que él estaba haciendo era arte, que él en realidad era un artista incomprendido. Frente a ambas figuras logra defenderse, confrontarlas mediante ese papel activo de quien también puede cuestionar y cuestionarse frente a lo inconsciente. Debemos anotar que, tras el asesinato de Sigfrido, Jung había visto una cabeza flotando en un río de sangre, lo que le pareció que podía significar que su función superior, el intelecto representado en la cabeza, debía de ser cortado, suspendido, para poder permitir la emergencia emocional y sentimental que él debía aceptar y cuya represión, como confirma después, era la causa de su crisis. 

Como vemos, durante la experiencia hay un alguien que supone e incluso interpreta, y al cual estas suposiciones le permiten tomar distancias de las fuerzas mortíferas que también subyacen en ese lugar de totalidad, tal como he afirmado. Tras el asesinato del héroe, la culpa pone a Jung en contacto con su propia muerte a través de la voz de una mujer que le induce al suicidio y aunque tenía siempre un revolver en la mesita de noche, pudo sobrevivir gracias a esa atención consciente que se diferencia, esa actitud activa del Ego, muy diferente a aquella forma pasiva que se entrega pasivamente a un complejo y que podría llegar a obedecer ciegamente a la culpa, una de las formas preferidas del Ego para sentirse mejor. 

Al salir de la crisis, Jung ha reconocido varias figuras arquetípicas con las cuales cualquier psiconauta, para utilizar el término propio de las primeras experiencias con LSD, podría encontrarse. La Serpiente, representante antigua de lo inconsciente, pero también de la madre primordial y de lo demoníaco, de lo femenino y de la curación, por nombrar sólo algunos de sus significados. El guía, en este caso en la forma de un bibliotecario que le dice a Jung que el librito de su infancia “La Imitación de Cristo”, es un engaño, con lo cual lo conduce a la reflexión sobre la figura de Cristo no como algo que se deba imitar en lo que hizo sino en la forma como lo hizo, es decir, en la expresión de su propia naturaleza. El Rojo, un personaje que se manifestó como El Diablo, aquel que sólo sabe reír y hacer burla, frente a un Jung que se había vuelto demasiado serio (Jung dice que le enseñó seriedad mientras que aquel le dio el don de la risa). Por supuesto “el Ánima”, en todas sus formas, como Salomé la seductora y cortadora de cabezas, la doncella rubia atrapada en un castillo en medio de un pantano, encerrada allí por un erudito (la razón fría y desconectada del sentimiento) y la serpiente que al final haría una dupla con la paloma, como partes del alma terrestre y aérea, funciones del sentimiento y del pensamiento. 

Y muchísimos más. Pero creo que con esto puedo acercarlos a algunas intuiciones. La primera, que todo ser humano que experimente un viaje interior, viajará al mismo sitio, al núcleo generador de imágenes que llamamos el inconsciente colectivo, la segunda, que podría sernos de utilidad el preguntarnos si es posible implementar la actitud activa de la consciencia en los viajes con sustancias para evitar identificaciones y "posesiones" de diferente grado, eso que muchos han llamado el "quedarse en el viaje". Y por último, la posibilidad de que un saber sobre los arquetipos, las estructuras psíquicas  responsables de los mitos, los sueños, los delirios psicóticos, las visiones sagradas, la salud y la enfermedad de todo ser humano en todo tiempo y lugar, podría sernos también de utilidad a la hora de comprender lo percibido. En psicología analítica se habla del funcionamiento constante de un arquetipo denominado el Self, el arquetipo de la unidad, de la integración de los opuestos que todo niño, todo ser mítico, todo soñador y todo viajante conoce sin saberlo, el cual podría ayudarnos a transitar de manera consciente aquello que persigue la psique al mostrarnos lo que nos muestra. 

Finalmente quisiera anotar que, a partir de su experiencia, Jung construye una metodología a la que llama Imaginación Activa. Con ella buscaba replicar en sus pacientes aquella experiencia suya bajo dos advertencias, por un lado, cuidarse de no aplicarla a pacientes que ya tenían un contacto demasiado estrecho con lo imaginario o que tuvieran tendencias psicóticas, y por el otro el requerimiento de un Yo capaz de actuar frente a lo inconsciente con cierta naturalidad, sin autoengañarse fantasiosamente, reaccionando mediante el diálogo o la expresión plástica (dibujo, escritura, danza, etc.).  La exigencia es fuerte pues se presentan los mismos problemas que se presentan cuando uno pretende trabajar con sus propios sueños, la facilidad con que puede esconderse de ciertas verdades que allí aparecen y decirse lo que dolorosa o placenteramente se quiere decir.

Jung había experimentado los peligros que en las conferencias anteriores se han hecho notar frente a la exploración de algo tan poderoso como estas imágenes cargadas emocionalmente, imágenes vivaces, autónomas que, por lo tanto, no tienen porqué estar interesadas en lo que a nosotros nos parece “lo bueno”. Imágenes que son naturaleza pura, como el tigre que no piensa en hacerte mal al atacarte, sino que solamente es tigre. Por ello necesitamos de herramientas para nuestra Nekia, brújulas, algunas guías que permitan al Ego jugar y no sólo ser juguete. Para algunas personas que he conocido en consulta y fuera de ella, ha resultado nefasto el dejar que la sustancia trabaje sola, se que esto es tema de discusión actual, pero por mi formación, prefiero participar activamente de toda experiencia trascendente y estas lo son.  Por ello Jung no hizo más que alertar sobre los riesgos de este tipo de acercamientos al inconsciente, creando, al mismo tiempo, un método para llevarlos a cabo. Nosotros somos muy pequeños frente a todo eso, lo reconocemos y por ello estamos aquí conversando, preguntándonos, abriendo los ojos para llegar a tener el sueño de despertar. 


Lisímaco Henao H. 

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lunes, 15 de septiembre de 2025

CURSO EN 4 SESIONES: Eros y Psique. A través del Amor: el devenir del alma.

Iniciamos una serie de 4 encuentros en torno al devenir del alma femenina y masculina a través de múltiples experiencias generadas por el amor, mediante la revisión de un antiguo relato romano, el de "Eros y Psique". Serán protagonistas el deseo, el duelo, los celos, la libertad, el apego, la costumbre, las pruebas a las que parece someternos el amor y la forma como este nos transforma. 

Psique, Complejos y Arquetipos en mitos, cuentos y otros relatos fantásticos. 



Fechas: Martes 23 y 30 de septiembre, y 7 y 14 de Octubre.

Horario: 7 a 9 p.m. hora de Colombia.

Medio: Zoom (en caso de inasistencia se ofrece grabación por 12 horas). 

Incluye materiales para cada sesión. 

Costo total: 500.000 COP ó 130 USD

Medios de pago: cuenta bancaria en Colombia, paypal o western union. 

Información e inscripciones: eventos@jungcolombia.com






jueves, 24 de julio de 2025

DIPLOMADO de actualización en Psicología Junguiana.

 "Psique, Complejos y Arquetipos 

en Cuentos de hadas, Mitos y otras narraciones extraordinarias"

"Psique es imagen", con esa premisa en mente, máxima por excelencia de la propuesta de Jung, invitamos a este programa de actualización en psicología analítica, que nos permitirá acercarnos a nuevos relatos y nuevas miradas, surgidas de la propuesta de aquel maestro nacido hace 150 años

Para preguntas y medios de pago escriba a

eventos@jungcolombia.com

(Es posible inscribirse a cada módulo por separado).



Módulo 1: 

Arquetipos y complejos en Cuentos de Hadas y otras narraciones extraordinarias. 

(Agosto 19 y 26, Septiembre 2 y 9)

 Textos base: 

"Símbolos de redención en los cuentos Hadas" M.L. von Franz.

"Mujeres que corren con lobos" C. Pínkola Estés


Módulo 2: 

Amor, belleza y tragedia como caminos del alma en "Eros y Psique".

(Septiembre 23 y 30, Octubre 7 y 14)

Textos base: 

"De Eros y Psiqué" Rafael López Pedraza.

"Los dioses de Grecia". W. F. Otto


Módulo 3

Eros y Logos/Ánima y Ánimus: Conflicto y silenciamiento del alma en "Apolo y Cassandra" 

(Octubre 28 y Noviembre 4, 11 y 18)

Textos base: "El Complejo de Cassandra" L. Shapira.

"La Naturaleza del amor" V. Kast.




Modalidad VIRTUAL
. En caso de faltas se pone a disposición la grabación durante 12 horas.


Martes 7 p.m. Hora de Colombia (2 horas por sesión, 4 sesiones por módulo, 24 horas en total).

Se hace una pausa entre cada módulo (Ver fechas).


500.000 COP ó 130 USD por cada módulo


Con descuento por pago del diplomado completo:

1.350.000 COP ó 350  USD



Aunque este diplomado no tiene prerrequisitos en particular, si sientes que necesitas afianzar o retomar nociones básicas, te invitamos a hacer el curso introductorio gratuito que ya se encuentra completo en nuestro canal de youtube. Da click aquí para verlo. 


