martes, 18 de enero de 2011

Rafael López-Pedraza. In Memoriam

El pasado 10 de enero falleció en Caracas, a la edad de 90 años, uno de los más originales analistas junguianos de nuestro tiempo. Sus libros están plagados de imágenes sugerentes y contienen una constante invitación a recrear los ámbitos de la psicología y de la psique. Formó junto a Adolf Guggenbühl-Craig y James Hillman, la avanzada de una forma de ver el alma humana que ha sido catalogada por algunos como una escuela dentro de la escuela junguiana. Es uno de esos autores que con el tiempo será descubierto, reconocido y comprendido por parte de un público cada vez más amplio.

 





Transcribimos a continuación uno de los ensayos incluidos en su interesante obra "Ansiedad Cultural" (Ed. Festina Lente. Caracas, 2000), el ensayo se titula   "La psicología del sectarismo en tiempos de ansiedad", un texto, como todos los suyos, de una inapreciable actualidad, pertinente para este presente tan lleno de un sectarismo cada vez más destructivo(en el fútbol, la política, las ideas, la religión, la pareja); un sectarismo que se ha llegado a expresar en Colombia bajo el disfraz de un lema encantador "Los buenos somos mas", una peligrosa forma de ocultar la sombra y proyectarla sobre otros que pasan a ser "los malos", los exclusivamente y exluyentemente malos. Pero la manera de López-Pedraza es la de un ser de la imaginación, por lo tanto va a deambular ampliamente por las imágenes del sectarismo, buscando este complejo donde quiera que se esconda, incluso en la terapia y en la psicología.

Antes de pasar al ensayo de López-Pedraza, leamos un aparte de la presentación que una de sus alumnas, la escritora María Fernanda Palacios, hace en el libro "De Eros y Psique". La autora nos permite percibir el ímpetu de alma de López y la forma como transmitía esa fuerza a sus seminarios en la Universidad Central de Venezuela:

"Quizá ahora comienzo a comprender qué nos movía de manera tan poderosa; por qué, más allá de todo el interés que tenían por sí mismos los estudios de mitología, más allá incluso de lo novedoso y atractivo del enfoque con que López los abordaba, en esas tardes de seminario había algo más que me atrevo a llamar milagroso: el sentimiento muy íntimo y personal de un "despertar"; el que, independientemente de aquello que nuestra inteligencia podía captar, la psique es quien estaba siendo convocada. Ella era el interlocutor silenciosos al que López se dirigía con esa lentitud y ese aplomo que en lenguaje taurino se dice temple. No todos los días se consigue que se dé, respetando los límites de un espacio académico formal, una atmósfera psíquica capaz de propiciar ese otro aprendizaje que no cabe en los programas de estudio. Es algo que se da siempre por añadidura, como el regalo de ciertos dioses olvidados. Creo que para López, dar clases era otra forma de ponerse al servicio de Hermes, ese "hacedor de conexiones", a quien dedicó su primer libro y varios seminarios.

López siempre advertía que su trabajo se orientaba hacia una psicología de la psique o desde la psique, y no desde un sistema o escuela psicológica determinada. Y creo que ese fue el origen de una palabra que comenzó a circular en el seminario para describir lo que allí se hacía: psiquear. Un verbo que nació -como diría Rosenblat- del genio criollo y familiar de nuestra lengua, para aludir a esa actividad que está a medio camino entre el estudio y la reflexión, allí donde el alma se conecta con la conciencia. Psiquear, para López (porque a López -debo decirlo- siempre le gustó esa palabra) era un verbo afín a "imaginar". Si la psique es quien mira a través de las imágenes y quien puede ver a través de los límites precisos y diferenciados de las formas arquetipales, psiquear sería, al fin y al cabo, la razón de ser de la clase. Psiquear tiene que ver con el tono anímico de toda conversación verdadera, y si psiquear es la posibilidad de ver a través de las cosas y quizá, también ¿porqué no?, dejar que la imagen nos vea, nos descubra, ese verbo puede emplearse como sinónimo de torear, en el sentido más culto de la palabra. En los seminarios de mitología, ése era el asunto: psiquear o torear las imágenes arquetipales que nos legó la tradición grecolatina. "Grecia -López no se cansaba de repetirlo- nos ha legado el catálogo más completo de las posibilidades latentes de la psique para su estudio vivencial, y mientras más se las estudie de ese modo, más comprobamos que ellas siempre han estado en el traspatio de nuestra propia casa". De esa forma los seminarios se aproximaban a la mitología griega y a la tradición clásica mediterránea, no desde una psicología estrechamente junguiana, sino desde lo vivenciado por una psique inmersa en su historia, en sus propios conflictos y complejos, poniendo en juego siempre esa nota de "ansiedad cultural" que López-Pedraza ha contribuido a definir y reflexionar.

