martes, 4 de noviembre de 2014

Conflicto y reino de Dios. Cristina Hincapié





CONFLICTO Y REINO DE DIOS.

Una lectura psicológica de “el Reino de Dios” a partir de José María Castillo[1]

Cristina Hincapié. Psicóloga. Estudiante de Maestría en Teología UPB.


Soy estudiante de teología desde hace dos años; no pertenezco a ninguna congregación, pero me considero una persona profundamente religiosa; soy “laica”, psicóloga de la universidad de Antioquia, y una inquieta cuando de preguntarse por la humanidad y la divinidad se trata.

Me arriesgo a estar aquí, convocada por la bienaventuranza de aquellos “llamados a construir la Paz”, que en definitiva deberíamos ser todos los seres humanos que habitamos este mundo; entendiendo la Paz no sólo como un concepto sino también, y sobre todo,  como una experiencia que sucede como el Reino, aquí y ahora, en el mundo interior y exterior del hombre.

Quisiera comenzar con una evocación teológica que conecta mi interés por la relación entre la teología y el conflicto:  cuando en mi clase de “teólogos del siglo XX” conocí al gran teólogo y humanista protestante Karl Barth, y lo imaginé inmerso en un planeta que atravesaba un momento tan conflictivo como la I Guerra Mundial, donde la difícil situación social y política “obligó” a muchos teólogos del siglo XX a tomar decisiones reales y radicales frente al anuncio de la Palabra en momentos de crisis, de muerte y guerra, advirtiendo que "la teología debe hacerse con el periódico en una mano y la Biblia en la otra".

Como psicóloga, las preguntas por el conflicto, el mal, la psicopatía y la sombra[2] han marcado mis estudios en la psicología desarrollada por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, y quisiera aquí establecer un puente multidisciplinar que nos ayude a cuestionarnos las imágenes que poseemos y predicamos en torno a la guerra, la paz, el amor, el Reino, el poder y la Palabra del Evangelio. 

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Nuestro anuncio, el anuncio de Jesús, es el Reino; y me remito entonces a la lectura de “El Reino de Dios. Por la vida y dignidad de los seres humanos” de José María Castillo (sacerdote, escritor y representante de la teología de la liberación que tantas puertas ha abierto a la reflexión de estos temas en continentes como América, donde la muerte sigue acechando en silencio las calles y los campos, y el conflicto sigue siendo generador de dolores y preguntas que han alejado o acercado a los hombres en diferentes medidas a Dios), libro del que tomaré algunas ideas para tejer esta red que busca más plantear preguntas que sacar conclusiones.  

En su prólogo, cuidadosamente, Castillo cita el poema “Los Nadies” de Eduardo Galeano: “Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:  Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”. Y una misteriosa identificación con mis necesidades internas y mis observaciones colectivas se activa en mí con estas palabras, recordándome la idea de un Jesús que puede percibirse en las miradas de los oprimidos, en las arrugas de los despreciados, en las ideas de los delirantes, en las ausencias de los exiliados, en los silencios de los odiados, en las víctimas de los conflictos; imágenes que, creo, resultan comunes a todos nosotros, que con el periódico en la mano vemos las realidades que abaten a hombres y mujeres, a niños, a animales e incluso al planeta.

La vida, como núcleo, aparece en esta postura teológica acerca del Reino de Dios, asunto que ya bien estudiado por la teología cuenta con múltiples visiones, donde se nos ofrece una amplia oferta frente a la cual esta mirada que expreso corresponde  sólo a un lente de los muchos con los que puede mirarse.

Durante siglos hemos presenciado cómo instituciones y sujetos que atentan contra la vida y la dignidad abundan en la larga historia de la humanidad;  desde multitudinarias guerras y cruzadas en contra de grupos específicos, hasta la sorpresiva muerte que corre sin discriminaciones por nuestros barrios y calles, nos ponen día a día, en lo cotidiano individual y en lo histórico colectivo, frente a la pregunta por aquello “tan humano, o tal vez sobrehumano” que nos aleja de Dios y de su mensaje de amor y de vida.