Docente:

Lisímaco Henao Henao

Psicólogo (U. de A. Medellín 2000)

Mt. Psicología Analítica (ICGJ-SEPA-U.R.L. Barcelona 2003)

Analista Junguiano (IAAP Copenhagen 2013).

Supervisor didacta (IAAP Bogotá 2018).

Experiencia docente universitaria de 10 años

Experiencia como terapeuta y analista de 25 años.

Ponente en congresos internacionales.

Autor de 3 libros. 


Inscríbete enviando un correo a eventos@jungcolombia.com

*Este Diplomado se rige por el artículo 2.6.6.8 del Decreto Único Reglamentario del Sector Educación 1075 de 26 de mayo de 2015 y No conduce a titulación oficial de aptitud profesional. Se certifica asistencia por parte del profesional a cargo.


lunes, 5 de mayo de 2025

CÍRCULO DE SUEÑOS MAYO 10 (2025)

Ver la grabación dando click aquí  

Experiencia gratuita, presencial y virtual

Los Círculos de sueños son una experiencia de encuentro frente a un material siempre inédito y al mismo tiempo reconocible en sus factores simbólicos y arquetípicos. 

El Círculo tiene la función de establecer redes de imágenes entre los participantes, promoviendo la activación arquetipal que conduce a la sincronicidad, al sentido y al simbolismo que a todos compete como colectivo y al soñante en lo particular. 

Nuestro encuentro consta de una pequeña introducción "teórica" y la escucha de sueños de los participantes, en torno a los cuales haremos amplificaciones simbólicas que permitirán un acercamiento colectivo a la profundidad y esencia del sueño. Por supuesto evitaremos toda intervención "clínica" individual, pues para ello es necesario un conocimiento profundo de la situación consciente del soñante, en cambio, el material simbólico que alude a la parte colectiva de nuestra psique, permite un amplio margen para la conversación. En tiempos de automatización e IA, anhelamos el encuentro real, espontáneo y significativo. Hacia allá nos dirigimos. 


Presencial en 

Teatro Ateneo Porfirio Barbajacob


Virtual por Zoom (100 cupos): Pedir cupo a eventos@jungcolombia.com

Un link diferente para cada encuentro.


Virtual por Youtube (Canal "Casa Jung"): Con chat exclusivo para suscriptores. 


Día: Sábado 10 de Mayo


Hora: 2 a 4 p.m. Hora de Colombia. 


Los encuentros son independientes entre sí.


¡Te esperamos!




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"La función principal de los sueños es intentar restablecer nuestro equilibrio psicológico"


"Quien mira para afuera sueña, quien mira para adentro despierta"


Carl Gustav Jung.


miércoles, 23 de abril de 2025

ENCUENTRO CON C. G. JUNG. Por Mircea Eliade

 El encuentro entre C. G. Jung y el filósofo e historiador de las religiones de origen rumano Mircea Eliade, fue el cruce de los caminos de dos estudiosos y al final sabios del espíritu humano. El Círculo Eranos, mítico lugar de concurrencia de algunas de las mentes más destacadas del mundo, fue el escenario de muchas de sus conversaciones. (Puedes conocer a Eliade en youtube dando click aquí)


En estas páginas Eliade recoge esa experiencia en los últimos años de vida de Jung. Su interés en las religiones nuclea esta reflexión, ya que Jung había escrito una de sus últimas obras "Respuesta a Job", un libro profundamente psicológico, centrado en la metáfora bíblica de las pruebas al ser humano y la encarnación de Dios, de la que se extraen conocimientos sobre las dinámicas y evolución de la psique humana. 



Encuentro con C.G Jung

Extracto de "El Vuelo Magico" (Mircea Eliade. 1ª Edición: "Rencontre avec Jung", en Combat, 9 de octubre de 1952)


Este verano en Ascona se ha hablado mucho de Job y Yahvé; el último libro de Jung se llama, en efecto, Respuesta a Job. Como todos los años desde 1932, el profesor Jung ha pasado la segunda quincena de agosto en Ascona, a orillas del Lago Mayor, para asistir a las conferencias organizadas por el círculo Eranos. Algún día tendrá que escribirse la historia de este círculo tan difícil de definir. Fue Rudolf Otto quien le dio nombre: en griego, eranos significa «comida frugal donde cada uno aporta su parte». Eranos es la creación del entusiasmo, de la voluntad y de la perseverancia de la Sra. Olga Fröbe-Kapteyn, holandesa educada en Inglaterra pero establecida en Ascona desde hace treinta años. Interesada por el simbolismo, apasionada por las investigaciones de Jung, la Sra. Olga Fröbe-Kapteyn se ha propuesto invitar todos los años a un cierto número de sabios para discutir un tema común desde la perspectiva de la especialidad de cada uno de ellos. Así, se han tratado temas tan diferentes como El Hombre y la Máscara, la Gran Diosa, la Meditación en Oriente y Occidente, el Tiempo, el Yoga, los Ritos, etc. La intención de Eranos consiste en considerar el simbolismo desde todos los ángulos posibles: psicología, historia de las religiones, teología, matemática e incluso biología. Sin dirigirlo directamente, Jung es el spirítus rector de este círculo al que ha comunicado sus primeras investigaciones sobre la alquimia, el proceso de individuación y, recientemente (1951), sus hipótesis concernientes a la sincronicidad. Un editor con coraje y clarividencia, el Dr. Brody, se ha encargado de publicar los textos de estas conferencias. Hoy en día los veinte volúmenes de Eranos-Jahrbücher constituyen con sus ocho mil páginas una de las mejores colecciones científicas referidas al estudio de los simbolismos.






   A sus setenta y siete años el profesor Jung no ha perdido nada de su extraordinaria vitalidad, de su sorprendente juventud. Ha publicado uno tras otro tres libros nuevos: sobre el simbolismo del Aíon, sobre la sincronicidad y, finalmente, esta Respuesta a Job que ha provocado ya reacciones sensacionales, sobre todo entre los teólogos.


   -Siempre había pensado en este libro -me confiesa el profesor Jung, una tarde en la terraza de la Casa Eranos-; pero he tardado cuarenta años en escribirlo. Cuando leí por vez primera, aún niño, el Libro de Job, quedé terriblemente conmocionado. Descubrí que Yahvé era injusto, que incluso es un malhechor. Pues se deja persuadir por el diablo. Acepta torturar a Job por la sugestión de Satán. En la omnipotencia de Yahvé, ninguna consideración hacia el sufrimiento humano. Por lo demás, aún subsisten en ciertos escritos judíos rastros de la injusticia de Yahvé: en un texto tardío, Yahvé pide la bendición del gran sacerdote, como si el hombre fuera superior a Él...

   -Pudiera suceder que todo esto fuera una cuestión de lenguaje. Pudiera ser que lo que usted llama «injusticia» y «crueldad» de Yahvé no fueran más que fórmulas aproximativas, imperfectas, para expresar la total trascendencia de Dios. Yahvé es «aquel que es», por tanto está por encima del Bien y del Mal. Es imposible captarlo, comprenderlo, formularlo; por consiguiente, es a la vez «el misericordioso» y «el injusto». Eso es un modo de decir que ninguna definición puede circunscribir a Dios, ningún atributo lo agota...

   -Yo hablo como psicólogo -continúa el profesor Jung- y, sobre todo, hablo del antropomorfismo de Yahvé¿ y no de su realidad teológica. Como psicólogo compruebo que Yahvé es contradictorio y también creo que se puede interpretar psicológicamente esta contradicción. Para poner a prueba la fidelidad de Job, Yahvé concede a Satán una libertad casi sin límites. Ese hecho no carece de consecuencias para la humanidad: se esperan acontecimientos futuros muy importantes a causa del papel que Yahvé pensó tener que ceder a Satán. Ante la crueldad de Yahvé, Job calla. Ese silencio es la más hermosa y noble respuesta que el hombre haya podido dar a un Dios todopoderoso. El silencio de Job anuncia ya a Cristo. En efecto, Dios se hace hombre, Cristo, para redimir su injusticia con respecto a job...

    El teólogo protestante Hans Schär, al que ya se debe un bello volumen sobre la psicología religiosa de Jung, se pregunta si dentro de cien años Respuesta a Job no será considerado un libro profético. Cuando Jung había publicado sus primeros estudios sobre el inconsciente colectivo y, por consiguiente, se había despegado del freudismo, parece ser que Freud decía de su antiguo colaborador: «Al principio era un gran sabio, ¡pero ahora se ha convertido en profeta!». ¡En la broma del Maestro algunos ven el mayor de los elogios: en efecto, consideran al profesor Jung como un profeta de los tiempos modernos. Pues si Freud tuvo el gran mérito de descubrir el inconsciente personal, Jung descubrió el inconsciente colectivo y sus estructuras, los arquetipos. Y con ello aportó una luz nueva a la interpretación de los mitos, las visiones y los sueños. Más aún: muy pronto Jung se liberó de los prejuicios cientifistas y positivistas del psicoanálisis freudiano: no redujo la vida espiritual y la cultura a epifenómenos de complejos sexuales de la infancia. Finalmente Jung tiene en cuenta la Historia: mira la psique como naturalista y como historiador; según él, la vida de las profundidades psíquicas es la Historia. Dicen los junguianos que sus descubrimientos cambiarán completamente el universo mental del hombre moderno. Freud no se equivocó: Jung no podía quedarse en ser un simple «sabio», tenía que ampliar cada vez más el horizonte de sus descubrimientos y trazar un camino para que el hombre moderno saliera de su crisis espiritual. Pues para Jung, como para muchos otros, el mundo moderno está en crisis, y esta crisis está provocada por un conflicto aún no resuelto en las profundidades de la psique.