No quisiera concluir sin recordar algo que le escuché decir a López en uno de sus primero seminarios. Se refería a los estudios de mitología y a su importancia para valorar lo que ignoramos de nosotros mismos. Nos habló de cómo esos estudios podían contribuir a hacernos más tolerantes. Nos habló de cómo, si perseverábamos y aprendíamos a ver a través de la variedad de formas y posibilidades latentes del alma, podríamos aprender a tolerarnos mejor, a tolerar a los demás y, añadía con énfasis, "lo que es todavía más importante, podemos llegar a entrever cuán intolerantes solemos ser con nosotros y con los otros". Y es así como esos viernes de mitología fueron también un ejercicio de tolerancia, un lugar donde podíamos intentar conectarnos con nosotros mismos sin necesidad de recetas másgicas, aprendiendo a aceptarnos sin esas simplificaciones pavorosas con que el hombre moderno ha querido disminuir su ansiedad y engañar su hambre de imágenes." 

María Fernanda Palacios. Septiembre, 2003. 
Del prólogo a De Eros y Psique. Rafael López-Pedraza. Ed. Festina Lente. Caracas, 2003



LA PSICOLOGÍA DEL SECTARISMO EN TIEMPOS DE ANSIEDAD

Rafael López Pedraza



Algunos aspectos del sectarismo


Mi interés en este escrito es apuntar algunos aspectos del sectarismo tales como su ámbito arquetipal, su importancia a lo largo de la historia de Occidente, su alarmante irrupción en la actualidad y su interés para la historia de la psicoterapia moderna. Estudiar la complejidad de esta materia tanto como podamos es de suma importancia, porque pareciera que el hombre occidental, en general, y la psicología, en particular, ignoran la tremenda fuerza oculta tras el sectarismo.

La premisa básica del sectarismo es la siguiente: Yo y el grupo de personas al que pertenezco somos mejores y tenemos propósitos de más valía que las personas que no pertenecen a este grupo, las cuales están equivocadas y por lo tanto pertenecen al bando equivocado. Entiendo, por supuesto, que esta es una visión sumamente simplista y esquemática del sectarismo, pero la psicología del sectarismo es exactamente así: simplista y esquemática.
Para comenzar, permítanme aportar un retrato arquetipal de la personalidad sectaria, según fue esbozado por el poeta trágico Eurípides en su obra Hipólito. Hipólito es el paradigma de la personalidad virginal y puritana, que es proclive al sectarismo. Hipólito hace su primera entrada en escena, en compañía de un grupo de jóvenes cazadores amigos, que vienen cantando un himno en honor a Artemisa, su patrona:

Hipólito (a sus compañeros): "Seguidme, seguidme cantando a la celestial hija de Zeus, a Artemisa, nuestra doncella protectora".1

Estas líneas constituyen en sí mismas una imagen que transmite el entusiasmo y el estado de fascinación de esos jóvenes adeptos. Una vez cantado el himno coral, Hipólito recita una plegaria a Artemisa:´

Hipólito: "A ti, oh diosa, te traigo, después de haberla adornado, esta corona trenzada con las flores de un prado virgen (…), donde el río de la Castidad mana incesante regando a las flores. La diosa del Pudor [la] cultiva con rocío de los ríos. Vamos, querida soberana, acepta esta diadema para tu áureo cabello ofrecida por mi mano piadosa. Yo soy el único de los mortales que tengo el privilegio de reunirme contigo e intercambiar palabras, oyendo tu voz aunque no vea tu rostro. ¡Ojalá que los últimos días de mi vida sean iguales a estos primeros!". 2

El contenido de esta plegaria constituye una expresión de pureza, derivada del aspecto más incontaminado de lo virginal: las flores que Hipólito ofrece a Artemisa han sido recogidas en campos jamás transitados por el hombre; es un ejemplo explícito de un alma predominantemente virginal, que se expresa a sí misma mediante la imaginería de un paisaje que le es afín. La plegaria es un bello ejemplo de la retórica de lo virginal.

En la escena que sigue, un viejo sirviente, que ha estado escuchando a Hipólito, le habla ahora con intención de aconsejarlo. Le pregunta por qué no ha dedicado ninguna oración a una gran diosa como Afrodita. Pero Hipólito rechaza rendirle culto: "Desde lejos la saludo, pues yo soy casto".3 El sirviente le previene diciéndole: "Hay que honrar a todos los dioses, hijo mío".4 Pero Hipólito, al tiempo que abandona la escena en compañía de sus amigos cazadores, se despide con estas desafiantes palabras: "En cuanto a tu Cipris, le mando mis mejores saludos".5  Más adelante, en la tragedia, sabremos que Hipólito no sólo rechaza a Afrodita sino a todos los demás dioses y diosas.

