Acerca del autor:
Psicólogo egresado de la Universidad de Manizales (Colombia). Magister en Psicología Clínica, Mención Psicología Analítica Junguiana, en la Universidad Adolfo Ibañez de Santiago, Chile.
Todos los derechos y la responsabilidad por las ideas expresadas en este artículo pertenecen al autor. Puede reproducirse citando la fuente y autoría.
Estudio
de la drogo-dependencia desde una perspectiva en psicología analítica.
Juan
Alejandro Bohorquez Saavedra
Resumen
El uso y abuso de
drogas se ha convertido en la actualidad, y mayoritariamente en las sociedades
industrializadas, en un tema del orden en salud pública. Mediante el presente
artículo se ha pretendido llevar a cabo una reflexión desde la psicología
analítica en torno a tal fenómeno humano, tomando como base de estudio el tema
arquetípico de la iniciación, tan presente a lo largo del desarrollo histórico
del hombre. Este análisis comporta lo concerniente la función de la
obsesivo-compulsión en las prácticas de consumo, además de una revisión de la
actitud que entrama el consumismo moderno y su relación con lo que,
implícitamente, acontece en las adicciones. También se intenta elaborar lo que
podría ser un camino terapéutico en adicciones desde la psicología clínica y en
relación con otras disciplinas.
“Todas
las substancias son venenosas; no hay ninguna que no sea venenosa. La dosis
correcta diferencia un veneno de un remedio”.
Paracelsus (1493-1541)
Introducción
A
través de la realización de este artículo, se considera la necesidad de penetrar y
dilucidar en el tema del consumo de drogas teniendo en cuenta el impacto que
esta condición humana ha tenido y está teniendo en el mundo actual.
Lo
que en esencia se aborda en este trabajo, tiene que ver con el reconocimiento
de patrones arquetípicos de mayor movilización en las problemáticas de abuso y
dependencia de sustancias psicoactivas, en tanto manifestaciones sintomáticas y
tendencia prospectiva dentro del proceso de individuación planteado en la
psicología analítica. Para tal fin, este análisis se apoya en los aportes que
diferentes autores han hecho al tema, en especial en los de Luigi Zoja.
De
ante mano, vale aclararse que los aportes que se han hecho desde la psiquiatría
y psicología tradicional en el trabajo con personas toxico-dependientes,
han sido grandiosos y brillantes. Estos últimos, han apuntado a una
des-habituación funcional muy importante en términos de estructura orgánica y
cognitiva en las personas que padecen trastornos por dependencias, facilitando
el trabajo de elaboración de otros procesos más del orden psicodinámico y
sistémico. Pero, por lo general, esto último ha sido una excepción, ya que la recurrencia de los
tratamientos, y en especial en el área de la salud pública, han hecho caso
omiso a otras variables sobremanera influyentes, aquellas que trascienden la
literalidad del síntoma, pero que lo mantienen y potencian; estas son variables
de la subjetividad humana que, implícitamente, hacen parte del problema; sobre estas,
se tratará a lo largo de este estudio.
La
idea a través de este artículo es estimular, además, una actitud psicoterapéutica
que empatize, por llamarlo de esta manera, con el sufrimiento y la indefensión
humanos, con el fin de dar luz a los símbolos que se adhieren, patológicamente,
en una adicción; y esto, como fundamento tanto en la exploración diagnóstica y
mapeo mental del paciente, como en la elaboración de los síntomas y restablecimiento
de la personalidad. Mediante esto, no se quiere proponer una búsqueda de cura
completa o integra del individuo, ya que en el caso de adicciones se transita
un terreno de muchas heridas y cicatrices anímicas. No se tratará aquí, de un
mal acostumbrado e ingenuo intento de proferir una “solución óptima o perfecta”
a ciertos males que podrían ser inconmensurables.
Y
ya para comenzar, se considera que este abordaje puede complementar lo que bajo
la guía de otros modelos terapéuticos se ha logrado hacer, incentivando además
al encuentro de visiones disciplinarias en la búsqueda del sentido de las
patologías asociadas al consumo habitual de drogas.
Criterios diagnósticos
para el Trastorno por dependencia de sustancias psicoactivas
Dentro de la categoría psicopatológica
general de los trastornos relacionados
con sustancias, se incluyen todos aquellos
que tienen que ver con la ingestión de una droga de abuso, los efectos
secundarios de un medicamento y la exposición a tóxicos (APA, 2002).
En el contexto de este trabajo, se analizará,
principalmente, lo concerniente al trastorno
por dependencia de sustancias
psicoactivas. Dicha dependencia, se ha definido y diagnosticado en base a un
patrón des-adaptativo de consumo de la sustancia que conlleva un deterioro o
malestar clínicamente significativos, expresado por tres (o más) de los
siguientes síntomas, en algún momento de un periodo continuado de 12 meses (APA,
2002):
“Un
fuerte deseo o compulsión para consumir la sustancia; dificultades en controlar
el comportamiento de consumir la sustancia en términos de su inicio, termino o
niveles de consumo; un estado de abstinencia fisiológico cuando el uso de la
sustancia cesa o es reducido, como evidenciado por un síndrome de abstinencia
característico por la sustancia o el uso de la misma sustancia con la intención
de aliviar o evitar síntomas de abstinencia; evidencia de tolerancia, de tal
forma que dosis crecientes de la sustancia psicoactiva son requeridas para
efectos originalmente producidos por dosis más bajas; abandono progresivo de
placeres o intereses alternativos en favor del uso de la sustancia, así como
aumento del tiempo necesario para obtener o tomar la sustancia o para
recuperarse de sus efectos; persistencia en el uso de la sustancia, a pesar de
evidencia clara de consecuencias manifiestamente nocivas” (Palomo & Da
Silveira, 2006, p.p 204, 205)
Es importante, respecto al diagnóstico
de este trastorno, tener en cuenta la comorbilidad de otras patologías o
trastornos asociados; por ejemplo, trastornos del estado del ánimo, de
ansiedad, psicóticos o de la personalidad.
Los
diversos géneros y tipos de sustancias psicoactivas y su influencia
Dentro del contexto de este artículo, se
hará referencia con el término de droga o sustancia psicoactiva a aquellos
elementos químicos, naturales o sintéticos que llevan a la alteración de la
consciencia, la emoción y el comportamiento humano (Negrao, Alvarenga &
Andrade, 2008). Con el fin de desligarse de una noción genérica de la droga,
que, más que precisar el análisis posterior, lo puede hacer ambiguo, se hará
una revisión de los tipos de drogas y su impacto en la integridad orgánica,
psíquica y cultural; teniendo en cuenta que las diferencias en este punto son
relevantes en la determinación de lo que es el uso circunstancial y el abuso cronológico
de estas sustancias.