    -El gran problema de la psicología -continúa Jung-, es la reintegración de los contrarios: eso se encuentra por todas partes y en todos los niveles. Ya en mi libro Psicología y alquimia (1944) tuve ocasión de ocuparme de la integración de Satán. Pues mientras Satán no sea integrado, el mundo no se curará y el hombre no se salvará. Pero Satán representa el Mal y ¿cómo integrar el Mal? Sólo existe una posibilidad: asimilarlo, es decir, elevarlo a la conciencia, hacerlo consciente. Eso es lo que la alquimia llama «conjunción de dos principios». Porque realmente la alquimia retorna y prolonga el cristianismo. Según los alquimistas, el cristianismo ha salvado al hombre, pero no a la naturaleza. El alquimista sueña con curar el mundo en su totalidad: la piedra filosofal es concebida como el Filíus Macrocosmi que cura el mundo. El fin último de la «obra» alquímica es la apokatastasís, la Salvación cósmica.

Mircea Eliade, C. G. Jung y Henry Corbín en Ascona
durante uno de los encuentros del Círculo Eranos.
    Jung ha comprendido muy bien que la alquimia, desde sus orígenes hasta su fin, no fue sólo una pre-química, una «ciencia experimental» embrionaria, sino una técnica espiritual. El objetivo de los alquimistas no era estudiar la Materia, sino liberar al Alma de la materia. Jung llegó a esta conclusión leyendo los textos de los alquimistas clásicos. Se sorprendió ante la semejanza entre los procesos alquímicos por los cuales se pensaba obtener la piedra filosofal y las imágenes en los sueños de algunos de sus pacientes que, sin darse cuenta, estaban trabajando en la integración de su personalidad. En estudios acerca de la alquimia asiática publicados entre 1935 y 1938, mostramos que las operaciones de los alquimistas chinos e indios perseguían igualmente la liberación del alma y la «perfección de la materia», es decir, la colaboración del hombre en la obra de la naturaleza. Esta convergencia de resultados adquiridos en ámbitos diferentes y por métodos diferentes nos parece una confirmación manifiesta de la hipótesis de Jung.


   -He estudiado alquimia durante quince años, pero no se lo dije nunca a nadie. No quería sugestionar ni a mis pacientes ni a mis colaboradores. Pero después de quince años de investigaciones y de observaciones, las conclusiones se impusieron con una fuerza ineluctable: las operaciones alquímicas eran reales, sólo que esa realidad no era fisica sino psicológica. La alquimia representa la proyección de un drama en términos de laboratorio que es a un tiempo cósmico y espiritual. El opus magnum tenía como finalidad tanto la liberación del alma humana como la curación del Cosmos. Lo que los alquimistas llamaban «materia» era en realidad el «sí mismo». El «alma del mundo», anima mundi, identificada por los alquimistas con el spírítus mercurius, estaba aprisionada en la materia. Por eso los alquimistas creían en la verdad de la materia: pues la materia era en efecto su propia vida psíquica. Se trataba de liberar esa materia, de «salvarla»; en una palabra, obtener la piedra filosofal, es decir, el «cuerpo glorioso», el corpus glorificationís. Pero ese trabajo es difícil y está sembrado de obstáculos: la «obra» alquímica es peligrosa. Ya en el inicio se encuentra al «Dragón», el espíritu ctónico, el «Diablo», o como lo llaman los alquimistas, el «Negro», la nigredo. Y ese encuentro produce sufrimiento. La «materia» sufre hasta la desaparición de la «negrura»; en términos psicológicos el alma se encuentra en las ansias de la melancolía luchando con la «Sombra». El misterio de la conjunción, misterio central de la alquimia, persigue justamente la síntesis de los opuestos, la asimilación del «Negro», la integración del Diablo. Para el cristiano «despierto» eso constituye un acontecimiento psíquico muy grave, pues es la confrontación con su «Sombra»: ésta representa la «negrura» (nigredo), lo que permanece separado, es decir, lo que jamás podrá ser totalmente integrado en la persona humana. Al interpretar la confrontación del cristiano con su «Sombra» en términos psicológicos, se descubre el miedo secreto de que el Diablo sea más fuerte, de que Cristo no haya logrado vencerle completamente. De otro modo, ¿por qué se ha creído, y se continúa creyendo, en el Anticristo? ¿Por qué se ha esperado, y se espera aún, la llegada del Anticristo? Pues sólo después del reino del Anticristo y después de la segunda venida de Cristo, el Mal será vencido definitivamente en el mundo y en el alma humana. Todos estos símbolos y creencias son solidarias en el plano psicológico: siempre hay que luchar contra el Mal, con Satán, y vencerle, esto es, asimilarlo, integrarlo en la conciencia. En el lenguaje alquímico la materia sufre hasta la desaparición de la nigredo, cuando la «aurora» es anunciada por la cauda pavonis y aparece un día nuevo, la leukosis, albedo. Pero en ese estado de «blancura» no se vive en el sentido propio del término. De algún modo, es una especie de estado ideal, abstracto; para vivificarle se necesita «sangre» y hay que obtener lo que los textos alquímicos llaman la rubedo, lo rojo de la Vida. Sólo la experiencia total del ser puede transformar ese estado «ideal» de la albedo en una existencia humana integral. Sólo la sangre puede reanimar una consciencia gloriosa en la que se ha disuelto el último rastro de la «negrura» en la que el Diablo ya no tiene una existencia autónoma sino que se incorpora a la unidad profunda de la psique. Entonces la «obra», el opus magnum de los alquimistas, ha sido realizada: el alma humana está perfectamente integrada...

Círculo Eranos. Ascona (Suiza)
    No voy a analizar aquí esta grandiosa reconstrucción de la alquimia emprendida por Jung. Baste con recordar que la integración del «Mal» constituye para él el gran problema de la consciencia moderna. Algunos le han reprochado su esfuerzo orientado a la Unidad Total, a costa de sacrificar las polaridades, la abolición de contradicciones, la integración de Satán. Pero jung no pretende hacer ni teología ni filosofía de la religión. 

   -Yo soy un psicólogo. No me ocupo de lo que trasciende el contenido psicológico de la experiencia humana. Ni siquiera me planteo el problema de saber si es posible semejante trascendencia, pues en todos los casos lo transpsicológico ya no es asunto del psicólogo. Ahora bien, en el plano psicológico, me enfrento con experiencias religiosas que poseen una estructura y un simbolismo susceptibles de ser interpretados. Yo considero que la experiencia religiosa es real, es verdadera. Compruebo que semejantes experiencias pueden «salvar» el alma, pueden acelerar su integración e instaurar el equilibrio espiritual. Como psicólogo compruebo que el estado de gracia existe: es la perfecta serenidad del alma, el equilibrio creador, fuente de energía espiritual. Sin dejar de hablar como psicólogo, corroboro que la presencia de Dios se manifiesta en la estructura profunda de la psique como una coíncidentia oppositorum. Y toda la historia de las religiones, todas las teologías están ahí para confirmar que la coincídentia opposítonim es una de las fórmulas más utilizadas y más arcaicas para expresar la realidad de Dios. Como decía Rudolf Otto, la experiencia religiosa es numinosa, y yo como psicólogo distingo esa experiencia de las otras por el hecho de que trasciende las categorías ordinarias de tiempo, espacio y causalidad. últimamente he estudiado mucho la sincronicidad (brevemente expresado: la «ruptura del tiempo») y he comprobado que está muy cerca de la experiencia numinosa: espacio, tiempo y causalidad están abolidos. No pretendo establecer ningún juicio de valor acerca de la experiencia religiosa. Compruebo que el conflicto interior es siempre fuente de crisis psicológicas profundas y peligrosas; tan peligrosas que pueden destruir la integridad humana. Psicológicamente, ese conflicto interior se manifiesta por medio de las mismas imágenes y por el mismo simbolismo atestiguados en todas las religiones del mundo y utilizados también por los alquimistas. De ese modo he llegado a ocuparme de la religión, de Yahvé, Satanás, Cristo, la Virgen. Comprendo muy bien que un creyente vea en esas imágenes algo diferente de lo que yo, como psicólogo, tengo el derecho de ver. La fe del creyente es una gran fuerza espiritual y es la garantía de su integridad psíquica. Pero yo soy médico: me ocupo de la curación de mis semejantes. Por desgracia, la fe y sólo ella ya no tiene el poder de curar a ciertos seres. El mundo moderno está desacralizado; por eso está en crisis. El hombre tiene que volver a descubrir una fuente más profunda de su propia vida espiritual. Pero para ello tiene la obligación de luchar contra el Mal, de enfrentarse con su «Sombra», de integrar al «Diablo». No hay otra salida. Por eso Yahvé, job, Satanás, representan psicológicamente situaciones ejemplares: son como los paradigmas del eterno drama humano...