En mi opinión, el viejo sirviente, incluso si no se le considera como una personificación de Hermes, posee, de hecho, rasgos herméticos. Es capaz de ver, al vuelo, el fanatismo de Hipólito e intenta corregirlo. Con mucha persuasión, trata de lograr que Hipólito reconozca ese lado opuesto de su personalidad, que rechaza y reprime de una forma tan brutal lo que no venga de sus formas de vivir. Mucho después, cuando la tragedia haya tomado su curso, Teseo, el padre de Hipólito, en un parlamento que siempre ha sido motivo de especulación y perplejidad para los estudiosos, acusa a su hijo: Teseo: "…¿De modo que eres tú el hombre sin par, el que vive en compañía de los dioses? ¿Tú, el casto y puro de todo mal? No puedo creer que te jactes hasta el extremo de llamar, insensatamente, a los dioses ignorantes. ¡Pregona y vocifera la bondad de tus dietas raras! Adopta a Orfeo como tu señor y profeta y entrégate a la adoración de sus palabras etéreas".6

Si se consideran complementarias, estas tres escenas pueden servir como una descripción de la personalidad virginal y puritana. La primera, la de Hipólito con sus amigos cazadores, puede verse como una imagen antropológica primordial del sectario, la imagen prototípica del culto ritual en el que el puritanismo domina la psique de los adoradores. La segunda imagen, la del encuentro con el viejo sirviente, retrata el fanatismo de la personalidad sectaria: el rechazo de aquello que no pertenezca a la secta. Y la tercera imagen, la de la reflexión de Eurípides sobre el sectarismo órfico puesta en boca de Teseo, evidencia el sectarismo de Hipólito, pues acusa su conexión con la secta de Orfeo. Nosotros podemos imaginar que, en ese momento, Hipólito tiene cerca de veinte años de edad y que las acusaciones de su padre en relación con el orfismo, a la dieta sin carnes y a los efluvios verbales ("sus palabras etéreas"), todo ello nos habla de un hombre joven, con inclinación por la vida sectaria. Esta imagen nos recuerda al llamado 'sectario civilizado' cuyas manifestaciones modernas, ¿acaso no evocan este patrón arquetipal?

Mediante personajes como el viejo sirviente, quien reprende a Hipólito por su culto único a Artemisa, y como Teseo, quien reacciona ante el sectarismo órfico, Eurípides expresa claramente la intolerancia y rigidez en el sectario Hipólito.

Permítanme destacar estas dos características intrínsecas a la personalidad de Hipólito: su exclusiva lealtad a Artemisa, junto a la rigidez que ello implica, y su desprecio y brutal repulsión hacia todo aquello que no pertenezca a su diosa. Hipólito dice: "¡Ojalá que los últimos días de mi vida sean iguales a estos primeros!". Esta es la expresión de una naturaleza que no busca ningún movimiento psíquico, ninguna otra iniciación.


Una naturaleza sin alquimia


Podemos decir que se trata de una naturaleza sin alquimia, en el sentido de que no puede mezclarse con otros metales en procura de algún movimiento psíquico. Y es por esta razón que las palabras de Hipólito tienen tanta importancia para aquel psicoterapeuta cuya práctica está concebida como movimiento psíquico.

E. R. Dodds, en su libro Pagan and Christian in an Age of Anxiety 7, describe la irrupción del sectarismo en los tiempos en que nace la cristiandad:

"Poseemos descripciones de cierto número de comunidades ascéticas que parecen haber surgido independientemente unas de otras en diversas regiones del Mediterráneo oriental poco antes de la era cristiana. Esenios en Palestina, terapeutas en torno al lago Mareotis, los contemplativos egipcios descritos por Queremón o los neopitagóricos de Roma".

Se ha especulado mucho, si bien a partir de una evidencia poco académica, acerca de la influencia de los esenios en la vida y enseñanzas de Jesucristo y de sus seguidores. En unos "tiempos de ansiedad", esas sectas que florecieron son la señal de que los momentos históricos de profunda perturbación psíquica son propicios para que el modo de vida de las sectas atrapen y den forma al exceso de sufrimiento y de ansiedad. Se hace obvio que, directa o indirectamente, el espíritu del sectarismo halló un lugar propio en tiempos del nacimiento del cristianismo, y que, en una variedad de formas, ha seguido siendo importante a lo largo de su historia. Hoy, en un tiempo también de ansiedad, ya sea dentro del espíritu del cristianismo o fuera de él, el sectarismo irrumpe una vez más para atrapar y tratar de contener el exceso de sufrimiento.

Como hemos visto, el sectarismo es arquetipal. La principal actividad de una secta es cantar en honor ya sea de un dios, una diosa, del gurú o del líder de la secta e incluso de las reglas que regulan el modo de vida de la secta. Sin embargo, ha sido el genio de Eurípides el que muestra el reverso de la moneda: Hipólito reprime todo lo que no sea su idolatría por Artemisa y luego en la tragedia vemos la venganza de Afrodita en la muerte de Fedra y del mismo Hipólito. Imágenes de la tragedia griega que, para nosotros, son metáforas de la destrucción que acarrea el sectarismo.

