Relaciones auténticas a través de las heridas.
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A propósito de "Confidencias muy íntimas" de Patrice Leconte (Francia, 2004)
Existen vínculos tan profundos que solo pueden establecerse entre dos extraños.
Voy a partir de la escena que más me gusta, en términos de mi extraversión: aquella en que el asesor fiscal William Faber baila en su apartamento. La cámara se sitúa en un pasillo y por el va y viene Faber y su baile. Ese pasillo, en mi opinión, representa la vida del personaje. No tiene mucho espacio físico y por lo que sabemos durante el desarrollo de la trama tampoco mucho espacio psíquico. Faber ha quedado preso de su destino como hijo de su padre, heredero de su oficio y dueño del espacio donde creció y ahora trabaja. Este baile nos anuncia un deseo de movimiento aún no liberado que al final de la película encontrará alas, pero que por el momento se encuentra incubándose gracias a un encuentro tan accidental como necesario.
Jung denominaba sincronicidad a ese encuentro significativo entre una necesidad psíquica y un evento externo. Faber ha escuchado durante largos años a sus clientes, ellos le hablan, según él mismo de nacimiento, matrimonio, divorcio, jubilación y muerte, el ciclo de la vida. Pero Faber nunca ha escuchado como ahora lo hará, es decir, escuchándose al mismo tiempo. Es un verdadero efecto de sincronicidad que Anna toque a su puerta por error, pues el ser puesto en el lugar de la escucha auténtica es lo que él necesita para moverse del estrecho y polvoriento lugar del hábito. Observemos que ni siquiera sabe de qué va el cudro colgado en la pared, en otras palabras, él no habita realmente ese lugar, ese lugar se ha convertido en el hábito que lo cubre.
William Faber nunca se imaginó que terminaría haciendo lo mismo que su padre, pero el desarrollo de la trama nos sugerirá que el problema no radica en lo que hacemos sino en la inconsciencia con la que lo hacemos. No se trata al final de que Faber haya equivocado su oficio, se trata de que en su vida ha terminado siendo como esos juguetes que colecciona: una antigüedad mecánica, un juguete de la sobrevivencia que todos los días se da cuerda a sí mismo. William Faber es un fracasado. Su exmujer le muestra al “verdadero hombre”, al “hombre de éxito” que encarna su nueva pareja: el gerente de gimnasio, un cuerpo físico fuerte que conduce su propio auto y se muestra agresivamente masculino (cualidades de las que Faber carece). Sí. Es un fracasado. Hasta su oficio y su secretaria le vienen por herencia, su padre le heredó inclusive sus clientes representados por el anciano que le recuerda una y otra vez lo grande que fue su progenitor. Ahora bien. Este asesor de impuestos parece aceptar con cierto talante depresivo su fracaso y esto, tal como nos lo enseña Rafael López-Pedraza en su texto “La consciencia del fracaso” puede ser la verdadera esencia de una vida coherente con nuestra auténtica naturaleza. No es posible el éxito. Aunque sea este el ideal actual de occidente, aunque nacemos y nos desvivimos en medio de discursos sobre la consecución del éxito (económico, social, sexual, intelectual, etc.), fracasamos constantemente frente a las fuerzas inconmensurables de nuestra división psíquica en opuestos: como seres conscientes fracasamos frente a la energía inmensa de lo inconsciente, como seres pensantes fracasamos frente a la energía avasallante de los sentimientos y viceversa, como seres de control fracasamos constantemente frente a el impulso emocional que nos invade de cuando en cuando, como masculinos frente a lo femenino reprimido y viceversa.
En esta lógica Faber nos muestra la mejor actitud posible, una “cierta consciencia del fracaso”, un cierto talante depresivo, una humildad del ego de la que conocimos algo a través de las religiones pero que hemos perdido fácilmente al aferrarnos a las ilusiones del ego científico-positivista. Los mejores momentos de esa consciencia del fracaso son aquellos en los que Faber hace chistes sobre sí mismo (frente a Anna, frente a su exesposa y frente al nuevo compañero de esta), dándonos a entender que su buena relación con el arquetipo del bufón es facilitadora de dicha consciencia.
Y es este talante, en mi opinión, el gran facilitador del movimiento psíquico en la historia que se nos cuenta, de movimiento en Anna y en el mismo Faber. Así como nadie se siente del todo cómodo en una habitación perfecta, nadie se siente del todo cómodo frente a un escucha que parece tenerlo todo resuelto. Anna, por el contrario, encuentra un ser en el que hay grietas, inseguridades y fracaso; motivo por el cual ella se siente con la confianza suficiente de mostrar sus propias grietas, su propio fracaso, su propia sombra. Muchas veces habló Jung de sus reacciones frente a los pacientes y no pocas veces se le refutó esta actitud, señalándole la necesidad de que los analistas muestren afectos planos o por lo menos cierta ecuanimidad. La respuesta del psiquiatra de Zurich frente a tales señalamientos fue siempre la misma: el paciente debe saber que está frente a otro ser humano, de lo contrario se verá abocado a falsearse para mostrar la misma seguridad e inteligencia del terapeuta o se cansará de tanta perfección o se sentirá humillado o dependiente de aquella autoridad del éxito que representa su terapeuta.
