martes, 6 de julio de 2010

El aspecto demoníaco de la sexualidad. Adolf Guggenbühl-Craig

La sexualidad es un aspecto de la vida que, sobretodo en el occidente moderno, ha sido entregada al poder de la sombra, motivo por el cual se halla asociada siempre con lo demoníaco (en el sentido cristiano). ¿Cuáles son las raíces arquetipales de este hecho?. Adolf Guggenbühl-Craig se ocupa concienzudamente de esta pregunta y nos advierte acerca de la facilidad con que pasamos por alto las múltiples facetas de la satanización que sufre la sexualidad humana, y de la poca atención que recibe su verdadero sentido como símbolo de individuación.

Adolf Guggenbühl-Craig (1923 - 2008). Analista junguiano y co-fundador, junto con James Hillman y Rafael López-Pedraza, de la psicología arquetipal, considerada por muchos como la corriente más renovadora de la psicología junguiana. El texto que transcribo aquí es un extracto de su libro Marriage Dead or Alive (Spring Publications, Inc.), y aparece en la compilación Encuentro con la sombra (Edición a cargo de C. Zweig y J. Abrams, editorial Kairós. Barcelona 1996)

EL ASPECTO DEMONÍACO DE LA SEXUALIDAD

Adolf Guggenbühl-Craig

 
Una de las tareas fundamentales del proceso de individuación consiste en experimentar nuestras facetas más oscuras y destructivas. Esta experiencia puede manifestarse en ámbitos muy diferentes, entre ellos la sexualidad. Con ello no estamos diciendo, sin embargo, que uno se vea desbordado por fantasías propias del Marqués de Sade, ni mucho menos, por supuesto, que deba llevar a la práctica ese tipo de actividades. Lo único que afirmamos es que ese tipo de fantasías deben ser consideradas como una expresión simbólica -en el dominio de lo sexual- del despliegue del proceso de individuación.

En cierta ocasión tuve una paciente masoquista y trabajamos juntos para ayudarla a normalizarse. Podría incluso decir que con ella tuve cierto éxito ya que todas sus fantasías y actividades masoquistas terminaron desapareciendo. Sin embargo, comenzó a padecer un inexplicable dolor de cabeza que le ocasionaba muchos problemas en su vida personal. Tuvo una visión -era una mujer africana de color y en su entorno cultural tales cosas no eran infrecuentes- en la que se le apareció Moisés y la atormentó con la idea de que si no continuaba flagelándose los egipcios la matarían. A partir de ese momento elaboró una complicada teoría -basada fundamentalmente en los rituales autoflagelatorios de los cristianos mexicanos- según la cual el masoquismo era lo único que podría ayudarla a afrontar y aceptar el sufrimiento del mundo. Entonces sucumbió a sus fantasías masoquistas desapareciendo todos sus dolores de cabeza y reanudándose nuevamente su desarrollo psicológico. Este ejemplo, sin embargo, constituye tan sólo una ilustración de nuestro tema que en modo alguno debe considerarse como una invitación.

El fenómeno del sadomasoquismo ha desconcertado frecuentemente a los psicólogos. ¿Cómo pueden coincidir el placer y el dolor? Para muchos psicólogos y psicoanalistas el masoquismo parece ser contradictorio. Algunos van tan lejos como para sugerir que los masoquistas escenifican detalla damente sus fantasías hasta el momento en que comienzan a sufrir. Esto, sin embargo, no es del todo exacto y tiene que ver con la diversidad de las manifestaciones sexuales. La vida sexual real rara vez coincide plenamente con las fantasías sexuales. Sabemos que muchos masoquistas no sólo persiguen formas degradantes de dolor sino que también las experimentan con placer.