   
En toda su obra, que es inmensa, Jung parece obsesionado con la reintegración de los opuestos. A su modo de ver, el hombre no puede alcanzar la unidad más que en la medida en que logra superar los conflictos que lo desgarran interiormente. La reintegración de los contrarios, la coincidencia opposítorum, es la piedra angular del sistema de Jung. Por eso mismo está interesado en las doctrinas y técnicas orientales. El taoísmo y el yoga le han revelado los medios utilizados por el asiático para transcender las múltiples polaridades y alcanzar la unidad espiritual. Pero este esfuerzo orientado a la unidad por la integración de los opuestos se encuentra también en Hegel aunque sea en un plano bien distinto. Uno se podría preguntar si no se debería llevar aún más lejos la comparación entre Hegel y Jung. Hegel descubre la Historia y su gran esfuerzo tiene como fin la reconciliación del hombre con su propio destino histórico. Jung descubre el inconsciente colectivo, es decir, todo lo que precede a la historia personal del ser humano, y se dedica a descifrar las estructuras y la «dialéctica» con intención de facilitar la reconciliación del hombre con la parte inconsciente de su vida psíquica y conducirle a la reintegración de su personalidad. A diferencia de Freud, Jung tiene en cuenta la Historia: los arquetipos, estructuras del inconsciente colectivo, están cargados de «historia». Ya no se trata, como en Freud, de una espontaneidad «natural» del inconsciente de cada individuo, sino de una inmensa cantera de «recuerdos históricos»: la memoria colectiva donde en su esencia sobrevive la Historia de toda la humanidad. Jung cree que el hombre debería aprovechar más esa cantera: su método analítico está dirigido justamente a elaborar los medios para utilizarla.

Eranos
   -El inconsciente colectivo es más peligroso que la dinamita, pero existen medios para manejarlo sin demasiados riesgos. Cuando se desencadena una crisis psíquica, se está mejor situado que cualquier otro para resolverla. Se tienen sueños y «sueños de vigilia»: hay que esforzarse por observarlos. Se podría decir que cada sueño lleva a su manera un mensaje: no sólo te dice que algo no funciona en tu ser profundo, sino que además te proporciona también la solución para salir de la crisis. Pues el inconsciente colectivo, que te envía estos sueños, posee ya la solución. En efecto, nada se ha perdido de toda la experiencia inmemorial de la humanidad. Todas las situaciones imaginables y todas las soluciones posibles parecen estar previstas por el inconsciente colectivo. No tienes más que observar con sumo cuidado el «mensaje» transmitido por el inconsciente y «descifrarlo». El análisis ayuda a leer correctamente esos mensajes...

   Jung concede una importancia capital a la interpretación de los sueños, esa mitología camuflada en el hombre moderno. No deja de ser interesante recordar que el surrealismo, que representa el esfuerzo más sistemático de renovación de la experiencia poética contemporánea, había aceptado la realidad onírica. 0 mejor aún: el surrealismo ha perseguido, entre otras cosas, la integración del estado de sueño para conseguir la «situación total», más allá de la dualidad consciencia-inconsciencia. Por mucho que los freudianos le hayan acusado de ser más «teórico» que práctico, Jung no ha querido abandonar la perspectiva del psicólogo para proponernos una filosofía basada en la dialéctica de la coincidencia oppositorum. Pero es permisible esperar que sus discípulos retomen y prolonguen un día sus esfuerzos por precisar las relaciones entre la experiencia consciente del individuo y la «Historia» conservada en el inconsciente colectivo. Los sueños representan para Jung un lenguaje coherente y, tanto más rico aún por cuanto está libre de las leyes del tiempo y de la causalidad. Fue a consecuencia de sus sueños, que vanamente había tratado de interpretar en términos del psicoanálisis freudiano, cuando Jung llegó a suponer la existencia del inconsciente colectivo. Eso tuvo lugar en 1909. Dos años más tarde, Jung empezaba a darse cuenta de la importancia de su descubrimiento. Finalmente, en 1914, siempre a consecuencia de una serie de sueños y de «sueños de vigilia», comprende que las manifestaciones del inconsciente colectivo son en parte independientes de las leyes del tiempo y de la causalidad. Como el profesor Jung ha tenido a bien autorizarnos a hablar de esos sueños y de esos «sueños de vigilia», que han desempeñado un papel capital en su carrera científica, ofrezco seguidamente un resumen:

   En octubre de 1913, encontrándose en el tren que le llevaba de Zurich a Schaffhausen, le sucedió este extraño hecho: una vez en el túnel, pierde la conciencia de tiempo y de lugar, y despierta al cabo de una hora oyendo anunciar al conductor la llegada a Schaffhausen. Durante todo ese tiempo fue víctima de una alucinación, de un «sueño de vigilia»: veía el mapa de Europa y veía cómo el mar la iba cubriendo país por país empezando por Francia y Alemania. Poco tiempo después, todo el continente se encontraba bajo el agua, a excepción de Suiza, que era como una montaña muy alta que las olas no podían sumergir. Jung se veía sentado sobre la montaña. Y, al mirar mejor alrededor de él, se dio cuenta de que el mar era sangre: comenzó a distinguir sobre las olas los cadáveres, los tejados de las casas, vigas medio quemadas...

   Tres meses más tarde, en diciembre de 1913, se repite el mismo «sueño de vigilia» a la entrada del mismo túnel. («Era como una inmersión en el inconsciente colectivo», comprendería más tarde.) El joven psiquiatra se preocupa. Se pregunta si no estará «haciendo una esquizofrenia» (según el lenguaje de la época). Finalmente, algunos meses más tarde, sueña lo siguiente: se encuentra con un amigo durante el verano en los mares del sur, cerca de Sumatra. Por los periódicos se enteran de que Europa ha sido invadida por una ola de frío terrible como jamás antes se había conocido. Jung decide partir a Batavia y embarcarse para regresar a Europa. Su amigo le dice que viajará en un velero de Sumatra hasta Hadramaout y que luego continuará su camino por Arabia y Turquía. Jung llega a Suiza. Sólo ve nieve. Una viña inmensa se eleva en algún lugar con muchos racimos. Se acerca y se pone a coger racimos distribuyéndolos entre desconocidos que le rodean pero que no puede ver...

   -A su tercera repetición, el sueño llegó a inquietarme en el más alto grado. Justamente preparaba una comunicación sobre la esquizofrenia para el congreso de Aberdeen y me decía: «¡Hablaré de mí mismo! Probablemente me volveré loco después de la lectura de la comunicación ... ». El congreso tenía lugar en julio de 1914: exactamente en el período en que en mis tres sueños me veía en los mares del sur. El 31 de julio, inmediatamente después de mi conferencia, me enteré por los diarios de que la guerra acababa de estallar. ¡Por fin comprendía! Y cuando al día siguiente el barco me dejó en Holanda, no había nadie más feliz que yo. Ahora estoy seguro de que no me amenazaba ninguna esquizofrenia. Había comprendido que mis sueños y visiones procedían del subsuelo del inconsciente colectivo. Sólo tenía que trabajar para profundizar y dar validez a este descubrimiento. Y es a lo que me dedico desde hace casi cuarenta años...

   Poco tiempo después jung tuvo la alegría de recibir una segunda confirmación a su sueño. Los diarios no tardaron en hablar de las aventuras del capitán de barco alemán Von Mücke, que en un velero había recorrido los mares del sur desde Sumatra hasta Hadramaout y después se había refugiado en Arabia para alcanzar desde allí Turquía...


domingo, 20 de abril de 2025

El trabajo con los sueños y la neurosis colectiva. Carl Gustav Jung.

 El trabajo con los sueños y la neurosis colectiva*

Carl Gustav Jung.

La filosofía clásica china conoce dos principios universales contradictorios: Yang, lo claro, y Yin, lo oscuro. Afirma que cuando uno de los principios llega a la culminación de su potencia, el principio contradictorio germina y brota de su seno. Es ésta una expresión particularmente metafórica del principio psicológico de la compensación nacida de la antinomia interior.


Cuando una cultura alcanza su apogeo, tarde o temprano llega el término de su disolución. La descomposición —aparentemente insensata y desoladora, en una multiplicidad sin orden ni orientación, capaz de inspirar el disgusto y la desesperanza—contiene en su regazo oscuro el germen de una nueva luz .