La religión y la teología han jugado un papel vital en este aspecto, tanto como promotoras de la fe y el amor al prójimo, como, paradójicamente, instauradoras de serias agresiones contra la vida de los hombres. Sin embargo, la primer tarea  antes descrita, sigue teniendo fuerza en nuestro trasegar, y ha de ser una obligación nuestra, pues una parte del alma busca en lo espiritual la presencia de la energía divina y mistérica de Dios. Cuando evoco a Barth con la Biblia y la prensa, me acompaña el sentimiento de responsabilidad que nos convoca a aquellos cuyas vocaciones  nos han llamado en favor del amor cristiano, especialmente frente  a temas como el de este encuentro: la construcción de la Paz .

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Curiosamente, una de las razones por las que mi alma busca en la teología herramientas terapéuticas para mi trabajo de acompañamiento psíquico, es el conflicto interior, generado en múltiples ocasiones por la falta de fe, por la pobre noción de “la vida” y el vacío que esto genera:  la inconsciencia de Dios y de su amor, nos arroja a un terreno de temores y conflictos, no sólo frente a nuestra propia humanidad, sino también frente a la de los demás.  Siento una enorme conexión y conmoción interior cuando Castillo nos plantea lo que él llama “los beneficios de la religión”, diciendo que ella nos ayuda a aminorar el dolor y el sufrimiento que acarrea nuestra condición finita y humana, que nos proporciona de sentido la vida y que nos conecta con valores supremos a través de los rituales y las experiencias, en los que la confianza, la fe, la seguridad, la fortaleza y la esperanza despiertan de nuevo en el hombre, como posibilidades de Paz y reconciliación.  La crítica de Castillo apunta fuertemente a los grandes errores que las religiones han cometido, denominándolos “comportamientos atroces”, aspectos que considero necesarios de recordar, sobre todo por el carácter de compromiso al que nos exhortan, siendo también nosotros responsables del pensamiento popular religioso como teólogos, y particularmente del pensamiento y de la acción actual, e incluso futura:  el silencio, legitimar autoridades e instituciones que causen agresiones a la vida y a la dignidad de las personas, se muestran como ideas que me cuestionan y me impactan profundamente, pues nos concierne hablar de “el Reino” en realidades complejas y poderosas, enemigas de la dignidad de la vida del hombre.

Y esta agresión contra la vida y la dignidad humana, está íntimamente ligada con el “poder”;  cito a Castillo: “cuanto más noble es el motivo que legitima al poder, más peligro hay de que quien lo ejerce se sienta en paz con su consciencia al poner en práctica el poder presuntamente divino que confunde con sus propias decisiones”, y me arroja con esto a una discusión interna y a una reflexión con un tinte filosófico acerca de esta delgada línea que divide en lo humano el bien del mal, el poder de la humildad.  Esta se constituye entonces obligatoriamente como una pregunta personal y psicológica, que me obliga a hablar del poder, entendiendo que “donde hay poder no hay amor”, como lo nombra Jung, es decir, hay conflicto. En términos psíquicos, el poder alimenta al ego, le propicia la extraña sensación de superioridad, e instaura en quien lo ejerce y quienes están a su alrededor tensiones y violencias, que alejan al hombre del “humus” de donde proviene, de la humildad que nos fue enseñada por Jesús, y que debemos practicar con disciplina y con arduo trabajo interior.

¿De qué Reino hablamos entonces? ¿Cómo entendemos individualmente esta noción que es “lo típico” en Jesús?.

En la predicación de el Hijo el Reino era central y su vida era la forma de mostrar que éste ilustraba las mediaciones en las que los seres humanos podemos encontrar a Dios y a Jesucristo, alumbrándonos el camino para encontrarnos con Dios… una ruta oscura y desolada en el alma de esta masa contemporánea a la que pertenecemos.