Las
drogas pueden ser agrupadas de acuerdo con su efecto predominante en el sistema
nervioso y en la actividad mental, en: estimulantes, depresores o perturbadores
(Negrao et al, 2008). Dentro de la primera categoría se encuentra la cocaína,
las anfetaminas, la nicotina y la cafeína; estas son sustancias que activan el
flujo del pensamiento y de los procesos mentales, promoviendo además atención,
vigilia, ansiedad y, en alto suministro, irritabilidad. En el segundo grupo se
encuentran el alcohol, los benzodiazepínicos, los opioides y los solventes; su
acción tiene que ver con la lentificación del flujo del pensamiento y de los
procesos mentales, promoviendo además el relajamiento, y la disminución de la
atención y la ansiedad. En el tercer grupo se incluyen la marihuana, los
anticolinérgicos –como por ejemplo la Mandrágora, la Datura y la Brugmansia- y
los alucinógenos (LSD, DMT, Ayahuasca, Peyote, San Pedro y diversos tipos de
hongos enteógenos).
Cabe
destacar que los psico-fármacos, como aquellas drogas prescriptas y utilizadas
con fines terapéuticos, están compuestos especialmente como derivados
anfetamínicos, benzodiazepínicos y anticolinérgicos. Es por esto que algunas de
estas drogas pasan a constituir, en ciertos casos, dependencia química y/o
psicológica, como cualquier otra droga diseñada ilegalmente. Algunas de estas
sustancias en forma de medicamentos, son utilizadas de manera indiscriminada y
fuera del contexto clínico o terapéutico con fines recreativos o de automedicación.
Incluso, personas farmacodependientes, recurren a estos medicamentos, ya sea
como parte de su terapia o independientemente, para poder sobrellevar, en
ciertos casos, los síntomas de abstinencia en relación a drogas ilegales o
potenciar sus efectos combinados. Alrededor de este campo de la farmacología
psiquiátrica han surgido múltiples polémicas, y esto se deduce, según lo
anterior, porque tanto los compuestos químicos de las sustancias como sus
efectos en el sistema nervioso central, conllevan un factor análogo de
estructura y función que trasciende aspectos de orden ético y legal; es decir,
que una misma sustancia está pudiendo ser usada o abusada tanto legal como
ilegalmente. Dentro de estas drogas encontramos las que se agrupan en las
categorías de los antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos y
estabilizadores del estado de ánimo.
En
el panorama común y recreativo que conlleva la ingestión de sustancias para
modificar el estado normal de la mente, nos ha sido siempre familiar la
legalidad que hay en torno al alcohol y al tabaco. Más que adjudicarles la
puerta de entrada al consumo de otras drogas, podemos aducir que los productos
surgidos de estas sustancias han sido convenientemente aprobados y
regularizados en occidente; esto deviene de antecedentes históricos, políticos,
económicos y culturales, como elementos que pudieron pasar a ser incluso
sustitutos de otros más potentes. Por los efectos, medidos y familiares, que
conllevan estas dos sustancias en las personas, es que han hecho parte de la
cotidianidad y del festejo enmarcado en lo convencional y socialmente aceptado.
Ahora
bien, hay ciertas sustancias con mayor potencial adictivo, y esto está
relacionado con lo que a nivel del sistema nervioso sucede. Hay que tener en
cuenta, desde el punto de vista neurobiológico, que todas las drogas adictivas
activan el sistema de recompensa cerebral, el cual es responsable de atribuir
placer a un determinado comportamiento. “O sea, él es activado toda vez que el
cerebro percibe que algo vital para la sobrevivencia está ocurriendo. Además de
eso, el lleva a una memorización de los estímulos asociados a ese evento, y a
un aprendizaje en sentido de repetir tal comportamiento sucesivamente” (Negrao
et al, 2008, p.228). En este circuito cerebral, está muy presente la liberación
de dopamina, neurotransmisor que potencia la respuesta activa y repetitiva del
organismo como búsqueda de recompensa (placer) ante estímulos ya codificados y
condicionados, la cual además está asociada en este sentido con el sistema
autónomo o vegetativo. Con el estímulo de ciertas drogas, la producción de
dopamina tiende a incrementarse mucho más que lo natural, y además las neuronas
de dopamina son deprimidas cuando la recompensa esperada se omite; esto último
podría ser lo que en el comportamiento adictivo se traduce como síndrome de
abstinencia.
Como
ya se enunció, no todas las sustancias modificadoras del psiquismo y del comportamiento
son iguales en potencialidad adictiva. Hay unas que corresponden más con la
modalidad de funcionamiento del sistema de recompensa cerebral, en tanto
formación de pautas repetitivas en su consumo. Entre estas encontramos, el
alcohol, la nicotina, la marihuana, la cocaína y derivados (“pasta base”), las
anfetaminas, las benzodiazepínas, la heroína y los solventes. El consumo de
estas sustancias compagina con “una habituación orgánica en cada uno de los
individuos (…) y una habituación psicológica –siempre a nivel individual-
tendente a asumir la forma de condicionamiento (sobre todo cuando los
comportamientos aislados se refuerzan recíprocamente en un grupo)” (Zoja, 2003,
p. 66). Otras sustancias sintéticas y naturales como el LSD, la DMT, la MDMA
(éxtasis), los hongos, la ayahuasca o el peyote, más que entrañar una forma de
habituación y condicionamiento en su uso, conllevan el riesgo de modificar a
tal punto la consciencia, que pueden desencadenar estados delirantes de la
mente o pérdida del juicio y locura, lo cual obedece a la emergencia de
aspectos desconocidos del psiquismo, que a través de estas últimas sustancias
pueden ser experimentados invasivamente, en un momento dado, por quien las
ingiere en altas dosis. El consumo de este segundo grupo de drogas, se
relaciona más con “un elemento pararreligioso [sagrado] que, a diferencia de
los otros dos [los de habituación orgánica y condicionamiento psicológico], no
ha sido adquirido ni está condicionado culturalmente, sino que constituye una
tendencia arquetípica. Este elemento sería el responsable de la formación
espontánea de rituales, de la tendencia a la ideologización y al esoterismo en
los procedimientos de consumo” (Zoja 2003, p. 66).
