Trabajo presentado en las primeras "Jornadas de Estudios Psiquedélicos", evento organizado por el Grupo de Investigación Etnopsique, Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia).
Analista Junguiano IAAP
Siempre es un gusto regresar a la Universidad de Antioquia, los exalumnos de esta universidad tenemos, generalizando, la tendencia a la añoranza, somos bastante románticos al recordar la vida universitaria y hay un apego especial, al que preferimos llamar “sentido de pertenencia” para evitar identificarnos con alguna tendencia regresiva a la madre, a la mater, al Alma Mater (sabemos que incluso hay algunos que no logran salir nunca de la universidad, o dicho de otra manera, hay algunos que logran quedarse en este delicioso vientre por muchos, muchísimos años).
Es importante recordar que estas experiencias de unidad son acompañadas también de experiencias de muerte, lo cual resulta sumamente simbólico dado que la muerte aunque sea experimentada por nosotros como imagen opuesta a la vida, en realidad la completa. Se dice que si estás en unidad comprendes la vida y la muerte, aceptas la vida y la muerte, experimentas la vida y la muerte. Esto ocurre con toda vivencia de los opuestos, sabemos que es sólo en la consciencia en donde se experimenta la división y separación de los opuestos, y que es un sistema en ella al que denominamos “el Yo”, un sistema rector de la orientación en el mundo y garante de la percepción del tiempo y del espacio, quien puede llegar a excluir o negar uno de los opuestos. Y creo que podemos reconocer que nosotros hemos logrado expulsar la muerte de nuestra vida a pesar de que ella insiste, o quizás por eso es que insiste tanto. En tanto más la negamos mediante las modernas promesas de vida eterna, juventud eterna y felicidad sin fin, es decir, triunfalismo y vida interminable, ella más nos trae lo contrario, pues la psique parece tener una tendencia natural a percibir la vida como completitud. Durante las experiencias con estas sustancias nos aproximamos, entonces, a todo eso que ha sido negado, dado que las defensas construidas y la unilateralidad del Ego es derribada, por lo que podemos llegar a experimentar fascinación o terror frente a una visión completamente alejada de nuestra memoria individual de división y separación en opuestos.
Sabemos que estas experiencias están íntimamente relacionadas con las experiencias del bebé y su madre, algo que la psicología del desarrollo ha explorado suficientemente y que la psicoanalista Margaret Mahler denominó estados simbióticos. Freud, en su "Interpretación de los sueños", afirma que durante el dormir, cuando se suspende la posibilidad de que una idea pueda cursar hacia la acción (dado que está inhibido el movimiento corporal), las ideas encuentran una forma de satisfacción en la formación de imágenes. A este movimiento lo denominó “regresión”, es decir, la libido debe retornar, desde el polo de la acción y el desarrollo logrado por la consciencia, hacia el polo más primitivo, el de la pura y simple percepción interna, hacia la imaginería propia de un estado primitivo en el que se encuentran los bebés, al no tener más que su incipiente mente en un cuerpo limitado.
