La función trascendente
Carl Gustav Jung
(Escrito en 1.916, y publicado por primera vez en 1.957).
No hay nada misterioso o metafísico en el término función trascendente. Significa una función psicológica en cierta forma comparable a una función matemática del mismo nombre, que es una función de números reales e imaginarios. La función trascendente psicológica surge de la unión de los contenidos conscientes e inconscientes.
La
experiencia de la psicología analítica ha mostrado ampliamente que el
consciente y el inconsciente raramente concuerdan en sus contenidos y
tendencias. Esta carencia de paralelismo no es sólo accidental o desprovista de
propósito, sino debida al hecho de que el inconsciente se comporta de una forma
compensatoria o complementaria respecto del consciente. También podemos decirlo
de la forma opuesta, como que el consciente se comporta en forma complementaria
al inconsciente. Las razones de esta relación son: 1.- La consciencia posee una
intensidad de umbral cuyos contenidos deben ser alcanzados, de tal modo que
todos los elementos que son demasiado débiles permanecen en el inconsciente. 2.-
La consciencia, debido a sus funciones dirigidas, ejerce una inhibición (que
Freud llama censura) sobre todo material incompatible, con el resultado de que
estos se hunden en el inconsciente. 3.- La consciencia constituye el proceso de
adaptación momentánea, mientras que el inconsciente contiene no sólo todo el
material olvidado del propio pasado individual, sino todos los rastros del comportamiento
heredado que constituyen la estructura de la mente. 4.- El inconsciente
contiene todas las combinaciones imaginarias que aún no alcanzan el umbral de
intensidad, pero que en el curso del tiempo y bajo las condiciones apropiadas
entrarán en la luz de la consciencia.
Esto
explica fácilmente la actitud complementaria del inconsciente hacia el
consciente.
Las
características de definición y dirección de la mente consciente son cualidades
de adquisición relativamente recientes en la historia de la humanidad, de las
cuales los primitivos actuales, por ejemplo, aún carecen en una amplia
proporción. Estas cualidades están a menudo deterioradas en el paciente
neurótico, que difiere de la persona normal en que su umbral de consciencia se
desplaza más fácilmente; en otras palabras, la frontera entre consciente e inconsciente
es mucho más permeable. El psicótico, por otra parte, está bajo la influencia
directa del inconsciente.
La
definición y dirección de la mente consciente son adquisiciones extremadamente
importantes por las cuales la humanidad ha pagado un alto precio, y que a su
tiempo habrán de brindar a la humanidad el mayor servicio. Sin ellas la
ciencia, la tecnología y la civilización serían imposibles, ya que presuponen
una continuidad y dirección confiable de los procesos conscientes. Para el
político, el médico y el ingeniero, tanto como para el simple obrero, estas cualidades
son absolutamente indispensables. Podemos decir en general que la
desvalorización social aumenta en el mismo grado que estas cualidades son
deterioradas por el inconsciente. Los grandes artistas y otros seres
distinguidos por sus dotes creativas son, por supuesto, excepciones a la regla.
La gran ventaja de la que estos individuos disfrutan consiste precisamente en
la permeabilidad de la frontera que separa el consciente y el inconsciente. Pero,
para aquellas profesiones y actividades sociales que requieren justamente de
esta continuidad y confiabilidad, esos seres humanos excepcionales son de poco
valor.
Es
por tanto comprensible, y aún necesario, que los procesos psíquicos en cada
individuo deban ser tan estables y definidos como sea posible, dado que las
exigencias de la vida lo demandan. Pero esto implica una cierta desventaja: la
cualidad de dirección ejerce una inhibición o exclusión de todos aquellos
elementos psíquicos que parecen ser, o que realmente son, incompatibles con
ella, es decir, que puedan desviar de su sentido la dirección previamente trazada
y encausar el proceso hacia un objetivo no deseado. ¿Y cómo sabemos que el
material psíquico que sobreviene es incompatible? Lo sabemos a través de un
acto de juicio que determina la dirección del sendero escogido y deseado. Este
juicio es parcial y prejuiciado, ya que escoge una posibilidad particular a expensas
de las demás. El juicio está a su vez siempre basado en la experiencia, esto
es, en lo que ya es conocido. Como norma, nunca está basado en lo que es nuevo,
en lo que aún es desconocido, y en lo que bajo ciertas condiciones podría
enriquecer considerablemente el proceso de dirección. Es evidente que esto no
es posible, por la real razón de que los contenidos inconscientes están
excluidos del consciente.
Mediante
estos actos de juicio, el proceso de dirección necesariamente se vuelve
unilateral, aun cuando el juicio racional pueda parecer multifacético y
desprejuiciado. La verdadera racionalidad del juicio puede incluso ser el peor
prejuicio, ya que llamamos razonable a lo que a nosotros nos lo parece. Lo que
nos parece poco razonable está por tanto condenado a ser excluido debido a su
carácter irracional. Puede realmente ser irracional, pero igualmente puede sólo
parecer irracional sin realmente serlo cuando se lo contempla desde otra
perspectiva.
La
unilateralidad es una característica inevitable y necesaria del proceso de
dirección, porque la dirección implica unilateralidad. Es una ventaja y al
mismo tiempo un inconveniente. Incluso cuando ningún inconveniente evidente
parezca estar presente, siempre hay igualmente una acentuada contraposición en
el inconsciente, excepto en el caso ideal en el cual todos los componentes
psíquicos tienden en una y la misma dirección. Esta posibilidad no puede ser
discutida en teoría, pero en la práctica rara vez sucede. La contraposición en
el inconsciente no es peligrosa hasta que no alcanza una carga elevada de
energía. Pero si la tensión aumenta como resultado de una unilateralidad
exagerada, la contratendencia irrumpe en el consciente, por lo general justo en
el momento en el que es más importante mantener la dirección consciente. Así
una persona tiene un lapsus
lingue cuando
desea especialmente no decir nada estúpido. Este momento es crítico debido a su
alta tensión energética, la cual, cuando el inconsciente está cargado, puede
relampaguear y liberar fácilmente el contenido inconsciente.
La
vida civilizada actual demanda un funcionamiento consciente concentrado y
dirigido, acarreando el riego de una disociación considerable con respecto al
inconsciente. Cuanto más capaces seamos de trasladarnos desde el inconsciente
al consciente a través del funcionamiento dirigido, más rápido sucederá que una
poderosa contraposición pueda erigirse dentro del inconsciente, y cuando estalle
puede tener desagradables consecuencias.
El
análisis nos ha dado una profunda comprensión de la importancia de las
influencias del inconsciente, y hemos aprendido tanto de esto en nuestra vida
práctica como para estimar imprudente esperar una eliminación o suspensión del
inconsciente luego del así llamado término del tratamiento. Muchos pacientes,
reconociendo vagamente este estado de cosas, presentan grandes dificultades
para decidir poner término al análisis, aunque ambos ellos y el analista – tengan
el sentimiento de una tediosa dependencia. A menudo ellos temen que esté en
riesgo la permanencia sobre sus propios pies, porque saben por experiencia que
el inconsciente puede intervenir una y otra vez en sus vidas alterándolas de
una forma aparentemente impredecible.