La psicoterapia moderna nació bajo el signo del sectarismo, evento histórico que hizo posible el que su poderosa influencia haya perdurado hasta nuestros días. Tan pronto como se inició la psicoterapia moderna, una disciplina destinada a iniciar una nueva aventura en la psique, el sectarismo se adueñó de ella.´

La primera corriente de psicoanalistas se vio forzada a obedecer a Freud, el fundador de la Escuela de Viena, cuyos estudios se habían transformado en las leyes de la secta que el adepto no debía transgredir. El psicoanálisis clásico funciona como una ortodoxia: la salud del analista no se cuestiona, él mismo ya ha sido analizado, ha aprendido una técnica y pertenece a la 'sociedad'. El psicoanálisis es un ejemplo de sectarismo en la psicología moderna.´

El peligro de una secta, ya sea freudiana o junguiana, consiste en que pone fin a la aventura interior de la psique. Todo cuanto tiene lugar en el alma es referido o interpretado fundamentalmente dentro de la concepción de la secta. Todas las múltiples posibilidades, las diversas vías de tener relación con los eventos de la vida de una persona son bloqueadas por la psicología sectaria.

Si ubicamos en perspectiva histórica al sectarismo dentro de la psicología moderna, llegaremos a considerar la ruptura de Jung con Freud como un producto del sectarismo y como una imagen desde la cual percibir otra de sus primeras apariciones en la psicología moderna.

En Hermes y sus hijos 8, reflexiono sobre esa ruptura entre Freud y Jung como la expresión de una brecha, polarizada entre la adhesión al poder de Freud y la naturaleza hermética de Jung. Sin embargo, ahora podemos entender la insistencia de Freud en su 'autoridad' como el control vigilante del líder de una secta. El sectarismo, así visto, está fundamentado en la obediencia al fundador y a las reglas de la secta.

Jung, al referirse a las sectas esotéricas, las calificó como una red en la que queda atrapada la locura de ciertas personas, que, de otro modo, estarían internadas en instituciones psiquiátricas. Podría entenderse su famosa observación de "¡Gracias a Dios que yo soy Jung y no junguiano!", como una reflexión sobre el sectarismo entre sus seguidores. A pesar de esta acertada advertencia de Jung, creo que podemos admitir que la psicología junguiana no ha estudiado el sectarismo seriamente y no sabemos hasta dónde se ha hecho sombra, desde dónde hace su aparecer para distorsionar la visión de la psique como entidad individual única.


Un sectario moderno


Ahora, quisiera le diéramos una mirada a la imagen de un sectario moderno. Le llamaré Pablo. Tiene 45 años de edad, es abogado, alto de estatura, del tipo asténico y enflaquecido, tiene una cabeza grande y la barba bastante crecida. Se ha divorciado dos o tres veces y tiene varios hijos. Pero, el pilar de su vida y su filosofía es su gurú hindú, a quien visita en la India cada vez que siente que su psique se encuentra en una profunda crisis o al borde del abatimiento. Durante sus primeras horas de psicoterapia, Pablo me contó que, en una ocasión, mientras estaba de visita en México, se sintió perturbado después de ver una gran cantidad de imágenes mexicanas. Se encontraba en lo alto del campanario de una iglesia, cuando comprendió que se sentía bastante mal y, entonces, recordó que un amigo le había hablado de unashram en Los Angeles. Así que tomó un avión a Los Angeles y participó en el ashram. De inmediato, comenzó a sentirse más calmado y en mejor forma. Es obvio que la secta le proporcionó un cierto balance psíquico. Su contacto con la secta, el elemento que su psique necesitaba para lograr un equilibrio básico, activó en Pablo una comunicación ritualista y restableció su equilibrio.

No fue difícil comprender que Pablo había venido a verme porque no había ashrams en Caracas y, en ese entonces, no tenía dinero para viajar a la India y ver a su gurú. Mi actitud psicoterapéutica fue la de establecer una simetría con lo que él estaba aportando a la psicoterapia. Siendo receptivo a sus conversaciones acerca de su gurú hindú y animándolo con mi curiosidad, Pablo fue capaz de encontrar el balance necesario para acometer lo que eran sus conflictos reales en esa época.

Esta experiencia analítica con Pablo muestra, en pocas palabras, la rapidez con que funciona la psicología del sectarismo. De una forma casi inmediata, atrapa y contiene a la psique que está al borde de un colapso. Pablo representa para mí al sectario per se. No puedo imaginar que sea capaz de vivir sin la conexión con una secta y con todas las gratificaciones que esto provee, tales como meditación, ejercicios de respiración, dietas macrobióticas, amuletos y otros, del mismo modo en que Hipólito decía "… ¡Ojalá que los últimos días de mi vida sean iguales a estos primeros!".