Pero volvamos un instante a nuestra tentativa anterior de personificar en un individuo único la historia de la decadencia antigua. He señalado cómo se opera su disociación psicológica y cómo sobrevienen sus fatales accesos de debilidad, que le hacen perder el dominio de las condiciones ambientales y que le convierten finalmente en una víctima de la destrucción. Supongamos ahora que este individuo viene a consultarme. Le haría el siguiente diagnóstico: «Padece usted agotamiento, consecuencia de sus ocupaciones - demasiado diversas y de su extraversión desmesurada. La multitud y la complejidad de sus obligaciones comerciales, personales y humanas le han hecho perder la cabeza. Es usted una especie de Ivar Kreuger, que fue un representante característico del espíritu moderno y europeo. Tiene usted que confesar, mi querido amigo, que se encuentra usted en un triste estado» .

Esta última confesión es, en la práctica, particularmente importante, pues los enfermos tienen una propensión indudable: la de continuar debatiéndose, de la forma más perjudicial, trabados por los viejos métodos, que no han hecho sino demostrar su incuria, y agravar así su situación. Esperar no sirve de nada; la pregunta: «¿Qué hacer?» se impone, pues, de un modo inmediato .

Nuestro enfermo es un hombre inteligente; ha probado ya todos los pequeños remedios de la medicina, buenos y malos, y todos los regímenes; ha escuchado todos los consejos de las personas bien intencionadas. Por eso, con él no nos queda sino actuar como Till Eulenspiegel, que se reía a carcajadas cuando la carretera subía y gimoteaba cuando descendía, contrariamente al pretendido sentido común. Pero, como es sabido, bajo su gorro de loco se ocultaba un sabio que durante la subida se alegraba por la bajada que iba a venir. Sabiduría y locura mantienen, por lo demás, una amistad muy peligrosa .

 Es preciso que encaminemos a nuestro enfermo hacia esa región en la que nace la unidad, el lazo con lo universal, región en la que se produce ese nacimiento creador que «entredesgarra a la madre» y que es, en el sentido más profundo, la causa de todas las disociaciones de la superficie. Una cultura no se disocia, pare. Un sabio habría podido exclamar en los primeros años de nuestra era, con una seguridad inquebrantable, en esa Roma politizante, capital del mundo, entregada a todas las especulaciones y a la locura de las grandezas, ebria de los juegos del circo: «El germen de una época mundial futura acaba de brotar ya a la sombra de este desorden, semilla del árbol que, gracias a una convicción, una cultura, una lengua, acogerá a los pueblos bajo su ramaje, desde la occidental Tule hasta Polonia y desde el Cabo Norte hasta Sicilia.» Pues ello es una ley psicológica .

Mi enfermo, con toda probabilidad, no creerá una palabra de todo ello. Por lo menos, exige experimentarlo él mismo. Y es aquí donde comienzan las dificultades: pues el elemento compensador, la promesa de renovación, brota siempre, como de un modo intencionado, allí donde menos se le supone, allí donde, con toda objetividad, es menos plausible. Supongamos que nuestro enfermo no sea ya la personificación, construida enteramente, de una cultura desaparecida, sino que tengamos ante nosotros a un hombre de nuestra época, de carne y hueso, cuyo destino insigne es ser un representante particularmente típico de la cultura europea moderna; constataremos inmediatamente que nuestra teoría de la compensación no le dice nada que le sirva. El padece, sobre todo, la enfermedad de sabér-a-priori-todo-mejor-quenadie, de que no existe absolutamente nada que no esté ya clasificado para él de una vez para siempre; en cuanto a su alma, es, en lo esencial, su propio descubrimiento, su libre albedrío hecho ley, obedeciendo exclusivamente a su razón; sin embargo, cuando se excita, cuando, por ejemplo, padece síntomas psíquicos, estados de ansiedad, obsesiones, etc., se trata, y no puede tratarse de otra cosa, de enfermedades clínicamente constatables, con nombres perfectamente científicos y verosímiles. Lo psíquico, en tanto que experiencia íntima, original e irreductible, es para él letra muerta y no comprende ni la primera palabra de lo que le digo, aun cuando se imagina comprenderlo perfectamente y escriba artículos y libros en los que deplora el «psicologismo» moderno .

Es inútil, para cualquiera que sea, pretender atacar este estado de ánimo de frente, atrincherado tras murallas inviolables de libros, de periódicos, de opiniones, de instituciones y de profesiones. Entonces, ¿cómo le va a afectar ese germen de renovación unificador, ínfimo, tan ínfimo en su modestia que preferiría exhalar el último suspiro? ¿Hacia dónde encaminaremos a nuestro enfermo para darle una luz, un presentimiento de algo distinto, capaz de contrapesar su mundo trivial, que le tiene ensordecido? Debemos, a menudo con largos rodeos, conducirle a un lugar de su alma, oscuro, ridículo, fútil, aparentemente desprovisto de toda trascendencia y de todo valor; llevarle por una vía olvidada mucho tiempo atrás hasta una ilusión ya de muy antiguo plenamente descubierta, y que todo el mundo sabe que no es sino... Ese lugar se llama el sueño, esa creación efímera, incierta y grotesca de nuestras noches, y la vía se llama la comprensión de los sueños. Indignado, mi enfermo exclama con Fausto: ¡Me molesta toda esta estúpida hechicería! ¿Y tú me prometes que voy a curarme en este caos de locuras? ¿Necesito consejos de una vieja?¡Desgraciado de mí si no sabes nada mejor! (4) «¿No lo ha probado ya todo?¿No ha comprobado usted mismo que sus tentativas le devuelven siempre al círculo vicioso de su desorden presente?» Tal será mi punto de partida.«¿Dónde bebería, entonces, una esperanza de renovación si ésta no puede florecer en punto alguno de su mundo?» Mefistófeles, en este punto, disimulando mal su satisfacción, murmura aparte: Pues entonces hay que apelar a la bruja, desfigurando así, según la manera satánica que le es propia, el viejo y «sacrosanto secreto de polichinela» de que el sueño es una visión interior. El sueño es una puerta estrecha, disimulada en lo que el alma tiene de más oscuro y de más íntimo; se abre a esa noche originaria cósmica que preformaba el alma mucho antes de la existencia de la conciencia del yo y que la perpetuará mucho más allá de lo que una conciencia individual haya alcanzado.

 

El sueño - Pierre Puvis de Chavannes

Pues toda conciencia del yo está dispersa; distingue hechos aislados procediendo por separación, extracción y diferenciación; sólo lo que puede entrar en relación con el yo es percibido. La conciencia del yo, incluso cuando roza las nebulosas más lejanas, no está hecha sino de enclaves muy delimitados. Toda conciencia especifica. Por el sueño, en cambio, penetramos en el ser humano más profundo, más general, más verdadero, más duradero, que se hunde todavía en el claroscuro de la noche originaria, donde era un todo y donde el Todo estaba en él, en el seno de la naturaleza indiferenciada e impersonalizada. De estas profundidades, en que lo universal se unifica, es de donde brota el sueño, aunque revista las apariencias más pueriles, más grotescas, más inmorales. El es de una ingenuidad florida y de una veracidad que hacen enrojecer de vergüenza a nuestras adulaciones autobiográficas. No tiene nada de extraño, pues, el que, en todas las culturas antiguas, se haya visto en el sueño impresionante, en el «gran sueño», un mensaje de Dios. Debía ser un privilegio de nuestro racionalismo el explicar el sueño y su constitución exclusivamente por los residuos de la vida diurna, es decir, por las migajas del abundante festín de la vida consciente caídas en sus bajos fondos. ¡Como si estas profundidades oscuras no fueran sino un saco vacío que no contiene jamás sino lo que le cae de arriba! ¿Por qué se suele olvidar siempre que no hay nada grande ni bello en el vasto dominio de la cultura humana que no sea debido primitivamente a una repentina y feliz inspiración? ¿Qué se haría de la humanidad si la fuente de las inspiraciones se secara? Al contrario, el saco sería más bien la conciencia, que no contiene nunca más de lo que llega al espíritu .

Cuando el pensamiento huye de nosotros y le buscamos en vano es cuando apreciamos hasta qué punto dependemos de nuestras inspiraciones. El sueño no es otra cosa que una inspiración que nos viene de esa alma oscura y unificadora. ¿Qué habría de más natural, una vez que nos hemos perdido en los detalles infinitos y en el laberinto de la superficie del mundo, que detenernos en el sueño para buscar en él los puntos de vista capaces de llevarnos de nuevo a la proximidad de los hechos fundamentales de la existencia humana? Pero en este punto tropezamos con los prejuicios más arraigados: «Los sueños son mentira», se dice, no tienen realidad, mienten o no son más que realizaciones de deseos; tales son las excusas alegadas para no tomar a los sueños en serio, lo que sería singularmente incómodo. La audacia presuntuosa de la conciencia gusta del tabicamiento, a despecho de los inconvenientes que suscita; por eso somos tan poco inclinados a conceder cualquier realidad a la verdad del sueño. Hay santos que tienen sueños bastante libertinos. ¿Qué sería de su santidad—que los sitúa tan por encima de la plebe humana—si la obscenidad de los sueños tuviera el menor valor de realidad? Son precisamente los sueños más desagradables los que podrían acercarnos más a la humanidad hecha de nuestra sangre y atemperar con mayor eficacia la arrogancia de la derogación de los instintos. Todo un mundo se saldría de sus goznes sin que jamás la universalidad unificadora del alma oscura se viera parcelada. Al contrario, cuanto más se multiplican y crecen las grietas de la superficie, más se afirma en las profundidades la fuerza del Uno .