Históricamente tampoco nos resulta claro ni explícito a qué se refiere el Reino, pues el lenguaje de Jesús, con la parábola como figura predilecta, busca siempre dejar algo en el misterio, ya que es trabajo del alma del hombre entender con una comprensión profunda y particular lo que significa una noción como ésta que no logra pasar completamente por la palabra.  En los Evangelios, por ejemplo, no se define qué es el Reino de Dios, sólo se dice que está cerca, y sin embargo, pareciese que este tema se convirtió fácilmente en interés de muchos.  ¿Qué esperaba la gente?, se pregunta Castillo, y nos introduce en una exégesis histórica que dibuja un Israel  - no muy lejano de nuestra Colombia – donde “los nadies” eran exiliados por poderes sociales, políticos, religiosos y hasta existenciales.  Y ante cada uno de estos poderes, parece que Jesús y su mensaje del Reino, encendían en el pueblo la poderosa chispa de la esperanza, mientras que en los dirigentes, como suele ocurrir, al ver la amenaza que esto representaba para ellos, se incubó el rechazo a Jesús, a sus acciones y predicaciones.

Acarreando reales conflictos, esta estrecha relación e identificación que generó Jesús con los débiles, con los excluidos, con los nadies, con los que “carecen de significado político e intelectual”, con los pecadores, los enfermos, los endemoniados, las prostitutas,  llevó a los dirigentes a sospechar y a temer por las revueltas y las ideas aparentemente revolucionarias que podían hacer que el pueblo se rebelara ante el poder parcializado que ellos ejercían.

Y “si era gente sencilla – nos hace sospechar Castillo – lo del Reino era sencillo”.  Y desarrolla esta conexión de Jesús con aquellos excluidos, recordándonos que Dios revela sus misterios más profundos a los sencillos y los oculta a los sabios y entendidos, como nos muestran Mateo 11, 25-27 y Lucas 10, 21 y s., recordándonos de nuevo la pregunta por lo humilde en oposición a lo poderoso. La Ley del Primer Testamento y la veeduría de su cumplimiento en el Israel judío de aquél entonces, ejercía una influencia determinante en la vida de esta sociedad, pues el sometimiento fiel a la Ley establecida era la condición necesaria para la llegada del Reino, y la relación con un Dios ambiguo y siniestro generaba temores y particulares acercamientos a Él. Pero el “yugo” del que Mateo nos habla es un yugo “suave”, y con esta característica surge como transformadora la propuesta de Jesús de un Reino que se entusiasma y se libera de la pesada responsabilidad reguladora a la que amarraba el cumplimiento de la Torá.  

A estas alturas, donde mucho y nada se ha dicho, se nos viene planteando la inquietud acerca del cumplimiento del Reino; entonces ¿la proclamación del  Reino es un promesa futura?, o ¿su presencia es inminente en el aquí y el ahora a pesar de las realidades que aparentemente nos alejan de él?.  Si el Reino habla de la vida y de la dignidad de ésta, propone Castillo, no se habla de una “vida futura” ni mucho menos, sino que se refiere a una realidad presente y operante en esta vida, porque el Reino llega a lo humano y promueve la “humanización” de la que muchas veces carecemos, liberándonos del sufrimiento, de la indignidad y de la indulgencia.

Los múltiples milagros de Jesús (entre los que se cuentan las curaciones a enfermos que se creían ya incurables, la resurrección de los muertos, la expulsión de demonios y el mensaje de la bienaventuranza) son actos que manifiestan la presencia actual del Reino y que evidentemente no serán aceptados por las instituciones de poder de su tiempo, y tal vez tampoco por las de ahora,  lo que marcará otra característica de la forma en que Jesús presenta el Reino:  su carácter transgresor. Aquí quisiera hacer un paréntesis analítico; pues, paradójicamente, buscando la resolución de los conflictos, nos encontramos con la necesidad no literal sino más bien simbólica de generar conflicto, de transgredir nuestras ideas e incluso las rígidas leyes de otros, de generar preguntas que en lo humano no pueden manifestarse sino de maneras opuestas, donde lo que se considera establecido debe ser cuestionado en la interioridad de cada hombre, para tomar una posición activa y consecuente con quien está siendo al referirse a temas que nos enfrentan con la vida: la nuestra, la de los otros, la de nuestras comunidades. 

El mismo Jesús nos ha mostrado de qué se trata, pues no es de dudar que actos como los suyos pudieran verse bajo un lente transgresor, ya que la prioridad que Él da a la vida por encima de las normas, no conoce horarios ni días para amar a quien lo necesita, pues es humilde.

¿Está la religión del lado de la vida o de la muerte?. Sin duda de la vida, del Reino, del amor, lo que nos lleva en ocasiones a perder la Paz para poder hallarla.