Lo
anterior, se podría sintetizar diciendo que: las sustancias descritas en el
primer grupo, las que afinan más con la habituación orgánica y el
condicionamiento psicológico, han surgido de las necesidades modernas de
intercambio y consumo bajo la recurrencia personalista y des-sacralizada;
mientras que las sustancias del segundo grupo han estado generalmente más
asociadas a usos ceremoniales y rituales controlados por guías y procedimientos
de cura. Esto permite una mayor diferenciación entre un trastorno por
dependencia de sustancias, de un “trastorno” inducido por intoxicación de sustancias.
El primero es cronológico y el segundo es circunstancial.
Consideraciones
arquetípicas dentro del proceso de individuación
Dentro del contexto de este análisis, se
hará referencia al Arquetipo como un patrón de organización del psiquismo
(Saiz, 2006). Todas las tendencias comúnmente humanas, que emergen en lo
instintivo e imaginal, y por las que se mantiene y desarrolla la cultura,
poseen su base, por describirlo de este modo, en lo arquetípico. Jung (1978), se
refirió, entre otras maneras, al arquetipo, como imagen primigenia, de la que
expuso:
“La
imagen primigenia es, pues, una expresión que abarca el entero proceso vital. A
las percepciones sensoriales y a las percepciones espirituales internas que al
comienzo aparecen de un modo desordenado e inconexo, la imagen primigenia les
da un sentido ordenador y vinculador y con ello libera la energía psíquica de
la vinculación a la mera e incomprendida percepción. Pero la imagen primigenia
vincula también las energías desencadenadas por la percepción de los estímulos
a un determinado sentido, el cual encamina el obrar por las sendas
correspondientes al sentido. Libera energía inutilizable, estancada, remitiendo
el espíritu a la naturaleza y llevando el mero impulso natural a formas
espirituales” (p. 526).
Vemos
que el arquetipo, como imagen primigenia, abarca dos polaridades de todo
proceso vital y humano: lo concreto-abstracto, lo objetivo-subjetivo, lo
instintivo-espiritual, y así sucesivamente. En sí mismo, el arquetipo conlleva
un sentido de orden a partir de la vinculación de uno y otro aspecto. Pero
mientras el despliegue de la vida va en marcha, o, en otras palabras, mientras
el desarrollo de la personalidad va emergiendo, dicho sentido también se va
construyendo, es decir, se va haciendo consciente, menos determinado inconscientemente
por el mero impulso natural.
Desde
esta perspectiva, tanto salud y enfermedad, consciencia e inconsciencia, o
función y disfunción, operan gradualmente, como posiciones de expresión del
sentido dentro del denominado proceso de individuación. Al respecto, cabe
recordar con Jacobi (1983), que, “fundamentalmente, la individuación es un
proceso natural inmanente en todo organismo vivo [teniendo lugar inconscientemente,
o, pudiendo] hacerse consciente de varias maneras y llevado a un alto grado de
diferenciación” (p. 15). El proceso de individuación, como camino a la
autorrealización humana, al hacerse
consciente, conlleva el surgimiento del individuo consciente de sí mismo, de lo
que legítimamente es.
Según
lo anterior, podemos comprender la drogo dependencia como una forma
inconsciente, o incipiente, en que la personalidad se desenvuelve dentro del proceso de individuación; y esto es así, ya
que el sujeto es llevado a la repetición del consumo de la droga, más allá de
lo que conscientemente pueda elegir o controlar, al mismo tiempo de que, en
lugar de determinarse a sí mismo en relación a la droga como sí ocurre en el
consumo ritual medicinal, está siendo determinado por los efectos de la droga
de modo condicional y dependiente.
La
habituación orgánica es la manifestación más instintiva -e inconsciente- de lo
que subyace arquetípicamente en el
consumo compulsivo de drogas. El concomitante condicionamiento psicológico, en
donde los significados anímicos-mentales comienzan a operar, sería un aspecto
intermedio entre lo instintivo y espiritual de la potencialidad arquetípica
oculta. Ya, el consumo sagrado, dentro
del espacio ritual, expresaría el sentido pleno del arquetipo, abarcando el
instinto -no habituado compulsivamente-, la animosidad psíquica –no
condicionada- y el espíritu – la libertad consciente- en un sentido único y
creativamente movilizador; aquí, las percepciones sensoriales, que se ven
alteradas por los efectos neuroquímicos de las sustancias, y las percepciones
espirituales, como productos de la fantasía e imaginación viva, conllevan un
poder transformador e individuante.
Se reconoce que el
consumo de drogas ha sido un hecho típico en las sociedades arcaicas y
modernas. Ahora bien, ¿Cuál es entonces el orden o potencialidad arquetípica
que subyace a todo acto de consumo, sea este normal o patológico?
La habituación orgánica, el
condicionamiento psicológico y la experiencia sagrada del consumo de drogas,
son expresiones de un mismo patrón arquetípico subyacente, cuyas
manifestaciones dentro del proceso de individuación pueden tomar el camino de
la sombra o el de la consciencia. Dicho patrón, es el que enmarca todos los
procesos que implican transformación psíquica, regeneración y
muerte-renacimiento. Pero cabe anotar, que este patrón no es el único
influyente en la experiencia del consumo de drogas, ya que también se constelan
aquí otras potencialidades arquetípicas, como lo son, los arquetipos de la
Madre y del Padre, así como el aspecto arquetípico del Héroe y del
Anima-Animus.
El
componente obsesivo-compulsivo en las adicciones como expresión simbólica
Bajo el espectro obsesivo-compulsivo, la
expresión arquetípica del consumo de drogas funciona de modo distorsionado o
patológico, viéndose representada en las diferentes formas de consumismo y
adicciones. Aun así, es de esta manera como el síntoma se expresa
simbólicamente, ya que alude a algo más que la mera actuación compulsiva. Zoja
(2003) expone al respecto:
“La
obsesión podría constituirse también a partir de la necesidad de “trascender”
una condición limitada y precaria; pero se queda en estereotipia e interrumpe
demasiado pronto su búsqueda de un sentido. Desde este punto de vista la
prepotencia de la coacción obsesiva no nos parece sólo un mecanismo neurótico,
sino que además revela la posibilidad de una potencia subyacente” (p. 164).