Si bien Pablo es un caso típico del sectario moderno, el catálogo del sectarismo es sumamente variado. Tuve otro paciente, un hombre joven quien, a los veintidós años de edad, fue sacudido por una tragedia familiar muy compleja. En medio del torbellino emocional de ese momento y casi en forma inconsciente, el joven se unió a una secta con la que permaneció, sufriendo una culpa enorme y viviendo un conflicto interior, hasta que tuvo 35 años, momento en el que acudió a psicoterapia. Había estado tan sofocado por la secta que la primera parte del análisis fue dedicada totalmente a discutir la psicología del sectarismo. Su experiencia demostraba, una vez más y acertadamente, lo rápido que el sectarismo puede apoderarse de una psique que se encuentra bajo la presión de un sufrimiento extremo. Quiero destacar este importante aspecto del sectarismo –la curación en el nivel del sectarismo– porque considero que merece tanto respeto como estudio.

Cuando trabajaba en la Clínica Zürichberg, en Zürich, entonces recién fundada, llegó un hombre procedente de Trieste, en busca de tratamiento. El doctor Heinrich Fierz, director de la clínica, conversó con él pero, hasta donde yo recuerdo, no pudo determinar cuál era el trastorno psicológico del hombre. De hecho, el hombre no daba muestras de tener problema alguno. Tenía un aspecto decente, el de un hombre que calmada y lentamente entraba en la vejez. Se condujo con mucha circunspección durante los pocos días que permaneció en la clínica y apenas fue notado. En determinado momento, el hombre anunció que ya se había restablecido y que deseaba regresar a su casa. Antes de partir, el doctor Fierz mantuvo una última conversación con él, en la que le preguntó cómo se había curado. El hombre le explicó detalladamente que un día, mientras estaba comiendo con otros pacientes y algunos terapeutas, sintió un flujo de energía circulando a través de la gente y alrededor de la mesa –lo que hoy en día se llaman vibraciones– y esto le devolvió la salud. Desde la perspectiva de la psicopatología, su fantasía tiene un toque paranoico y nos recuerda el magnetismo animal de Mesmer. Pero estamos reflexionando sobre el modo en que el arquetipo funciona en su aspecto sectario. Al mismo tiempo, este caso puede considerarse como un ejemplo psiquiátrico de los que nos reporta la antropología cultural dentro del fenómeno de lo religioso, y que puede ser visto como un ingrediente de la psicología sectaria.

También, hay gente que sabe mucho acerca de las ideas y modo de vida de muchas sectas. Son casi unas enciclopedias vivientes acerca de las sectas y de sus fundadores. Tengo la impresión de que, en esta forma, alimentan su necesidad psíquica de sectarismo, sin tener que literalizar esta necesidad uniéndose efectivamente a una secta.

Muchas personas acuden a psicoterapia después de haber pertenecido a diversas sectas teosóficas, de Gurdieff, subud, sufíes, sin mencionar las de los muchos gurúes de la India. Es muy extraño encontrar entre ellas una que opte por su individuación. Lo común es que psíquicamente se mantenga apegado a lo sectario y tenga a la psicología junguiana por una secta más.

A principios de los años setenta, Zürich se vio inundada por hippies que acudían al análisis junguiano movidos por una curiosidad un tanto ingenua y deseosos de escuchar palabras etéreas. Uno sospecha que cualesquiera fuesen las palabras que el analista usara, ellas serían escuchadas como sublimes. Yo llegué a preguntarle a un hippie qué lo había atraído hacia la psicoterapia junguiana. Me respondió que había leído la solapa de un libro de Jung, sobre el Bardo Thödol 9, en una librería de San Francisco y que eso fue suficiente para llevarlo hasta Zürich. Hay gente dispuesta a ir hasta el fin del mundo para escuchar de un profeta las palabras etéreas que su psique necesita: gente que dedica gran parte del tiempo en la búsqueda de esa suerte de orfismo que Hipólito practicaba cuando tiene lugar la tragedia.


Esa locura específica y peculiar del sectario


El sectarismo funciona de diversas maneras: conocí a un hombre joven que, no pudiendo tolerar la aventura de la sombra en el análisis junguiano, se unió a una secta bastante estricta. Este caso dio también mucho de qué hablar entre sus amigos y, personalmente, me dio mucho en qué pensar, tanto que me encontré a mí mismo especulando que ese joven bien podría no ser totalmente un hijo arquetipal de Artemisa, por decirlo así, sino que era más una personalidad adolescente infatuada, un puer aeternusque se había identificado con un éxito precoz en la vida. Después, a sus 30 años de edad, no podía aceptar el fracaso terrenal con su sombra por lo que su psique parecía no ofrecerle otra opción para sobrevivir que la de unirse a una secta, cuyas reglas eran de una severidad tal como prohibirle cualquier acercamiento de sus amigos de otros tiempos.

Le pido al lector que tenga en mente este caso porque pudiera darnos la oportunidad de distinguir entre dos psicologías, que suelen resultar confusas: la psicología del puer aeternus y la del sectario. Por ejemplo, Thomas Moore, en su artículo "Artemis and the Puer10 percibe a Hipólito en el contexto del arquetipo del puer aeternus, del eterno adolescente. Lo que yo veo semejante al puer en Hipólito pudiera ser su juventud y también su "…entrega a la adoración de sus palabras etéreas" (las emanaciones verbales de los órficos), como en el hippie de San Francisco. Sin embargo, para mí, esto no es suficiente para considerar a Hipólito como una figura paradigmática del puer. Sus rasgos más importantes son su virginidad y su castidad, lo que yo considero como típico de un hijo arquetipal de Artemisa.