Jung toma un camino diferente frente a la regresión. Ilustra su punto con los mitos que, para él, expresan la lucha de la consciencia por separarse del abrazo poderosamente atrayente del inconsciente; se refiere entonces a los mitos heroicos, en los que personajes femeninos o masculinos, hacen un viaje desde su lugar originario hasta otro lleno de peligros, siendo en la mayoría de las ocasiones engullidos por monstruos o teniendo que descender a la oscuridad, al sitio de la muerte o a su propia muerte, para después renacer de alguna manera. Ese momento de muerte expresado a veces como devoramiento por el monstruo, es interpretado por el psiquiatra suizo como el proceso mediante el cual la consciencia, en cierto punto de desarrollo, debe detenerse y regresar a eso materno que tanto aterroriza, pues amenaza con destruir lo tan difícilmente logrado. En muchos mitos ese terror cede ante la curiosidad que genera el encontrar en esos lugares oscuros a ciertos personajes conocidos (ancestros, amigos ya fallecidos, etc.) que proveen de imágenes o herramientas que servirán para encontrar la salida. ¿Porqué ve Jung esto como un paso necesario y no como un asunto patológico? Su clínica está llena de casos en los cuales el Yo ha querido tomar las riendas de la vida, lo ha logrado y luego ha fracasado en su lucha por sostener permanentemente ese estado de bienestar. Es común encontrar en sus informes sobre pacientes, a hombres que acumularon una gran fortuna, a herederas y condesas victorianas, hombres de negocios norteamericanos, que en la mitad de la vida y tras lograr un éxito rotundo, entraron en depresión, ansiedad o en impotencia sexual. Jung se da cuenta de que la patología en todos esos casos induce a una regresión necesaria, a un movimiento que, aunque se representa inicialmente como una revisión del pasado personal y las vivencias infantiles, parece continuar hacia una fuente creadora de imágenes que nos se corresponde exactamente con lo reprimido individual, que es lo inconsciente mismo. El trabajo con los sueños y otras metodologías que inducen al contacto con la imaginación, son implementados por Jung como vías de acceso a ese espacio de la psique del que, dicho sea de paso, depende toda nuestra realidad. El viaje hacia ese núcleo productor de imágenes y el contacto con ellas tiene la función de corregir, compensar o enriquecer el estado consciente. Para Jung entonces la regresión no sólo no es patológica, es profundamente necesaria, es casi una indicación terapéutica y podría resultarnos inevitable, algo que el Ego puede llegar a sentir como tragedia o fatalidad.
Pero es que Jung había experimentado él mismo este fenómeno. En el año 1912 publica la segunda parte de su obra “Símbolos de transformación”, en la que propone una lectura del mitologema del héroe como representación de la energía psíquica que puede y debe ir hacia adelante y que expresa el impulso de la consciencia hacia la individuación, pero que en muchos casos debe ir también hacia atrás o hacia las profundidades, para hacer a la experiencia consciente adulta algo más completa y para prepararse para la vejez y la muerte. En este libro comienza a elaborar su planteamiento de que lo materno va más allá de la madre personal, de lo que ella hizo o no hizo, de lo que dijo o no dijo y del grado de simbiosis que hayamos compartido con ella. Hoy en día, cuando viene creciendo el número de teorías y de terapias que literalizan lo materno en las madres, Jung resulta particularmente interesante (o molesto), pues nos invita a contemplar la regresión como un movimiento hacia una fuente creativa tremendamente ajena a la madre personal y que puede ser concebida con mayor precisión como algo colectivo, es decir, como un arquetipo.
Tras la publicación de aquella obra Jung se vería obligado a llevar a cabo su propio viaje, o como lo denominaba usando el vocablo griego usado para el viaje del héroe, su propia NEKIA. Jung también era el tipo exitoso, con dinero y famoso al acercarse a la mitad de su vida. Años antes de conocer a Freud, su labor como psiquiatra en el estudio y tratamiento de la esquizofrenia o, como se le llamaba en aquellos días, la “demencia precoz”, le habían dado un gran reconocimiento, lo mismo que sus publicaciones sobre el contenido de los delirios psicóticos y sus primeras conferencias sobre los complejos psicológicos. Ahora, con 36 años, era ya el prestigioso presidente reelegido de la recién fundad API y Freud, el estudioso de la psique más importante de la época, le había nombrado su príncipe heredero, el encargado de llevar el psicoanálisis hacia el mundo no judío. Junto con Freud había sido invitado a varias universidades de E. U. e Inglaterra a impartir conferencias y seminarios (el libro del que hablamos marcó, de hecho, la separación de los dos hombres). En cuanto a la vida material le había ido bien, pues se había casado con la heredera de la segunda fortuna más grande de Suiza con quien ya tenía hijos y se encontraba en embarazo del tercero.
Y sin embargo Jung no estaba contento, o como diríamos en el lenguaje triunfalista y rimbombante de nuestros días, no era completamente feliz (sarcasmo). En ese punto se encontraba estancado, petrificado, debido a dos motivos fundamentales: por un lado sus objeciones a la teoría de Freud habían crecido hasta el punto de tener qué hacerlas públicas, pero sentía que no tenía algo sólido para ofrecer en su lugar, y por otro, estando casado de una manera “tan correcta”, se había enamorado de una joven brillante, su alumna Toni Wolff. Es aquí donde lo encontramos repudiado por Freud y su círculo más cercano y sentimentalmente afectado tanto por el rompimiento con el fundador del psicoanálisis como por una confusión erótica que no lograba resolver, o que no quería resolver mediante la simple huida hacia la negación (cosa que Freud ya le había recomendado 8 años antes, al involucrarse con otra paciente).