Cierto que nadie puede ser persuadido, sin haberla experimentado, de la existencia en el hombre de una actividad psíquica independiente que actúa al margen de la conciencia; esta convicción es tanto más difícil de alcanzar cuanto que se trata de una actividad que tiene lugar, no sólo en mí, sino en cada uno de nosotros. Sin embargo, si se compara la psicología del arte moderno con las conclusiones de la ciencia psicológica y éstas, a su vez, con la mitología y la filosofía de los diferentes pueblos, se reúne pruebas irrefutables de la existencia de ese factor inconsciente colectivo .

Mi enfermo, sin embargo, tan acostumbrado a ver en su alma lo arbitrario que se maneja a discreción, me dirá que no ha advertido nunca que sus manifestaciones psíquicas atestigüen la menor objetividad. Al contrario, según él, llevan la subjetividad al colmo. Yo le responderé: «Entonces, usted puede hacer desaparecer inmediatamente, a voluntad, sus angustias y sus obsesiones. ¡Que los malos humores que hierven en su interior desaparezcan de pronto! Debe bastarle con pronunciar la palabra mágica» .

 

Naturalmente, en su ingenuidad de hombre moderno, no ha observado que está completamente poseído por sus estados morbosos tanto como podía estarlo un poseso en plena Edad Media. La diferencia no es importante: entonces se hablaba del diablo, hoy se llama neurosis pero la cosa es la misma; es siempre esa experiencia tan vieja como Adán y Eva: un dato psíquico objetivo, extraño, insuperable, ha penetrado, como un bloque inconmovible, en el seno de nuestro dominio arbitrario. Nos ocurre la misma desventura que al Proctofantasmista en el Fausto:

"¡Seguís estando ahí! ¡Vamos, es inaudito!

¡Desapareced ya! ¡Ya hemos alumbrado!

A este montón de diablos no les importan las reglas;

por sensatos que seamos, siempre hay duendes en el castillo ."

Si nuestro enfermo es asequible a esta lógica, se ha dado un gran paso adelante. La vía que lleva a la experiencia íntima del alma está libre. Pero todavía no es practicable, pues surge ahora un nuevo prejuicio: suponiendo que se haga la experiencia de una potencia psíquica refractaria a nuestro buen placer arbitrario, de un elemento llamado psiquismo objetivo, no hay que ver todavía en ello más que un dato puramente psicológico, de una insuficiencia por completo humana, indeterminable y desordenada .

Fausto y Mefistófeles Eugène Siberdt, 1851-1931

Es inaudito ver hasta qué punto los hombres se aferran a sus propias palabras; siempre se imaginan que detrás de cada una de ellas se oculta una realidad. ¡Como si se hubiera asestado un duro golpe al diablo por haberle llamado ahora neurosis! Esta confianza pueril y conmovedora es todavía una supervivencia de los buenos viejos tiempos en que se operaba con gran apoyo de fórmulas mágicas. Lo que actúa bajo el nombre de diablo o de neurosis no es en absoluto influido por el nombre que se le aplica. Pues no sabemos lo que es la psique; al inconsciente le llamamos así porque lo que él es nos es inconsciente. Sabemos tan poco lo que es la psique como el físico lo que es la materia. Sobre este tema no hay más que teorías, es decir, representaciones, en una palabra, imágenes. Durante un tiempo, se las supone conformes con lo que representan, pero luego sobreviene un nuevo descubrimiento que derriba la concepción anterior. La materia ¿se ve afectada por ello o disminuida su realidad? No sabemos en absoluto con qué nos enfrentamos al tropezar con ese factor singular de perturbación al que designamos científicamente con el nombre de inconsciente o de psiquismo objetivo. Se ha querido ver en él—con una apariencia de justificación—instinto sexual o voluntad de poder. Esto es dejar aparte la significación específica de la cosa. Pues ¿qué es lo que hay detrás de esos instintos, que no son, desde luego, el objeto del mundo, sino sólo delimitaciones de la razón? El campo queda abierto para todas las interpretaciones. Se puede concebir también el inconsciente como una manifestación del instinto vital mismo y relacionar la fuerza creadora y conservadora de la vida con las nociones bergsonianas de «impulso vital» o de «duración creadora». Otro paralelo posible sería la voluntad según Schopenhauer. Conozco personas que han sentido el poder ajeno en el seno de su propia alma como una manifestación divina; y ello por la excelente razón de que esta vía les ha permitido acceder a la experiencia religiosa y a su comprensión .

Gustosamente confieso que comprendo sin reticencia la desilusión de mi enfermo o de mi público cuando, en medio de la confusión del espíritu moderno, llamo su atención, ¡oh paradoja!, sobre el sueño como fuente de informaciones. Nada más natural que encontrar, en principio, semejante indicación de un ridículo total. ¿A qué puede aspirar el sueño, el fenómeno más subjetivo que exista y abocado a la nada, sobre todo en un mundo desbordante de realidades que nos encadenan? A las realidades hay que oponerles otras realidades igualmente palpables, y no sueños subjetivos, que sólo sirven para turbar el descanso y estropear el humor. Sin duda, con sueños no se construyen edificios, no se pagan los impuestos, no se ganan batallas ni se supera la crisis mundial. Tal es la razón de que mi enfermo y muchas personas esperan todavía que yo les diga cómo se puede dominar la situación insostenible y cuáles son los medios apropiados para ello. Pero aquí está precisamente nuestra desgracia: todos los medios que parecen practicables han sido ya preconizados sin éxito, o bien consisten en deseos imaginarios prácticamente irrealizables. Estos medios fueron siempre elegidos en función de la situación presente. Si alguien, por ejemplo, ve que su negocio entra en una fase peligrosa, es natural que busque, entre todos los medios para sacar a flote un negocio, el que le parezca que tiene las mayores posibilidades de éxito. Pero ¿qué hacer cuando se han agotado todos los medios razonables y éstos, contra todo lo que se esperaba, no han hecho sino empeorar la situación? En este caso, es preciso interrumpir lo antes posible la utilización de los pretendidos «buenos medios» .

 

Mi enfermo—y quizá toda nuestra época—está en esta situación; me pregunta angustiado: «¿Qué hago?»; y yo debo responderle: «Yo no lo sé mejor que usted». «Entonces, ¿no hay esperanzas?» Y yo responderé: «La humanidad, en el trascurso de los tiempos, se ha metido innumerables veces en callejones parecidos de los que nadie veía salida, pues todo el mundo estaba ocupado, dentro de su situación personal, en encontrar sabios planes.

Nadie tenía el valor de confesar que el fracaso era general. Y, sin embargo, de pronto, de una forma inesperada, la pesada máquina empezaba de nuevo a funcionar, de suerte que es siempre la misma vieja humanidad la que continúa existiendo, a pesar de sus transformaciones» . Cuando consideramos la historia de la humanidad sólo distinguimos la capa más superficial de los acontecimientos, enturbiada, además, por el espejo deformante de la tradición. Lo que ha ocurrido en el fondo escapa incluso a la mirada más escrutadora del historiador, pues la propia marcha de la historia está profundamente oculta, al ser vivida por todos y estar enmascarada a la mirada de cada cual. Está hecha de vida psíquica y de experiencias privadas y subjetivas en grado máximo. Las guerras, las dinastías, las transformaciones sociales, las conquistas y las religiones, no son sino los síntomas más superficiales de una actitud espiritual fundamental y secreta del individuo, actitud de la que él mismo no tiene conciencia y que, luego, escapa al historiador; quizá son los creadores de religiones los más reveladores en este sentido. Los grandes acontecimientos de la historia del mundo son, en el fondo, de una profunda insignificancia. En último análisis, sólo la vida subjetiva del individuo es esencial. Es ésta sólo la que hace la historia; es en ella donde se producen primero todas las grandes transformaciones; la historia entera y el futuro del mundo resultan, en definitiva, de la suma colosal de estas fuentes ocultas e individuales. Somos, en lo que nuestra vida tiene de más privado y de más subjetivo, no sólo las víctimas, sino también los artesanos de nuestro tiempo. Nuestro tiempo somos nosotros .

Cuando yo aconsejo a mi enfermo: «Preste atención a sus sueños», es como si le dijera: «Vuelva a lo que hay de más subjetivo en usted, a la fuente de su existencia y de su vida, a ese punto en el que usted participa, sin saberlo, en la historia del mundo. El obstáculo, de apariencia insuperable, con el que usted choca debe ser, en efecto, una dificultad insoluble, para que usted continué consumiéndose en busca de remedios cuya ineficacia está demostrada de antemano. Sus sueños son la expresión de su naturaleza subjetiva; por eso pueden revelarle el fallo de una actitud que le ha conducido a un callejón sin salida» .