Eurípides pinta en Hipólito el retrato de una personalidad básicamente limitada: adorar solamente a una deidad del panteón griego de dioses y diosas es evidencia de una personalidad limitada y pobre. Los estudiosos de los clásicos coinciden con esta afirmación y describen a Hipólito como una personalidad débil, de una trágica simplicidad. Incluso Hipólito parece aún más débil cuando se le estudia en comparación con otros héroes trágicos –Orestes, por ejemplo, cuya conciencia trágica y la forma en que asume su destino, muestran lo que realmente es el héroe trágico–. Hipólito no muestra una actitud comparable, toda vez que es movido sólo por fuerzas inconscientes y no tiene conocimiento de su propio destino trágico. El no es un héroe trágico, con una conciencia trágica, sino más bien una víctima trágica.


La imagen poética del sectario que nos da Eurípides nos permite ver a la debilidad como un rasgo esencial de la personalidad sectaria. Y yo considero que es éste el rasgo que mueve al adepto a unirse a una secta; no hay energía que sostenga al individuo. Sin embargo, hay una vía más dramática, o incluso más brutal, de detectar los elementos que mueven la necesidad de unirse a una secta. Años atrás, leí un libro de Jean Paul Sartre sobre el judaísmo y el nazismo. No he podido encontrar de nuevo este libro, de manera que tendré que confiar en mi memoria. Al tratar de introducirse en la psicología del nazismo, Sartre trae a colación una analogía con una secta americana, la del Ku-Klux-Klan, cuyos miembros desean 'limpiar' el mundo de la gente negra. Para Sartre, es la mediocridad lo que ha impulsado a esa ente a unirse en una secta. Así que podemos observar una mezcla de debilidad y mediocridad en la psicología del sectario. Debemos estar conscientes de nuestra propia mediocridad porque, de lo contrario, podría pasar a formar parte de nuestra sombra. A propósito, tuve una vez un paciente que consideraba que el logro de su psicoterapia había sido hacerse consciente de su mediocridad.




La maldad en la secta


Al hablar de mediocridad, comenzamos a aproximarnos a la atemorizante y siniestra aparición de la maldad en la secta. Podemos ver una manifestación de ello, con una lente de aumento, en una secta como la de James Jones, quien condujo a un grupo de adeptos hasta un claro de la selva de Guyana, donde tendrían una vida pura y sencilla. Imagino que todos hemos leído los espantosos testimonios de quienes sobrevivieron a ese holocausto. Muchos de ellos parecen ser gente sencilla y cuando explican lo que les llevó a la secta, uno puede tener una evidencia palpable de esa debilidad y mediocridad, que son el impulso de una forma sectaria de vida. Se dejaron influir por el aspecto utópico del sectarismo: por la fantasía de que podrían encontrar la Ciudad de Dios en la selva guyanesa, aunque en verdad siguieron a un loco poseso de sectarismo que los condujo a la muerte. El caso de la secta de Guyana, acompañando al horror, tiene el mayor interés por el número de víctimas y porque fue la primera de una serie de inmolaciones suicidas en sectas, a las cuales el lector ha tenido acceso a través de los media.

En su artículo "Pain and Punishment", Alfred Ziegler 11 se refiere al aspecto psicosomático de la psicología de la utopía que está presente en la psicología sectaria y que se transformó en horror en la secta de Jones. La cruda realidad de la vida en la selva guyanesa sobrepasó la imaginería infernal de Gerónimo el Bosco y del Marqués de Sade, en quienes Ziegler ha basado la imaginería del opuesto destructivo de lo utópico. Debemos tener en cuenta esta contribución de Ziegler sobre el dolor y el castigo psicosomáticos del utópico cuando nos enfrentemos con casos semejantes, porque creo que nos proporciona un enfoque muy acertado de su condición psicosomática. Un autocastigo compensando los vuelos futuristas de la utopía sectaria.

La portada de la edición del mes de mayo de 1991 de la revista Time Magazine, tuvo como titular "The Thiriving Cult of Greed and Power" ("El próspero culto de la avaricia y del poder"), y remitía a un reportaje sobre una secta que se autodenomina la Iglesia de –algo así como– la Cienciología, una secta de la que yo no sabía nada hasta ese momento. La descripción del Time de esa secta, que reclama ser una religión, es impresionante. La concepción del culto es de una demencia difícil de ser catalogada en un manual sobre psicopatología. Por ejemplo, Hubbard, dentista y fundador de la secta, "determinó que los seres humanos están hechos de un conglomerado de espíritus (o 'thetans' como él los denomina) que desaparecieron de la Tierra hace unos 75 millones de años a causa del cruel tirano galáctico Xenu". Dejo a su imaginación adivinar de qué tipo de enfermedad mental nace esta secta. He hecho referencia a la debilidad y a la mediocridad en la psicología sectaria, pero parece que me quedé corto frente a la doctrina básica de la Cienciología. Sin embargo, se trata de una especie de sectarismo que vale la pena explorar y demuestra que no es necesario tener una forma coherente de pensamiento: porque evidentemente mientras más demencial sean sus principios, más exitosa será la secta. Con esto, podemos volver –como en el caso de Pablo– a la observación que hizo Jung a principios de siglo respecto al hecho de que mientras más sectas existan, menos necesidad habrá de instituciones psiquiátricas.