Pero seguimos cuestionados por los problemas reales, pues tener una consciencia como la de Jesús implica un difícil ejercicio humano; en una sociedad que necesita limitar y regular al hombre para una convivencia en un contexto predeterminado, estar siempre a favor de la vida sobrepasando en cada caso la ley necesitaría sistemas legislativos y egos individuales completamente flexibles, comprensivos y amorosos que pondrían en duda cualquier tipo de autoridad ejercida por “los señores que presumen portar el poder de ejercer la regulación normativa”.  Además, la vida sigue siendo una noción amplia y compleja de comprender, sobretodo cuando hablamos no sólo de vivir, sino también de vivir con dignidad, otra premisa del Reino que presenta Jesús a su pueblo y que dará como resultado un aspecto conflictivo de su proclamación, pues Él defiende la vida y con ello nos recuerda que incluso actualmente aquél que defiende la vida per se “no puede hacerlo impunemente”, ya que tanto allá como aquí, fácilmente es silenciado por aquellos poderosos que acallan a quienes les conviene.

Entrar en conflicto con los “enemigos de la vida” será un acto heroico de Jesús, quien no solo se enfrentará a los demonios sino también a los escribas y sacerdotes, a quienes el exceso de poder los ha llevado a ir en contra de sí mismos y de la vida de los demás, expulsando a aquellos que se presentaban como diferentes y por ende como pecadores, como “los de menos”, como “los nadies”.

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La real fiesta de la vida, pienso, la fiesta del amor y del disfrute, de la conexión con el prójimo y con uno mismo,  era y sigue siendo para lo humano una imagen lejana y utópica, debido a la desconexión que tenemos con el Dios del amor, intuyo. Y me pregunto entonces ¿quiénes son, más allá de las instituciones, los gobiernos o los poderes armados los “enemigos de la vida”?. Y sigo creyendo que todos tenemos una responsabilidad qué asumir en este asunto. También yo he sido enemiga de la vida, también los enemigos nos asechan en la oscuridad de la noche con ideas y sentimientos que inflaman nuestro ego y nos hacen creer superiores a los demás, desconectándonos de ellos, de la felicidad de ser todos hermanos en Cristo a pesar, o gracias a, nuestra diversidad.

El otro y su importancia nos es recordado con la regla de oro de las religiones “no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”. Y señala Castillo que cuando la religión (o cualquier otro saber o poder) nos pone por encima de los demás es vacía, y no está cumpliendo su verdadero objetivo de amor compasivo por el otro.

¿Cómo ayudamos entonces, como discípulos de la Palabra, a que el Reino de Dios esté aquí y ahora, promoviendo el estado de Paz que anhelamos en un mundo que nos enfrenta constantemente al conflicto?.

No puedo dejar de pensar en algunas luces que se me ofrecen en términos humanistas y humanitarios, observando un país donde la muerte y el odio se concretizan en cada esquina, en cada acto vacío de amor que proferimos a lo otros y a nosotros mismos, donde los poderosos se apoderan de la libertad de los “nadies”, donde aquella imagen del Dios amoroso que nos presenta Jesús resulta ajena y se ve tergiversada por los ideales económicos, egóicos y de poder de nuestra era.

El rechazo que el ego racional y contemporáneo ha generado contra lo diferente, nos posiciona de nuevo en la “ética de la observancia” y nos aleja de la “ética de la solidaridad”, nos hace individualistas y no individuados, nos encierra en la soledad del ego y nos niega la necesidad de ser donados, a la que estamos convocados por la conexión con Dios en lo humano, lo que cuestiona nuestra vida como hijos de Dios en un mundo que necesariamente ha de vivir en comunidad.

¡Qué lejos estamos del Reino de Dios!, pienso.  Y como me ocurre a menudo me lamento por esta humanidad deshumanizada… vacía de lo sagrado.

Pero si de esperanza hemos de hablar, como psicóloga he de insistir en la importante reflexión sobre la responsabilidad individual y particular que en cada sujeto debe acontecer respecto a estos temas, especialmente en aquellos cuyas vocaciones nos han llamado en amor del favor cristiano, y me recuerdo todos los días, como futura teóloga que no basta con ser conscientes de la realidad que nos circunda, que el periódico del día ha de servirnos como símbolo constitutivo de un acontecimiento fundamental en una realidad que debe ser transformada por todos.  
           