En efecto, los sueños son productos del alma inconsciente, son espontáneos, sin predeterminación, sustraídos a la arbitrariedad de la conciencia. Son pura naturaleza y, por tanto, de una verdad natural y sin disfraz; ésta es la razón de que gocen de un privilegio sin igual para restituirnos una actitud conforme con la naturaleza fundamental del hombre, si nuestra conciencia se ha alejado de su base y se ha quedado atascada en algún atolladero o en alguna imposibilidad .

Meditar sobre los propios sueños es volver a uno mismo. En el curso de estas reflexiones, la conciencia del yo no medita sólo sobre ella; se detiene en los datos objetivos del sueño como sobre una comunicación o un mensaje procedente del alma inconsciente y única de la humanidad. Se medita sobre el sí mismo y no sobre el yo, sobre ese sí mismo extraño que nos es esencial, que constituye nuestro pedestal y que, en el pasado, engendró el yo; se nos ha vuelto extraño, pues nos lo hemos alienado al seguir la rutina de nuestra conciencia .

Si se admite, generalizando, la idea de que los sueños no son invenciones de nuestra arbitrariedad sino un producto natural de la actividad inconsciente del alma, los sueños reales no desautorizarán tampoco el deseo de ver en ellos un mensaje de alcance desconocido para nosotros. La interpretación de los sueños es una de las disciplinas de la hechicería, y forma parte, como tal, de las artes malditas perseguidas por la Iglesia. Aunque nosotros, hombres del siglo xx, tengamos a este respecto una mayor libertad de espíritu, la idea de interpretar los sueños sigue estando tan censurada por el prejuicio histórico que tropezamos con ciertas dificultades para familiarizarnos con ella. ¿Existe, por lo demás—tendremos que preguntarnos—, un método de interpretación en el que se pueda confiar? ¿Podemos abandonarnos a las primeras especulaciones que se nos ocurran? Comparto sin reservas estos escrúpulos y estoy convencido incluso de que no existe ningún método de interpretación terminantemente puesto a prueba .

 

Por otra parte, no hay certeza absoluta en la interpretación de los hechos naturales sino dentro de unos límites muy estrechos, a saber, en la medida en que las conclusiones no superen a las premisas, es decir, en que no se encuentre en las cosas más de lo que se ha introducido en ellas. Toda nuestra interpretación de la naturaleza es temeraria. Los métodos no se desarrollan sino mucho tiempo después del trabajo de los pioneros. Como es sabido, Freud escribió un libro sobre La interpretación de los sueños , pero su trabajo pone de relieve lo que acabamos de decir: jamás aclara sino aquello que, según sus teorías, es susceptible de figurar en el sueño. Esta concepción no está, naturalmente, en ningún aspecto, a la altura de la libertad exuberante de la vida onírica, y, por consiguiente, oscurece más que aclara el sentido del sueño. Cuando nos hemos hecho una idea de la variabilidad infinita de los sueños, difícilmente se puede pensar, por otra parte, que pueda existir alguna vez un método en este dominio, es decir, un camino a seguir, técnicamente prescrito, capaz de conducir a un resultado infalible. Por lo demás, no es malo que falte este método; pues, si existiera, perjudicaría al sentido del sueño; limitado a priori, éste perdería precisamente esa virtud, esa aptitud de revelar un punto de vista nuevo que le hace tan precioso en psicología .


Lo mejor que se puede hacer es tratar al sueño como a un objeto totalmente desconocido; se le examina en todas sus facetas, se le toma, en cierto modo, en la mano y se le sopesa, se le lleva con uno mismo, se deja volar su imaginación, se le confía a otras personas. Los primitivos cuentan siempre, si es posible ante la tribu reunida, los sueños que les han impresionado; este uso estaba todavía acreditado al final de la antigüedad, pues todos los antiguos conceden al sueño una significación venerable. Este acto provoca una multitud de incidentes en el espíritu del soñador y le lleva ya a la periferia del sentido del sueño. El descubrimiento de tal sentido es—si así puede decirse— algo esencialmente arbitrario; pues es aquí, en su desciframiento, donde comienza la temeridad. Según su experiencia propia, su temperamento y su gusto, se asignará al sentido del sueño fronteras más o menos amplias. Algunos se contentarán con poco; para otros, nada será suficiente. También el sentido, es decir, el resultado de la interpretación del sueño, dependerá en grado elevado de la intención del exégeta, de su previsión o de sus exigencias. La significación encontrada estará siempre involuntariamente orientada según ciertas premisas; de la honradez y de la conciencia empleadas por el investigador en la interpretación del sueño dependerán la posible ganancia que puede obtener de ella o el encadenamiento más profundo todavía a los errores que comete. Por lo que se refiere a las premisas, podemos basarnos con certeza en el hecho de que el sueño no es una invención ociosa de la conciencia, sino una aparición natural y espontánea; este hecho no sería alterado en nada si se confirmase después que, al pasar a la conciencia, los sueños sufren ciertas transformaciones. Si tales transformaciones se producen, son tan rápidas y tan automáticas que apenas si son perceptibles. Tenemos, pues toda la libertad para considerarlas como dependientes de la función natural del sueño. Con igual certeza podemos suponer que los sueños emanan esencialmente de nuestra naturaleza inconsciente; son, por lo menos, síntomas de ella, que permiten, por inferencia, presentir su complexión. Por ello, los sueños son los instrumentos más adecuados para el estudio de la esencia misma del hombre.

 

Es preciso guardarse, en el trascurso del trabajo de interpretación, de un fárrago de prejuicios y de supersticiones; ante todo, de la idea de que las personas presentadas por el sueño sólo encarnan a esas mismas personas en la vida real. Pues no hay que olvidar jamás que se sueña, ante todo y casi exclusivamente, sobre uno mismo y a través de uno mismo. (Hay, para las excepciones, ciertas normas precisas que no me interesa citar aquí.) Si aceptamos esta verdad, en seguida se nos presentan problemas de gran interés. Recuerdo dos casos especialmente instructivos: en el primero, el sujeto soñaba con un vagabundo borracho, tumbado en plena calle; en el otro, con una prostituta borracha que se revolcaba en un basurero. El primer caso era el de un teólogo; el segundo, el de una dama distinguida de la alta sociedad, y ambos se rebelaban y ofendían ante la idea de que se sueña sobre uno mismo y a través de uno mismo: no estaban en absoluto dispuestos a confesárselo. Les aconsejé con benevolencia que se concedieran una hora de meditación y buscaran con aplicación y recogimiento en qué aspecto y de qué forma ellos no valían apenas más que aquel hermano borracho en la calle y aquella hermana prostituta en el basurero. A menudo un golpe de efecto semejante se desencadena el proceso sutil del conocimiento de sí mismo. El «otro» con quien soñamos no es ni nuestro amigo, ni nuestro vecino; es el otro en nosotros, del que decimos con predilección: «¡Oh Dios, te doy las gracias por no haberme hecho como a ése!» Sin duda, el sueño, ese brote de la naturaleza, ignora las intenciones moralizadoras, pero expresa aquí la vieja ley, bien conocida, según la cual los árboles no crecen hacia el cielo, sino hunden en el suelo sus poderosas raíces .

Si tenemos presente en nuestro espíritu que el inconsciente encierra con profusión todo lo que le falta al consciente, y, por tanto, que el inconsciente tiene una tendencia compensadora, podremos intentar sacar deducciones de un sueño, con tal de que no brote de capas psíquicas demasiado profundas. Si, por el contrario, es así, el sueño contendrá por regla general lo que se llama temas mitológicos, es decir, asociaciones de imágenes y de representaciones comparables a las que hay en la mitología de su propio pueblo o de los pueblos extranjeros. En este caso, el sueño contiene un sentido colectivo, es decir, un sentido general, humano .

Pero esto no está en contradicción con la observación hecha más arriba de que soñamos siempre sobre nosotros mismos y a través del prisma de nuestra individualidad una y única. Aunque seamos seres individuales, nuestra individualidad no por ello deja de estar incrustada en la condición humana.

Un sueño con significación colectiva será, pues, en primer lugar, válido para el que lo ha soñado, pero expresará, al mismo tiempo, que la problemática momentánea del sujeto es compartida también por muchos de sus contemporáneos. Semejantes constataciones son, a menudo, de una gran importancia práctica, pues son numerosos los seres que, en su vida íntima, se sienten aislados del resto de la humanidad, prisioneros del espejismo de que los dilemas que les agobian sólo les afectan a ellos entre todos los hombres. O bien se trata de sujetos exageradamente modestos que, «en el sentimiento agudo de su nada», han mantenido su actividad social por debajo de su nivel posible. Por otra parte, todo problema particular está en relación, de alguna manera, con los problemas de la época, lo que explica que, por así decirlo, toda dificultad subjetiva pueda ser considerada en función de la situación general de la humanidad. En la práctica, sin embargo, esto no es admisible más que si el sueño utiliza verdaderamente una simbólica mitológica, es decir, colectiva .

