Jung y el
cristianismo.
Por Lisímaco Henao Henao
Psicólogo. Mg. Psicología Analítica
Psicólogo. Mg. Psicología Analítica
Analista Junguiano IAAP
lisimacohenao@jungcolombia.com
lisimacohenao@jungcolombia.com
Durante toda su vida, Jung vivió un proceso de relación con el cristianismo que muestra un desarrollo progresivo de ideas y sentimientos, en ocasiones contradictorios. En cuanto a su obra, podemos encontrar que en algunas ocasiones señaló que el Jesús en la cruz podía ser una buena imagen arquetípica del Self o Sí Mismo (el arquetipo de la totalidad), por estar él en estado de tensión entre los opuestos (representados por los personajes crucificados a izquierda y derecha suya). En algunos textos se queja del acto reformista de retirar las imágenes de los templos y reconoce al catolicismo por mantenerlas, pues ellas permitirían a la psique transferir una gran cantidad de emociones inconscientes que, de otro modo, nunca podrían encontrar elaboración consciente. Pero por otro lado podemos leer en otros sitios a Jung protestando contra un Cristo que no alcanza a mostrarse como símbolo que recoja también los aspectos oscuros de toda naturaleza o de los símbolos trinitarios como "carentes" en términos del cuarto elemento femenino. Sin embargo, el eminente psiquiatra de Zurich siempre defendió que, a pesar de todas las vicisitudes de la historia de esta religión, ella pertenecía, con sus símbolos, al carácter histórico de la psique occidental y que las religiones foráneas difícilmente lograrían dar respuesta al espíritu occidental, o que este tomaría aquellos tesoros orientales o nativos y los manipularía hasta traducirlos a su código de control y poder.
Según el analista Murray Stein, pueden incluso señalarse tres momentos o fases cruciales en la percepción del cristianismo por parte de Jung. La primera pertenece a la infancia del fundador de la psicología analítica. Desde muy pequeño se percató de la manera limitada y mecánica en que su padre (pastor protestante), vivía la religiosidad. Le parecía que aquel tenía una fe empobrecida y que quizás guardaba secretos resentimientos que le impedían tomarse a pecho su ministerio. Desde los dos y tres años de edad Jung tuvo sueños y fantasías que pueden catalogarse como completamente anticristianas, pues su contenido era, o bien pagano, o insultante para los símbolos y dogmas. Así fue como, en aquellos primeros años, soñó que bajo tierra se hallaba un lugar sagrado donde podía verse sobre el altar una enorme figura de carne con forma fálica. Más adelante, hacia los once años, no pudo evitar (aunque lo intentó), una fantasía en la que, sobre la torre de la iglesia de Basilea, Dios defecaba.
Según el analista Murray Stein, pueden incluso señalarse tres momentos o fases cruciales en la percepción del cristianismo por parte de Jung. La primera pertenece a la infancia del fundador de la psicología analítica. Desde muy pequeño se percató de la manera limitada y mecánica en que su padre (pastor protestante), vivía la religiosidad. Le parecía que aquel tenía una fe empobrecida y que quizás guardaba secretos resentimientos que le impedían tomarse a pecho su ministerio. Desde los dos y tres años de edad Jung tuvo sueños y fantasías que pueden catalogarse como completamente anticristianas, pues su contenido era, o bien pagano, o insultante para los símbolos y dogmas. Así fue como, en aquellos primeros años, soñó que bajo tierra se hallaba un lugar sagrado donde podía verse sobre el altar una enorme figura de carne con forma fálica. Más adelante, hacia los once años, no pudo evitar (aunque lo intentó), una fantasía en la que, sobre la torre de la iglesia de Basilea, Dios defecaba.
Según su autobiografía, la conmoción
interior que aquellas imágenes le produjeron sólo se apaciguó cuando se hizo el
siguiente raciocinio: yo no deseé esos sueños y fantasías, así que ¿quién pudo
provocarlas? Respuesta: Sólo el mismo Dios, que quiere que sepa algo de él que
los demás no saben y quizás no quieran saber… A partir de estas ideas, Jung
llegó a una religiosidad personal en la que la naturaleza (representada por la
divinidad subterránea de su primer sueño), tomaba el primer lugar. En mi
opinión, en ese niño ya se manifestaba la bellota de aquel espíritu que se
fascinó años después con la mitología y la religión griegas, una religión en la
que cada elemento natural era una manifestación directa de la divinidad. En
cuanto a la fantasía del dios defecando en su propio templo, esto sembró en
Jung una necesidad auténtica de reflexionar sobre el asunto del cristianismo y
las fuerzas que le iban minando poco a poco (no debemos olvidar que Jung fue un
ferviente lector de Nietszche, ese filósofo a quien se le murió Dios y del que
diría un Jung ya mayor, tuvo que construirse una divinidad a su medida:
Zaratustra).
El segundo momento señalado por
Stein, correspondería al conocimiento de Jung del papel que juega la proyección
en la relación con Dios. Nos referimos a la transferencia como la posibilidad
que tiene la psique de proyectar asuntos personales (relación con el padre, con
lo masculino, el poder, el temor a la muerte, etc.), en otro ser real o
imaginal, en este caso Dios. Pero en vez de tomar esta conclusión y afirmar que
la fe en Dios es algún tipo de neurosis colectiva, Jung sigue profundizando y
se da cuenta de que, una vez disuelta esta proyección, la necesidad de la imagen
de Dios continúa viva en la psique y siendo llenada por todo tipo de imágenes
perjudiciales para la libertad y la individuación humanas. Recordemos, por
ejemplo, aquella paciente, la “brillante filósofa” que luego de analizar la
relación con su padre y la transferencia paterna en el analista, continuó
teniendo sueños en los que un gran hombre la llevaba en brazos sobre un trigal;
sueño que Jung interpretó como una necesidad profundamente inconsciente de esta
mujer en relación con una espiritualidad abandonada y mal tratada.