En
los inicios del psicoanálisis se asumía que los pacientes estaban listos para
retornar a su vida normal tan pronto como hubieran adquirido suficiente auto
conocimiento práctico para comprender sus propios sueños. Sin embargo, la
experiencia ha mostrado que incluso los analistas profesionales, de los que
podría esperarse una maestría en el arte de la interpretación de sueños, a
menudo capitulan ante sus propios sueños y deben llamar en auxilio a algún colega.
Si aún el que presume ser un experto en el método prueba ser incapaz para
interpretar sus propios sueños en forma satisfactoria, cuánto menos se puede
esperar del paciente. La esperanza de Freud de que el inconsciente pudiera
quedar exhausto no ha sido satisfecha. Las ensoñaciones y las intrusiones desde
el inconsciente continúan -mutatis
mutandis- sin
impedimento.
Existe
un prejuicio vastamente extendido de que el análisis es algo así como una “cura”,
a la cual uno se somete por un tiempo al término del cual es dado de alta,
sanado. Este es un error del lego desde los primeros tiempos del psicoanálisis.
El tratamiento analítico podría ser descrito como una readaptación de las
actitudes psicológicas, alcanzada con la ayuda del médico. Naturalmente estas
recientes actitudes ganadas por el paciente, mejor adaptadas a las condiciones internas
y externas, pueden durar un tiempo considerable, pero hay muy pocos casos en
los que una simple “cura” tiene un éxito permanente. Es verdad que el optimismo
médico nunca se ha privado de la publicidad y siempre ha procurado informar
curas definitivas. Sin embargo, no tenemos que dejarnos embaucar por aquellas
actitudes demasiado humanas de los clínicos, sino más bien aceptar que
se siguen produciendo situaciones problemáticas. No es necesario ser
pesimistas; hemos visto demasiados resultados excelentes logrados con un poco
de suerte y trabajo honesto. Pero esto no quita que reconozcamos que el
análisis no es una “cura-paratodo-para-siempre”; no es más que, en principio,
una más o menos completa readaptación. No hay cambio que sea incondicionalmente
válido por un largo período de tiempo. La vida siempre tiene que ser emprendida
de nuevo. Por supuesto, existen actitudes colectivas extremadamente durables
que permiten la solución de los conflictos más típicos. Una actitud colectiva
capacita al individuo para calzar dentro de la sociedad sin fricción, porque
ella actúa sobre él como cualquier otra condición vital. Pero las dificultades
de los pacientes consisten precisamente en el hecho de que su problema
individual no puede ajustarse sin fricción dentro de una norma colectiva; requiere
la solución de un conflicto individual si el conjunto de su personalidad tiene
que permanecer viable. Ninguna solución racional puede ajustarse a esta tarea,
y definitivamente no existe una norma colectiva que pueda reemplazar una
solución individual sin alguna pérdida.
La
nueva actitud obtenida en el curso del análisis tiende, más pronto o más tarde,
a ser inadecuada en algún sentido o en otro, y por eso necesariamente, y debido
al flujo constante de la vida, una y otra vez requiere de nuevas adaptaciones.
La adaptación nunca es lograda de una vez y para siempre. Ciertamente uno
podría exigir del análisis que debiera capacitar al paciente para obtener
nuevas orientaciones en su vida ulterior, y además, sin demasiadas
dificultades. Y la experiencia muestra que esto es verdad hasta cierto punto. A
menudo encontramos que pacientes que han realizado un completo análisis tienen
dificultades considerablemente menores ante nuevos ajustes posteriores. No
obstante, esas dificultades resultan ser frecuentes y pueden a veces ser
realmente molestas. Esta es la razón por la que aún los pacientes que han
tenido un análisis exitoso a menudo vuelven con su antiguo analista por ayuda
en algún período posterior. A la luz de la práctica médica en general no hay nada
muy inusual en ello, pero ciertamente contradice cierto entusiasmo fuera de
lugar tanto desde el lado del terapeuta como desde el punto de vista de que el
análisis constituye una única cura. En última instancia es altamente improbable
que pueda haber alguna vez una terapia que se deshaga de todas las
dificultades. El hombre necesita dificultades; son necesarias para la salud. Lo
que a nosotros concierne aquí es sólo una excesiva cantidad de ellas.
La
pregunta básica para el terapeuta no es cómo deshacerse de las dificultades
momentáneas, sino cómo las dificultades futuras pueden ser enfrentadas
exitosamente. La pregunta es: ¿Qué tipo de actitud moral y mental es necesario
tener hacia las influencias perturbadoras del inconsciente, y cómo puede ser
ella transferida al paciente?
La
respuesta obviamente consiste en hacer desaparecer la separación entre
consciente e inconsciente. Esto no puede ser hecho por la condena unilateral de
los contenidos del inconsciente, sino más bien por el reconocimiento de lo que
significa en la compensación de la unilateralidad de la consciencia y tomando
en cuenta esta significación. Las tendencias del consciente y del inconsciente
son los dos factores que juntas integran la función trascendente. Es llamada
trascendente debido a que permite que la transición desde una hacia la otra
actitud sea orgánicamente posible, sin pérdida para el inconsciente. El
método constructivo o sintético de tratamiento presupone percepciones internas
que estén al menos potencialmente presentes en el paciente y que por tanto
puedan volverse conscientes. Si el analista no sabe nada de esas
potencialidades no puede tampoco ayudar al paciente a desarrollarlas, excepto
que tanto el analista como el paciente se consagren juntos al estudio científico
idóneo para este problema, lo que como norma resulta impensable.
En
la práctica real, por lo tanto, el analista adecuadamente entrenado mediatiza
la función trascendente para el paciente, es decir, le ayuda a religar
consciente e inconsciente para alcanzar una nueva actitud. En esta función del
analista yace uno de los muchos significados de la transferencia. El paciente se aferra por medio
de la transferencia a la persona que parece prometer una renovación de su actitud;
a través suyo busca el cambio, que le resulta vital, aun cuando él no sea
consciente de estar haciéndolo. Para el paciente, por tanto, el analista posee
el carácter de una figura indispensable y absolutamente necesaria para su vida.
Por más infantil que esta dependencia pueda parecer, expresa una demanda
extremadamente importante que, si se siente defraudada, a menudo se torna en
una amarga aversión al analista. Por lo tanto, es importante saber a qué es lo
que apunta esta demanda oculta en la transferencia; existe la tendencia a
entender esto sólo en su sentido reductivo, como una fantasía erótica infantil.