La
tendencia al consumo repetitivo de drogas, en especial del primer grupo de
sustancias inicialmente descrito, se relaciona con la necesidad de trascender
rutinarios estados de dolencia e insoportable carga emocional y afectiva. Simbólicamente,
este consumo conlleva la necesidad de asumir una transformación inherente al
proceso de la vida, que, por diversos motivos complejos personales y
ambientales, no ha sido posible realizarse conscientemente bajo motivación o libre
voluntad del Ego. En lugar de esto, dicha transformación, pareciera ser
recreada, como tentativa y estereotipia, sin ninguna elaboración o formación de
un nuevo sentido. En este orden, la recurrencia a las drogas, en especial a los
estimulantes y depresores, es una tentativa encubierta de llevar a cabo esta
necesidad de transformación, pero sin ningún resultado legitimo en tanto
progreso o integración.
La
ansiedad patológica, como emoción característica que acompaña al componente
obsesivo-compulsivo, alude a la resistencia del individuo en enfrentar “su
caída y vacío existencial”, procurando, una y otra vez, en la búsqueda de un
estado óptimo de placer o relajación, mantener cierta estabilidad, contención y
control. Es así como el consumismo en general, habla de un operar ansioso de la
cultura, que, como función que tiende a la repetición, interfiere con la
apertura de nuevas posibilidades de existencia que nacen de lo desconocido, de
lo que precisamente se teme y resiste, pero que, al mismo tiempo y
paradójicamente, se trata de alcanzar sin sacrificio real. Esto tiene que ver
con el espíritu consumista de la época moderna, con la gran división que se ha
establecido entre los procesos naturales y los procesos industriales, en el
sentido del poder de satisfacción de las ansias y deseos de modo instantáneo;
deseos y necesidades propios de los instintos, las emociones, los sentimientos
y hasta las ideas.
La
exacerbación del consumismo actual en relación a la drogo-dependencia
Hay
una necesidad profunda en la humanidad, de reivindicar su estado original,
atemporal y eterno, ya que lo cronológico, rutinario y fundante de cultura,
pareciera no poder contener todo el fenómeno humano. En las sociedades
industrializadas, hay un hecho común en relación al sentido en cómo se vive y
se está consumiendo cronológicamente. Por ejemplo, en los días lunes se puede
apreciar claramente cierto estado de desánimo en las personas, que contrasta
demasiado con el ánimo que presentan los días viernes. Pareciera que la vida
cronológica se estuviera viviendo de un modo revertido, ya que la gran mayoría
de la gente se encuentra animada para descansar y desanimada para laborar,
siendo este fenómeno raíz de ansiedad y frustración, que, para poderse estabilizar,
requiere del consumo masivo y compulsivo de cosas. Los sábados y domingos son
días de Mall.
Hay
quienes no aplazan ni delimitan un tiempo de esfuerzo, de un tiempo de
distención, entonces, o quieren consumir permanentemente cosas sin poder
desligarse del objeto en cuestión que más les atrae –adicción-, o permanecen en
cierta ambivalencia en la que les es difícil encontrar un punto medio de
satisfacción, llegando a extremos de suma abstinencia u obstinado consumo. En
este último caso, las funciones psíquicas del sacrificio y la culpa, elementos
muy presentes en la psicoterapia, tienden a actuarse desordenadamente.
¿Qué
potencialidad subyacente hay en todos estos fenómenos de consumo, dónde el Yo
no es consciente de lo que en el fondo quiere ni cuenta con la estrategia
existencial para procurar una transformación del estado que agobia?
Esto
es bien complejo, ya que, en definitiva, no se trata solo de un abordaje
exclusivo desde la psicología, sino que también intervienen modelos
representativos y operativos de áreas como la educación, la política, la
economía, la industria etc. Pero, con el fin de no dispersarnos, asumimos una
posición psicológica y en la psicología del consumismo.
La muerte
simbólica y la necesidad de
transformación global que enmarca la problemática de las drogas
Retomando el aspecto arquetípico, pareciera,
que lo que guía al consumismo, en lo subjetivo-objetivo e
individual-institucional, es precisamente lo que guía al religioso, es decir,
una necesidad de trascender el estado temporal de la vida, de conexión con lo
divino y extraterreno. Esta misma lógica se ve representada en la
drogo-dependencia: “La orientación hacia la droga surge de la necesidad de
trascender la propia condición rutinaria, lo que inconscientemente la pone en
comunicación con el empuje religioso o, más precisamente, con la aspiración del
místico y con su búsqueda del éxtasis” (Zoja, 2003, p. 164).
Esta
necesidad de trascenderse a sí mismo, está ligada al tema de la muerte y del
renacimiento, tan abordado en la psicología analítica (Von Franz, 1990; Jung, 1998).
La muerte simbólica, como proceso existencial-arquetípico de transformación
psíquica, es un aspecto fuertemente presente en la problemática general del
consumo de drogas, tanto en lo concreto como en lo abstracto de sus efectos. El
aspecto de destructividad, degeneración, suicidio, guerra, delincuencia, que
entraña el fenómeno de las drogas, es bien reconocido contextualmente, siendo
además un punto ciego en el que se contienen difusamente vacíos reflexivos,
fracasos terapéuticos, emociones destructivas de odio y venganza, aspectos de
la sombra del poder y del amor, y miedos y prejuicios.
Desde
las instituciones políticas y académicas, parece que no se ha profundizado lo
suficiente respecto a la gravedad cada vez más creciente del conflicto de las
drogas, ya que las energías y esfuerzos se ven desplazadas por lo que el tema
mismo genera en los observadores, académicos y profesionales, que es el
encontrarse en frente o en lo desconocido y confuso del misterio de la muerte,
confundiéndose el fenómeno del consumo de drogas entre la literalidad y el
símbolo, y obrando desde un lugar de distanciamiento y hasta desaprobación del
hecho. Con esta actitud, de lo que se puede dar cuenta en investigaciones,
diagnósticos e intervenciones, es de lo que superficialmente acontece como
ocurrencia somática, como ansiedad, como falta de control y de voluntad, es
decir, del síntoma. Se ha actuado terapéuticamente sobre el síntoma mediante
programas fijos de des-condicionamiento y reestructuración cognitiva; pero en
tanto a la necesidad psíquica, o del Alma en sí misma, que trasciende lo
funcional o adaptativo, no se le ha reconocido en su valor y profundidad, ni se
le ha dado cabida en lo concreto como proceso de regeneración, mediante una forma individual de funcionar y ser
adaptado, quedando un anhelo o ansia sueltos, como un complejo que en la
marginalidad del psiquismo y de los tratamientos, deviene más poderosamente en
forma de recaída u otro conflicto del orden ansioso y compulsivo, sea adherido
a objetos, actividades o personas.