Observamos, a partir del libro de E. R. Dodds, Pagan and Christian in an Age of Anxiety, que la psicología del sectarismo floreció en una época de ansiedad. Las dos sectas mencionadas, la de Jim Jones y la Cienciología, revelan la incomparable ansiedad de los tiempos que vivimos. En esta visión, también entra el fundamentalismo de las grandes religiones, las cuales expresan su fanatismo mediante el terrorismo. A esta altura, creo que podemos ver que el sectarismo, hoy en día, es una expresión colectiva que no podemos ignorar y que supone un reto para nuestros estudios.


Del sectarismo en el paciente


Ahora bien, cuando hacemos psicoterapia, deberíamos estar conscientes de la eventual aparición del sectarismo en el paciente, así como estar listos para reflexionar sobre su manifestación en nosotros mismos, porque, de otra manera, existe el riesgo de que el sectarismo, con su mediocridad, se transforme en la fuerza que controle la situación terapéutica. Necesitamos asimismo saber que existen muchas formas mundanas, mediante las cuales el sectarismo puede introducirse subrepticiamente en nuestras vidas. He tenido la sensación de que la semántica junguiana suele darse por sentada en lo que toca a términos como persona, ego, sombra, ánima, animus, self, etcétera, que acaban convirtiéndose en contraseñas de una secta. Un ejemplo pudiera ser el modo en que el término 'individuación' se ha transformado en una palabra milagrosa. Es necesario aclarar lo que deseamos significar con 'individuación' o con cualquiera de esos términos en un contexto determinado y evitar su estereotipación pues, de otra manera, se corre el peligro de que se convierta en la jerga de la secta. Los balbuceos etéreos de la secta, totalmente desasidos de la realidad corporal y terrena, de los cuales Eurípides era consciente.


Teoría y sectarismo


Podemos asimismo percibir el sectarismo en la forma en que la gente habla sobre una teoría. A veces, da la impresión de que la psicología está plagada de teorías. Por supuesto que las teorías son una contribución, pero podemos ver a algunos analistas tan apegados a ellas, que las literalizan en una forma similar a lo que hace el sectario con las leyes de su secta. El asunto es que tanto la semántica como las teorías pueden alimentar nuestro latente sectarismo de manera tal que llegamos a experimentar nuestras vidas y practicar nuestra psicoterapia en esos términos.

Muchas personas acuden al análisis junguiano muy versadas de antemano en la teoría y semántica de la escuela y predispuestas a experimentar su terapia y su estudio como una forma de vida sectaria. Traté a una joven mujer, de unos 30 años, licenciada en Historia y, un día, hablando sobre historia, el asunto del sectarismo se coló en la conversación. Me sorprendí entonces cuando me manifestó que, al iniciar su terapia, ella había tenido la fantasía de que estaba ingresando a una secta: ella, yo, el amigo que le había recomendado venir a verme y el resto de mis pacientes estábamos en lo 'correcto', mientras que el resto de la gente estaba 'equivocada'.

Cuando converso con mis colegas y con estudiantes de psicología, a menudo se percibe la presencia de ideas del sectarismo. Siendo el sectarismo arquetipal, esto es inevitable, especialmente cuando un grupo se reúne. Durante los últimos años, la psicología junguiana se ha desarrollado notablemente desde su contexto parroquial en Zürich, hace unas tres décadas, hacia una expansión alrededor del mundo, en donde miles de personas están incorporándose a ella. Sin embargo, ¿se tiene quizás suficiente conciencia de que una expansión de esa clase supone la manifestación de un impulso misionero, penetrado por la energía sectaria?

Hoy, es manifiesto un interés arrollador por la apertura de nuevos institutos, la formación de asociaciones, la puesta en marcha de programas de entrenamiento y la publicación de artículos y libros. Como resultado de ello, la psicología junguiana ha ganado en presencia académica. Podemos decir que, consciente o inconscientemente, se está promocionando una imagen que pudiera ser atractiva para las personas con tendencia al sectarismo, que son débiles e ignoran su mediocridad. La psicología junguiana parece haberse afiliado al colectivo y haber olvidado que la función de la psicología analítica es la de compensar al colectivo. Ahora bien, mi visión de la psicología junguiana actual es la de un conglomerado, en el cual es posible ver a cada cual como individuo. No así cuando aparece como secta.