Pero esto significaría considerar esta fantasía, la cual usualmente se refiere
a los padres, literalmente, como si el paciente, o más bien su inconsciente,
aún tuviera las expectativas infantiles que alguna vez tuviera hacia sus
padres. Aparentemente todavía es la misma expectativa del niño hacia ayuda y
protección de los padres, pero entre tanto el niño ha devenido adulto, y lo que
era normal para un niño es impropio para un adulto. Esto entonces se ha
convertido en la expresión metafórica de la necesidad no percibida
conscientemente de ayuda en una crisis. Históricamente es correcto explicar el
carácter erótico de la transferencia en términos del eros infantil. Pero en esta forma el significado
y propósito de la transferencia no está siendo entendido, y su interpretación
como una fantasía sexual infantil conduce lejos del problema real. La
comprensión de la transferencia debe ser buscada no en sus antecedentes
históricos sino en su propósito. La explicación unilateral, reductiva, resulta
finalmente insensata, en especial cuando absolutamente nada nuevo surge de ella
excepto la resistencia incrementada del paciente. El sentido de tedio que entonces
aparece en el análisis es simplemente una expresión de la monotonía y pobreza
de ideas, no del inconsciente – como a veces se supone – sino del analista, que
no entiende que dichas fantasías no deberían ser sólo consideradas en un
sentido concreto-reductivo, sino más bien en uno constructivo. Desde esta
perspectiva constructiva, muchas veces cambia de repente la situación de
bloqueo.
El
tratamiento constructivo del inconsciente, esto es, el asunto del significado y
propósito, pavimenta el camino para la introducción del paciente dentro del
proceso que denomino la función trascendente.
Puede
ser conveniente, en este punto, decir unas pocas palabras acerca de la objeción
frecuentemente escuchada de que el método constructivo es simplemente
sugestión. El método está basado, más bien, en la evaluación del símbolo (ya
sea imagen onírica o fantasía) no en forma semiótica,
como un signo de procesos rudimentarios instintivos, sino simbólicamente
en su verdadero sentido, empleando la palabra símbolo como significando la
mejor expresión posible para un hecho complejo aún no claramente aprehendido
por la consciencia. A través del análisis reductivo de esta expresión no se obtiene
sino una visión más clara de los elementos que originalmente la componen, y
aunque no negaría que la comprensión incrementada de estos elementos pueda
tener sus ventajas, pasa por alto, no obstante, el interrogante del propósito involucrado.
La disolución del símbolo en esta etapa del análisis es por tanto un error. Al
comienzo, sin embargo, el método de develar los significados de los complejos
significados sugeridos por el símbolo es el mismo que en el análisis reductivo.
El paciente aporta asociaciones que, normalmente, son suficientemente
abundantes como para ser utilizadas en el método sintético. Nuevamente aquí ellas
deben ser evaluadas no en forma semiótica sino simbólica. Lo que debemos
preguntar es: ¿A qué significado señalan las asociaciones individuales A, B, C,
cuando se consideran junto con la manifestación de los contenidos oníricos?
Una
paciente femenina soltera soñaba que alguien
le regalaba una maravillosa espada antigua, ricamente ornamentada, desenterrada
de un túmulo.
Ocurrencias de la paciente
La
daga de su padre, quien una vez la había hecho
centellear al sol frente a ella, lo que le hizo una fuerte impresión. Su padre
era en todos sentidos un hombre enérgico, bastante inflexible, de temperamento
impetuoso, y aventurero en lances amorosos. Una espada de bronce Celta: la paciente está orgullosa de
sus ancestros celtas. Los celtas abundan en temperamento, impetuosidad, pasión.
La ornamentación tiene un aspecto misterioso de tradiciones antiguas,
runas, signos de sabiduría antigua, de civilizaciones arcaicas, herencia de la
humanidad, traídas nuevamente a la luz desde el sepulcro.
Interpretación
Analítica:
La
paciente tiene un marcado complejo paterno y una rica trama de fantasías
sexuales respecto al padre, a quien perdió tempranamente. Ella siempre se ha
puesto en el lugar de su madre, aunque con fuertes resistencias hacia el padre.
Nunca ha sido capaz de aceptar a un hombre como su padre y por lo tanto ha
escogido sin convicción a hombres neuróticos contra su deseo. También aparece
en el análisis una violenta resistencia hacia el médico-padre. El sueño desentierra
su deseo por el arma de su padre. El resto es claro. En teoría, esto indicaría
inmediatamente una fantasía fálica.
Interpretación
Constructiva:
Es
como si la paciente necesitara la tal arma. Su padre tenía el arma. Él estaba
pleno de energía y vivía de conformidad a ello, y también se hacía cargo de las
dificultades inherentes a su temperamento. Por tanto, aunque viviendo una
existencia apasionada y excitante, él no era un neurótico. Esta arma es una
herencia muy antigua de la humanidad que yace enterrada en la paciente y que
fue llevada a la luz a través de una excavación (análisis). El arma se
relaciona con la visión interna, con la sabiduría. Es un medio de ataque y de
defensa. El arma de su padre era una voluntad apasionada e indeclinable, con la
cual él se abrió camino a través de la vida. Hasta el momento la paciente ha
sido lo opuesto en cada uno de estos asuntos. Ella está en el momento preciso
de darse cuenta de que una persona puede anhelar algo y necesitar no solamente
ser llevada, como había siempre creído. La voluntad basada en un conocimiento
de la vida y en la percepción interior es una herencia arcaica de la raza
humana, que también está en ella, pero hasta ahora yace enterrada, por lo que, en
relación a esto, también ella es la hija de su padre. Pero no lo había
apreciado hasta ahora, debido a su carácter perpetuamente quejumbroso, mimado,
de niña malcriada. Ella era extremadamente pasiva y completamente entregada a
fantasías sexuales.
En
este caso no hay ninguna necesidad de alguna analogía suplementaria por parte
del analista. Las asociaciones de la paciente proveyeron todo lo que era
necesario. Podría ser objetado que este tratamiento del sueño implica
sugestión. Pero esto ignora el hecho de que una sugestión nunca es aceptada sin
una disposición interna a ella. O si luego de una gran insistencia es aceptada,
es inmediatamente perdida otra vez. Una sugestión que es aceptada durante un
tiempo siempre presupone una marcada inclinación psicológica que es solamente
puesta en juego por la así llamada sugestión. Esta objeción es por tanto
insensata y de ningún modo corresponde atribuir a la sugestión un poder mágico,
o de otra manera la terapia de sugestión tendría un enorme efecto y podría
hacer que los procedimientos analíticos fueran superfluos. Pero está lejos de
ser el caso. Además, el cargo de sugestión no toma en cuenta el hecho de que
las propias asociaciones de la paciente indican el significado cultural de la
espada.