Aspectos
implícitos en la búsqueda de
trascendencia y el proceso arquetípico de iniciación
La definición expuesta al inicio de lo
que se entiende por droga, entrama ya, cierta noción de cambio de estado, en
dónde la modificación del espacio y el tiempo, así como de las formas comunes
de percepción y acción se ven dislocadas por la emergencia de una variación
mental, desde y en lo desconocido. Palomo & Da Silveira (2006), exponen la
existencia de una tendencia de la psique, como actividad autónoma, de conectar
o establecer relaciones peculiares con otro aspecto de la realidad que, en
definitiva, ha sido denominado lo inconsciente desde inicios del siglo XX, pero
que, para los aborígenes y antiguos, ya se constituía como dimensión sagrada
por albergar un sin número de influencias positivas y negativas que, a través
de su epifanía en el acto ritual, impactaban en la vida humana de los
individuos y los pueblos. Dentro de este contexto, “la droga actuaría como
facilitadora de esa vivencia anímica, como mensajera o conductora, para ese
mundo desconocido, para todo aquello que no es posible denominar ego” (Palomo
& Da Silveira, 2006, p. 202).
Pero,
¿cómo comprender lo que se describe como epifanía de las influencias de lo
desconocido mediante el acto ritual? ¿Qué intención brotaba de la mente
ancestral al acontecer-se en estos espacios ceremoniales y sagrados? Y aún más
¿qué conexión fue labrándose de esto con lo que en el mundo moderno se
convirtió en una recurrencia, en tanto uso experimental y abuso de drogas?
Como
ya se ha ido mencionando a lo largo de este artículo, el uso de ciertas sustancias
modificadoras de la mente en sociedades antiguas, especialmente del grupo de
los perturbadores, se encuadraba, por llamarlo de esta manera, en ritos de paso
o ceremonias de iniciación. Según Zoja (2003) “el esquema de fondo de la
iniciación está constituido por un “paso”, que puede verse como paso de lo
profano a lo sagrado, y, paralelamente, como paso a través de fases de muerte y
renacimiento” (p. 13). Efectivamente, esto era lo que se vivía en las
sociedades arcaicas; ante momentos importantes de transformación en la vida
individual o colectiva, como lo fuera la entrada en la pubertad o el
posicionamiento de un nuevo líder, se instauraban pruebas, tabúes y ritos para
delimitar un tiempo y espacio en el que se establecía contacto con fuerzas o
entidades que eran experimentadas más allá de la esfera humana en un mundo
invisible y de modo heroico El iniciado retornaba a la vida cotidiana con un
nuevo saber, con una nueva actitud dirigida a actuar según otro orden funcional
como miembro de una comunidad.
Todo
ser humano está siendo influido por procesos arquetípicos, cuyos reflejos
básicos se evidencian en la interacción innata, el desarrollo físico y mental,
y la capacidad de aprendizaje. La necesidad de iniciación es también una
variante arquetípica que continua presente, y puede ser asumida humanamente
como un proceso, exista o no consciencia sobre tal determinación psíquica. Zoja
(2003), refiere que “una de las grandes diferencias entre el mundo primitivo y
el mundo moderno radica precisamente en la desaparición de la iniciación” (p.
11). Más que la muerte de este proceso arquetípico, aquí se considerará, que es
el abandono de la iniciación lo que se ha generado a través del transcurso de
las épocas. Ante tal necesidad de reivindicación arquetípica, es en este
sentido que este mismo autor elabora la tesis de que “la orientación hacia la
droga puede verse también como una tentativa de iniciación” (p. 20).
La
iniciación como proceso arquetípico, toma expresión o encarna en el ser humano
de maneras diferentes; a través de la curiosidad y ocurrencia en experimentar
nuevas vivencias vinculadas a lo desconocido y atrayente, así como también, y
en cuanto al carácter ritual de contención, a través de la formación de grupos
cerrados e ideológicos que, especialmente en los adolescente, sustentan nuevos
modelos de identidad. Esto es algo que puede movilizar psíquicamente para bien
o para mal, es decir, tanto creativa como patológicamente, ya que entran en
juego: una necesidad de liberación o “muerte”, que se puede vivenciar
literalmente bajo la forma de la delincuencia o riesgo, frente a una necesidad
de un nuevo orden y sentido de expresión de la vida en su singularidad.
El
tema típico del paso o transición, se ha venido elaborando simbólicamente a lo
largo de la historia, circulando entre, las manifestaciones conscientes
reconocidas a nivel cultural, a través del mito y su vivencia en el ritual, y
el acontecer inconsciente como ocurrencias sin consentimiento. Lo que como forma
de ritos de paso no ha podido seguir siendo expresado conscientemente debido a
la hegemonía patriarcal de la cristiandad e ideología política, como lo fueren
las expresiones Dionisiacas, irracionales, abstractas y místicas de
participación cultural, ha tendido a aparecer con mayor intensidad de forma
marginal, precaria y peligrosa. Al no versen iluminados existencialmente en el
reconocimiento y exaltación consciente, dichos ritos han quedado desolados, en
la oscuridad y en la solitaria cotidianidad de los actos obsesivos, dónde las
sombras se confunden y se consumen. Incluso, como modo de reivindicación de los
mismos, los grupos sectarios de ocultismo, narcotráfico y otros al margen de la
ley han cumplido con esta función compensatoria.