Dice Carl Gustav Jung, que “si la teología sirve para algo, debe servir para los hombres”, y ante el conflicto, el diálogo y la reconciliación nos vemos todos, desde ya, como ciudadanos y futuros teólogos cuestionados y dispuestos a proponer nuevas vías a los retos de la teología frente a la construcción de la Paz. Considero importante el aporte espiritual no sólo de la psicología, sino incluso de la misma teología que nos invita a mirar en nuestros propios corazones como paso vital para la relación con los demás.  

Recorriendo el puente multidisciplinario, creo entonces que desde la perspectiva de la psicología profunda podemos preguntarnos en términos “teológicos”, ¿cómo se enfrenta el hombre mismo con sus propios "enemigos interiores" que se oponen a la vida misma y por ende a la vida del otro?. ¿Cómo entendemos que el "poder y la ley" no sólo son nociones políticas, sino también individuales, éticas y psicológicas? ¿Cómo nos hacemos conscientes de la gran responsabilidad que tenemos como representantes de la Iglesia frente a un mundo que se ha desilusionado un poco de ella?

No me interesa que todos vayamos a psicoterapia, ni mucho menos que empuñemos las armas o que nos polaricemos y tomemos decisiones políticas y sociales radicales, sólo propongo que reflexionemos y nos cuestionemos.  Como terapeuta estoy convencida que el problema del hombre consigo mismo es evidentemente la primer realidad conflictual a la que un individuo debe enfrentarse, comprendiendo que la forma personal en que entendemos el poder, al otro, la ley, la dignidad y la vida, serán las imágenes que luego compartiremos en nuestro acontecer colectivo, por lo que estas ideas deben ser primero iluminadas en la reflexión interior, silenciosa, individual y cotidiana, donde el Reino está presente, o no, donde el amor y la caridad se convierten en gestos naturales, o no, donde mi relación con los más cercanos e incluso conmigo mismo es una relación que busca la resolución pacífica de los conflictos, o no.

Aunque nos comprendo humanos, no concibo a hombres y mujeres que hablan de Dios, de Paz y de amor, cuando sus vidas reales están vacías de estas nociones, cuando son incapaces de ver a Dios en los ojos del que sufre, de entender la Paz como una búsqueda que sucede en cada minuto de nuestra vida, de amar a quien es diferente, a lo otro, a los otros, humanos, naturales o animales.

Vivimos en un mundo interior y exterior que se encuentra generalmente polarizado, donde los buenos son unos y los malos otros, donde la víctima y el victimario se oponen dividiendo países, familias y barrios, donde juzgamos y proyectamos los aspectos negativos en aquellos a quienes acusamos de generadores de conflicto; pero ¿qué tan literal es esto? . ¿No creen que es necesario revisar también cuáles son nuestros aportes al conflicto que se vive actualmente en nuestro país y en el mundo?, ¿no seremos todos responsables de alguna manera como habitantes de este planeta de lo que pasa en cada rincón de él?. Para la psicología analítica el trabajo de integración de aquello que denominamos sombra, lo diferente, es la primer tarea para que podamos hablar de conflicto, de resolución, de reconciliación, de Reino y de Paz.

Y diserto finalmente con otra evocación, esta vez de Leonardo Boff cuando anuncia que “el Reino de Dios no es un territorio, sino un nuevo orden de las cosas”,  un nuevo orden que construimos todos, un nuevo orden del que, insisto,  todos somos responsables.






[1] CASTILLO, J. (1999) El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos. Vizcaya, España.  Editorial Desclee de Brouwer.

[2] Sombra: la parte inferior de la personalidad. La suma de todas las disposiciones psíquicas personales y colectivas, que no son vividas a causa de su incompatibilidad con la forma de vida elegida conscientemente y se constituyen en una personalidad parcial relativamente autónoma en el inconsciente con tendencias antagónicas. Tomado de: JUNG, C. (2005). Recuerdos, sueños, pensamientos. 7ma. Ed. Barcelona, España. Editorial Seix Barral.