En la Edad Media el masoquismo desempeñaba un papel muy importante y los flagelantes proliferaban en las aldeas y las ciudades. La rutina cotidiana de los monjes incluía prácticas autohumillantes y autoflagelatorias. Según la psiquiatría moderna este fenómeno colectivo constituye una expresión clara de una perversión neurótica de la sexualidad. Pero esta explicación no resulta completamente satisfactoria. En mi opinión el sadomasoquismo está ligado al proceso de individuación. ¿No es acaso nuestro propio sufrimiento –y obviamente el sufrimiento en general- una de las cosas más difíciles de aceptar? Hay tanto sufrimiento en el mundo y nuestro sufrimiento corporal y espiritual es tan intenso que hasta los santos experimentan dificultades para comprenderlo. Una de las tareas más arduas del proceso de individuación consiste en aceptar la tristeza, el dolor y la ira de Dios con la misma facilidad con la que aceptamos la alegría, el placer y la gracia de Dios. En el masoquismo estos dos opuestos -sufrimiento y alegría, dolor y placer- se hallan simbólicamente unidos. Es como si el masoquismo lograra afrontar y resolver -a nivel simbólico- los grandes opuestos de nuestra existencia.

El sadismo, por su parte, puede ser considerado como una expresión del aspecto destructivo de la sombra, del asesino que se esconde dentro de cada uno de nosotros. Se trata de un rasgo específicamente humano que parece disfrutar con la destrucción. Este no es el lugar para discutir si la destructividad es un fenómeno natural o si es la consecuencia de algún problema en el desarrollo (aunque yo me inclino por la primera de las dos hipótesis). En cualquiera de los casos, cada uno de nosotros debe resolver por sí mismo el problema de la destructividad.

Lo cierto es que existen seres humanos que gozan con la destrucción, el asesinato y la tortura. Y este fenómeno está relacionado con la autodestrucción. No resulta pues sorprendente que el sadismo y el masoquismo sean fenómenos estrechamente relacionados y suelan aparecer juntos. El asesino autodestructivo se halla en el mismo centro de la sombra arquetípica, en el centro de la irreductible destructividad de los seres humanos.

Otro elemento constitutivo del sadismo hay que buscarlo en el deseo de poder. Es por ello que hay sujetos que experimentan placer sexual en el hecho de someter a su pareja, de jugar con ella como lo hace un gato con un ratón.

Otro aspecto del sadismo consiste en el hecho de degradar a la pareja al estatus de puro objeto. En las fantasías sádicas atar a la pareja y observar «fríamente» sus reacciones juega un papel muy importante. De este modo la pareja se convierte en una pura cosa con la que juega el sádico.

Durante mucho tiempo los teólogos cristianos sólo aceptaban la sexualidad con fines reproductivos. Consideraban que el erotismo era algo demoníaco y misterioso, algo contra lo que debía lucharse. Pero no debemos despachar de un plumazo este punto ya que esos teólogos eran personas inteligentes y diferenciadas que buscaban sinceramente la verdad y la comprensión.

Hoy en día la sexualidad sigue portando consigo el estigma del demonio. Todos los intentos realizados para convertirla en algo inofensivo y «natural» han terminado fracasando. Para el hombre moderno la sexualidad sigue siendo diabólica y siniestra.

Ciertos movimientos feministas de liberación consideran a la sexualidad como un arma política utilizada por los hombres para someter a las mujeres, convirtiendo entonces a la sexualidad en algo diabólico y exigiendo un intercambio de roles con los hombres para transformarla en algo inofensivo.

Citemos, como otro ejemplo de demonización causante de numerosas neurosis, el efecto de la denominada escena primordial. Los discípulos de Freud y gran parte de la opinión oficial educada bajo su influencia sostienen que la contemplación accidental de la denominada escena primordial -el contacto sexual entre los padres- puede causar serias perturbaciones psicológicas en el niño.

Desde este punto de vista, la contemplación de la actividad sexual de los padres estimula los deseos incestuosos y los celos de sus hijos intensificando la situación edípica. Afortunadamente, sin embargo, el tabú del incesto dificulta la manifestación abierta y desinhibida de su sexualidad. De este modo, los padres se protegen instintivamente de la estimulación de sus fantasías y tendencias incestuosas. La represión de un tabú probablemente cree más daño psicológico que su correspondiente reconocimiento. No olvidemos, sin embargo, que algunos de los grandes tabús -como el tabú del incesto, por ejemplo- constituyen una ayuda antes que una dificultad.

El hecho de que la sexualidad se halle excluida de la vida cotidiana de la mayor parte de nuestros hospitales constituye otro ejemplo contemporáneo de la forma siniestra en la que experimentamos la sexualidad. ¿Por qué se considera que la vida sexual puede dañar a los pacientes? ¿De dónde surge esta creencia? ¿Por qué razón no se les permite a los pacientes de una institución mental, por ejemplo, mantener relaciones sexuales con otros internos?