El tercer momento crítico de la
relación entre Jung y el cristianismo tiene que ver con sus estudios
arquetípicos, cuando comienza a conjeturar la necesidad en la psique humana de
la imagen de un dios completo, es decir, un dios que incluya lo femenino, que
incluya a la naturaleza y, por lo tanto, que incluya a la sombra, pues, de esa
manera, el ser humano podría encontrar respuesta a su propia totalidad
genesíaca, natural y multifacética.
Para Jung existe un espacio vacío
en la psique occidentalizada, un espacio para esta imagen de “totalidad” que,
por consiguiente, terminamos llenando con “totalitarismos” de todo tipo y
creencias ciegas en sistemas políticos, personas, instituciones o ideologías
(ello debido a que ningún arquetipo queda, en esencia, vacío, es decir, el
humano tendrá que darle la imagen más parecida posible). Hacía 1939 había
descubierto en la alquimia una respuesta a los interrogantes sobre este dios
arquetípico y, nuevamente, fue una imagen interior la que le puso sobre la
pista. En medio de la noche le pareció ver junto a su cama un crucifijo bañado
en luz y de oro verde. Le pareció que aquello confirmaba su creencia en la
necesidad de una imagen unificada en la que lo espiritual (El Cristo),
incluyera lo divino de la materia y la naturaleza (simbolizado por el oro
verde), un asunto en lo cual los alquimistas medievales habían puesto todo su
empeño. Para Jung la alquimia había intentado reestablecer la conexión con la
materia que el cristianismo había perdido, debido a su temor al cuerpo y a las
emociones.
Es importante aclarar aquí una
vez más, que no se trataba para Jung de construir una nueva religión o de
proponerse él mismo como profeta o guía religioso. En lo que hemos escrito
hasta aquí no hay más que psicología pues, como ya se dijo, de no resolverse
esta pregunta psíquica nuestra psique enloquecerá con fanatismos de los que ya
vemos las más terribles consecuencias aquí mismo, en nuestro vecindario
latinoamericano y en nuestro propio país. En cuanto a la pregunta por la existencia
o no de la divinidad, la psicología no tiene nada que decir. Esa es ya una
pregunta para guías e instituciones religiosas.
Al hablar de una imagen completa de Dios que incluya
radicalmente a la naturaleza, a lo femenino y al reconocimiento de la sombra, nos
estamos refiriendo entonces a la inclusión y reconocimiento de todo aquello que
el ego occidentalizado ha desdeñado desde siempre obligándolo a llevar una vida
inconsciente, personal y culturalmente hablando. Murray Stein imagina entonces
que el cristianismo es un paciente que necesita tratamiento, y que quizás Jung
se pudo haber llegado a plantear la fantasía de dicho tratamiento por la vía de
una mayor atención a los productos del inconsciente. No olvidemos que en algún
punto el cristianismo comenzó a devaluar a los sueños (esos que fueron tan
importantes en el hebraísmo antiguo), pues sospechaba que por allí podía
colarse el demonio, esa imagen que suele representar tradicionalmente aquellos
elementos reprimidos culturalmente.
Termino estos apuntes transcribiendo
la fantasía que Stein se hace a su vez, sobre cómo sería la terapia de Jung para
el cristianismo:
“Si personalizamos el
cristianismo y nos lo imaginamos como un paciente que requiere una curación
interior para sobreponerse a sus viejas divisiones y prepararse para la
siguiente fase de su evolución, creo que podría salir de la consulta del doctor
Jung con un mensaje bien claro, explícito o implícito. El mensaje al
cristianismo diría lo siguiente: Ábrase usted a lo inconsciente. Honre los
sueños. Permita que lo inconsciente derrumbe la catedral y le muestre una
imagen más grande Dios, porque su Dios es demasiado pequeño y está demasiado
constreñido en las casillas del dogma y del hábito. Reconozca que su tribalismo
se basa en deseos, anhelos y proyecciones, y que está muy tergiversado, que
tiene muy poco o nada que ver con la realidad. Permítase usted tomar en
consideración los otros caminos que conducen a Dios como igualmente válidos y
legítimos, y quizás también igualmente tribales y limitados, pero no abandone
usted su historia, y no piense que las otras tradiciones pueden sacarle de
apuros si se limita usted a aprender un puñadito de nuevas ideas sobre ellas. En
vez de eso, céntrese en sus propios símbolos y en su propia historia, y deje
que responda su inconsciente, confiando en que el Dios que se reveló en el
principio responderá con símbolos de transformación y renovación. Pero debe
usted estar preparado para asumir la responsabilidad de estas nuevas
revelaciones, para ponerlas a prueba con sus mejores métodos de interpretación
y discernimiento, no según lo que usted ya sabía, sino de acuerdo con lo que
usted sabe que necesita y no ha encontrado aún. Y prepárese para sorprenderse.
Sobre todo, prepárese para permitir a Dios ser completo. Es un riesgo enorme,
pero su vida depende de ello.” Murray
Stein en “El principio de individuación”. Ed. Luciérnaga, Barcelona 2007