Jung siente que no es capaz de continuar. Renuncia a su trabajo como docente universitario y dice conservar unos pocos pacientes, aquellos que mejor le pudieran comprender, es decir, quienes pudieran acompañarle a él. Entonces comienza el viaje, la Nekia, que está escrita y dibujada en El Libro Rojo.
Ahora quisiera justificar el porqué narrar toda esta historia, este chisme, conectándolo con el asunto que nos ocupa. El fracaso del Yo puede ser vivenciado de diferentes maneras, cuando Jung murió un periódico londinense tituló la noticia de la siguiente manera: “Murió el psicótico que se curó a sí mismo”, con lo cual inició la leyenda negra según lo cual los personajes que aparecieron frente a Jung durante sus años de encierro, mujeres y hombres, animales como serpientes y palomas, lugares como castillos, bibliotecas, pantanos, cuerpos en putrefacción, etc. etc., se corresponderían con las alucinaciones de un loco que logró engañar a gran parte de estudiosos de la psique, haciendo pasar su delirio por una teoría psicológica. A mi no me parece del todo disparatada esta explicación, ya que la totalidad de teorías humanas me parecen delirios útiles con los cuales construimos lo que llamamos la realidad y que a muchos nos sirven para ganarnos la vida.
Pero lo que ustedes encuentran en el Libro Rojo tiene por sí mismo una importancia. Usted comienza a leer y se encuentra con un drama tremendo, el encuentro del mismo Jung con una serie de figuras que le fascinan, le atemorizan o le atacan, y con las cuales él decide dialogar. Aunque el colorido en varias imágenes es tremendo, hay qué hacer notar que al principio habla de que siente que se desliza por una cueva bajo el suelo, un socavón oscuro de miles de kilómetros, hasta llegar a montañas en las que aparecen las primeras figuras. Jung pregunta sus nombres y ellos le dicen que son Elías y Salomé.
Más adelante aparece el alma de Jung, quien le dice que él no sabe nada de ella, que lo que tiene son teorías elegantes, ideas que ella misma le ha enviado (le dice que sus ideas no son de él aunque su Yo se precie de ello), pero que, en definitiva, él deberá aprender quién es ella en realidad, qué es ella, por la vía de la experiencia.
Jung se dedica a hacer estos viajes conscientemente, dice que, al principio, la experiencia se le impuso debido a su debilidad, pero que luego decidió hacerlo voluntariamente figurándose en su imaginación el túnel y la caída, para después permitir que las imágenes emergieran.
En otras palabras, Jung estaría viviendo un estado regresivo, hacia el polo primitivo de la psique en el que reina la imagen sensorial, una especie de ensueño durante el cual decide tomar un papel activo, lo cual es el segundo elemento a resaltar. En varias ocasiones se presentaron peligros reales, por ejemplo, cuando una figura le dijo que él tenía qué matarse debido al crimen que había cometido, el asesinato del héroe (en otra escena Jung había sido inducido por un personaje de turbante, de piel oscura, a matar a Sigfrido, el gran héroe de la mitología nórdica); otro peligro se presentó cuando una mujer le dijo que lo que él estaba haciendo era arte, que él en realidad era un artista incomprendido. Frente a ambas figuras logra defenderse, confrontarlas mediante ese papel activo de quien también puede cuestionar y cuestionarse frente a lo inconsciente. Debemos anotar que, tras el asesinato de Sigfrido, Jung había visto una cabeza flotando en un río de sangre, lo que le pareció que podía significar que su función superior, el intelecto representado en la cabeza, debía de ser cortado, suspendido, para poder permitir la emergencia emocional y sentimental que él debía aceptar y cuya represión, como confirma después, era la causa de su crisis.