Se sabe que la psicología junguiana tiene un fuerte gancho para aquel con inclinaciones sectarias. Por un lado, en sus inicios, los estudios de Jung sobre ocultismo en los que fue pionero, y por el otro, su interés por la cultura oriental vista a través del inconsciente colectivo y los estudios de religiones comparadas, que estaban muy en boga antes de la Segunda Guerra Mundial, son cosas que alimentan las proyecciones al gurú, tan características del sectario. (Recuerdo al lector el hippie de San Francisco). Pero también debemos darle crédito al gran sector junguiano que se ha mantenido reflexivo y crítico respecto a Jung y, con esto, ha conservado dentro de ciertos límites las proyecciones que una personalidad tan importante del siglo XX provoca.



Debemos recordar que la psicología junguiana se basó en una parte olvidada del alma del hombre occidental –su vida interior–; esto es lo que la ha hecho única y es posible sólo en el encuentro terapéutico de dos individuos: terapeuta y paciente. Después de lo que se ha dicho aquí acerca de la psicología del sectarismo, esto es lo que está en juego, porque esa práctica, basada en el individuo, es justamente lo opuesto al sectarismo. De hecho, ver al 'otro' como un individuo no es tarea fácil. Más si sabemos que lo que podemos obtener como movimiento psíquico depende de cómo podamos integrar la llamada sombra, lo que no sabemos de nosotros mismos. Y en esto no pueden hacerse promesas de 'felicidad' utópica. Debemos aprender a diferenciar entre dos individuos que emprenden la aventura de la psicoterapia y la psicoterapia en la que las teorías y las reglas de la secta han tomado el control. Al menos, deberíamos estar conscientes de la diferencia entre estas dos aproximaciones.

Mi propia naturaleza rehusa verse atada ya sea por teóricas cadenas apolíneas o por las reglas y leyes de una secta artemisal. Sin embargo, aunque es posible que no me vea atrapado por la afiliación a sectas conocidas o a una tendencia determinada, esto no impide la presencia del componente arquetipal sectario y virginal.

Está presente en todos nosotros y hay que reconocerlo. Si de hecho mi naturaleza fuese como lo he manifestado, entonces, ¿por qué estoy interesado en estudiar el sectarismo? ¿Es posible que mi psique esté intentando conectarse con algo que está en oposición a mi naturaleza arquetipal? Creo que tengo cierta habilidad para detectar el sectarismo en su retórica y, asimismo, soy capaz de reflexionar su aparición en mi práctica. Es como si yo tuviera que estar muy alerta frente a algo que temo tanto.

Pensando sobre el tema del sectarismo, me hice consciente de un sentimiento en mí. De hecho, ver al sectarismo como una posibilidad de curación para una personalidad muy débil y vacilante por un lado y, por el otro, ver el diabólico horror de las sectas apocalípticas criminales es suficiente para crear ambivalencias en cualquiera. Pero, hay mucho más al respecto: mientras estaba trabajando en este escrito, tuve la sensación de que, probablemente, estaba rozando esa locura específica y peculiar que es núcleo del sectarismo. Se trata de una sensación extraña, difícil de transmitir con palabras. A pesar de todo, como ya hemos dicho, el sectarismo, en la medida en que lo hemos venido estudiando, crea una ambivalencia al estar en oposición al énfasis esencial que la psicología junguiana hace del self (el sí mismo) como meta –aunque inalcanzable– del vivir íntimo del individuo.


Notas y referencias bibliográficas:


1 Eurípides. (1977). "Hipólito". En Tragedias. Tomo I. Biblioteca Clásica Gredos, 4. Introducción, traducción y notas de Alberto Medina G. y Juan Antonio López F. Madrid: Editorial Gredos. vv. 59–60, p. 327. Para servir a los fines de este ensayo y para conservar el sentido de la versión inglesa consultada, hemos modificado algunas líneas de la traducción de la tragedia deEurípides que citamos.

Ibídem, vv. 72–88, p. 328.

3 Ibídem., 102, p. 329.
8 Rafael López–Pedraza. Hermes y sus hijos. Trad. Iván Rodríguez. Anthropos, Barcelona 1991. p. 33.
9 "Psychological Comentary on The Tibetan Book of the Dead". En: Ed. W. Y. Evans–Wentz (ed.). 1957. The Tibetan Book of the Dead. New York & London.
10 Thomas Moore.. "Artemis and the Puer". En: Puer Papers. Spring Publications. Dallas 1979, p. 169.
11 Alfred Ziegler.. "Pain and Punishment". En: Spring: An Annual of Archetypal Psychology and Jungian Thought, 1982, pp. 263–78.




Ibídem. vv. 108, p. 329.

Ibídem. vv. 114, p. 329.

6 Ibídem. vv. 948–957, pp. 360–61.

7 E. R. Dodds. Pagan and Christian in an Age of Anxiety, Cambridge 1965, Cambridge University Press. (Hay traducción española: 1975. Paganos y cristianos en una época de angustia. Madrid: Ediciones Cristiandad.