Zoja
(2003), dentro de su análisis, planteó tres etapas del proceso iniciático. Una
primera etapa o situación de partida de un estado carente de significación que
procura ser trascendido; este estado se asocia con lo que ya se ha vuelto
rutinario, monótono y estancado en la vida de un individuo o colectivo y en
donde por lo tanto se vive la necesidad de “salir”, de emprender una búsqueda
al encuentro con lo Otro que, en definitiva y en una perspectiva psicológica,
correspondería con la necesidad del restablecimiento de una identidad única en cada
quien y bajo el dinamismo de la Alteridad (Byington, 2008). Una segunda etapa
de “muerte iniciática [correspondiendo] con la renuncia a la identidad
anterior” (p. 20); esta condición del proceso iniciático la podemos asociar con
variantes del sacrificio que se evidencian en mitos y rituales de iniciación, y
que en la perspectiva de Byington (2008) se relaciona con la función estructurante sacrificial de la psique, donde “actitudes
patológicas condicionadas necesitan ser sacrificadas a la muerte para que la
vida vuelva a fluir (p. 105); así mismo, esta etapa alude al tema general del
aislamiento y la separación, como también a lo relacionado con el descenso o
sumergimiento que se retrata en mitos y leyendas de héroes. En tercer lugar,
este autor refiere un “nuevo nacimiento iniciático, fomentado psicológicamente
por el hecho de compartir la propia experiencia con otros, por la participación
en rituales y, químicamente, por una toma controlada de drogas” (p. 21). Según
el autor, el toxicómano fracasa a lo largo de este proceso al no asumir la segunda
fase de muerte iniciática, pretendiendo dar el salto de un estado inicial, que
como se dijo comporta ser transformado, a un renacimiento de modo repentino y
sin esfuerzo, reflexión o muerte.
La
posición que tomamos aquí, frente a la propuesta del autor, difiere, en el
sentido de que en el ritual tradicional se constituyen dramática o
vivencialmente, al mismo tiempo, estas tres fases, no encontrándose precisión
lógica en que el consumo de drogas sea propio de la tercera etapa; más bien,
este consumo se evidencia en lo que corresponde a la procura del descenso y la “muerte”
simbólica dentro del acto ritual. Es así, como se considera el recurso a una
sustancia psicoactiva para “morir”; ya el renacimiento se desliga de la
reflexión y elaboración que en función de la consciencia se va llevando a cabo
de esta experiencia, cuando van disminuyendo los efectos de la droga y la
consciencia se va re-estableciendo. Se considera pues, en relación a esto
último, que lo mismo sucede con otras experiencias, que más allá del uso de
drogas, entrañan también un riesgo para la estabilidad del Yo, como lo pueden
ser: el pasar por la vivencia de un
terremoto, de una guerra o de una enfermedad grave. En estos acontecimientos se
experimentan estados alterados de la mente, donde al regreso del trauma, se
evidencia incluso un cambio de percepción del entorno y en la relación con
otros, impulsando una necesidad profunda de elaboración.
De
todas maneras, el mismo autor también refiere respecto a este tema:
“Cada
una de las dosis se relaciona, más o menos inconscientemente, con una
expectativa de muerte-renacimiento, o de hecho la promueve. Se trata de una
expectativa ambivalente en la que (…) es fácil que predomine el elemento
muerte, no sólo en el resultado práctico sino también en la vivencia profunda.
Pero, también, de una expectativa que, en su forma más pura, representa un
intento de promover una autoiniciación (…) Ambas caras del modelo iniciático
están en realidad desparramadas (…) una dinámica arquetípica brota siempre de
la activación y el intercambio de dos polos opuestos y puede desarrollarse de
manera ambivalente” (Zoja 2003, p.p 114, 115).
Hipótesis
reflexiva
Teniendo
en cuenta estas premisas concernientes al proceso arquetípico de iniciación, y
que desde el contexto del hombre antiguo observamos con mayor orden y sentido
transformador en su manifestación, valdría cuestionarnos acerca de que se lleva
a cabo hoy en día como sustituyentes de aquellos ritos antiguos que, además, ya
no tienen el mismo sentido llevarlos a cabo por el hecho de que la lógica
mental y anímica moderna no se ve impactada por ellos o en ellos de la misma
forma que los antiguos.
Al
respecto, muchas personas, sociedades o grupos, han intentado tomar prestados
ritos de otras culturas y de lo que fueran los indígenas del mismo territorio.
Se considera aquí, y como hipótesis a tener en cuenta, que estas formas o
intentos de re-conexión, ya sea “con la tierra”, con “los espíritus”, o hasta
con “el Ser Interior”, si bien producen cierto efecto restablecedor, no llegan
a integrar en su fundamento la necesidad profunda de transformación psíquica. Y
esto es así, ya que son eventos que no conjugan con la totalidad cultural en la
que se vive, en especial, por que ciertas prácticas son ajenas a la tradición y
verdadero arraigo del lugar de origen, o porque aun cuando hayan surgido en el
mismo territorio, los modelos culturales en los que se vive ahora han desplegado
bastas diferencias respecto al pasado y sus formas. En otras palabras, la idea
que surge de estas reflexiones es que en el crear o re-crear, y “en forma exacta”, los rituales y mitos
antiguos, el Ego está buscando cierta estabilidad desde y para él, sobre “algo”
que lo trasciende; y que quizás, ese “algo” exige otros caminos o vehículos distintos
a los ya usados que apenas estamos creando, según el espíritu de la época, en
el día a día.
Quizás
entonces, la necesidad arquetípica de ritualización e iniciación, y esto apunta
a los procedimientos terapéuticos en los que las problemáticas tienen que ver
con intentos fallidos de iniciación, conlleve una posibilidad más real de
actualizarse en lo que se hace rutinariamente, como sí el fundamento de lo
sagrado requiriese conjugarse con lo denominado profano y cronológico en una
relación en la que cualquier acto o comportamiento es ya transformador en sí
mismo. En este caso, estaríamos ante una gran paradoja, pero con efectos
terapéuticos, individuales y colectivos, profundos:
Como
ya se mencionó, la orientación hacia la droga lleva implícita una necesidad de
trascender la propia condición normal de existencia, la propia condición
rutinaria, conflictiva, limitada y precaria. Creerse, y como primera alternativa
ingenua, que se puede salir de esta condición para siempre y en busca de un
estado de inocencia original, conlleva determinantemente al estancamiento
adictivo, a la psicosis o a la muerte literal. Reconocerse, y como segunda alternativa
convencionalmente consciente, en que ineludiblemente se retorna a la normalidad
luego de la embriaguez o del “viaje”, pero sin ninguna reflexión o elaboración de
la experiencia extática, conlleva el peso de la melancolía, la caída, el abandono,
la abstinencia y la repetición. En esta vivencia, una y otra vez, se tiene que
soportar cuesta arriba, como Sísifo, la piedra de la monotonía, para luego en
la cima del placer volver a descender, y así repetidamente. “Un peso y una
repetición componen juntos un tormento” (Kast, 1992, p.4). Saberse en cambio, y
como tercera alternativa trascendente, que tras el término de la experiencia
extática se retorna a lo que justamente se quería trascender, pero ya con un
nuevo sentido en la elaboración de esa experiencia más que su repetición, posibilita
una nueva actitud, como gestación de un modo creativo de vivir la propia
condición normal y cotidiana, un modo diferente de transitar con “la piedra de
Sísifo”. Es, desde esta vivencia, cuando se logra sacralizar nuevamente, pero no igual a como los
antiguos, cualquier costumbre humana, convirtiéndose, paradójicamente, en
trascendental lo que antes pesaba y se procuraba trascender infructuosamente. No
se puede desistir de la realidad cronológica mientras se esté dispuesto a
vivir, ya que, “desistir de la piedra entonces significaría desistir de la
vida” (Kast, 1992, p. 9).
