miércoles, 5 de junio de 2013

Sobre la pregunta por Dios. Por Cristina Hincapié

Acerca de la autora:

Cristina Hincapié es psicóloga egresada de la Universidad de Antioquia y cofundadora del Centro C. G. Jung de Medellín donde ejerce también como psicoterapeuta.  Actualmente adelanta estudios de maestría en teología. 


Sobre la pregunta por Dios

Cristina Hincapié

Para la psicología analítica, desarrollada bajo los fundamentos teóricos del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, la pregunta humana por la divinidad es un tema de vital importancia en el desarrollo psíquico individual y colectivo. 

Durante muchos años, debido a sus nutridos estudios sobre historia, antropología, religión y diversas culturas, así como por sus propias vivencias y las de sus pacientes, Jung sostuvo que la vida simbólica del hombre está ligada al sentido de la vida, y que sin duda alguna las religiones, con sus rituales, imágenes y divinas providencias,  proveen a la psique de esta profundidad que alimenta las necesidades olvidadas del alma humana.

Desde las tribus más primitivas, hasta en el hombre más civilizado pareciera sobrevivir la cuestión sobre Dios, la realidad de su existencia, su función en lo humano, su simbología y la forma de acercarse a Él.  

Hablamos entonces, desde la psicología analítica de la “necesidad” de sentido en lo humano, de la vida simbólica y su expresión del alma, pues la existencia de algo divino que está por encima del ego racional ayuda a dar profundidad y fundamento a la vida y a su experiencia. Durante siglos, las civilizaciones se han constituido bajo sistemas religiosos que difieren en imágenes, libros sagrados, rituales y creencias, pero la existencia de Dios persiste, se mantiene inmutable -de alguna forma-  en las diferentes culturas, religiones y épocas.  Así como los hombres primitivos han cimentado sus estructuras sociales en sistemas míticos, el hombre civilizado ha desplegado una larga lista de religiones y doctrinas, bajo las cuales se esconde el misterio de la existencia de Dios y la necesidad de la psique de ser tocada por su experiencia.


A partir del siglo de la luces, por poner un punto de partida - aunque históricamente no podemos apuntar una época particular para este fenómeno que desemboca también en  un desarrollo teórico de lo psíquico-, las ciencias y su método positivista han ocupado un lugar privilegiado en la estructuración del alma humana, siendo la razón, herramienta  del ego y sus conductas, los agentes al mando de la vida de los hombres.  Dicho privilegio ha dejado como consecuencia una posición algo más generalizada que antes, aunque el ateísmo no sea un tema nuevo, frente a la cuestión de Dios. Es innegable el momento crítico que viene enfrentando el ser humano frente a lo espiritual y por ende frente a la relación con Dios y lo divino.  Sin embargo, y tal vez a modo de compensación psíquica colectiva, en nuestros días pululan las prácticas que acercan al hombre al sentido de la vida, entre ellas muchas prestadas de teorías orientales como el yoga, otras heredadas de la edad media como los maestros ascendidos y las prácticas alquímicas, otras cuantas más relacionadas con la multiplicidad de Iglesias y credos que se desprenden del cristianismo, y por qué no pensarlo, incluso de la psicología.

Estas posturas parten pues de la pregunta por Dios, donde, claro está, cabe también como respuesta  una negación de Éste. Señalemos algunas posturas como el ateísmo,   postulados científicos que se han opuesto a la existencia de Dios e incluso podríamos mencionar aquí el desinterés de algunas personas, especialmente adolescentes, por este tema.  Pero, ¿qué tan cierto es que algunos no crean en algo que está por encima de lo humano (ego)?, ¿qué tan real es que su alma no tiende a entronizar y divinizar incluso su misma doctrina científica?.  ¿Qué tanto, en verdad, no le importa a la gente el sentido de la vida?