Luego
de esta digresión, retornemos al asunto de la función trascendente. Hemos visto
que a lo largo del tratamiento la función trascendente es, en un sentido, un
producto artificial debido a que es ampliamente sostenida por el analista. Pero
si el paciente va a pararse sobre sus propios pies no debe depender
permanentemente de ayuda exterior. La interpretación de los sueños sería un
método ideal para sintetizar los datos del consciente y el inconsciente, pero en
la práctica las dificultades para analizar los propios sueños son demasiado
grandes.
Ahora
debemos aclarar lo que se requiere para producir la función trascendente. Veremos
que durante el tratamiento la función trascendente parece, por así decir,
artificialmente provocada, puesto que está muy respaldada por la ayuda del
médico. Sin embargo, si el paciente llegara a valerse por sí mismo, con el
tiempo podría prescindir de la ayuda externa. Lo ideal sería que fuera capaz de
interpretar sus sueños, pues son el instrumento ideal para hacer una síntesis
de los datos inconscientes y conscientes; pero la dificultad práctica de
analizar uno mismo sus propios sueños es demasiado grande.
Para
utilizar la función trascendente necesitamos los datos del inconsciente. La
expresión más fácilmente accesible de los procesos del inconsciente está
indudablemente en los sueños. El sueño es, por así decir, un producto puro del
inconsciente. Las alteraciones que el sueño experimenta en el proceso de
alcanzar la consciencia, aunque irrefutables, pueden ser consideradas
irrelevantes, ya que ellas también derivan desde el inconsciente y no son
distorsiones intencionales. Las posibles modificaciones de la imagen onírica original
derivan de un estrato más superficial del inconsciente y por tanto también
contienen material valioso. Ellas son por demás productos de la fantasía que
siguen el rumbo general del sueño. Lo mismo es aplicable a las imágenes e ideas
subsecuentes que con frecuencia aparecen durante el adormecimiento o que “surgen
espontáneamente” al despertar. Ya que el sueño se origina en el dormir, lleva
consigo todas las características de un abaissement du niveau mental
(Janet), es decir, de una baja tensión de energía: discontinuidad lógica,
carácter fragmentario, formaciones por analogía, asociaciones superficiales con
lo verbal, sonidos o tintineos, condensaciones, expresiones irracionales, confusión,
etc. Con un aumento en la tensión de energía, los sueños adquieren un carácter
más ordenado; llegan a ser de contenido dramático y revelan claras conexiones
de sentido, con lo que se incrementa el valor de las asociaciones.
Ya
que la tensión de la energía durante el sueño es por lo general muy baja, los
sueños, comparados con el material consciente, son expresiones inferiores de
contenidos inconscientes muy difíciles de entender desde un punto de vista
constructivo, aunque por lo general son más fáciles de entender en forma
reductiva. En general, los sueños son inapropiados o difíciles de ser
utilizados para el desarrollo de la función trascendente, debido a que resultan
demasiado exigentes para la persona.
Debemos
por tanto buscar otras fuentes para el material inconsciente. Existen, por ejemplo,
interferencias inconscientes en el estado de vigilia: ideas ajenas al tema,
deslices, embrollos y lapsus de memoria, acciones sintomáticas, etc. Este
material es por lo general más útil para el método reductivo que para el
constructivo; es demasiado fragmentario y carece de continuidad, lo que es indispensable
para una síntesis significativa.
Otra
fuente son las fantasías espontáneas. Por lo general ellas tienen un
carácter más estructurado y coherente y a menudo contienen material obviamente
significativo. Algunos pacientes son capaces de producir fantasías en cualquier
momento, permitiéndoles que surjan libremente tan sólo por la eliminación de la
atención crítica. Tales fantasías pueden ser utilizadas, aunque este talento
particular no es demasiado común. La capacidad de producir fantasías libres
puede, sin embargo, ser desarrollada a través de la práctica. El entrenamiento
consiste antes que nada en ejercicios sistemáticos para la eliminación de la
atención crítica, produciendo así un vacuum
en la consciencia. Esto incita la
emergencia de cualquier fantasía que esté disponible. Por supuesto, un
prerrequisito es que haya fantasías con una elevada carga de libido realmente disponibles.
Lo que naturalmente no es siempre el caso. Cuando no es así, se requiere de
medidas especiales.
Antes
de entrar en esa discusión, tengo que admitir un incómodo sentimiento que me
dice que el lector puede estar preguntándose, dubitativamente, ¿Cuál es
realmente la importancia de todo esto?, ¿Y por qué es tan absolutamente
necesario extraer contenidos inconscientes?, ¿No es suficiente si de tanto en
tanto ellos surgen por su propia decisión haciéndose sentir desagradablemente?,
¿Tiene uno por fuerza que rastrear el inconsciente hacia la superficie a la fuerza?
Por el contrario, ¿No debería ser el trabajo de los analistas el vaciar el
inconsciente de fantasías y de esta forma volverlo ineficaz?
Podría
ser positivo considerar estos recelos con cierto mayor detalle, ya que los
métodos para traer el inconsciente a la consciencia pueden chocar al lector por
ser nuevos, inusuales, y quizás incluso como algo extraño. Por tanto, primero
debemos discutir estas objeciones naturales, de modo que no nos detengan cuando
empecemos a demostrar los métodos en cuestión.
Como
hemos visto, necesitamos los contenidos inconscientes para complementar la
actitud consciente. Si la actitud consciente fuera sólo en un grado mínimo
dirigida, el inconsciente podría fluir completamente por sí mismo. Esto es lo
que de hecho ocurre con todas aquellas personas que tienen un nivel bajo de
tensión consciente, como por ejemplo en los primitivos. Entre ellos, ninguna medida
especial se requiere para alcanzar el inconsciente. Realmente, en ninguna parte
se requiere de medidas especiales para esto, porque aquellas personas que menos
se dan cuenta de su lado inconsciente son las más influenciadas por él. Pero
son inconscientes de lo que está sucediendo. La participación secreta del
inconsciente está presente en todas partes sin necesidad de nuestra indagación,
pero como permanece inconsciente realmente nunca sabemos qué está sucediendo o
qué esperar. Lo que estamos buscando es una forma de hacer conscientes esos
contenidos que van a influenciar nuestras acciones, de tal modo que la secreta
interferencia del inconsciente y sus desagradables consecuencias puedan ser evitadas.
El
lector sin duda preguntará: ¿Por qué el inconsciente no puede ser dejado a sus
propios recursos? Aquellos que aún no hayan tenido algunas pocas malas
experiencias a este respecto naturalmente no verán razón alguna para controlar
el inconsciente. Pero cualquiera con suficientes malas experiencias le dará una
ávida bienvenida a la mera posibilidad de hacerlo. La dirección es
absolutamente necesaria para el proceso consciente, pero como hemos visto, impone
una inevitable unilateralidad. Dado que la psique es un sistema que se autorregula,
tal como lo es el cuerpo, el contraefecto regulador siempre se desarrollará en
el inconsciente. Si no fuera por la dirección de la función consciente, las
influencias contrarias del inconsciente funcionarían sin obstáculo alguno. Es justamente
esta dirección la que las excluye. Esto, por supuesto, no inhibe los
contraefectos, que siguen adelante a pesar de todo. Su influencia reguladora,
sin embargo, es eliminada por la atención crítica y la voluntad dirigida,
porque los contraefectos como tales parecen ser incompatibles con la dirección
consciente. En este sentido la psique del hombre civilizado no es un sistema autorregulado,
sino que debiera más bien ser comparado con una máquina cuya regulación de
velocidad fuera tan insensible que pudiera continuar funcionando hasta el grado
de la autodestrucción, mientras que por otra parte es objeto de las manipulaciones
arbitrarias de una voluntad unilateral.