¿Hacia dónde apuntaría
la psicoterapia en adicciones, y, complementariamente, cómo se llevaría a cabo
este proceso?
Según
informes de organismos internacionales sobre el fenómeno de las drogas (SENDA
2012), “actualmente el consumo de drogas ilícitas se caracteriza por su
concentración entre los jóvenes –en particular los hombres jóvenes de entornos
urbanos- y por una creciente gama de sustancias psicoactivas. [Además], el
aumento del consumo de drogas parece seguir siendo una constante en muchos
países en [vía de] desarrollo” (p. 4). Así, en Chile, como en los demás países
de Sudamérica, se puede evidenciar a partir de estudios recientes (SENDA, 2010)
una focalización del consumo de drogas más comunes (alcohol, marihuana, cocaína
y pasta base), ya en forma de uso o abuso,
en adolescentes y jóvenes entre los 12 y 25 años. Según esto entonces,
caben las siguientes preguntas: ¿Cómo influyen las drogas en adolescentes y
jóvenes de Sudamerica, en cuanto su consumo hace parte de una tentativa por
llevar a cabo un proceso arquetípico de iniciación? Y ¿Qué función cumpliría la
psicoterapia particular e institucional en cuanto al trabajo con
farmacodependientes?
Según evidencias de investigación, y
de lo que sobresale en la cotidianidad, se puede decir que la población
adolescente y juvenil, es la que más reporta la necesidad de psicoterapia en
adicciones. Siendo este un periodo de la vida extremadamente paradojal y dialéctico,
se escuchan anécdotas de la complejidad del trabajo clínico en este terreno de
la experiencia humana. Esto se entrama según particularidades de cada caso y
según los modelos de tratamiento. Hay que tener presente, en cuanto a los
tratamientos de jóvenes con esta problemática, lo siguiente:
1- Lo
concerniente al abordaje psicológico, que implica, la importancia de la relación
terapéutica (transferencia-contra-transferencia) y la elaboración simbólica
desde la psicodinámica, y la implementación de técnicas cognitivo-conductuales
como programas de descondicionamiento.
2- La
consideración, cuando es posible, de trabajar sistémicamente a nivel familiar.
3- El
trabajo conjunto, desde la psicología, con médico psiquiatra en cuanto a los
tratamientos psicofarmacológicos para la deshabituación orgánica.
4- Y
el trabajo conjunto con personal y/o grupos de apoyo, dónde la orientación
ocupacional y el compartir experiencias con otros en similares condiciones
pueda resultar en sentido terapéutico complementario.
Como aspecto central, entes de cualquier pretensión
terapéutica, es de suma importancia determinar junto con el paciente su
condición motivacional para regular y, si es posible, abandonar el consumo de
drogas a largo plazo (Negrao, Alvarenga & Andrade, 2008; Palomo & Da
Silveira, 2006). En este punto, como terapeutas, hay que ubicar la atención en
la función que cumplen la negación defensiva, por parte del paciente, de los
problemas concomitantes al consumo, las recaídas, las discrepancias entre
objetivos conscientes y complejos anímicos y demás aspectos que se encubren
confusamente pero simbólicamente al comenzar con una etapa de desintoxicación y
abstinencia del consumo.
Confianza y empatía, son elementos humanos de suma
importancia para que el encuentro dialéctico terapeuta-paciente surta un efecto
que comience a ser reparador en lo mínimo de los primeros encuentros. La
aceptación de la individualidad del paciente, en este caso incondicional, debe
basarse en función del recogimiento, en sentido matriarcal, de la singularidad
perdida o vulnerada del paciente.
Como encarnación arquetípica del orden consciente que
se genera en el Self o totalidad del encuentro terapéutico como espacio único,
el psicólogo requiere ser contenedor de los aspectos indiferenciados y
complejos del paciente, es decir, depositario de la angustia, frustración,
culpa, pena, miedo, des-amor, agresividad, y todo lo que, convencionalmente y
en la sociedad “de afuera”, se reprueba y juzga. Esto es importante hacerlo
primero que todo, con el fin de validar lo que yace sin luz y escindido de la propia
personalidad del paciente. En ciertos casos, esos aspectos, llamémoslos
negativos, se encuentran como identidad del Ego en la consciencia del paciente,
requiriéndose hacer un movimiento complementario, es decir, de rescate de
valores, actitudes, habilidades y recursos creativos que yacen indistinguibles,
para el paciente, en la sombra. Aquí, la habilidad terapéutica del psicólogo
tendrá que enfocarse en un sentido más patriarcal y de apoyo estructural de
aspectos potenciales del psiquismo del paciente, ayudándolo en la asimilando de
lo que él mismo apunta, a modo de proyección, en la persona del psicólogo como representante
central de la consciencia en el espacio terapéutico.
Desde esta perspectiva analítica, la terapia
no se enfoca determinantemente en la “conexión del paciente con su
inconsciente” en miras a una mayor integración de la personalidad para alcanzar
“la meta” de la individuación; más bien lo que se procura mediante el trabajo
con el paciente, es ayudar a su conexión con el mundo, en miras a la
construcción vivencial de un significado y sentido que le posibilite desplegar
todo su potencial humano; se procurará reafirmar la consciencia en el mundo, la
capacidad volitiva de decidir y escoger como orientarse, dialécticamente, como
Ego-persona en relación al Otro o lo Otro (objetos-droga). Quizás, más que ir
hacia la meta de la individuación, lo que se trabaja con el paciente tendrá que
ver con el guiarle en la partida iniciática para vivir tal proceso.