En el desarrollo de la trama encontramos variadas articulaciones de complejos masculinos y femeninos. El marido de Anna parece representar el fracaso de Faber en términos de lo no asumido, pues trata de que Anna le resuelva sus propios asuntos mediante la realización de sus fantasías (recordemos que el protagonista ya miraba por aquella ventana antes de ser invitado a mirar la cópula de Anna y el marido, pero se interesaba más por el drama humano que en aquellas habitaciones se desarrollaba que por la pasión sexual allí presente). El marido de Anna está cojo, ella misma le ha herido, lo cual nos recuerda el tema arquetipal de la herida; como he dicho, este personaje no se ha hecho cargo de su herida mientras que Faber si lo hace mediante una cierta consciencia del fracaso, motivo por el cual puede y se convierte en sanador, en el sanador herido.
A través de esa herida ingresa Anna con su herida y, como en el mejor tratamiento psicológico profundo, juntos trasiegan por sus carencias, sus pobrezas de recursos psíquicos, sus recuerdos y desilusiones, hasta desembocar en la transformación subjetiva. Ellos no sólo se dedican a la catarsis y esto es muy importante. Su relación apunta al hecho de tomar decisiones que trascienden la repetición neurótica y dan sentido al hecho de estar en el mundo. Estas transformaciones trascendentales están simbolizadas en la película en el regreso de ella al ballet y en el cambio de apartamento de él. Todo esto, es bueno recordarlo, está más allá de las sospechas de la ex de Faber de que la verdadera intención de Anna es seducirlo y aún más allá de nuestras propias sospechas como espectadores de que esa última escena en la que él se sienta en el diván donde ella está recostada, puede continuar hacia el contacto físico.
Otro personaje importante en la trama es el psicoanalista Mennier, quien, por una buena cantidad, se convierte en el supervisor de Faber, siguiendo con el estilo de la formación analítica en todas las escuelas de psicología profunda. El maestro, el analista de mayor experiencia y edad, una representación del arquetipo del Anciano, está allí para controlar una posible inflación egoica del virtual terapeuta y lo hace recordándole que quizás Anna más que su propio problema, está asistiendo a las citas para resolver el problema de Faber.
Siento que esta película es un bello homenaje al encuentro terapéutico. Pero pienso que va más allá. Es una oda al encuentro humano auténtico, a la auténtica amistad, al vínculo profundo que afortunada o desafortunadamente suele darse con mayor facilidad entre extraños que entre familiares o cercanos, pues sucede que nuestras relaciones diarias están tan cargadas por nuestras identificaciones con las máscaras que construimos, que la verdadera apertura sólo se logra cuando no hay nada qué perder, ni siquiera el prestigio.
Lisímaco Henao Henao.
Psicólogo U. de A.
Mg. en Psicología Analítica U.R.L.
Analista Junguiano IAAP
Sinopsis de labutaca.net. Fotos de Sandrine Bonnaire de Sensacine.com
Por llamar a la puerta equivocada Anna (Sandrine Bonnaire) termina contándole sus problemas matrimoniales a un consejero financiero llamado William Faber (Fabrice Luchini). Conmovido por su angustia, que a la vez le resulta excitante, Faber no tiene valor para decirle que en realidad no es psicólogo. De una cita a otra, se va creando un extraño ritual entre ellos. William se siente conmovido por la joven mujer a la vez que fascinado por oír los secretos que ningún hombre alcanza a oír. Pero, ¿quién es Anna? y ¿realmente la está engañando con este juego? Yendo mucho más allá en esta extraña relación, Anna y William empiezan a cuestionarse sus vidas y a pensar en sus seres queridos. Gracias a la perspectiva del otro, empiezan a ver todo de manera distinta, sin tener ni idea de dónde les llevará...
Dirección: Patrice Leconte.
País: Francia.
Año: 2004.
Duración: 104 min.
Género: Drama.
Interpretación: Fabrice Luchini (William Faber), Sandrine Bonnaire (Anna), Michel Duchaussoy (Doctor Monnier), Anne Brochet (Jeanne), Gilbert Melki (Marc), Laurent Gamelon (Luc), Hélène Surgère (Sra. Mulon), Urbain Cancelier (Chatel), Isabelle Petit-Jacques (Secretaria), Albert Simono (Sr. Michel).
Guión: Jérôme Tonnerre y Patrice Leconte.