Es
una particularidad del funcionamiento psíquico que cuando los contraefectos del
inconsciente son suprimidos, éste pierde su influencia reguladora. Entonces
comienza a haber un efecto de aceleración e intensificación del proceso
consciente. Es como si, aunque el contraefecto haya perdido su influencia
reguladora y. por lo tanto, su energía, surge una situación en la que no sólo
no hay contraefectos inhibitorios, sino en la cual esas energías parecen sumarse
a las de la dirección consciente. Para empezar, esto facilita naturalmente la
ejecución de las intenciones conscientes, pero debido a que ellas no son detectadas, pueden mantenerse
fácilmente en perjuicio de la persona. Por ejemplo, cuando alguien hace una aseveración
más bien disparatada y suprime el contraefecto, esto es, una duda oportuna, insistirá
en ella de todas maneras, para su propio detrimento.
La
facilidad con la que el contraefecto puede ser eliminado es proporcional al
grado de disociación de la psique y conduce a una pérdida del instinto. Esto es
característico de – tanto como necesario para – el hombre civilizado, ya que
los instintos en su potencia original pueden hacer la adaptación social casi
imposible. No se trata de una atrofia real del instinto sino sólo, en la
mayoría de los casos, un resultado relativamente estable producto de la
educación, que nunca habría cortado sus profundas raíces si no sirviera a los intereses
del individuo.
Además
de los casos registrados a diario en la práctica, un buen ejemplo de la
supresión de la regulación del inconsciente puede ser encontrada en el Zarathustra de Nietzsche. El descubrimiento de
un hombre superior, y también del hombre más feo, expresa la influencia
reguladora, para el hombre superior que quiere derrumbar a Zarathustra a la
esfera colectiva de la humanidad promedio como siempre ha sido, mientras que el
hombre más feo es en realidad la personificación del contraefecto. Pero el león
rugiente de la convicción moral de Zarathustra fuerza a todas estas influencias,
sobre todo el sentimiento de lástima, otra vez dentro de la caverna del
inconsciente. Así la influencia reguladora es suprimida, mas no la secreta
contra reacción del inconsciente, la que desde ahora empieza a ser claramente
observable en los escritos de Nietzsche. Primero él busca a su adversario en
Wagner, de quien no puede perdonar su Parsifal, pero pronto todo su furor se
vuelve contra la Cristiandad y en particular contra San Pablo, quien en cierto
modo sufrió un destino similar al de Nietzsche. Como es bien sabido, la
psicosis de Nietzsche produjo primero una identificación con el “Crucificado”,
y luego con el Dionisio desmembrado. Con esta catástrofe el contraefecto
finalmente se abrió camino hasta la superficie.
Otro
ejemplo es el caso clásico de megalomanía preservada para nosotros en el capítulo
cuarto del Libro de Daniel. Nabucodonosor, en la cumbre de su poder tuvo
un sueño que predijo un desastre si él no se humillaba. Daniel interpretó el
sueño muy expertamente, pero sin ser escuchado. Los siguientes eventos
mostraron que su interpretación fue correcta; porque Nabucodonosor, después de haber
suprimido la influencia reguladora del inconsciente, cayó víctima de una
psicosis que contenía la verdadera contra- reacción de la que había buscado
escapar: él, señor de la tierra, era degradado al nivel de un animal.
Un
conocido mío me contó una vez un sueño en el cual él caminaba hacia el espacio desde
la cima de una montaña.
Le expliqué algo de la influencia del inconsciente y lo previne contra las
expediciones montañosas arriesgadas, por las cuales él tenía una pasión
especial. Pero él se rió de tales ideas. Pocos meses más tarde, mientras
escalaba una montaña, realmente cayó al espacio y murió.
Cualquiera que haya visto suceder este tipo de
cosas una y otra vez en todo su imaginable matiz de dramática intensidad está
llamado a reflexionar. Se puede dar cuenta de cuán fácil es pasar por alto las influencias
reguladoras, y que se debería intentar el poner atención a estas influencias
del inconsciente, que son tan necesarias para nuestra salud mental y física. De
acuerdo con esto, tratará de ayudarse a sí mismo practicando la autoobservación
y la autocrítica. Pero la sola autoobservación y auto análisis intelectual son
completamente inadecuados como medios para establecer contacto con el
inconsciente. Aunque ningún ser humano puede ser privado de las malas
experiencias, todos evitan arriesgarse a ellas, especialmente si perciben
formas en las cuales ellas podrían ser evitadas. El conocimiento de las
influencias reguladoras del inconsciente ofrece tal posibilidad y realmente
puede hacer innecesarias muchas de las malas experiencias. Podemos evitar una gran
cantidad de rodeos que no se distinguen por su particular atracción sino sólo por sus
agotadores conflictos. Ya es suficientemente malo hacer rodeos y cometer
dolorosos errores en un territorio desconocido e inexplorado, pero estar
perdido en extensas carreteras de un país habitado es meramente exasperante. ¿Cuáles
son entonces los medios a nuestra disposición para obtener conocimiento acerca
de los factores reguladores?
Si
no existe la capacidad para producir fantasías libremente, tenemos que recurrir
a ayuda artificial. La razón para invocar tal ayuda es por lo general un estado
deprimido o perturbado de la mente para el cual no se puede encontrar ninguna
causa adecuada. Naturalmente el paciente puede dar cualquier número de justificaciones
racionales: el mal tiempo sería suficiente como razón. Pero ninguna de ellas es
realmente satisfactoria como explicación, porque una explicación causal de
estos estados es por lo general satisfactoria sólo mirada desde afuera, y hasta
cierto punto. El espectador queda conforme si sus suposiciones causales son más
o menos acertadas; le es suficiente saber de dónde provienen las cosas; no
percibe el desafío que para el paciente encierra la depresión. Al paciente le
gustaría saber que eso es todo y lograr aliviarse. En la intensidad del disturbio
emocional radica su valor, la energía disponible para remediar el estado de
adaptación deficiente. Nada
se consigue reprimiendo este estado o desvalorizándolo racionalmente.