A nivel del sistema familiar, y psicodinámicamente,
es importante comprender en qué medida los complejos parentales, en la órbita
de los dinamismos arquetípicos matriarcal y patriarcal, están influyendo dentro
de la problemática del consumo de drogas por parte de los adolescentes. Esto
tiene que ver con actitudes y funciones psíquicas moderadas en la infancia y
que, en vista a la ambivalencia entre cambio activo y permanencia pasiva, se
resisten, no logrando integrarse lo mejor posible en una nueva identidad
individual diferente a la formada en relación a los padres. Antes que nada, las
defensas de una re-estructuración, que se adhieren en complejos psíquicos,
deben ser confrontadas y asimiladas junto al paciente, mediante la obtención de
datos de acontecimientos históricos significativos anímicamente y la contención
de lo indiferenciado, caótico y conflictivo que entraña la condición actual.
Seguidamente se podrá ir emprendiendo un camino de regeneración, que implica la
des-idealización de las figuras parentales en sentido progresivo (Galias,
2003). Este trabajo puede requerir o no, de la presencia de los padres
biológicos, lo que dependerá de las consideraciones particulares de cada
caso.
Se considera que, captar, dentro del contexto
terapéutico familiar, estos complejos parentales, es poder encontrar la materia
prima del trabajo psicológico con los pacientes drogo-dependientes, ya que su
abordaje simbólico-arquetípico, conlleva la liberación de energía psíquica que
es requerida para una nueva posibilidad de autoafirmación y validación del
paciente en la vida.
En el orden matriarcal, los complejos se expresan
por los síntomas somáticos que comporta la ansiedad antes, durante y después
del consumo de la droga, así como, ideativamente, en la recurrencia del pensar
obsesivo en dicha droga como Otro dador de placer. En esta lógica arquetípica
hay una compenetración con determinada droga, que, simbólicamente, entrama
múltiples significados relacionados con las experiencias que el paciente ha
tenido en la vivencia de las polaridades funcionales de apego-des-apego,
protección-vulnerabilidad, aceptación-rechazo.
En el orden patriarcal, los complejos se expresan en
relación a como se modulan las manifestaciones o necesidades matriarcales. Es
aquí donde, en el caso de las adicciones, falla el establecimiento de límites,
tanto para el aplazamiento de consumo, como en la regularización de las dosis
de la droga. Por lo general, en este tipo de casos, y bajo la influencia negativa
de complejos patriarcales, hay una hipotrofia (Galias, 2000) para ordenarse y
limitarse a sí mismo; en esta condición, el Otro, o sea el padre, la lay, la
política, la institución, y todo lo que bajo la identidad del Otro represente
orden, será identificado por el Ego como un obstáculo para el consumidor.
Incluso, cuando no hay motivación por parte del paciente para emprender un
proceso terapéutico, el psicólogo fácilmente será blanco de esta identificación
proyectiva bajo el complejo negativo.
Según las anteriores consideraciones, la
psicoterapia con adolescentes y jóvenes consumidores, requiere procurar formas
de apoyo en cuanto a la asimilación gradual de los complejos parentales que,
bajo el trasfondo arquetípico de la necesidad de iniciación del niño a joven
adulto, confluyen significativamente
en la recurrencia a la droga como modo de afrontamiento de esta gran tensión
psíquica. Vale decir, que igual condición iniciática vivida por otros jóvenes,
es experimentada a través de otros caminos, con otros significados, que, por
ejemplo, en lugar de ser las drogas significativas en su paso, si lo resultan la música, la religión, el deporte o el
estudio; para otros será la adicción a los videojuegos, a la comida, etc.
Lo que importa, y a fines del trabajo
psicoterapéutico en dependencias, es dar cuenta de la forma en como la psique
individual se expresa singularmente; lo que corresponde, tanto a la herida
fundamental encapsulada en los complejos, como a la vocación quizás más
desconocida y profunda pero no por esto menos emergente.
Conclusiones
Más que haber hecho un artículo dónde las respuestas
fueran resueltas definitivamente, lo que se hizo, mediante este escrito, fue un
intento de elaboración reflexiva de la temática del consumo de drogas en
relación a la psicología clínica, el cual continuará su libre desenvolvimiento
en la medida en que se pueda ir de la mano con la experiencia terapéutica. Aun
cuando esta elaboración tuvo que ver más con la reflexión teórica que la
presentación práctica de algún caso en particular, se considera de gran valor y
apoyo como referente para la iniciación en el trabajo terapéutico de hoy en
día, en donde los modelos en los que la psique se representa parecen anunciar
nuevas formaciones del trabajo del hombre, en disposición con lo que
culturalmente ha emergido.
En todo caso, también se llega a la conclusión de
que lo psíquico, tan representado en los padecimientos anímicos actuales, entre
estos la droga-adicción, está tratando de trascender barreras terapéuticas,
que, a diferencia de lo que acontecía en la Europa del siglo XX tan
clínicamente soportado y estimado, parecieran estar obstaculizando la vivacidad
contundente de transformación para abordar cuestiones serias que aluden a un
proceso de humanización en lo contextual de América Latina.
Cerraremos pues, valiéndonos de una reflexión de
Giegerich (2010), que, a nuestro juicio, se relaciona con todo lo
anterior:
“Jung dijo que el alma está alrededor
nuestro. Y así también hoy, cuando el alma hace mucho que ha dejado atrás la
metafísica (por no decir la mitología) como una expresión valida de su verdad,
tenemos que mirar alrededor nuestro a las condiciones del mundo en que nos
encontramos—a nuestra civilización científica y tecnológica, a la economía (con
su mercado de dinero, consumismo, productos de consumo, y su publicidad) a la
World Wide Web, al mundo de los medios en general, que inundan a la gente desde
fuera envolviéndolas en información y en imágenes—a fin, quizás, de darnos
cuenta de dónde está hoy el proceso del alma. Y por supuesto tendríamos que
hacer esto con alma, y no sólo con nuestra mentalidad habitual
positivo-factual, científica o moralista, si de lo que queremos darnos cuenta
es realmente del alma, de la vida lógica, que anima en la profundidad las
enormes transformaciones de nuestro mundo. Además, es necesario no acercarse a
estos fenómenos con una expectativa inocente, "infantil", de que el
alma es algo inofensivo, bonito, benéfico—como si el alma nunca hubiera tenido
una realidad "tremenda", por ejemplo, en los tiempos antiguos,
exigiendo sacrificios de sangre para los dioses, de un carácter con frecuencia
directamente brutal.”
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