Como vemos, durante la experiencia hay un alguien que supone e incluso interpreta, y al cual estas suposiciones le permiten tomar distancias de las fuerzas mortíferas que también subyacen en ese lugar de totalidad, tal como he afirmado. Tras el asesinato del héroe, la culpa pone a Jung en contacto con su propia muerte a través de la voz de una mujer que le induce al suicidio y aunque tenía siempre un revolver en la mesita de noche, pudo sobrevivir gracias a esa atención consciente que se diferencia, esa actitud activa del Ego, muy diferente a aquella forma pasiva que se entrega pasivamente a un complejo y que podría llegar a obedecer ciegamente a la culpa, una de las formas preferidas del Ego para sentirse mejor.
Al salir de la crisis, Jung ha reconocido varias figuras arquetípicas con las cuales cualquier psiconauta, para utilizar el término propio de las primeras experiencias con LSD, podría encontrarse. La Serpiente, representante antigua de lo inconsciente, pero también de la madre primordial y de lo demoníaco, de lo femenino y de la curación, por nombrar sólo algunos de sus significados. El guía, en este caso en la forma de un bibliotecario que le dice a Jung que el librito de su infancia “La Imitación de Cristo”, es un engaño, con lo cual lo conduce a la reflexión sobre la figura de Cristo no como algo que se deba imitar en lo que hizo sino en la forma como lo hizo, es decir, en la expresión de su propia naturaleza. El Rojo, un personaje que se manifestó como El Diablo, aquel que sólo sabe reír y hacer burla, frente a un Jung que se había vuelto demasiado serio (Jung dice que le enseñó seriedad mientras que aquel le dio el don de la risa). Por supuesto “el Ánima”, en todas sus formas, como Salomé la seductora y cortadora de cabezas, la doncella rubia atrapada en un castillo en medio de un pantano, encerrada allí por un erudito (la razón fría y desconectada del sentimiento) y la serpiente que al final haría una dupla con la paloma, como partes del alma terrestre y aérea, funciones del sentimiento y del pensamiento.
Y muchísimos más. Pero creo que con esto puedo acercarlos a algunas intuiciones. La primera, que todo ser humano que experimente un viaje interior, viajará al mismo sitio, al núcleo generador de imágenes que llamamos el inconsciente colectivo, la segunda, que podría sernos de utilidad el preguntarnos si es posible implementar la actitud activa de la consciencia en los viajes con sustancias para evitar identificaciones y "posesiones" de diferente grado, eso que muchos han llamado el "quedarse en el viaje". Y por último, la posibilidad de que un saber sobre los arquetipos, las estructuras psíquicas responsables de los mitos, los sueños, los delirios psicóticos, las visiones sagradas, la salud y la enfermedad de todo ser humano en todo tiempo y lugar, podría sernos también de utilidad a la hora de comprender lo percibido. En psicología analítica se habla del funcionamiento constante de un arquetipo denominado el Self, el arquetipo de la unidad, de la integración de los opuestos que todo niño, todo ser mítico, todo soñador y todo viajante conoce sin saberlo, el cual podría ayudarnos a transitar de manera consciente aquello que persigue la psique al mostrarnos lo que nos muestra.
Jung había experimentado los peligros que en las conferencias anteriores se han hecho notar frente a la exploración de algo tan poderoso como estas imágenes cargadas emocionalmente, imágenes vivaces, autónomas que, por lo tanto, no tienen porqué estar interesadas en lo que a nosotros nos parece “lo bueno”. Imágenes que son naturaleza pura, como el tigre que no piensa en hacerte mal al atacarte, sino que solamente es tigre. Por ello necesitamos de herramientas para nuestra Nekia, brújulas, algunas guías que permitan al Ego jugar y no sólo ser juguete. Para algunas personas que he conocido en consulta y fuera de ella, ha resultado nefasto el dejar que la sustancia trabaje sola, se que esto es tema de discusión actual, pero por mi formación, prefiero participar activamente de toda experiencia trascendente y estas lo son. Por ello Jung no hizo más que alertar sobre los riesgos de este tipo de acercamientos al inconsciente, creando, al mismo tiempo, un método para llevarlos a cabo. Nosotros somos muy pequeños frente a todo eso, lo reconocemos y por ello estamos aquí conversando, preguntándonos, abriendo los ojos para llegar a tener el sueño de despertar.
Lisímaco Henao H.
101122