Siguiendo con la descripción de los aspectos siniestros de la sexualidad debemos también mencionar que en Suiza la relación sexual con un retrasado mental se considera un acto criminal. Aunque originalmente esta ley pretendía proteger a los retrasados mentales lo cierto es que ha terminado impidiéndoles llevar una vida sexual. Esta inhumana ley -y la pasividad con la que fue aceptada- constituye también otro ejemplo del poder mágico que se le atribuye a la sexualidad.

Terminaremos esta enumeración recordando que los atletas que participan en las Olimpíadas suelen tener estrictamente prohibido el ejercicio de cualquier tipo de actividad sexual durante el desarrollo de la competición hasta el punto de que se ha dado el caso de haber sido descubiertos y expulsados por ello. Sin embargo, al mismo tiempo se reconocen también los efectos benéficos del ejercicio sexual antes de acometer grandes esfuerzos.

En todos estos puntos podemos sospechar la presencia de prejuicios muy antiguos. En ciertos pueblos primitivos los hombres se abstenían de mantener contacto sexual con las mujeres antes de ir a la batalla.

Este aspecto demoníaco de la sexualidad también podemos encontrarlo en la dificultad de experimentar y aceptar la actividad sexual como simple «goce» de una experiencia placentera. Hay muy pocas personas que puedan disfrutar de la sexualidad como lo hacen de una buena comida. Aunque suela esgrimirse con mucha frecuencia la «teoría del vaso de agua» -considerar a la actividad sexual del mismo modo que a la sed- lo cierto es que apenas nadie la experimenta de ese modo.

¿Qué significado psicológico puede tener, pues, el hecho de que la sexualidad siempre haya estado acompañada de algo siniestro aun hoy en día en que aparentemente nos hemos liberado de esa actitud? Lo siniestro resulta siempre ininteligible, conmovedor, numinoso. Dondequiera que aparezca lo divino experimentamos miedo. En muchos sentidos el proceso de individuación, que tiene un carácter fuertemente religioso, se experimenta como numinoso. Todo lo que tiene que ver con la salvación posee, entre otras cosas, un carácter siniestro, poco familiar y sobrehumano.

Si tenemos en cuenta que la sexualidad está estrechamente ligada al proceso de individuación quizás podamos comprender la demonización de la que ha sido objeto a lo largo de la historia. La sexualidad no es una simple actividad biológica inofensiva sino el símbolo de algo estrechamente relacionado con el sentido de nuestra vida, de nuestra lucha y de nuestro anhelo de lo divino.

Todos los aspectos del proceso de individuación encuentran en la sexualidad una forma simbólica de expresarse. El encuentro con las figuras parentales se experimenta en el drama del incesto; la confrontación con la sombra conduce a los componentes destructivos sadomasoquistas de lo erótico; el encuentro con nuestra alma -con el anima y el animus, con lo femenino y con lo masculino- puede asumir una forma sexual; la sexualidad -ya sea vía fantasía o en realidad- constituye también una forma de experimentar corporalmente el amor por uno mismo y el amor por los demás y, por último, el lenguaje del erotismo nos proporciona el ejemplo más claro de la unión de los opuestos, de la unio mystica, del mysterium coiniunctionis.

* * *

Todas las biblias o códigos sagrados han incurrido en los siguientes errores:

1. Que en el ser humano existen dos únicos principios verdaderos: el cuerpo y el alma.

2. Que la energía -denominada mal- pertenece exclusivamente al cuerpo y que la razón -denominada bien- es exclusiva del alma.

3. Que si el hombre sigue los dictados de su energía Dios le atormentará eternamente.

Pero la verdad es exactamente lo contrario:

1. El ser humano no tiene un cuerpo distinto al alma porque lo que llama cuerpo es aquella porción del alma que puede ser percibida por los cinco sentidos, las principales ventanas del alma en esta época.

2. No hay más vida que la energía y ésta pertenece al cuerpo. La razón es el límite, o circunferencia externa, de la energía.

3. La energía es deleite eterno.

WILLIAM BLAKE