En un mundo donde los avances tecnológicos develan cada vez más el misterio de lo humano, dando al ego herramientas para justificar su respuesta a la no existencia de Dios, debemos explorar la tan valorada “conducta” de lo colectivo, para descubrir si esta incredulidad sólo responde a  una transferencia  o cambio de objeto para aquella porción de energía psíquica que propende por el sentido y por la conexión con lo divino.   James Hillman, analista junguiano, invita en muchos de sus textos a los “terapeutas” (y no creo que hable exclusivamente a los psicoterapeutas) a salir de sus consultorios o claustros, pues el alma está en la calle, y no sólo en los sujetos sociales, sino también en sus construcciones y manifestaciones culturales, en los edificios, en los comportamientos compulsivos y generalizados, en la naturaleza con la que convivimos, en las dinámicas que hacen parte de nuestro momento histórico en la larga trayectoria del trasegar humano. 

“Obedecemos a un Dios y es la economía”, profetiza Hillman, y nos posibilita imaginarnos los compulsivos movimientos en la bolsa de Wall Street, las masas ahogadas en las promociones de los supermercados y centros comerciales, la corrupción y el robo indiscriminado de las riquezas públicas como intentos de mantener una vida plena de sentido; y no sólo nos permite pensar en  la economía; allí donde el vacío de la inexistencia de Dios se presenta, el alma busca un “ídolo idealizado” – aunque suene un poco redundante- para adorar, buscando que la vida se provea de riqueza y sentido, pero obteniendo como resultado, en la gran mayoría de los casos una experiencia vacía de significado, o el acontecer efímero de un sentido vago que se pierde en la superficial consciencia del ego. 

Las implicaciones de este movimiento en la psique individual y colectiva, donde el ego se manifiesta constelado como único agente del poderío de su existencia, han sido también estudiadas por la psicología analítica.  Una de las tantas imágenes que nos llegan presentan un ego inflado, entronizado como el absoluto responsable de la vida, asumiendo cargas que definitivamente no dependen de su simple capricho, pues no cabe duda que la experiencia humana resulta tan compleja e impredecible en ocasiones, que pareciera como si “algo” o “alguien” tuviera una voluntad pre-existente a la del yo.  Y esto sin mencionar la activación de imágenes y complejos de culpa con que los pacientes llegan a la psicoterapia. Aceptar y permitirse la experiencia de Dios libera al ego, le ayuda a sobrellevar las cargas de una realidad cruda y agresiva en la que caminamos en nuestros días.

Pero, ¿qué o quién es Dios? Inevitablemente la pregunta de si creemos o no en Él, nos empuja al fondo de esta para presentarnos el carácter ontológico de Dios. Y la teología alumbra mis caminos cuando posibilito aquí la confluencia de mi experiencia profunda, es decir psíquica, de Dios, con la pregunta científica de mi ego constituido por imágenes colectivas y culturales que responden a un modelo racional al cual pertenezco.  Ambas me llevan en este punto al mismo lugar:  hay algo en la experiencia que no puede pasar por la palabra y que debe ser integrado en la consciencia simbólicamente; y hay algo en el discurso académico que comprendo con una racionalidad no polarizada: incluso, teológicamente, el misterio debe seguir siendo misterio, pues en su esencia se encuentra su alma, es decir su profundidad.

Tanto para quienes hemos experimentado la existencia de Dios, como para quienes han decidido racionalizar la existencia, el secreto deja algo abierto, a lo que la consciencia racional no puede acceder con total certeza.

Quisiera continuar con esta idea y tratar de ver algunos puntos que resultan importantes en la estructura psíquica de los individuos y las comunidades.  Si hablamos de una experiencia de Dios que provee a lo humano de sentido, cabría pensar que la consciencia y el ego deben estar  un poco de acuerdo para acceder intelectualmente a este sentido, pero como la comprensión de esta experiencia, lo mencionamos antes, tiene un algo que escapa a la lógica del intelecto, resulta en algunos casos reprochable y contradictorio para aquél cuyo pensar prima como función psíquica.   Durante muchos años se ha debatido el tema de “las dos caras de Dios” y es común escuchar a personas que reniegan de un Dios ambivalente y casi bipolar, que crea a lo humano “a su imagen y semejanza”, pero que tiempo después “se avergüenza de su creación”.
Debo aclara aquí que parto desde el desconocimiento, pues es justo este ejercicio académico el que me está posibilitando encontrar rutas y estructurar ideas y formas, pero también hablo desde mi conocimiento del alma humana y cómo lo psíquico influye en la vida diaria.  Espero pues no ser anatema con estas ideas.