Por
tanto, para obtener posesión de la energía que se encuentra en el lugar
equivocado, tiene que hacer de este estado emocional la base o punto de partida
del procedimiento. Tiene que hacerse tan consciente como pueda del ánimo en el
que está, profundizando en él sin reservas y percibiendo en el proceso el papel
de todas las fantasías y otras asociaciones que sobrevengan. Se debe permitir
un rol lo más libre posible a las fantasías, pero no tanto como para permitir
que abandonen la órbita de su objeto, o sea, la emoción, instalando una especie
de reacción en cadena. de un proceso de asociación. Esta asociación libre, como
la llamó Freud, conduce lejos del objeto hacia todo tipo de complejos, y nunca
se puede estar seguro
de que se refieran a la emoción y no sean desplazamientos que han aparecido en
su lugar. Aparte de esta preocupación con el objeto surge una más o menos
completa expresión del ánimo, que reproduce en cierta forma el contenido de la
depresión, ya sea en forma concreta o simbólica. Ya que la depresión no fue
construida por la mente consciente sino como una intrusión no bienvenida desde
el inconsciente, la elaboración del ánimo es como si fuera un cuadro de los
contenidos y tendencias del inconsciente que estuvieran mezcladas juntas con la
depresión. Todo el procedimiento es una forma de enriquecimiento y
clarificación afectiva , toda vez que el afecto y sus contenidos son traídos
más próximos a la consciencia, siendo al mismo tiempo más impresionantes y más
comprensibles. Este trabajo, por sí mismo, puede tener una influencia favorable
y vitalizadora. Sobre todo, crea una nueva situación, ya que se ha llegado a
una idea más o menos clara y articulada del confuso afecto previo, gracias a la
cooperación y asistencia de la mente consciente. Este es el comienzo de la
función trascendente, es decir, de la colaboración de los datos entre consciente
e inconsciente.
Los
disturbios emocionales también pueden ser tratados de otra forma, no a través
de la clarificación intelectual sino que dándoles una forma visible. Los
pacientes que tengan alguna habilidad para el dibujo o pintura pueden dar
expresión a su ánimo a través de un cuadro. No es importante que el cuadro sea
técnica o estéticamente satisfactorio, sino sólo que permita un despliegue
libre de la fantasía, y que sea completado de la mejor forma posible. En principio
este procedimiento concuerda con el primero descrito. Aquí buena parte del
resultado creado es producto de la influencia tanto del consciente como del
inconsciente, encarnándose la competencia del inconsciente en la luz y la del
consciente en la substancia.
A
menudo, sin embargo, encontramos casos en los que no hay un ánimo tangible o
una depresión, sino sólo un descontento sordo o general, una sensación de
resistencia a todo, una especie de aburrimiento o vago disgusto, un indefinible
pero atormentador vacío. En estos casos no existe ningún punto de partida
definido, primero tendría que ser creado. Aquí es necesaria una especial introversión
de la libido, acaso sostenida por condiciones externas favorables como completo
reposo, especialmente en la noche, cuando la libido se encuentra en cualquier
caso con tendencia a la introversión. “Es de noche… ahora cantan más alto todas
las fuentes. Y también mi alma es una fuente cantarina”, como dice Nietzsche *.
La
atención crítica debe ser eliminada. Los tipos visuales deberían concentrarse
en la expectativa de que aparezca una imagen interna. Por lo general, tal
cuadro de fantasía realmente aparecerá quizás en forma hipnagógica – y debería
ser cuidadosamente observado y consignado por escrito. Los tipos audio-verbales
habitualmente escuchan palabras internas, quizás meros fragmentos o frases aparentemente
sin sentido con las cuales comenzar, las que sin embargo deberían ser
cuidadosamente anotadas también. Otros a veces oyen simplemente la voz de otro.
Verdaderamente, existen no pocas personas que se dan perfecta cuenta de que
poseen una suerte de crítico o juez interno que inmediatamente comenta todo lo
que ellos dicen o hacen. La gente insana oye directamente esta voz como alucinaciones
auditivas. Pero la gente normal también, si su vida interior está
suficientemente bien desarrollada, es capaz de reproducir esta voz inaudible
sin dificultad, aunque como resulta notoriamente irritante y refractaria, casi
siempre es reprimida. Tales personas tienen pocas dificultades en procurarse el
material inconsciente y así se establece la base de la función trascendente.
Ahora
llegamos a la siguiente interrogante: lo que debe hacerse con el material
obtenido en alguna de las formas descritas. Para esta pregunta no existe una
respuesta a priori; es sólo cuando la mente consciente
confronta al producto del inconsciente que sobrevendrá una reacción provisional
que determine el procedimiento subsiguiente. Sólo la experiencia práctica puede
darnos una clave. Hasta donde me lo permite mi experiencia, parece haber dos tendencias
principales. Una es el camino de la formulación
creativa, y la otra
el camino de la comprensión.
Donde
predomina el principio creativo, el material está continuamente variando
e incrementándose hasta una cierta condensación de motivos que tiene lugar en
unos símbolos más o menos estereotipados. Ellos estimulan la fantasía creativa
y sirven principalmente como motivos estéticos. Esta tendencia conduce a un
problema estético de la creación artística.
Donde,
por otra parte, el principio de la comprensión predomina, el aspecto
estético tiene relativamente escaso interés y puede incluso ser ocasionalmente
sentido como un obstáculo. En cambio, hay una lucha intensa por comprender el significado del producto inconsciente.
Mientras
que la formulación estética tiende a centrarse en el aspecto formal del motivo,
una comprensión intuitiva a menudo intenta captar el significado desde las
escasas insinuaciones que haya en el material, sin considerar aquellos elementos
que podrían surgir a la luz en una formulación más cuidadosa.
Una
tendencia parece ser el principio regulador de la otra; ambas van ligadas juntas en una
relación compensatoria. La experiencia corrobora esta fórmula. Hasta donde es
posible en esta etapa delinear
conclusiones generales, podríamos decir que la formulación estética necesita de
la comprensión del significado, y la comprensión necesita de la formulación
estética. Los dos se suplementan el uno al otro para formar la función
trascendente.
Los
primeros pasos a lo largo de ambos senderos siguen el mismo principio: la
consciencia instala su medio de expresión a disposición del contenido
inconsciente. No debe hacer más que esto al comienzo, para no ejercer una influencia
indebida. Al dar forma al contenido, la dirección debe ser dejada lo más
posible a las ideas fortuitas y asociaciones arrojadas por el inconsciente.