Los primitivos llaman a estos sueños los «grandes» sueños. Los primitivos del África Oriental que yo he estudiado, suponían que los «grandes» sueños no eran soñados sino por «grandes» personajes, es decir, por los hechiceros y los jefes. Nada hace pensar que esto, al nivel primitivo, no sea cierto. Entre nosotros, estos sueños se dan también en seres sencillos, en particular en aquellos que se confinan en una estrechez mental impuesta. Es inútil decir que el estudio de uno de estos grandes sueños exige, para llegar a un resultado satisfactorio, mucho más que las solas conjeturas de una intuición más o menos adivinatoria. Son indispensables conocimientos extensos, que no deberían faltar a ningún especialista. Los conocimientos solos, sin embargo, no bastan; no deben ser en absoluto recuerdos momificados, sino, por el contrario, deben conservar en quien los maneja el sabor de la experiencia viva. ¿Qué significarán, por ejemplo, los conocimientos filosóficos en el cerebro de un hombre que no es filósofo de corazón? Quienquiera que desee interpretar un sueño debe poseer una envergadura personal comparable a la del sueño, pues, y esto de modo absoluto, jamás se reconoce en nada más de lo que se es .

 

El arte de la interpretación de los sueños no se aprende en los libros; los métodos y las reglas no son buenas más que para quien es capaz de pasarse sin ellos. Sólo dispone de la facultad real de interpretación quien tiene la gracia del saber y de la comprensión viva, quien, siendo comprensivo, tiene este don graciosamente. Quien no se conoce a sí mismo no puede pretender conocer a los demás. Y en cada uno de nosotros duerme un extraño de rostro desconocido, que habla con nosotros por medio del sueño y nos hace saber cuan diferentes son la visión que tiene de nosotros y aquella en la que nos complacemos. Por eso, cuando nos debatimos en una situación con dificultades insolubles, es el otro, el extraño en nosotros, quien puede, llegada la ocasión, abrirnos los ojos y difundir las únicas claridades capaces de transformar de arriba abajo nuestra actitud, esa actitud que nos ha llevado hasta la situación inextricable y que ha fallado .

A medida que, a lo largo de los años, me consagraba a estos problemas, más se iba afirmando en mí la impresión de que nuestra educación moderna es de una unilateralidad enfermiza. Desde luego, es juicioso abrir los ojos y los oídos de la juventud a las perspectivas del vasto mundo, pero es locura creer que de esta forma se ha preparado suficientemente a los jóvenes para la vida.

Tal educación permite exactamente a los jóvenes una aceptación exterior a las realidades del mundo; pero nadie piensa en una adaptación al sí mismo, a las potencias del alma cuya omnipotencia supera con mucho a todas las grandes potencias que pueda ocultar el mundo exterior. Existe aún, es cierto, un sistema de educación; proviene, en parte, de la antigüedad y, en parte, de los comienzos de la Edad Media. Se llama Iglesia cristiana. Sin embargo, no se puede negar que el cristianismo—en el curso de los dos últimos siglos, al igual que el confucianismo y el budismo en China—ha perdido gran parte de su eficacia educativa. Responsable de ello no es la perversidad de los hombres, sino la evolución espiritual progresiva y general, cuyo primer síntoma fue la Reforma, que quebrantó la autoridad educativa e inició el proceso de demolición del principio de autoridad. La inevitable consecuencia fue un aumento de la importancia del individuo, que se ha expresado con la máxima fuerza en los ideales modernos de humanidad, de bienestar social y de igualdad democrática. La tendencia expresamente individualista de la última fase de nuestro desarrollo tiene por consecuencia un reflujo compensador hacia el hombre colectivo, cuya afirmación autoritaria constituye en la actualidad el centró de gravedad de las masas. No es de extrañar, pues, que reine actualmente una atmósfera de catástrofe, como si se hubiera desencadenado una avalancha que nadie podrá ya contener. El hombre, elemento anónimo de una masa, amenaza con ahogar, con tragarse al individuo, al ser humano tomado aparte, sobre cuya responsabilidad reposa, sin embargo, toda la obra edificada por mano humana. La masa, como tal, es siempre anónima e irresponsable. Los llamados jefes son los síntomas inevitables de todo movimiento de masa. Los verdaderos jefes de la humanidad, sin embargo, son siempre aquellos que, meditando sobre sí mismos, aligeran al menos de su propio peso el peso de la masa, manteniéndose conscientemente alejados de la inercia natural y ciega, inherente a toda masa en movimiento .

Pero ¿quién es capaz de resistir a esta potencia de atracción abrumadora, en cuya corriente cada cual se agarra a su vecino y se arrastran unos a otros?

Sólo puede resistir aquel que no se acantona en el exterior, sino que se apoya en su mundo interior y posee en él un puerto seguro .

 

Estrecha y oculta es la puerta que se abre al interior, innumerables los prejuicios, las prevenciones, las opiniones, los temores que impiden el acceso a ella. Lo que se espera son grandes programas políticos y económicos, precisamente lo que siempre ha hecho atascarse a los pueblos. Por eso, hablar de las puertas ocultas del sueño y del mundo interior suena tan grotesco.

August Landmesser. Llamado "El hombre que se negó a saludar a Hitler"

¿Qué puede esperar este idealismo nebuloso frente a un programa económico gigantesco, frente a los problemas—los pretendidos problemas—de la realidad? Yo no me dirijo a las naciones; hablo a algunos hombres, a un pequeño grupo en cuyo seno se sabe perfectamente que las realidades de nuestra cultura no nos han caído del cielo, sino que son, en último término, obra de unos cuantos hombres extraordinarios. Si esa gran cosa que es la cultura va de mal en peor, ello depende simplemente de que los hombres tomados uno a uno van de mal en peor, de que yo voy de mal en peor.

Razonablemente, tendré que empezar por rehacerme yo mismo. Pero como la autoridad ya no tiene instancia suprema y, así enucleada, ya no es un freno para el individuo, necesito un conocimiento y un reconocimiento de las bases más específicas y más íntimas de mi ser subjetivo, con objeto de edificar sobre los datos eternos del alma humana .

Si hasta ahora he hablado principalmente del sueño, ha sido porque quería citar simplemente uno de los puntos de partida, el más próximo y conocido, de la experiencia interior. Además del sueño, hay muchos otros de los que no puedo hablar aquí. Pues la exploración de las profundidades del alma aclara muchas cosas que en la superficie apenas si nos atrevemos a imaginar. No es extraño que, a veces, se descubra en ellas la más poderosa y espontánea de todas las actividades espirituales, a saber, la actividad religiosa del espíritu.

Pues ésta se halla mucho más profundamente arraigada en el hombre moderno que la sexualidad o la adaptación social. Así, conozco a personas para quienes el encuentro interior con la potencia extraña representa una experiencia a la que atribuyen el nombre de «Dios». También «Dios», tomado en este sentido, es una teoría, una concepción, una imagen que el espíritu humano crea, en su insuficiencia, para expresar la experiencia íntima de algo impensable e indecible. La experiencia viva es la única realidad, el único elemento indiscutible. Pues las imágenes pueden ser manchadas y desgarradas .

Los nombres y las palabras son vestiduras muy pobres para nuestras experiencias, pero, al menos, hacen presentir su naturaleza. El que hoy se llame al diablo neurosis, indica que esta experiencia demoníaca es sentida como enfermedad, rasgo característico de nuestra época; el que se le llame represión de la sexualidad o instinto de poder, demuestra que estos impulsos fundamentales se encuentran en ella seriamente perturbados. El que se llame a las experiencias íntimas Dios, es que se desea destacar la significación universal y la profundidad infinita de las que se ha oído el eco en uno mismo.

Viendo las cosas con una mirada lúcida, es esta última designación la que, por la lejanía de lo desconocido, resulta más prudente y, al mismo tiempo, más modesta, pues es ella la que deja a la experiencia íntima el juego más amplio, sin encerrarle en absoluto en la forma reducida de cualquier esquema conceptual. A menos que, naturalmente, no se le ocurra a alguien la extraña idea de pretender saber con precisión lo que es Dios .

Desígnese a la parte más honda del alma con el nombre que se quiera; no por ello la existencia y la naturaleza misma de la conciencia quedan de modo inaudito bajo su dominio, y en una medida tanto mayor cuanto más suceda esto sin saberlo nosotros. El profano, es cierto, difícilmente puede discernir hasta qué punto está influido en todas sus tendencias, sus humores, sus decisiones, por los datos oscuros de su alma, potencias peligrosas o saludables que forjan su destino. Nuestra conciencia intelectual es como un actor que hubiera olvidado que está interpretando a un personaje. Cuando la representación acaba, debe poder volver a su realidad subjetiva, pues no podría continuar viviendo el personaje de Julio César o de Ótelo; debe volver a su propio temperamento, expulsado mediante un artificio momentáneo de su conciencia. Debe saber de nuevo que no era más que un personaje en un escenario, que se ha representado una obra de Shakespeare, que existe un director de escena y un empresario, cuyas opiniones, antes y después de la representación, determinan la lluvia y el buen tiempo .

*(Fragmento de "Los Complejos y El Inconsciente. Ed. Altaya. Cap II. Reconquista de la consciencia).