En el Primer Testamento nos enfrentamos justo a estas dos caras de Dios, es decir, a un Dios ambivalente y ambiguo:  por un lado está el Dios despiadado y sangriento, colérico y vengativo que se va en contra de lo humano por medio de la enfermedad, la destrucción de ciudades y la muerte; y en oposición encontramos un Dios amoroso, libertador y salvador de su pueblo, que saca a su pueblo de la esclavitud y le da la fuerza para resistir el camino hacia su liberación. Estos dos aspectos, como veremos, resultarán incomprensibles para la lógica humana, pues no es posible – en la lógica racional del ego – que el mismo Dios represente dos caras de una misma moneda.

En el desarrollo psíquico encontramos que la consciencia humana debe separarse del inconsciente, un arduo trabajo que ha de emprender el ego. Ahora bien, para este complejo agente de la consciencia, el ego, la diferenciación, que se logra a partir de la separación en opuestos, es su herramienta fundamental de comprensión: la consciencia divide (blanco, negro; sagrado, profano; arriba, abajo; bueno, malo) y si no se hace un ejercicio de integración, la consciencia toma partido por una de estas polaridades del ego anquilosándose en una comprensión precaria, pues es parcializada. Y generalmente nuestras psiques, aunque tiendan naturalmente a la integración, no están educadas ni preparadas para dichas tareas, pues en el siglo de las luces (de la razón) es necesario tomar partido, definirse, y casi generalmente el ego toma la única vía que conoce.

En nuestra práctica psicológica observamos como estas imágenes ambiguas que se presentan en el Primer Testamento de Dios tienen un efecto en las ideas o construcciones imaginales que se tienen de Él, pues la integración no logra ser comprendida por los creyentes quienes no dan mucha importancia a este tema,  prefieren hablar de un Dios exclusivamente bueno obviando los acontecimientos del Primer Testamento, o bien hablan de un Dios ambiguo y despiadado,  justificando así la no creencia en su experiencia ni existencia.

De antemano reconozco que este esbozo es bastante simple, pues la profundidad que se encuentra en estas imágenes pueden ser mucho más amplias y ampliadas, ejercicio que debe hacer la psique humana para acercarse a este profundo y complejo tema de explicar los atributos de Dios.

Cuando en lo psíquico hablamos de totalidad, y hacemos referencia a la integración (que implica en sí misma a los opuestos o contrarios que han de ser integrados), no cerramos la puerta a los aspectos denominados “oscuros” del acontecer histórico, incluso en este en el que Dios se ha revelado, pues logramos ver más allá del acontecimiento y poner un lente diferente al del limitado ego racional, para buscar el “sentido” que trasciende al hecho como tal.  En lo psíquico, nos encontramos frecuentemente con la limitación de esta visión parcializada del ego, lo que le imposibilita comprender y trascender, y es necesario, para hablar de Dios, ir hacia la profundidad de la experiencia y comprender el misterio bajo la esencia del mismo.  Nada es bueno o malo per se como lo define la consciencia, así que esto abriría la posibilidad de una comprensión diferente y plena de sentido para quien parcializa su visión de Dios a partir de esta supuesta ambigüedad con la que se nos presenta en el Primer Testamento. 

Espero haber sido respetuosa, pues no soy quién para juzgar ni justificar los llamados “acontecimientos de Dios”, ni mucho menos a partir de estos el actuar humano, solo me gusta observar, preguntarme y conjeturar, por lo que dejo en mí cierta inquietud que espero seguir desarrollando y comprendiendo: sí, es claro que en la Sagrada Escritura Dios está avergonzado de su creación.  Pero ¿no es real que los humanos hemos logrado lo más sublime pero también lo más vil?

“Y vió  Yahveh que la maldad de los hombres era mucha en la tierra y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” Génesis 6,5.


¡Nada lejos de lo real! Tan polarizada esta inquietud como polarizado el actuar humano en nuestros días, donde sólo el otro polo podría tocar el sentido de nuestro acontecer y transformar nuestra experiencia humana y divina.