Resulta obvio que esto es percibido como un retroceso desde la perspectiva de
la consciencia, y a menudo es sentido como doloroso. No es difícil entenderlo
cuando recordamos cómo los contenidos del inconsciente por lo general se
presentan a sí mismos: como elementos naturalmente demasiado débiles como para
cruzar el umbral, o como elementos incompatibles que fueron reprimidos por una variedad
de razones. La mayoría de ellos no son bienvenidos, son inesperados,
irracionales, prescindibles, o represiones, los que en conjunto parecen
incomprensibles. Sólo una pequeña parte de ellos tiene algún valor inusual, ya
sea desde el punto de vista colectivo o desde el subjetivo. Pero contenidos que
son colectivamente carentes de valor pueden ser extremadamente valiosos cuando
son apreciados desde el punto de vista del individuo. Este hecho se expresa por
sí mismo en su tono afectivo, sin importar si el sujeto lo experimenta como
negativo o positivo. La sociedad también está dividida en su aceptación de
ideas nuevas o desconocidas que se impongan a su emotividad. El propósito del
procedimiento inicial es el descubrimiento de los contenidos
sentimentalmente acentuados, pues en estos casos estamos siempre tratando
con situaciones donde la unilateralidad de la consciencia se encuentra con la
resistencia de la esfera instintiva.
Los
dos caminos no se separan hasta que el problema estético llega a ser decisivo
para el primer tipo de persona y el problema moral e intelectual para la otra.
El caso ideal sería si estos dos aspectos pudieran coexistir hombro a hombro o
sucederse rítmicamente el uno al otro; es decir, si fueran una alternancia de
creación y comprensión. Apenas parece posible para el uno la existencia sin el otro,
aunque algunas veces sucede en la práctica: lo creativo exige tomar posesión
del objeto al costo de su significado, o la premura por comprender supedita la
necesidad de darle una forma. Los contenidos del inconsciente quieren antes que
nada ser vistos claramente, lo que sólo puede ser realizado dándoles forma, y siendo
juzgados sólo cuando todo lo que tengan que decir esté tangiblemente presente. Fue
por esta razón que Freud obtuvo los contenidos oníricos como fuera, para
expresarlos en la forma de asociaciones libres antes de comenzar a
interpretarlos.
No
basta en todos los casos elucidar sólo el contexto conceptual del contenido
onírico. A menudo es necesario clarificar un contenido difuso dándole una forma
visible. Esto puede ser hecho a través del dibujo, la pintura o el modelado. A
menudo las manos saben cómo resolver un acertijo con el cual el intelecto ha
luchado en vano. Al darle forma, se introduce uno en el sueño con mayor detalle
estando despierto, y lo que era inicialmente incomprensible, como evento aislado,
es integrado en la esfera de la personalidad total, aunque permanezca
inicialmente inconsciente para el sujeto. La formulación estética lo deja así y
aparta cualquier idea de descubrir un significado. A veces esto conduce a los
pacientes a suponerse artistas incomprendidos, naturalmente. El deseo de
comprensión, si se emprende con una formulación cuidadosa, comienza con la idea
fortuita o asociación y por tanto carece de una base apropiada. Hay mayor
probabilidad de éxito si se comienza sólo con el producto formulado. Cuanto
menos el material inicial sea formado y desarrollado, mayor es el peligro de
que la comprensión sea gobernada, no por los hechos empíricos, sino por
consideraciones teóricas y morales. El tipo de comprensión que nos importa en
esta etapa consiste en la reconstrucción del significado que parece ser inmanente
en la idea fortuita original.
Es
evidente que tal procedimiento puede legítimamente tener lugar sólo cuando hay
suficiente motivo para ello. Igualmente, la conducción puede ser dejada al
inconsciente sólo si ya contiene la voluntad de dirigir. Esto ocurre en forma
natural sólo cuando la mente consciente se encuentra en una situación crítica.
Una vez que se le ha dado forma al contenido inconsciente y el significado de
la formulación es comprendido, surge la interrogante de cómo el ego se
relacionará con esta situación. Así da comienzo la relación entre el yo y lo
inconsciente. Esta es la segunda y más importante etapa del procedimiento,
la conciliación de los opuestos para la producción de un tercero: la función
trascendente. En esta etapa ya no es el inconsciente quien toma la conducción,
sino el ego.
No
definiremos al ego individual aquí, pero lo dejaremos en su realidad banal como
aquel centro continuo de consciencia cuya presencia se ha hecho sentir desde la
más tierna infancia. Es confrontado con un producto psíquico que debe su
existencia principalmente a un proceso inconsciente y que por tanto es en algún
grado opuesto al ego y sus tendencias.
Este
enfoque es esencial para llegar a acuerdos con el inconsciente. La posición del
ego debe ser mantenida como siendo de igual valor al de la contraposición del
inconsciente, y viceversa. Esto conduce a una advertencia muy necesaria: así
como la mente consciente del hombre civilizado tiene un efecto restrictivo
sobre el inconsciente, así el redescubierto inconsciente a menudo tiene un
verdadero efecto peligroso sobre el ego. En la misma forma en la que el ego
reprimió antes al inconsciente, un inconsciente liberado puede empujar al ego a
un lado y abrumarlo. Existe el riesgo del ego perdiendo su cabeza, por así
decir, el que no será capaz de defenderse contra la presión de los factores
afectivos: una situación a menudo encontrada en el inicio de la esquizofrenia.
Este peligro no existiría, o no sería tan agudo, si el proceso de concluir el
asunto con el inconsciente pudiera despojar de alguna forma a las pulsiones de
su dinamismo. Y esto es lo que de hecho sucede cuando la posición contraria es estetizada
o intelectualizada. Pero la confrontación con el inconsciente tiene que ser multilateral, pues
la función trascendente no es un proceso parcial que evoluciona siguiendo un
curso condicionado; es un acontecimiento total e integral en el cual todos los
aspectos están, o debieran estar, incluidos. Ellos deben, por tanto, ser
desplegados en la amplitud de su vigor. La aproximación estética o intelectual son
excelentes medios de defensa contra las pulsiones peligrosas, pero ellas
debieran ser usadas sólo cuando hay una amenaza vital, y no con el propósito de
evitar una tarea necesaria.
Gracias
a la visión fundamental de Freud, sabemos que los factores emocionales deben
ser plenamente considerados en el tratamiento de la neurosis. La personalidad como un todo debe ser seriamente tomada en
cuenta, y esto se aplica a ambas partes, tanto al paciente como al analista.
Cuánto pueda este último esconderse tras el escudo de la teoría sigue siendo un
asunto delicado, como para dejarlo a su discreción. En todo caso, el
tratamiento de la neurosis no es un tipo de cura de aguas termales psicológica,
sino una renovación de la personalidad, actuando en cada dirección y penetrando
en cada esfera de la vida. Llegar a acuerdos con la otra parte es un asunto
serio que puede ser determinante en el tratamiento. El considerar al otro lado
seriamente es un prerrequisito esencial del proceso, ya que sólo en esta forma
es posible que los factores reguladores ejerzan influencia en nuestras acciones.
Tomarlo en serio no significa tomarlo literalmente, sino que otorgarle crédito
al inconsciente, de modo de darle una oportunidad de cooperar con la
consciencia en vez de disturbarla automáticamente.
Así,
al concordar con el inconsciente, no sólo está justificada la perspectiva del
ego, sino que al inconsciente debe concedérsele la misma autoridad. El ego toma
la conducción, pero también se le debe permitir al inconsciente que diga lo
suyo audiatur et altera pars.
La
manera en la que esto pueda hacerse es mejor mostrada en aquellos casos en los
cuales la voz del otro es oída más o menos distintamente. Para estas personas
es técnicamente muy simple registrar la otra voz al escribir y al responder sus
declaraciones desde el punto de vista del ego. Es exactamente como si un
diálogo tuviera lugar entre dos seres humanos con iguales derechos, en el cual
cada uno de ellos diera crédito a la validez de los argumentos del otro y
considerara su valor, y que para modificar los puntos de vista conflictivos
utilizara una cabal comparación y discusión para distinguir claramente los del
uno y los del otro. Como la manera de llegar a acuerdos raramente permanece
abierta, en la mayoría de los casos se deberá soportar un prolongado conflicto,
que demandará sacrificios de ambas partes. Tal reconciliación también podría
tener lugar entre el paciente y el analista, y allí el rol de abogado del diablo
fácilmente caería en este último.
La
actualidad muestra con aterradora claridad cuán poco capaz es la gente de tomar
en cuenta el argumento de otra persona, aunque esta capacidad sea una condición
fundamental e indispensable para cualquier comunidad humana. Todos quienes se
proponen llegar a acuerdos con ellos mismos tienen que contar con este problema
básico. Pero al no admitir la validez de la otra persona, se niega al otro
dentro de sí mismo su derecho a existir, y viceversa. La capacidad para el
diálogo interno es una piedra de tope para la objetividad exterior.
Tan
simple como puede ser el proceso de llevarlo a palabras en el caso del diálogo
interno, resulta indudablemente más complicado en otros casos donde sólo los
productos visuales están disponibles, hablando un lenguaje que es suficientemente
elocuente para que se lo entienda, pero el cual se asemeja a un lenguaje de
sordomudos para quien no lo habla. Enfrentado a estos productos, el ego tiene que
tomar la iniciativa y preguntar: ¿Cómo soy yo afectado por estos signos? Esta
cuestión Fáustica puede hacer surgir una respuesta iluminadora. Mientras más
directa y natural sea la respuesta, más valiosa será, ya que la dirección y
naturalidad garantizan una reacción más o menos total. No es absolutamente
necesario para el proceso de confrontación en sí mismo el llegar a ser
consciente de cada detalle. Muy a menudo una reacción total no tiene a su disposición
supuestos teóricos, visiones y conceptos que pudieran hacer posible una más clara
aprehensión. En tales casos se debe uno conformar con las sensaciones mudas
pero sugerentes que aparecen en su lugar y son más valiosas que una inteligente
charla.
El
ir y venir de argumentos y afectos representa la función trascendente de los
opuestos. La confrontación de las dos posiciones genera una tensión cargada de
energía y crea una tercera cosa viva, no el parto de una lógica muerta
concordante con el principio tertium
non datur,sino un
movimiento más allá de la suspensión entre opuestos, un nacimiento vital que
conduce a un nuevo nivel de ser, a una nueva situación. La función trascendente
se manifiesta como una cualidad de la conjunción de opuestos. Hasta donde éstos
sean mantenidos aparte naturalmente con el propósito de evitar el conflicto –
ellos no funcionan y permanecen inertes.
En
toda forma que los opuestos aparezcan en el individuo, en el fondo siempre se
trata de pérdida de consciencia y de apego obstinado a la unilateralidad,
confrontado con la imagen de una totalidad instintiva y libre. Esto presenta un
cuadro del hombre antropoide y arcaico con, por un lado, su supuestamente
ilimitado mundo instintivo, y por el otro, su a menudo incomprendido mundo de
ideas espirituales, el cual, compensando y corrigiendo nuestra unilateralidad,
emerge desde la oscuridad y nos muestra cómo y dónde nos hemos desviado del
patrón básico y llegado a ser unos tullidos psicológicos.
Me
tengo que conformar aquí con una descripción de las formas aparentes y las
posibilidades de la función trascendente. Otra tarea de gran importancia sería
la descripción de sus contenidos. Ya existe una cantidad de
material sobre este tema, pero aún no han sido superadas todas las dificultades
respecto de la forma de exponerlo. Todavía es necesaria una cantidad de
estudios preparatorios antes de establecer la fundación conceptual que podría
capacitarnos para presentar una clara e inteligible cantidad de contenidos de
la función trascendente. Desgraciadamente he tenido la experiencia de que no
todo el público científico está en disposición de seguir un argumento puramente
psicológico, ya que se lo toman en forma demasiado
personal o son negativamente influenciados por prejuicios filosóficos o
intelectuales. Esto hace bastante difícil cualquier apreciación del significado
de los factores psicológicos. Si la gente se lo toma en forma personal, sus
juicios son siempre subjetivos y declaran como imposible todo aquello que
parece no aplicarse a ellos, o lo que prefieren no reconocer. Son incapaces de darse
cuenta de que lo que es válido para ellos puede no serlo en absoluto para otra
persona con una psicología diferente. Aún estamos muy lejos de poseer un
esquema general válido de explicación para todos los casos.
Uno
de los mayores obstáculos para la comprensión psicológica es el deseo inquisitivo
de saber si el factor psicológico aludido es verdadero o correcto. Si su
descripción no es errónea o falsa, entonces el factor es válido en sí mismo y
prueba su validez por su mera existencia. Uno podría del mismo modo preguntar
si el ornitorrinco pico de pato es un invento verdadero o correcto de la voluntad
del Creador. Igualmente pueril es el prejuicio contra el rol que juegan los
supuestos mitológicos en la vida de la psique. Ya que ellos no son verdaderos,
se arguye, no tienen lugar en una explicación científica. Pero lo mitológico existe, aun cuando sus planteamientos no
coincidan con nuestra inconmensurable idea de verdad.
Como
el proceso de la relación con el opuesto tiene un carácter global, nada es
excluido. Todo toma parte en la discusión, aun cuando sólo fragmentos de ello
alcancen la consciencia. La consciencia es continuamente ampliada a través de
la confrontación con contenidos previamente inconscientes, o para ser más precisos
– podría ser ampliada si nos diéramos el trabajo de integrarlos. Naturalmente,
este no es siempre el caso. Aun cuando hubiera suficiente inteligencia o
comprensión del procedimiento, puede haber todavía una falta de valor y auto
confianza, o uno es demasiado flojo, mental o moralmente, o demasiado cobarde
para hacer el esfuerzo. Pero donde la premisa necesaria existe, la función trascendente
no sólo es un valioso aporte al tratamiento psicoterapéutico, sino que otorga
al paciente la inestimable ventaja de suplir al analista con sus propios
recursos, y de romper una dependencia que a menudo es experimentada como
humillante. Es la forma de alcanzar la liberación a través de los propios
esfuerzos y de encontrar el coraje para ser uno mismo.”
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